El medio siglo fotográfico de Rubén Pax
Ha registrado y documentado todo, o casi todo, con sus cámaras y en innúmeras técnicas: fiestas populares, religiosas, danzas, ritos y tradiciones indígenas, labores de pescadores, campesinos y vida cotidiana en diversos estados del país, así como movimientos del magisterio, estudiantil, obrero y agrario. También, la vida cultural mexicana y a sus artistas.
A plena calle y con grito vocinglero, en la calle de Argentina, en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, un hombre maduro vendía bolsitas con dos tipos de sales. Cual merolico o saltimbanco, con ellas demostraba cómo revelar los negativos fotográficos y luego fijarlos, empleando apenas dos minúsculas charolas que manipulaba al interior de un pequeño cajón completamente oscuro. Entusiasmado, Rubén Pax escuchó atento las instrucciones y luego adquirió con gran entusiasmo el par de químicos, sólo para descubrir que no lograba conseguirlo por sí mismo.
—Hasta ahí quedó porque yo nunca lo logré a hacer —confiesa muy quitado de la pena, aunque asegura sin chistar que ese evento lo marcó de por vida. Certeza que se refuerza al rememorar que fue justo en esa calle, que comienza en las inmediaciones del Templo Mayor y de San Idelfonso, donde compró su primera camarita, una Kodak Brownie Flash IV de tonos café claro y formato 620, con un cuadro de 6 por 9 centímetros, que lo convirtió en fotógrafo oficial de su propia familia para las reuniones de cumpleaños y de santos, de quince años y de bodas, e incluso de los días de campo, por el simple gusto de serlo, siempre en el entorno íntimo que suelen otorgar los lazos sanguíneos.
—De manera que para mí fue muy difícil empezar a tomar gente que no era de mi familia. Yo pensaba: “Ni conozco a esa gente ni sé quién es”. Por eso empecé a tomar texturas, objetos inmóviles, porque a la gente sí le tenía respeto, no me acercaba mucho por temor de que me pudieran decir algo. Fui muy cauteloso en ese aspecto.
Aún no poseía las herramientas del cuarto oscuro, por lo que prefirió revelar sus rollos en locales comerciales. Con el tiempo, llegaría su rigurosa e impecable técnica para revelar e imprimir y su gran estilo artístico que le merecería, en agosto del 2013, la Medalla al Mérito Fotográfico del Sistema Nacional de Fototecas, además de una exposición en la Fototeca de Pachuca, junto con Paulina Lavista.
Justo el primer cuadro capitalino ha sido vital en su trayectoria. En su profusa y abundante memoria se agolpan las vivencias que le ocurrieron en esas lindes. Dado que los padres de un par de compañeros suyos del internado en el que cursó la primaria vivían sobre la calle de Donceles, celebraron su Primera Comunión en el Templo de La Profesa y a él y a otro condiscípulo los invitaron a efectuar ahí la ceremonia. En esa misma calle aprendió el oficio y trabajó junto a un encuadernador haciendo libros y curtiendo las pieles. Años más tarde, ésa sería una calle que recorrería con gran frecuencia, cuando se instalaron numerosos negocios relacionados con la venta de equipo y materiales fotográficos —de los que quedan hoy algunos resabios. Y durante muchos años, mantuvo un estudio en un piso alto de una vieja casona de la calle de Allende, a escasos metros de Donceles, en donde ofreció por años su mítico Taller de Fotografía Libre.
Devuelto al Centro Histórico
Por si todo eso no bastara, ahora en el número 34 de la calle de Guatemala, detrás de la Catedral Metropolitana y a unos pasos de Argentina y a otros tantos de Donceles, se encuentra el Museo Archivo de la Fotografía (MAF), cuyo fundador y primer director del recinto, Arturo García Campos, fue uno de sus innúmeros alumnos. El recinto especializado ha sido su más reciente parada por la zona, pues desde el jueves 4 de julio se inauguró Rubén Pax: La cámara y el oficio, una amplia exposición que sintetiza las muchas muestras y obras que el maestro ha realizado a lo largo de medio siglo de trayectoria, que supera el centenar de piezas y objetos como las propias cámaras, periódicos y textos varios, agrupados en tres conceptos: “Alquimia fotográfica: conocimiento, técnica y docencia”, “Cazadores de historias: la fotografía como documento” y “El instante decisivo: el fotógrafo y su obra”, además de secciones que se intersectan como “El laberinto de Fotopax”, con escenas, personajes y lugares diversos, así como “Tianguis”, con una colección de fotografías de lo más variopinto colocadas en basamentos en el piso, para recuperar la vista común al mercado de tradición prehispánica.
—La idea —dice Ruben Pax— era tener una muestra de distintas épocas de mi trabajo, un poco para celebrar los 50 años, rescatar las imágenes que en su momento tuvieron su importancia y, sobre todo, tener fotografías que representaran el trabajo que más me emociona para que la gente lo conozca.
Además del previsible lleno en su noche de apertura, luego de cuatro meses de arduo trabajo, la exposición atrajo a 400 visitantes en su primer sábado y a 600 el domingo, además que su inauguración le significó una invitación para que sea montada en el Museo Metropolitano de Quito, en Ecuador, una vez que cierre aquí al público, el emblemático 15 de septiembre, una noche que tendrá diversos motivos, fotográficos y políticos, para el festejo.
—Todo mundo está invitado porque es una exposición que hay que ver dos o tres veces para degustar todo lo que contiene.
De dibujante a maestro
Desde muy joven, Rubén fue muy laborioso y se enlistó en los más disímbolos trabajos. Ora vendedor de vajillas metálicas —eran, relata, juegos muy vistosos y coloridos de aluminio—, el ya referido oficio de encuadernador, el de dibujante comercial e incluso el de publicista. Esta necesidad de ganarse la vida le impidió inscribirse, como deseaba, en la carrera de escultura de la Academia de San Carlos, pues al acudir a solicitar informes descubrió que el estudiante regular debía acudir durante el día y eso le resultaba imposible, pues requería tener ingresos económicos.
Dos años más tarde, empero, la situación cambió por completo. La Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM —el renovado nombre de la Academia de San Carlos— abrió una carrera nocturna, con horario de 17:00 a 22:00 horas, para que los hijos de los obreros y artesanos pudieran adiestrarse en un oficio promisorio en aquella época: Diseño Publicitario —hoy diseño gráfico—, lo que le entusiasmó grandemente y le hizo enlistarse.
—Entonces, sentí como que inventaron esa carrera justo para mí.
En su primer año, Rubén recibió adiestramiento en las artes clásicas: grabado, escultura, pintura y demás. Posteriormente ya cursó clases teóricas y prácticas de lo que era el dibujo publicitario. Una vez graduado trabajó como diseñador en distintas empresas. Entre ellas, una especializada en manufacturar los anuncios que se proyectaban durante los intermedios en las salas de segunda y tercera corrida en los cines capitalinos, en una placa de película Kodalith ortocromática de alto contraste y coloreadas a mano, de aproximadamente seis centímetros “o un poquito más grande”. Décadas más tarde, buscando cámaras usadas y fotografías viejas, el maestro adquirió algunas de esas piezas.
También laboró en una gran imprenta en la que se encargaba de diseñar diversos anuncios que luego fotografiaba para publicidad o para los libros que ahí se imprimían. En ese tiempo, ya contaba con una cámara Rolleiflex de formato medio, un aparato ya profesional que adquirió de un amigo suyo con el que trabajó en Ingenieros Civiles Asociados (Grupo ICA) y con la que pudo retratar con más dedicación y profesionalismo.
—Yo, a la Rolleiflex, le llamo la otra mirada, pues con esa cámara no intimidabas a la gente porque no la utilizas como las demás, apuntando desde la cabeza como si fuera un rifle o una pistola, sino que es de cintura, y desde esa altura tomas la foto. De esa manera, la gente no siente agresiva la toma de imágenes y para mí tomaba un sentido completamente diferente y la mirada era otra, absolutamente.
Aunque intentó dedicarse a la fotografía publicitaria, Rubén desistió tras algunas experiencias incómodas en las que no logró entablar una buena relación con los clientes.
—Tenía que soportar muchas cosas que ellos querían y que por el carácter mío a veces no daba para aguantarlos. Yo deseaba ser más independiente y hacer cosas que me gustaran.
Antes del Centro de la Imagen
Al romper con el mundo de la publicidad, el fotógrafo comenzó a intensificar sus salidas a los pueblos del país y comenzó a documentar las fiestas de los santos patronos y otras celebraciones populares y cívicas. Así inició lo que actualmente es un muy extenso, plural y complejo archivo de documentos que conforma un vigoroso y completo retrato del México profundo, esa civilización en permanente resistencia y que preserva sus rasgos culturales atávicos, incluso mimetizados con las influencias contemporáneas.
—Tenía mi calendario y cada mes salía. Por ejemplo, el 2 de febrero, día de la Candelaria, a Tlacotalpan; el 5 de mayo a Puebla, por la representación de la famosa batalla; la fiesta de la Independencia, en Santa Rosa, Guanajuato, o la de la Santa Cruz, en distintos pueblitos, y luego ya empecé a investigar más sobre otros acontecimientos como la producción del pulque o la llegada de la mariposa monarca, una infinidad de temas que empiezas a documentar y que jamás se terminan.
A inicios de la década de los años setenta, comenzó el que sería el más estable de sus empleos: profesor de fotografía en la Escuela de Diseño y Artesanías (EDA) del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en un edificio contiguo a la Biblioteca de México, en Balderas. Con el tiempo se llamaría simplemente Escuela de Diseño del INBA y fue reubicada en la colonia Tránsito, en Xocongo 138, donde permaneció como docente poco más de 37 años, hasta que decidió jubilarse y montar la Exposición de exposiciones, el 24 de junio de 2009, en la galería Códice, celebrando simultáneamente sus cuatro décadas como fotógrafo.
Como encargado de Difusión Cultural en la EDA, abrió en 1973 la que probablemente fue la primera galería de fotografía en el lugar que ahora, curiosamente, ocupan las instalaciones del Centro de la Imagen, en la que se exhibían los trabajos de los alumnos y de fotógrafos de otras generaciones, iniciando con una suya, en lo que bautizó como el Taller de Fotografía Libre.
También organizó en 1984 la exposición La fotografía experimental. Procesos alternativos, con una veintena de fotógrafos que exploraban técnicas históricas como Carlos Jurado, Eric Jervaise, Javier Hinojosa, Jan Hendrix, Marco Antonio Cruz, María García, Carlos Mawaad, Pedro Hiriart, Gerardo Suter o Gabriel Figueroa, junto con la muestra Fotografía de prensa, con cuatro generaciones de fotoperiodistas: los hermanos Mayo, Nacho López, Héctor García y Pedro Valtierra.
Justamente con Jervaise, Rubén experimentó el proceso del colodión húmedo para la Fototeca de Pachuca, lo más apegado a las indicaciones de los libros antiguos como el del italiano Rodolfo Namias, aunque en proporciones mínimas, pues se requerían tinas de miles de litros que redujeron “a gramos y a pocos mililitros”. El resultado fue el proyecto Cuarto Oscuro Ambulante, que estuvo un buen tiempo en exhibición junto con algunos vidrios impresos resultado de la experiencia, aunque no continuó trabajándolo.
—Los hago para investigarlos, pero no los llevo más allá, siempre me he quedado en la faceta del conocimiento; de producción tengo muy poquito.
Justo un retrato que le hizo Jervaise se encuentra expuesto ahora en La cámara y el oficio, en el MAF.
Fotoperiodistas y editorialistas
Dado sus antecedentes en la fotografía documental, casi etnográfica y social, fue que Valtierra le invitó a integrarse como miembro de la Agencia Imagenlatina, que fundó tras su salida del diario unomásuno en 1984, junto a Fabrizio León, Marco Antonio Cruz y algunos profesionales más, y para septiembre de ese año como laboratorista para el naciente periódico La Jornada, si bien cuatro o cinco meses más tarde le expresó su intención de formar parte de la planta de los fotógrafos de prensa y, una vez sustituido por Frida Hartz, trabajó con órdenes de trabajo diarias, aunque en el turno vespertino, pues nunca abandonó la docencia, hecho que le costó no ocupar primeras planas pero sí firmar como Rubén Pax. “Y con todo y eso me defendí un poquito”, añade entre risas.
—A partir de La Jornada, el fotoperiodismo en México cambió en muchas cosas, sobre todo que los fotógrafos le dimos una dinámica muy especial a nuestro trabajo, con una fuerte influencia crítica y social. Había mucha libertad de propuesta, tanto grupal como individualmente, y era muy gratificante ver que no todo era fotografía periodística o informativa, le llamábamos de vida cotidiana. En el ínterin de regresar de tu orden de trabajo documentabas lo que pasaba ante tus ojos. Llegamos a formar páginas dedicadas a la foto como la cuarta de forros, por ejemplo, que fue propuesta de nuestro equipo. Mucha gente compraba el periódico por la fotografía y fue algo totalmente gratificante.
Cultura y literatura
Al acudir al Festival de Poetas del Mundo Latino en Morelia, durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el maestro Pax tuvo la conciencia de que podía estar en esos lugares viendo a gente tan importante de la poesía como Octavio Paz, Jorge Luis Borges o Allen Ginsberg, y retratarlos, aunque con tomas abiertas, al carecer de telefoto. “No dabas crédito de estar ahí, oyendo su voz, y conservo los negativos con mucho entusiasmo”.
Ese fue “un primer ejercicio”, a partir del cual continuó retratando a escritores en ferias del libro como las de Guadalajara y Minería o en presentaciones en el Palacio de Bellas Artes, aunque no se apresuró a exponerlos sino hasta contar con un material abundante. Así nació la Lotería de Escritores Mexicanos, concebida no sólo para reconocerlos por su imagen sino por pequeños fragmentos de textos emblemáticos suyos, como “cuando se canta la carta de El gallito o la de El valiente”, y al ganador se le otorga un paquete de libros de literatura mexicana y una pequeña biografía de los autores. Una serie que, piensa, ofrece además una función social y de entretenimiento cultural.
El proyecto conforma una trilogía de loterías: la Tradicional y otra de Oficios y Beneficios. Su inspiración fueron las ferias de San Marcos y de Guanajuato, la gente que jugaba en los modestos tenderetes que dejaron de existir con la modernidad y el encarecimiento de las rentas, y busca rescatar dicha tradición de juego.
Para 1994, cuando ya había organizado sus Talleres Libres en su propio estudio, el Comité Organizador del Festival Internacional Cervantino le invitó a encargarse del área de fotografía de prensa, por lo que con dos de sus alumnos se ocupó del laboratorio, del registro y de la copia de miles de imágenes oficiales. Además de su propio trabajo, Rubén Pax destacaba por su bonhomía y generosidad con los colegas, a quienes apoyaba tanto técnica como materialmente. Luego de dos años en el cargo, comenzó a acudir por su cuenta hasta que volvió a trabajar ahí el año pasado. Es decir, que no ha faltado una sola vez en 25 años a la fiesta del Bajío.
—Es una muy buena oportunidad de estar ahí; además del compromiso, el disfrute de los eventos es algo maravilloso.
Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, julio de 2019.