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Las tragedias como entretenimiento

Noviembre, 2025

Sí, los medios saben hacerlo muy bien, nos dice Juan Soto en ese nueva entrega de sus ‘Modus Vivendi’, haciendo de la tragedia un espectáculo, teatralizando el dolor de los demás, convirtiendo las tragedias en entretenimiento. ¿No le resulta infame que los medios intenten, una y otra vez, aprovecharse de una tragedia para tratar de orientar, políticamente, el ánimo de la gente? ¿No le resulta infame que los noticieros de televisión busquen, más que informar, despertar el morbo de sus espectadores? Sí, desafortunadas las sociedades que han hecho de las tragedias una forma de entretenimiento.

El maestro Marx escribió, en las primeras líneas del conocidísimo El 18 brumario de Luis Bonaparte, que Hegel dijo en algún lugar que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces: una como tragedia y otra como farsa. Aunque él hablaba de la política y los políticos, su alocución puede servir de pretexto para ilustrar no sólo el desatino de Hegel, sino para pensar en una de las principales características de la vida cotidiana, las tragedias. Sí, esas que terminan por manejarse políticamente; transformarse en amarillismo en los medios de comunicación de masas; devenir tema de conversación y análisis gracias a su mediatización; y, de la peor forma, convertirse en una especie de entretenimiento macabro.

Marshall McLuhan, ese brillante y célebre profesor de literatura inglesa, crítica literaria y teoría de la comunicación, sostuvo acertadamente que las malas noticias como los escándalos sexuales, las catástrofes naturales y las muertes violentas, eran el reclamo con el que se atraía a los bobos. Suponía atinadamente, en su gran obra de Comprender los medios de comunicación / Las extensiones del ser humano, que las malas noticias son las que vendían las buenas, para ser precisos, la publicidad. ¿No le parece infame que después de transmitirse la noticia sobre alguna tragedia que se ha tratado de capitalizar políticamente por algún medio televisivo, aparezcan los infames presentadores —que se hacen llamar periodistas— con sus socarronas sonrisas para vender algún producto o simplemente dar paso a la infame publicidad? Al llevar a cabo esto, nos presentan la realidad en una especie de formato de alto contraste, llevándonos de la desgracia, el horror, la muerte, la violencia, etc., a los ensueños inalcanzables de los mensajes publicitarios. ¿No le parece infame que de cada tragedia se pretenda orientar la opinión de millones de personas que aún se informan, piensan y sienten a través de la televisión? Es cierto, la televisión, como medio de difusión de noticias, ya no ocupa el trono que tenía hace algunos años, pero sigue siendo la ventana informativa para millones de personas alrededor del mundo. Y también es cierto que, de manera cínica, los que están detrás de ella hacen cualquier cosa para que las opiniones que difunden abiertamente se presenten como información verídica y confiable.

En la introducción del libro de McLuhan, el escritor y editor Lewis H. Lapham recordaba cómo es que la televisión, después de dejar bien clara la lección del día, la cámara volvía con alegría a la sonriente locutora y luego, con su amable permiso, regresaba a los anticipos del paraíso patrocinado por Delta Airlines, Calvin Klein o la aseguradora State Farm Insurance. Los noticieros de televisión nos brindan a diario una especie de homilía cuyo objetivo, digan lo que digan, tiene un alto sentido moralizante. ¿No le resulta infame que los descarados presentadores de noticias de televisión, una y otra vez, aludan a la claridad informativa mientras se llenan la boca con audaces letanías que tienen el objetivo de desinformar y tratar de orientar los afectos y el pensamiento colectivos a su favor? ¿No le resulta infame que los medios intenten, una y otra vez, aprovecharse de una tragedia para tratar de orientar, políticamente, el ánimo de la gente? ¿No le resulta infame que los noticieros de televisión busquen, más que informar, despertar el morbo de los telespectadores?

¿Qué sería de una tragedia sin el deleznable proceso de edición audiovisual de los acontecimientos? Piense en la musicalización de las tragedias que nos ofrecen los noticieros televisivos como sinfonía macabra y sabrá de los que estamos hablando. En torno a las tragedias, los noticieros suelen desinformar de manera deliberada. Buscan hacer del acontecimiento un espectáculo dramático. Buscan hundir sus garras donde la herida, por el suceso, ya está abierta. Es obvio que las tragedias que los medios tratan de imponer como parte de su agenda temática en el ánimo de las sociedades no tiene, ni por asomo, un sentido filosófico. Persigue simplemente un objetivo: el escándalo. ¿Por qué? Porque el escándalo es compatible con el presentismo de los acontecimientos sociales. Se acopla muy bien a la idea de pensar que, si una persona sabe lo que está ocurriendo en el momento, está bien informada. Nada más absurdo, inculto e inmoral que reivindicar el carpe diem. Si la mediatización de las tragedias se alejara del formato del espectáculo, no sólo no sería capaz de atraer las miradas de los incautos, sino que las televisoras perderían rating. Las tragedias no sólo se llevan bien con el escándalo, sino que lo alimentan.

Ilustración: archivo.

Los medios, esos fieles esbirros de los partidos políticos —de derecha especialmente—, y de los empresarios —de inclinaciones derechistas—, suelen mostrarnos las tragedias a su modo, realizando las ediciones de imágenes necesarias para orientar la opinión de las mayorías y dirigir estos mensajes a la esfera afectiva de sus audiencias. Nos cuentan lo que nos quieren contar a su modo sin que podamos decir nada. Identificar la asimetría entre el medio y los espectadores es básica para pensar esta relación desigual. Y sorprendente es que, incluso hasta las audiencias más difíciles de persuadir o convencer, puedan terminar por doblegarse frente a las narrativas mediáticas sin percatarse de algo que M. McLuhan ya había sentenciado hace muchos años: si sólo se analizan los mensajes, los medios quedan sin analizarse. Y eso es peligroso.

Peter Watkins, ese controvertido director de cine que murió apenas este 30 de octubre, nos enseñó que los medios de masas audiovisuales americanos están en crisis por su irresponsabilidad cada vez mayor en términos de su devastador impacto en los seres humanos, la sociedad y el medio ambiente. También nos demostró cómo es que los medios tienden a silenciar cualquier forma de expresión que resulte disonante. En su famoso libro La crisis de los medios, nos dejó ver que eso que llamó monoforma es un dispositivo narrativo interno que incluye el montaje y la estructura narrativa —entre otros elementos— que se utiliza tanto en el cine de fácil reinversión como en la televisión. Atinadamente decía que los medios se valen de bombardeos de imágenes y sonidos altamente comprimidos y editados, presentados a un ritmo acelerado para componer una estructura en apariencia fluida, pero sumamente fragmentada. Decía que esta estructura incluye pistas repletas de música, voz y efectos sonoros, cortes bruscos destinados a producir un efecto sorpresa, melodías melodramáticas que saturan cada escena, diálogos rítmicos y movimientos de cámara permanentes. ¿Es importante el mensaje? Sí. Lo es. Pero también es muy importante la forma en que se nos presenta. Los acontecimientos trágicos de la vida cotidiana no tienen esa música infame que los medios nos obligan a escuchar como si fuese parte de la realidad misma. No tienen los cortes con los que se construye la realidad televisiva. No, los medios no transmiten la verdad del acontecimiento. Construyen el acontecimiento y lo hacen a su modo, pero apelan a nociones de verdad y objetividad para difundirlo. Decía Watkins que todo lo que se emite en televisión no sólo está formateado, sino modelado según los criterios ideológicos de la globalización liberal. Los medios suelen perseguir objetivos sociales y políticos que no se explicitan. Promueven modelos y valores sumamente discutibles.

¿Qué sería de las tragedias en los medios sin la instrumentalización de los sentimientos, sin la explotación de la afectividad colectiva intentando orientarla hacia el repudio, la indignación y el reforzamiento de los prejuicios en contra de alguien o algo en específico? ¿Qué sería de las tragedias sin las lágrimas de las personas enlutadas y los comentarios serviles de los presentadores de noticias salidos de un guión que reverberan en distintos canales? ¿Qué sería de las tragedias sin los héroes y los villanos? Ah, porque eso sí, los medios saben hacerlo muy bien. En cada tragedia saben construir héroes y heroínas. Y personajes ficticios como Monchito, después del terremoto de 1985, y la niña Frida Sofía, después del sismo de 2017, para mantener en vilo a la audiencia, para alimentar la esperanza y agitar las emociones colectivas de manera infame, cínica y descarada. Haciendo de la tragedia un espectáculo. Teatralizando el dolor de los demás. Convirtiendo las tragedias en entretenimiento.

Por ello las imágenes que conectan con la realidad, las que no la simulan, incomodan, son censuradas. Los medios argumentan que es por el cuidado y bienestar de las audiencias. La realidad presentada sin el acostumbrado montaje escandaloso de la televisión incomoda porque a las audiencias parece no gustarles el realismo de las tragedias. Les gusta el espectáculo. Es decir, las tragedias mediatizadas, editadas, sujetas a guiones. Fueron varias personas las que se quejaron de manera amarga y escandalosa por estar recibiendo, en diversas aplicaciones de mensajería instantánea, imágenes no editadas de la explosión en el puente La Concordia, por ejemplo. Reclamaban con ahínco que no se compartieran más imágenes en crudo porque, de acuerdo con su panfletario discurso, herían su sensibilidad y les resultaban indignantes. Como si la tragedia hubiera sido recibir estas imágenes realistas y no las víctimas de la explosión. La realidad sin edición, todo parece indicarlo, indigna y promueve la toma de conciencia. Lo que no entretiene y conecta con la realidad, tiende a incomodar y a censurarse.

Desafortunadas las sociedades que han hecho de las tragedias una forma de entretenimiento. Así, un asesinato, una explosión, un derrumbe, un terremoto, un huracán, un tiroteo, un naufragio, un accidente automovilístico, un asalto, una riña, un secuestro, una desaparición, etc., es oro molido para los medios. Las tragedias, cuidadosamente seleccionadas, aparecen por segunda vez en los medios, como entretenimiento.

Por cierto: dejo aquí unos tips para pensar los medios a propósito del libro de Watkins: 1) La cantidad de tiempo que se le concede a cada tema; 2) El orden en que los temas se presentan; 3) Las personas que se presentan en la pantalla; 4) El tiempo que se les deja que hablen; 5) Las imágenes que se seleccionan para ilustrar cada tragedia; 6) Los sesgos de las líneas editoriales; 7) Las estructuras repetitivas de las narraciones.

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