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El caso Nexos / 2

“A partir de mi artículo sobre algunos pormenores de la revista Nexos”, apunta Víctor Roura, no han faltado los periodistas “que —de manera apresurada, para hacer patentes sus iluminados rencores, sin argumentos y absolutamente desinformados— me han descalificado recurriendo, con prontitud, al insulto para darle relieve a sus odios e infamias que guardan muy dentro suyo”.


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Ya desde mediados de la centuria 300 antes de Cristo, el filósofo griego Aristóteles lo sabía cuando señalaba que el ignorante solía afirmar lo que a veces justamente desconocía mientras el sabio lo reflexionaba o, mejor, ponía en duda. Porque no hay nada más sencillo en esta vida que hablar a la ligera sin contextualizar los hechos. Hablar por hablar todo el mundo lo puede hacer, incluido el ignorante, el que no sabe de lo que habla pero no quiere ser ajeno en la discusión. Se basa en supuestos afirmando lo que su ignorancia lo delata.

Esto, evidentemente, no es algo nuevo.

Ha existido desde siempre. De ahí las miserias humanas, las altanerías, las mil mezquindades. Y, para el infortunio del oficio periodístico, este tipo de personajes, abstruso e ignaro, abunda en el medio pernoctando aquí y allá.

Uno no sabe, en la prensa, cómo le nacen los enemigos en su propio gremio. Por asuntos menores a veces, como decir lo que nadie quiere escribir por temor a ser expulsados en los corrillos, hay periodistas que se enojan con otros periodistas aun sin conocerse, sin saber sus trayectorias, sin leerse del todo.

A mí dos veces ya me han matado en las redes sociales, por ejemplo.

Y quienes han difundido el rumor jamás han dado la cara, por supuesto. Lo han hecho sólo para divertirse, quizá. Cuando yo me he enterado de alguna infamia a mis espaldas, personalmente —cuando conozco a los insultadores— he llamado a los perpetradores para saber de las razones que los han conducido a tales injurias, pero a cambio sólo he obtenido aplazamientos o simulaciones disculpatorias o esquivas o evasivas contestaciones. Porque es más sencillo hablar a la ligera que afrontar el propio raciocinio. Cuando un novelista me amenazó con matarme, no supo qué responderme cuando le pregunté por el argumento que lo llevaba a tomar tal desquiciada decisión.

Nunca me aclaró el motivo.

2

Cuando me tenía que ir del periódico El Financiero porque no aceptaría las nuevas imposiciones del empresario que acababa de comprar la empresa a Pilar Estandía, el entonces jefe de Recursos Humanos, a quien conocía muy bien por haber yo trabajado en ese rotativo durante un cuarto de siglo, me dijo con firmeza que conseguiría la liquidación entera por todos mis años laborados en ese diario sin haberme dispuesto, jamás, unas vacaciones completas por la responsabilidad que me obligaba el oficio. Por eso, al celebrar en nuestras páginas el vigésimo quinto aniversario de la sección cultural que yo dirigí durante esos cinco lustros, decidí tomarme unas, para mí, justas vacaciones, las primeras en mi vida, para a mi retorno arreglar la retribución final, que la nueva gerencia del empresario Manuel Arroyo me la negó sistemáticamente queriéndome otorgar, en un principio, una cantidad cercana a los 250,000 pesos, porque el jefe de Recursos Humanos, a quien yo consideraba mi amigo, ¡aducía ausencias en mi lugar de trabajo!

Es decir, la tediosa transacción económica era considerada, para el nuevo Financiero, una coartada vana en mi descarado descarrilamiento laboral.

—No trabajo porque estamos llegando a una solución final económica —le decía a Pedro Sierra, a quien llegué a estimar por todos los años en la misma empresa—. Estaba tranquilo porque tú me prometiste una cuota completa, pero ya veo que has cambiado de parecer…

Pedro se alzaba de hombros.

—¿Cómo quieres una paga completa si no vienes a trabajar, Roura? —me cuestionaba Pedro.

Yo lo miraba, incrédulo.

Hasta que el nuevo gerente se dignó hablar conmigo, delante de Pedro. Yo no lo conocía, pero algo este hombre sabría de asuntos periodísticos al venir a administrar un medio de comunicación, me decía yo, ingenuo por la confianza que me tenía.

El hombre, malencarado, se notaba iracundo. Los días transcurrían sin acordar nada, ¡carajo!

—Pareciera que usted no sabe todo lo que hice parea esta empresa —le dije al gerente, de cuyo nombre no quiero acordarme.

Me vio y la indignación pareció rebosarle el rostro.

—Pero claro que sé quién eres —acotó el gerente.

Por un momento me sentí aliviado. Por lo menos este hombre sabe quién soy, pensaba para mí, recuperando un poco el aliento.

—Eres un improductivo laboral —espetó el gerente, luego de unos minutos de pausa.

No podía creer lo que estaba oyendo. Miré a Pedro Sierra en busca de algún resquicio solidario, pero sólo encontré una confirmación de lo planteado por el gerente en un gesto de desinterés que no voy a olvidar en mi vida.

Entonces me levanté sin decir nada y abandoné el pequeño cubículo de Recursos Humanos donde se llevaba a cabo la reunión.

Ni el director Enrique Quintana pudo hacer algo por mí, pues ya anteriormente me había ofrecido que me quedara como articulista sosteniéndome, me subrayó, mi salario consistente en poco más de 30,000 pesos netos mensuales, pero le confesé que no podía seguir trabajando ahí con esas ideas tan disminuidas que tenía la nueva empresa del concepto cultural.

Por fin, para librarme prontamente de aquella calamidad, y que ellos se libraran de mi hartante improductividad laboral, me pagaron, alegres y condescendientes, todos esos días que me reprochaban no haber trabajado más algunos días vacacionales que me debían y aumentaron su oferta inicial con un poco más de 100,000 pesos.

Y me fui de ahí para no regresar nunca más.

Una abogada se ofreció a velar por mis intereses (“lo que te dieron es una burla a tus 25 años de trabajo, Roura”), pero ya había aceptado el nulo dinero en la institución correspondiente.

Demandarlos era incumplir con mi palabra.

Y cerré aquel ciclo periodístico de una vez por todas.

Estaba acabando el año 2013

3

Después de mi salida de El Financiero vino el agobio de la soledad periodística. A ningún medio le interesaba mi colaboración. Finalmente, el empresariado de la comunicación sabe que el sector de la cultura es el que menos dinero aporta a sus cuentas bancarias. Hablé con mi amigo José Luis Martínez para que a su vez le dijera a Carlos Marín mi deseo de escribir de nuevo en un periódico, pero el silencio de Milenio fue demasiado ruidoso como para que yo entendiera que no les importaba mi intervención.

Fui a ver a mi amigo René Delgado, entonces director editorial de Reforma, quien me preguntó de qué podría yo escribir y qué aportaría al diario para que se me pudiera contratar. No entendí ninguna de las dos cuestiones sino hasta mucho después cuando me di a la tarea de investigar por qué escriben en Reforma los que escriben ahí: todo gira en torno del dinero, no del periodismo, así que me di la vuelta convencido de que mi lugar no estaba en ese sitio. Finalmente, al despedirnos, René Delgado me advirtió luego de darnos un abrazo:

—No tengas muchas expectativas en el caso —y no volví a saber más de él.

Fui a cuatro o cinco periódicos sin conseguir nada, incluso en ciertos recintos ni fui recibido, como en las instalaciones de La Prensa.

Los meses transcurrieron apaciblemente.

4

Vino entonces la experiencia de crear, en 2014, el periódico cultural De Largo Aliento que luego de casi un año el inversionista, al ver que no entraba dinero a su negocio, me abandonó en medio de insultos y una sorna innecesarios.

El hombre me había dejado con una deuda aproximada al medio millón de pesos, que pude saldar debido a la venta de 4,000 libros apreciadísimos de mi adorada biblioteca, más de la mitad de ellos ediciones príncipe y muchos con las firmas de sus autores. Un amigo periodista medió en la compra consiguiendo la cantidad de 100 pesos por ejemplar (¡una librería de viejo me pagaba 10 pesos por libro!), de modo que mi amigo periodista me entregó 400,000 pesos, que era mucho más de lo que El Financiero me había indemnizado por 25 años de trabajo. Yo no estuve presente en la entrega de los libros, ni en el momento del cobro, no sé siquiera el nombre del coleccionista adquiriente, ni sé cuánto fue la proporción que se ganó mi amigo por la venta de una parte de mi biblioteca, misma que aún me tiene extrañándola.

—Mientras no me suceda lo que a Sor Juana podré seguir adelante —comenté a más de un compañero periodista, uno de los cuales me animó diciéndome que pediría una cooperación en el gremio para compensar un poco mi irreparable pérdida, pero primero dejé de ver a este amigo que mirar un quinto de la inexistente solidaridad.

Son los riesgos de hacer periodismo independiente, de manera que no tenía tiempo para lamentaciones.

De inmediato, con el dinero en la mano, empecé a pagar las deudas, que finiquité en su totalidad unos cuantos meses más adelante.

Vendría luego la creación de La Digna Metáfora, a la que renuncié en julio de 2019 para aceptar la invitación de Sanjuana Martínez y de Rosario Manzanos de dirigir la sección cultural de Notimex (después de dos semanas de cavilar la propuesta). El sueldo sería mucho menos de lo que ganaba en los últimos años en El Financiero, pero el reto de transformar esa zona periodística era realmente tentador, así que finalmente acabé por tratar de hacer una metamorfosis en la agencia del Estado que siempre había maltratado (o ignorado, o negado, o disminuyéndolo) el sector cultural… ¡incluso confundiéndolo o fusionándolo con los espectáculos, la manera más frívola de pervertir el pensamiento!

5

Pero ahora los periodistas, casi todos, están enojados. Los que trabajaban antes en Notimex, por ejemplo, lo hacían apenas con velas encendidas. A nadie parecía importarle lo que hicieran, cómo se enriquecían, si sabían escribir o no, si viajaban con desmesurados viáticos o no, si sufrían censura, si ellos, o ellas, se automutilaban informativamente, nadie dijo nada cuando Ayotzinapa era un tema vetado, si estaban de vacaciones o no. Un periodista se jactaba de haber construido su casa con chayotes simulados… y a nadie parecía importarle. Pero ahora quien trabaja en esa agencia es un desgraciado porque su salario proviene… ¡del gasto público! Los sindicalistas de Notimex, que tienen suspendido el ejercicio periodístico de dicha agencia noticiosa por inconformidades laborales, aduce que los nuevos trabajadores emplean millones de pesos en sus salarios del gasto público… ¡cuando precisamente estos sindicalistas están luchando por no perder sus privilegios económicos procedentes del gasto público!

Porque por vez primera los periodistas se han percatado de que sin el Ogro Filantrópico su quehacer se reduce a la nada, motivo por el cual, insultadores y con ira, airean sus disgustos y sus intereses financieros, antes sólidamente consolidados, fincados en la generosa distribución convenenciera de la clase política, acaso hoy regida con similar inequidad poniendo en la balanza, sólo, otros nombres, si bien la notoria característica esencial de la prensa mexicana es su diestro acomodamiento político siendo, por ejemplo, un diario como La Jornada hoy peñanietista, ayer panista y mañana morenista, tesis acaparadoramente manipulables en el discurso ideológico.

El asunto es que la corrupción sea prontamente saneada.

6

La ignorancia, en efecto, protege a veces las mezquinas intenciones porque el ignorante, al serlo (un ignorante), no sabe que lo es. Aristóteles lo sabía incluso antes del arribo de los siglos de Cristo, pero el ignorante sigue ignorándolo, de ahí que las afirmaciones de la gente que no sabe de lo que habla continúan acumulándose con la santa bendición de los devotos de la perfidia: a partir de mi artículo sobre algunos pormenores de la revista Nexos no han faltado los que —de manera apresurada, para hacer patentes sus iluminados rencores, sin argumentos y absolutamente desinformados— me han descalificado recurriendo, con prontitud, al insulto para darle relieve a sus odios e infamias que guardan muy dentro suyo. “Pobre Roura”, ha dicho un periodista que no sé en qué momento se tornó un desafiante a cualquier idea que pudiera salir de mi cabeza cuando antes incluso llegaba a mi casa sin previo aviso para degustar juntos una cerveza. Otro periodista que se oculta con el seudónimo Lengua de Trapo, sin duda certero y profético por su desalmada actitud (pero localizable e identificado raudamente en el medio), al leer mi texto sobre las argucias de Héctor Aguilar Camín, ha escrito de inmediato en Twitter, entre otras linduras, lo siguiente: “145,000 pesotes de Notimex por escribir estos bodrios, sin contar que la rata del señor Roura se quedó con la indemnización de El Financiero, rescatado por Peña Nieto”.

¿Y se dice periodista Lengua de Trapo estando tan desinformado en algunos puntos? Nunca escribiría —no lo he hecho ni lo haría nunca— por dinero, que es decir algo concertado. ¿De qué fuente habrá abrevado Lengua de Trapo para decir que Notimex me pagó 145 mil “pesotes” para que yo escribiera el “bodrio” (son bodristas los que escriben bodrios?) sobre Nexos? ¿Y qué tiene que ver una debilitada e injusta indemnización con lo que uno escribe? No sé, ¡sería como incorporar una fiesta de cumpleaños de Lengua de Trapo con un reporte suyo del cambio climático por la indiferencia trumpeana!

Lo de adjudicarme el adjetivo “rata” exhibe más, con mucho, su calidad humana que mi supuesta trapacería.

Porque, ya lo sabemos, ahora a los periodistas les ha dado en informar sus noticias con desgranados supuestos.

7

Voy a investigar qué medio paga tal cantidad de pesotes para escribir un ensayo nada más para deshacerme de esa duda que, con desparpajo, afirma un periodista.

Tal vez en Reforma paguen tal cifra.

O en Nexos.

Pronto lo sabré.

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