Abril, 2025
Al final, sí prendió el cerillo. El mundo observa atónito las llamas del incendio en el gran casino global. En una jornada bautizada como “día de la liberación”, el presidente estadounidense, Donald Trump, ha declarado una guerra comercial al mundo con una ola de aranceles que afectarán a más de 180 países y territorios. Intentando explicar la lógica detrás de su decisión, Trump señaló que los ciudadanos estadounidenses “han sido estafados por más 50 años” y repitió que sus socios comerciales han maltratado a Estados Unidos y se han aprovechado de lo que catalogó de “benevolencia”. Ha llegado a su fin la política de libre comercio, bandera estadounidense desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Las medidas incluyen un impuesto mínimo del 10 % a todos los productos que ingresen a EE. UU. y tarifas más elevadas a las principales economías del mundo y varias emergentes. Por ahora, México y Canadá se salvan de los nuevos aranceles. Hace unos días, Faisal Islam, editor económico de la BBC, señalaba que estos aranceles “son el mayor cambio en el comercio global en 100 años”. Y sí, de lo único seguro es que su impacto en la economía mundial será enorme. Preparamos este breve dossier.
Por amor al comercio
Antón Losada
El mundo ha regresado a 1898, o eso parece. Tras cuatro décadas escuchando al pensamiento patrocinado jurarnos por Frederick Hayek o Milton Friedman que la globalización era irreversible y que no existía fuerza en el universo capaz de detenerla, lo imposible ha acontecido. Vamos a tener que testar en tiempo real la validez de la tesis central de la ortodoxia económica que ha regido el planeta con mano de hierro durante décadas. También se había acabado la historia en 1992; lo certificó Francis Fukuyama entre el asentimiento general, y mira tú cómo estamos.
El arancel universal de Donald Trump y su versión plus de tarifas a la carta nos han devuelto al siglo XIX, incluso en la iconografía: desde la Rosaleda de la Casa Blanca, con una enorme bandera norteamericana de fondo, la banda presidencial a todo trapo machacando el Saluda al jefe y el presidente con un enorme tablón en la mano; sólo le faltó escribir los aranceles con tiza, como habría hecho su admirado William McKinley, otro sabio mezclador de populismo, espectáculo de masas y proteccionismo.
El mundo está tan mal que China encarna ahora el primer adalid del libre comercio. Japón pide a EE. UU. que abra sus fronteras y la Unión Europea —fiel a su estilo— se pregunta cuándo se fue todo al carajo exactamente.
Nadie sabe qué efectos puede generar el “día de la liberación” de Trump. A corto plazo parece seguro que hará a “América” más cara pero no más rica otra vez, el comercio mundial se contraerá, la recesión dejará de ser un riesgo para convertirse en una certeza en las economías más dependientes del comercio yanki y habrá que gastar toneladas de recursos públicos para tratar de mitigar el impacto de los primeros golpes.
Si, como dicen algunos de sus más entusiastas exégetas, todo forma parte de un plan maestro del gran líder para ahogar la economía norteamericana como gran receta para acabar con el festival de la deuda y déficit alimentado por Joe Biden, la pandemia y la guerra de Ucrania, el estrangulamiento parece asegurado. A partir de ahí, nadie sabe realmente.

Lo primero que conviene hacer es seguir el consejo del secretario del Tesoro de la Administración Trump, Scott Bessent, que es un señor muy serio y muy estudiado: do not panic. Nunca conviene interrumpir ni al enemigo ni al competidor mientras se están equivocando. Contra la inmigración, un muro y deportaciones. Contra el libre comercio, aranceles. Igual que los inmigrantes son todos criminales, asesinos, violadores o dementes que vienen a aprovecharse de los norteamericanos, los países que comercian con USA son todos ventajistas, aprovechados, estafadores o violadores que han expoliado a Norteamérica durante décadas. No se puede competir con esa lógica. Tampoco parece que haya mucho margen para negociar: o pagas aranceles o compras yanki; elige. Trump no quiere comprar ni nuestros valores, ni nuestros productos.
Dejemos que la mano invisible de Adam Smith obre su magia. Si EE. UU. no quiere importar para reconstruir por la vía del proteccionismo su poco competitivo tejido industrial, ofrecerse a financiarle el proceso para que nos permita seguir exportando aceite o vino no parece el mejor de los tratos. Mucha mejor opción se antoja dejarles descubrir que reemplazar de manera masiva la producción que se deja de importar exige un proceso de años o décadas. Ya lo intentó Ronald Reagan durante los ochenta, cuando el problema era Japón. El resultado fue la destrucción de lo que quedaba de la industria del automóvil en Detroit.
Una guerra de arancel por arancel supone la peor de las decisiones posibles. Seguiremos sin comprar productos estadounidenses aunque nos lo rebajen simplemente porque son peores. Las guerras comerciales las gana quien sabe administrar los tiempos, no quien dispara primero. Llega la hora de los verdaderos liberales, no de los liberales de la señorita Pepis que han colonizado tertulias y podcasts. El proteccionismo se derrota solo. La fuerza del mercado pondrá las cosas en su sitio y los mejores prevalecerán. “Por amor al comercio voy a cruzar ese puente, voy a cuidar ese dolor”. Ya lo sabía y lo cantaba la española Cristina Lliso con los Esclarecidos en 1987; la década a la que siempre acabamos volviendo. (Fuente: CTXT / Revista Contexto)
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Los aranceles recíprocos de Trump buscan embellecer la balanza comercial estadounidense
Carles Méndez Ortega
El paquete de aranceles universales anunciado por Donald Trump el pasado 2 de abril ha generado una fuerte reacción internacional. El presidente estadounidense ha dicho de esta medida que es “una respuesta justa”, bajo la idea de que otros países están aplicando aranceles similares —o incluso más altos— a los productos de EE. UU. Según Trump, estos nuevos gravámenes no son más que “aranceles recíprocos”.
Es la balanza comercial, amigo
¿Qué significa realmente reciprocidad en este contexto? ¿De verdad se trata de responder con la misma moneda a barreras comerciales previas? La respuesta corta es no. Y la larga, que es la que conviene explicar, revela algo más preocupante: lo que Trump llama reciprocidad no se basa en los aranceles que otros países aplican a Estados Unidos, sino en una fórmula construida en torno al déficit comercial bilateral.
Es decir, no se está reaccionando a una medida concreta impuesta por los socios comerciales, sino a un indicador económico mal interpretado y peor utilizado.
La fórmula que ha hecho pública la administración estadounidense para justificar estos aranceles es la siguiente:
⠀⠀⠀Déficit comercial de EE. UU. con X / Exportaciones de X hacia EE. UU.
Con este cálculo, Trump pretende cuantificar un supuesto arancel equivalente que el país en cuestión estaría aplicando, aunque en realidad lo único que está midiendo es el grado de desequilibrio comercial. Es decir, cuanto mayor es el déficit de EE. UU. con un país, mayor será el arancel que se le impone.
Así, aunque todos los países están sujetos a un arancel mínimo del 10 %, aquellos con los que Estados Unidos mantiene un mayor déficit comercial, como China o Taiwán, se ven castigados con tarifas mucho más elevadas.
¿Dónde está el problema?
El problema es que esta fórmula no mide aranceles. No dice nada sobre si ese país aplica un 10 %, un 25 % o un 2 % en sus tasas de importación. Lo único que refleja es la diferencia entre lo que Estados Unidos vende a ese país y lo que le compra. Y este déficit, lejos de ser una prueba de agresión comercial, es un fenómeno económico complejo que depende de múltiples factores: tipo de cambio, patrón de consumo, especialización productiva, tasas de ahorro o inversión, e incluso la estructura demográfica.

Dicho de otro modo: si Estados Unidos importa más de lo que exporta con un país determinado, eso no implica que esté siendo víctima de una política comercial hostil. Puede significar, simplemente, que ese país produce bienes que los consumidores estadounidenses demandan en mayor medida, o que Estados Unidos tiene una moneda fuerte que favorece las importaciones. Penalizar a ese país con un arancel no es reciprocidad. Es proteccionismo envuelto en un relato simplificado.
Una lógica preocupante
Desde un punto de vista económico, esta lógica es doblemente preocupante. En primer lugar, porque distorsiona el sentido de los aranceles, que históricamente han sido instrumentos para corregir desequilibrios puntuales, proteger sectores estratégicos o responder a prácticas desleales concretas. Y, en segundo lugar, porque crea un precedente peligroso: la idea de que el déficit comercial es una injusticia que hay que corregir con impuestos, cuando en realidad no hay evidencia de que un déficit comercial sea por sí mismo perjudicial.
De hecho, otros países con superávit comercial estructural —como Alemania o los Países Bajos— no están exentos de vulnerabilidades económicas, del mismo modo que Estados Unidos, pese a sus déficits, mantiene una economía dinámica y atractiva para la inversión global. Forzar el reequilibrio mediante aranceles es una estrategia tan simplista como contraproducente.
Para terminar
Lo que Trump llama arancel recíproco, por tanto, no es tal. Es una fórmula arbitraria que confunde un síntoma (el déficit) con una causa (la política comercial) y que pretende aplicar soluciones fiscales a desequilibrios estructurales. El resultado es una política comercial basada más en percepciones que en datos, más en narrativa que en análisis.
En una economía interconectada, este tipo de medidas no sólo castigan al país objetivo. También penalizan al consumidor estadounidense, encarecen los productos, distorsionan las cadenas de suministro global y alimentan una lógica de confrontación que —ya se está viendo con los aranceles anunciados por China del 34 % para EE. UU.— derivará fácilmente en represalias por parte de los países afectados. (Fuente: The Conversation)
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Europa y Latinoamérica en medio de la guerra arancelaria de Trump
Armando Alvares Garcia Júnior
Periódicamente, el comercio mundial atraviesa fases de reajuste que, en las primeras etapas, traen desesperación y desgracias hasta que por fin se estabilizan. A la espera de ese momento, las tensiones comerciales impulsadas por la administración Trump están redefiniendo las dinámicas del comercio global.
La imposición de aranceles por parte de Estados Unidos afecta ya a todos los países, aunque con distinta intensidad, y castigando con mayores porcentajes a sus socios comerciales, a los países que ha considerado más hostiles en términos comerciales.
Ante este escenario, los actores internacionales deben replantearse sus estrategias comerciales.

Deriva arancelaria
Mientras el proteccionismo estadounidense avanza, el resto de países deberán buscan oportunidades en la obligada reconfiguración del comercio global. La Unión Europea, que había logrado negociar con la administración Biden un régimen arancelario preferencial, se enfrenta ahora a una imposición de aranceles del 20 %.
Ya a principios de 2025, con los primeros anuncios arancelarios de la nueva administración estadounidense, el Parlamento Europeo denunciaba la deriva de Trump hacia una guerra comercial con consecuencias impredecibles para los Estados de la UE y sus ciudadanos.
Consolidar acuerdos
Un contrapeso a los efectos de la guerra comercial puede ser el intento de avanzar en la firma y modernización de acuerdos comerciales entre Europa y América Latina. El pasado 17 de enero, la Unión Europea y México concluyeron la modernización de su Acuerdo Global, vigente desde el año 2000. Un paso importante en la evolución de las relaciones comerciales.
También está el Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA) con Canadá, vigente provisionalmente desde septiembre de 2017.
El acuerdo firmado con Mercosur a finales de 2024 y el alcanzado con México consolidan el nexo estratégico Europa-América Latina y debería reducir la exposición de ambas regiones a un número limitado de mercados, entre ellos el estadounidense.
En este contexto, la Comisión Europea presentó el 29 de enero su estrategia “Brújula para la Competitividad”, diseñada para fortalecer la posición de la UE en la economía global.
No obstante, la rapidez en la ratificación y firma de acuerdos será determinante para evitar que otros actores globales tomen ventaja.
Inestabilidad bursátil
La volatilidad en los mercados europeos provocada por la escalada de anuncios arancelarios ha impactado sobre todo en empresas con orientación exportadora. Por poner un ejemplo: la aplicación de aranceles va a afectar a sectores estratégicos para la economía española —como son la automoción y el sector agroalimentario— y a exportaciones clave: componentes de automoción (chasis, cajas de cambio, sistemas de frenos, etc.), vino, aceite de oliva y productos porcinos.
Afectados por los aranceles
Canadá y México observan con atención los cambios en el comercio global y regional provocados por la guerra comercial, y la inestabilidad del acuerdo T-MEC (Estados Unidos-Canadá-México), que sustituyó al TLCAN en 2020.
Mientras México y Canadá redefinen su relación con Estados Unidos, los países latinoamericanos deben intentar afianzar su posición dentro en el tablero del comercio internacional y no caer en una dependencia excesiva de China.
Brasil, por ejemplo, ha intensificado su diplomacia comercial para consolidarse en sectores estratégicos como la agroindustria, los biocombustibles y la minería, mientras que el bloque BRICS+, del cual es miembro fundador, busca reconfigurar las reglas del comercio internacional en favor del Sur Global.
El impacto de las tensiones comerciales afectarían en especial al sector agrícola y el manufacturero por su dependencia de mercados específicos (sobre todo Estados Unidos y China), lo que conlleva riesgos.
Este escenario debería llevar a la UE a afianzarse como socio estratégico de América Latina en industrias manufactureras, energéticas y agroalimentarias, diversificando mercados y reduciendo su vulnerabilidad.

Incertidumbre global
Los aranceles universales anunciados por Trump violan los principios establecidos en la Ronda de Tokio del GATT de 1979, que otorgaban a los países en desarrollo un trato diferenciado, con acceso preferencial y reducciones arancelarias sin exigir reciprocidad.
La vulneración de estos acuerdos multiplica la incertidumbre global, proyecta al abismo a las economías frágiles, incrementa el riesgo de represalias y erosiona la confianza en el sistema multilateral de comercio.
Ante este panorama, la UE y América Latina deben actuar con pragmatismo, equilibrando flexibilidad y firmeza para proteger sus economías en un entorno particularmente volátil y hostil. La historia se está escribiendo con decisiones que definirán el rumbo de las próximas generaciones, y el margen de error es mínimo. (Fuente: The Conversation)