Para combatir desinformaciones, es mejor prevenir y formar al público que forzar un cambio de opinión. Helena Matute, que investiga sesgos, asociaciones mentales e ilusiones causales, considera que la equidistancia de algunos medios y la politización son los grandes problemas de las noticias falsas en la pandemia.
José Luis Zafra
La desinformación no es una broma: plantea un problema de desconfianza y percepción del público que, si no está preparado, tendrá dificultades para distinguir qué información es veraz y cuál es falsa.
Existen muchas herramientas para combatir este problema, como verificar los datos, comprobar la fuente original de la información y conocer su intencionalidad, distinguir los argumentos y falacias que construyen los discursos… Pero el recurso más óptimo, según Helena Matute, en términos de coste, esfuerzo, tiempo requerido y máxima eficacia, es la prevención: una especie de vacuna que forme ciudadanos a prueba de noticias falsas gracias a la ayuda del pensamiento crítico y del método científico.
Helena Matute es catedrática de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto (Bilbao) y directora del Laboratorio de Psicología Experimental. Su grupo de trabajo investiga sobre sesgos cognitivos, ilusiones causales, pseudociencias, supersticiones y psicología de las nuevas tecnologías. Sus publicaciones recientes tratan de bulos relacionados con búsquedas en internet sobre salud, interpretaciones subjetivas sobre síntomas, creencias de tratamientos ineficacies y sesgos de causalidad.
—¿Cómo es capaz una persona o grupo de creer algo que no tenga una base sólida o sea directamente mentira?
—Eso es muy fácil: la mayoría podemos caer en ese tipo de problemas. ¿De qué depende o qué ayuda a minimizarlo? Lo que hace falta es tener una buena base, y no necesariamente científica. Tenemos que saber bien cómo funciona el método científico, cómo nos ayuda a distinguir qué funciona y qué no. Esto es algo que mucha gente no sabe y que sería muy fácil de enseñar en las escuelas: dar a conocer cómo funciona el método científico, que hagan experimentos en clase, plantear grupos de control… ¿De qué nos podemos fiar? ¿Qué tipo de preguntas podemos hacer? Cuando alguien nos da un resultado, ¿cómo podemos desmontar el experimento que ha hecho? Es necesaria mucha formación en pensamiento científico y crítico.
“Por otro lado, es muy fácil creer en cosas raras. No sabemos de todo. Si, por ejemplo, a mí me vienen con un tema nuevo del que yo no sé nada y me lo traen muy bien argumentado, como mínimo me van a hacer dudar. Sólo podrá salvarnos un conocimiento muy fuerte de las técnicas que te pueden ayudar, como hacer una buena búsqueda. Esto lo vemos en los experimentos: cuando le dices a la gente que haga una búsqueda, la hace para confirmar lo que ya cree. Si le han vendido una teoría conspiranoica, se va a encontrar en búsquedas todos los videos que dicen eso”.
—Como apuntaba una investigación reciente de su grupo sobre el sesgo confirmatorio de las búsquedas en internet…
—No sólo es la búsqueda que hacemos las personas, que puede estar sesgada, sino que los propios algoritmos de Internet pueden fomentar esa búsqueda. El algoritmo de Google ya nos conoce a cada uno y nos va a dar la información que confirma nuestras debilidades porque eso nos hace estar más contentos. El de YouTube, lo mismo: nos van a dar información cada vez más extrema. Si ve que nos gusta una determinada pseudociencia, cada vez que entremos nos va a dar un poco más de eso.
—¿El método científico, como mecanismo contra la desinformación, se puede entrenar?
—Por supuesto que hay que entrenarlo, nosotros hemos preparado experimentos y desarrollado un pequeño taller para ayudar a los estudiantes. Lo hemos hecho con estudiantes de secundaria y universidad, para que sean más críticos con lo que leen y estén más atentos a sus conocimientos.
“Es importantísimo entrenarlo, no surge de manera espontánea. Las personas tenemos mucha tendencia a creernos algo que es bonito y sorprendente. Si encaja en nuestro sistema de creencias, nos lo creemos; pero si hemos asumido la importancia del método científico, nos preguntaremos ‘¿qué pruebas hay para esa posible explicación?’”.
—¿Es complicado hacer que una persona cambie de percepción y de opinión?
—Yo diría que suele ser difícil. Además se está politizando todo, se buscan intereses ocultos y esto puede volverse en nuestra contra. Es mucho más fácil la prevención, la formación de la gente. Sé que es una estrategia a largo plazo, pero se puede hacer con relativamente poco tiempo. Por ejemplo nosotros estamos haciendo talleres de una hora, llevamos tiempo estudiándolos y vemos que con un taller la gente mejora mucho. Son a nivel general, no sé si contra estas conspiranoias de ahora funcionarían.
“A escala internacional hay muchos grupos trabajando en estos temas y se han desarrollado campañas de prevención. Las noticias falsas cada vez se ven más, hay interés en promocionarlas y generan una importante desconfianza. Hay grupos de investigación que están diseñando lo que llamamos ‘vacunas contra la desinformación’: estrategias que podemos dar a la gente para que sepa frenarse y no compartirla o creérsela.
“Una de las cosas que funciona como vacuna para la desinformación es enseñar a la gente las técnicas de quienes difunden estas cosas, como el cherry-picking o apelar a las emociones negativas. Por ejemplo: un juego online en el que los usuarios asumen el papel de una empresa dedicada a difundir desinformación y polarización. Creo que está muy bien porque el usuario aprende las técnicas, y el día en que llegue algo le va a oler mal. Por lo menos, va a ser capaz de ponerlo en duda y no compartirlo a todo correr.
“La gente tiene que saber, por ejemplo, que WhatsApp tiene mucho más peligro que otras redes sociales porque toda la información llega de fuentes fiables, amigos y familiares. Una de las claves que usamos para fiarnos la mayoría de nosotros es que nos venga de una fuente que consideramos fiable. Si me lo manda mi hermana, ¿cómo no me voy a fiar? Los grupos de WhatsApp son auténticos hervideros de bulos”.
—Estamos hablando de prevención. ¿Es mucho más complicado curar la desinformación?
—Es mucho más difícil. El esfuerzo fundamental tiene que ir a la prevención, a frenar lo que está ocurriendo en este momento. Cuando una persona está muy convencida, se nos puede volver en contra y creer que hay motivos políticos detrás. Hay peleas organizadas en redes sociales riéndose de los demás. Con eso sólo se consigue que la gente haga piña con su grupo y acabe en el bando pseudocientífico, cuando realmente no estaban tan convencidos ni tenían ningún motivo para ello.
“No obstante, se puede hacer: hay investigaciones sobre cómo convencer a una persona que está muy persuadida de lo contrario. Uno de los principales problemas es que, si una persona está muy convencida de una idea y forma parte de su sistema de creencias, es como quitarle un pilar. No puedes hacer que se tambalee su sistema, su yo. Si le quitas eso, tienes que llenarlo con algo.
“Creo que es una labor más personalizada, no va a ser igual la forma en la que podemos cambiar una teoría conspiranoica a una persona que a otra, depende de su historial. En cambio, la prevención sí admite grandes campañas. Hay que hacerlas. Hay cantidad de información, experimentos e investigación sobre cómo prevenir y evitar la desinformación”.
—¿Pueden existir situaciones de no retorno, de personas tan arraigadas en una idea conspiranoica y que los tratamientos sean imposibles?
—No me gusta decir que algo es imposible. Creo que se ha investigado poco. Sí se ha visto que en personas muy convencidas quitarle ese pilar sin más se ha vuelto en nuestra contra. Decir que nunca, jamás se van a cambiar las ideas que tienen esas personas me parece ser exagerado. En realidad no tenemos datos sobre eso.
—En esta actualidad, las desinformaciones que más destacan están relacionadas con la salud y la pandemia del coronavirus. ¿Tienen los temas de salud mecanismos específicos para que haya más creencias erróneas?
—No lo sé. [El coronavirus] es un tema grave, muy serio, que debemos abordar a fondo. Podríamos abordar temas de cambio climático, que también es muy importante. Pero el tema de la salud afecta a todos, de una forma personal e intensa más que el cambio climático, que a nivel individual se ve menos cerca y personal. La percepción subjetiva es que el coronavirus es un tema importante, urgente e intenso para mí, para mi familia y amigos.
“Ahí hay un tema importante que deberíamos abordar desde la escuela, y es que la gente tendría que saber que la ciencia no puede proporcionar una certeza, y más sobre algo totalmente nuevo. Pero, por otro lado, es lo único a lo que podemos agarrarnos. Lo que tendemos a hacer y decir intuitivamente las personas es ‘estoy muy nerviosa con el virus, estoy pasándolo fatal y necesito certezas’. Entonces me viene un charlatán, me dice ‘esto es así, así y así’ y me lo creo porque me da una certeza. Eso tiene que estar muy aprendido, de lo último de lo que te puedes fiar es de alguien que te da una receta clarísima. La vida no es así.
“Creo que hay que enseñar desde la escuela que las cosas son inciertas. El método científico está para paliar estos errores de la mente y las emociones que nos llevan a tirarnos por un barranco”.
—¿Cuáles son los grandes problemas de la desinformación sobre el coronavirus?
—Creo que hay responsabilidad de todo el mundo. Por ejemplo, que se esté politizando es tremendo porque las preferencias políticas pueden hacer que te decantes por un tipo de información en salud. Esto es ridículo y los políticos lo pueden cortar si hacen un pacto. Siempre hablamos de pacto por la ciencia, pero en este caso en el sentido amplio: un pacto por el pensamiento crítico. Los políticos deben ponerse de acuerdo porque la están liando bien.
“Después, los medios, que están dando muchísima cancha a todas esas teorías conspiranoicas. El tema de los antivacunas era marginal cuando empezó. Pero al estar todo el rato en los medios cada vez más gente se pone a buscar información y pueden salir convencidas. Creo que los políticos y los medios deben hacer un pacto por el pensamiento racional. La equidistancia en los medios es terrorífica. Si pones a un conspiranoico (que se ha inventado las teorías) al lado del mayor experto sobre el virus, una persona que no tiene información no va a saber a quién creer más”.
Helena Matute: página web.
Fuente: Agencia SINC.