«Parásitos», «Jojo Rabbit» y «Perdida»: cuartos secretos tras puertas ocultas
El simbolismo en el cine es un ancla a elementos que están más allá de lo que se cuenta. Esos cuartos secretos, tras puertas ocultas, han dado pie a filmes recientes de éxito comercial pero también de crítica a partir de historias que potencian lo obvio al representar mucho más de lo que se mira y se cuenta; son los casos de Parásitos, Jojo Rabbit y Perdida, películas que ya se pueden ver en diferentes plataformas digitales.
Lo que llamamos símbolo, escribía Carl Gustav Jung, “representa algo vago, desconocido u oculto para nosotros… Así es que una palabra o una imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio. Tiene un aspecto ‘inconsciente’ más amplio que nunca está definido con precisión o completamente explicado… Cuando la mente explora el símbolo, se ve llevada a ideas que yacen más allá del alcance de la razón”. En el cine, la exploración de los símbolos es recurrente.
El mito del héroe ha sido la representación simbólica más usada, pero esto ha sido así desde mucho antes de la existencia del cine: con los antiguos griegos e incluso en la cimentación de las religiones ya era un elemento recurrente esa exploración que ahora vive un auge con los superhéroes que pululan en las pantallas.
Pero hay otro tipo de historias que tienen en lo simbólico un ancla a elementos que están más allá de lo que se cuenta. Los cuartos secretos tras puertas ocultas han dado pie a filmes recientes de éxito comercial pero también de crítica a partir de historias que potencian lo obvio al representar mucho más que eso. Un ejemplo es Parásitos (Gisaengchung; Corea del Sur, 2019), de Ho Bong Joon, disección sobre la inequidad social que ganó no únicamente la Palma de Oro en el Festival de Cannes sino un bonche de premios más que incluyeron cuatro Oscar en las categorías más reputadas. Y, además, el gusto del público que por lo menos en México la mantuvo prácticamente meses en la cartelera del circuito comercial de exhibición fílmica entre finales de 2019 y principios de 2020.
La película, una comedia saturada de personajes arquetípicos cargados de una ingenuidad que provoca los tintes macabros de la historia, tiene una manufactura simple pero elegante, sin los artilugios propios de una época en la que abundan las cintas donde los intérpretes se pasan más tiempo ante una pantalla verde que interactuando con sus pares.
Situada en la época actual en Seúl, la historia sigue a la familia Ki, que vive en un entresótano de un barrio marginal de la capital surcoreana. Cuando a Woo (Choi Woo-sik), el hijo en edad universitaria de esta familia en paro y en una desdicha perenne, un amigo lo recomienda como maestro particular de inglés de la hija adolescente de un matrimonio adinerado, empieza una vertiginosa y potente historia de entrecruzamientos sobre la riqueza y la pobreza en la que pronto la madre, el padre y la hermana Ki se encuentran trabajando para el matrimonio adinerado de escasez intelectual (la esposa interpretada por Jo Yeo-jeong) y emocional (el esposo interpretado por Lee Sun-kyung).
Cuando todo parece dicha y felicidad en el plan de la familia (sin informar de su parentesco, el padre es ahora el chofer, la madre el ama de llaves y la hermana la terapeuta del hijo pequeño), aparece un elemento que da una vuelta de tuerca total y con mayor carga simbólica: la reaparición de la despedida ama de llaves en una noche de lluvia en la que el joven matrimonio y sus dos hijos han salido al campo. Más allá de las obviedades, el descubrimiento de un búnker en esta casona de diseño de autor, y dentro de él al esposo de la ex empleada, desata el drama de tintes macabros que tanto éxito le dio al filme de Bong Joon.
El descubrimiento de una puerta oculta en la cocina, que lleva hacia un espacio completamente acondicionado para sobrevivir por un periodo breve pero que el tipo ha ocupado por años, abre nuevos elementos sobre la marginalidad, la desdicha y el aprovechamiento; en general, sobre por qué la película tiene el título que tiene a partir del encierro voluntario del hombre caído en desgracia económica para huir de la sociedad mientras consume poco a poco al huésped elegido.
Si bien como espectadores somos afines a los calculados movimientos de los Ki a pesar de que somos conscientes de que detrás está el comportamiento parasitario al que alude el título (y que desde luego funciona en dos bandas, es decir, entre ellos y la otra familia que se van “chupando” cada una a su modo), este nuevo elemento provoca un nivel nuevo, mayoritariamente de desagrado mientras se abren nuevas capas interpretativas.
La carga emocional de alguien más sacando provecho de la ingenuidad y torpeza del joven matrimonio Da que vive en un mundo de apariencias (todo lo que sabe o hace es determinado por recomendaciones de otros, de ahí la facilidad con la que los habilidosos Ki se meten literalmente hasta la cocina) y vacuidades, es insostenible para el espectador, que se ha mantenido afín a un grupo de marginales aprovechados que ha tenido que aguantar las brechas de desigualdad a punta de tragarse el orgullo hasta que explota en la figura del padre (espléndido Song Kang-ho, protagonista de aquel filme A taxi driver).
Los simbolismos sobre el encierro y el ocultamiento de una situación social que ya no es ni siquiera marginal sino incluso fantasmal van aumentando, llevando esta tragicomedia hacia un desenlace macabro en los que las venganzas y la violencia despuntan hacia múltiples comentarios dependiendo del contexto en el que se le mire. Los parásitos finalmente son extirpados del cuerpo huésped no sin antes haber consumido una parte importante del huésped que a su vez es también un parásito encarnado en un huésped mucho más grande y así.
Parásitos se encuentra disponible en Prime Video en tanto que Jojo Rabbit (Estados Unidos-Nueva Zelanda-Chequia, 2019) lo está en Fox Premium. Esta película, dirigida por Taika Waititi, también es una comedia de corte trágico, aunque situada en la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Adaptación del propio Waititi del libro Caging Skies de Christine Leunens, la historia sigue a Johannes “Jojo” Blatzer (carismático Roman Griffin Davis), un cándido niño de diez años fanático del nazismo (del que no entiende ni sabe mucho) al punto de querer convertirse en el guardaespaldas de Adolf Hitler (Waititi), a quien imagina acompañándolo.
Él vive con su madre Rosie (Scarlett Johansson), una influyente miembro de la sociedad local que sin embargo pertenece a la resistencia al régimen. El pequeño Jojo, absuelto de las obligaciones con las juventudes nazis por su impericia en el campamento, pronto queda deambulando solo por su casa lo que le lleva a encontrar una puerta secreta en las paredes en la que su madre ha escondido a Elsa (Thomasin McKenzie), una chica de origen judío apenas unos años mayor que él.
Más allá de los elementos evidentes que saltan a la vista de inmediato y se hacen obvios en los diálogos, el encierro oculto y voluntario implica aquí una situación de supervivencia, un escudo ante la orfandad, la discriminación racial y el aislamiento. El encierro, también aquí como en Parásitos por supervivencia ante una sociedad vindicativa, es al mismo tiempo asunto de libertad y, luego, cuando el pequeño Jojo es también un huérfano abandonado a su suerte y entonces debe dar un paso franco y a ciegas a la madurez, es también asunto de apresamiento y engaño aunque derivados del amor. El simbolismo, pues, atraviesa por la desolación y la pérdida. A pesar de todo lo macabro que hay de fondo, la historia transita por el género de la comedia más que por el de la tragicomedia.
Otro caso de puertas ocultas está en Perdida, película mexicana estrenada a finales de 2019 que ahora puede verse por Cinépolis Klic. Dirigida por Jorge Michel Grau, se trata del remake de la colombiana La cara oculta (2011). Grau sorprende con sus atmósferas y las diferentes perspectivas desde las cuales se narra la misma historia. Estas ópticas provocan vueltas de tuerca que cambian el sentido y las intenciones de los personajes, que transforman la primera impresión dada. Un juego de espejos que también tiene en una puerta oculta detrás de un espejo su elemento trascendental para los distintos simbolismos sobre el encierro, este involuntario y casual, y para hablar del aprovechamiento y de la perenne lucha de clases y los arribismos pero también la inequidad de género y los prejuicios sociales.
Cuando vemos al director de orquesta Eric (José María de Tavira), histérico en un día lluvioso, saliendo explosivamente de su casa ubicada en algún lugar alejado de la ciudad tras haber escuchado una grabación en voz de una mujer una y otra vez, gritándole a alguien a quien no vemos y acabando alcoholizado en un bar del que es ayudado por la mesera Fabiana (Cristina Rodlo), parece que algo esconde. Una vez que se ha disculpado por su patanismo y empieza una relación tórrida con la atractiva chica, parece que ella corre peligro. Y más cuando lo vemos enaltecerse con un par de agentes (Juan Carlos Colombo y Luis Fernando Peña) que llega inesperadamente a su casa, en la que Fabiana ha pasado la noche, preguntando por su esposa desaparecida, la arquitecta colombiana Carolina (Paulina Dávila), desaparición que él mismo ha denunciado.
Perdida le debe mucho a su edición sonora y a su fotografía (cortesía de Santiago Sánchez), de claroscuros inquietantes. La música, orquestada y compuesta por Enrico Chapela, juega un papel muy importante no sólo porque Eric es director de orquesta, sino por su positiva implicación directa en las atmósferas de la cinta. Aunque parece intencional esa incertidumbre de no saber si han transcurrido horas, días, semanas o meses, esto mismo provoca una distracción que va en aumento y que le resta puntos de convencimiento al desarrollo de la trama. Sin embargo, el juego de ocultamientos conlleva a comentarios sobre los instintos vindicativos individuales, motivaciones para formular el encierro.