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No hay conflicto en el mundo en el que no haya organizaciones de madres luchando por sus hijos

La activista francesa Fatima Ouassak publica en español «El poder de las madres», un ensayo en el que defiende la maternidad como sujeto político; con ella es la entrevista

Marzo, 2025

“Yo era solo una madre, es decir, para la sociedad actual, prácticamente nada”. Fatima Ouassak se expresa así en las primeras páginas de su libro El poder de las madres / Por un nuevo sujeto revolucionario. De origen marroquí, la ensayista y activista francesa es una de las fundadoras del sindicato de familias de barrios populares Frente de Madres. Justamente, su nuevo ensayo es una reflexión a partir de esa experiencia; en él, además, anima a usar el poder político que genera la maternidad para organizarse y ocupar el espacio público. Como apuntan los editores en la contra: “A través de las luchas de las Locas de la Place Vendôme en la década de 1980 y las del Frente de Madres en la actualidad, Ouassak muestra en este libro la estrategia política potencial de las madres”. La periodista y poeta Laura Casielles ha conversado con ella.

Conseguir que la carne dejase de ser obligatoria en el menú de la escuela de su hija en Bagnolet, un pueblo cerca de París. Esa fue la pequeña gran batalla que emprendió en 2016 la consultora de políticas públicas y activista Fatima Ouassak, nacida en el Rif (Marruecos) en 1976. Pero ese empeño ecologista, al estar liderado por una madre árabe y musulmana, puso de relieve multitud de dinámicas discriminatorias, bien conocidas por ella y muchas otras personas originarias de la inmigración postocolonial. Las razones para luchar se multiplicaron, y la llevaron a fundar, junto con la bloguera Diariatou Kebe, el sindicato de familias de barrios populares Frente de Madres. Consiguieron que hubiera una alternativa vegetariana en el menú escolar, sí. Y también mucho más.

Ahora se acaba de publicar en castellano su ensayo El poder de las madres / Por un nuevo sujeto revolucionario (Capitán Swing), en el que esta experiencia le sirve como detonante para plantear una reflexión acerca del papel de las madres como sujeto político, algo que a su entender pasa por «dejar de ser un agente al servicio del mantenimiento del orden social». Pero también una propuesta más amplia sobre la importancia de las luchas locales autónomas y la necesidad de las alianzas para construir «un proyecto ecologista de reconquista del poder y de los territorios confiscados». Con ella conversamos.

Fatima Ouassak en una imagen de 2019. / Foto: Capitán Swing/Cyrille Choupas.

—Empecemos por la palabra clave, desde el propio título del libro: ‘madres’. Para entender tu propuesta es necesario desaprender algunas cosas.

—La palabra ‘madres’ —en plural, es importante— para mí significa una potencia y una relación. Me interesa resaltar que no es una identidad, sino una relación. Las madres son individuos a los que la sociedad les encarga reproducir un sistema social, un orden racial, un orden policial, con todas sus desigualdades. En su realidad histórica, la idea en torno a la maternidad ha sido mayoritariamente reaccionaria, pero hay también una potencia revolucionaria, que es la que me interesa, en el sentido de que se trata de personas que pueden utilizar la educación, la relación que tienen con sus hijos e hijas, para cambiar el mundo, para ser una palanca de transformación social y política.

—Esa idea sobre las madres también tiene una genealogía: hablas de las madres de la Plaza de Mayo, de las de la Plaza Vendôme…

—Hay feministas que consideran que ser madre es algo alienante; y en el entorno de la inmigración y sobre todo el entorno antirracista, hay quienes creen que ser madre va de ser una ‘buena mujer’, de ocuparse de la alimentación y de peinar a las criaturas, y que no es interesante. Así que tuve que convencer a estas personas de que hay un legado histórico que da testimonio de la pertinencia de dar la batalla en ese terreno.

“Por eso en el libro hablo de que en los años setenta ya hubo luchas increíbles que las madres llevaron a cabo para proteger a sus hijos y a los de las otras. Esas luchas son eminentemente políticas. Esas madres de la Plaza de Mayo que daban vueltas en sentido opuesto a las agujas del reloj para dar marcha atrás al tiempo, que se paseaban con un pañuelo blanco para decir ‘esto es el pañal de mi hijo o mi hija cuando era bebé’ tienen una capacidad política para movilizar los símbolos que no se me ocurre quién lo puede haber hecho mejor.

“Y resulta que unos años más tarde, a comienzos de los años ochenta, hay unas mujeres racializadas en Francia que van a decir lo mismo, que cuando sus hijos son asesinados se van a reconocer en esas otras mujeres con las que aparentemente no tienen mucho que ver. Todavía hoy, no hay conflicto en el mundo en el que no haya organizaciones de madres: en Palestina, en Ucrania… Creo que hay algo muy político en esto. Para algunos son luchas menores, secundarias, pero yo creo que son centrales, porque tienen que ver con nuestro futuro común, los niños y niñas”.

—Fatima Bedar, Malika Yezid, Lahouari ben Mohamed, Wahid Hachichi… ¿De quién son estos nombres?

—Son nombres de niños, niñas, adolescentes que fueron asesinados por un sistema racista. Lo que tienen en común es que no eran blancos, eran descendientes de la inmigración postcolonial. Malika Yezid, por ejemplo, fue asesinada pocos años después del fin de la guerra de Argelia por gendarmes que habían sido militares en Argelia, donde, durante el tiempo colonial, matar a un adulto árabe o a un niño árabe daba lo mismo. Cuando vuelven a Francia, esos militares traen esos hábitos consigo. Hay una continuidad, a esos niños y niñas se les mata porque existe ese pasado y sigue vivo hoy en Francia, pero, también, en otros países con historia colonial como España y Portugal, ¿eh?

“Lo interesante es poner en paralelo esos crímenes contra niños y niñas descendientes de la inmigración postcolonial y las revueltas de los barrios populares. Hace poco me he dado cuenta de que en Francia eso a lo que llaman ‘disturbios de las banlieues’ se dan casi siempre cuando ha habido un crimen racista y policial, pero contra menores. Por ejemplo, las dos revueltas más grandes de los barrios populares en Francia fueron en 2005, tras las muertes Zyed Benna y Bouna Traoré, y en 2023, tras la muerte de Nahel Merzouk.

“Una gran militante a la que tuve la suerte de conocer decía que soportamos las discriminaciones, las humillaciones, lo que en árabe llamaos la hogra, mientras son contra nosotros, pero cuando tocan a nuestros niños y niñas, llega el fuego. Quemamos los coches, quemamos los barrios: nuestra cólera se expresa con fuego. Es cierto que sufrimos crímenes racistas, pero también hay una revuelta. No nos dejamos hacer. No somos sólo víctimas”.

—Dices que la ‘desinfantilización’ de los niños y niñas es, de hecho, una política de la V República.

—Absolutamente. El Estado francés la toma con los niños y niñas racializadas porque le parece que representan una amenaza. Una amenaza demográfica, son millones de individuos a los que ven bullir como cucarachas. De verdad que el Estado los mira y piensa: ¿qué vamos a hacer con esto? Se hizo venir a sus padres, a sus abuelos, a Europa para reconstruirla después de la Segunda Guerra Mundial. Pero a sus hijos, a sus nietas, ya no se les necesita.

“La idea del ‘gran reemplazo’ está cada vez más presente, al principio era una cosa de la extrema derecha, pero ya ocupa todo el campo político. Y más allá de eso, está la idea de que verdaderamente esta gente nos va a matar, que va a cometer atentados. Esos enemigos que se creía exteriores, los árabes, sí, pero en Siria, en Arabia Saudí (o los iraníes, o los afganos, a los que se toma por árabes aunque no lo son)… ahora son los vecinos, los hijos del vecino. Ya no es un enemigo exterior, sino interior. Esa es la relación que el Estado francés mantienen con los jóvenes y los niños y niñas de los barrios populares: lo que se pregunta es cómo controlarlos, cómo confinar esa amenaza para que no esté en el espacio público”.

—Frente a eso, lo que propones es acción colectiva, y subrayas la importancia de contar las luchas locales autónomas, y sobre todo las victorias. ‘¡Gloria a nuestras luchas!’, se titula un capítulo.

—Es necesario hacer las cosas de manera estratégica. Por un lado, intentar buscar alianzas. Hay gente que es privilegiada, blanca, de clase media, que vive en barrios favorecidos: pues también con ella hay que intentar encontrarse. Hay que decirles: “¿Verdaderamente quieren que sus hijos e hijas crezcan en una sociedad fascista?”. Cuando hablo de lucha antirracista, no es sólo para las personas racializadas, es para las personas que quieren una sociedad donde sus hijos e hijas crezcan con alegría y solidaridad. Hay que ampliar el frente lo más que se pueda. Y, al mismo tiempo, hay que hacer también un trabajo de autonomía.

“En Pour une écologie pirate [Por una ecología pirata, publicado en 2023 y todavía no traducido al español] yo planteaba la secesión: si estamos gobernados por fascistas, la opción es parar y autoorganizarse. Evidentemente esto plantea problemas de subsistencia, una no se sale del capitalismo así como así. Pero hay que soñar, ese horizonte pirata permite tomar aliento y amplía el campo de las modalidades de lucha”.

—Eso, según dices, sólo se puede hacer a nivel local.

—Para las personas no blancas que viven en Europa es importante poder decirse que esta tierra es la suya. Para mí misma es difícil llegar a esa conclusión política. Pero esta tierra, por ser la tierra en la que crecen nuestros hijos, es nuestra tierra. Creo que la dificultad está en que hay un orgullo en decir: “Esta no es nuestra tierra, nos da igual. Nuestra tierra es África. Es Senegal, es Camerún, es Marruecos, es Argelia”. Pero es que en Francia ya estamos en la cuarta, quinta, sexta generación tras la inmigración, los argelinos por ejemplo están ahí desde los años 1950. ¿Cuántas generaciones tienen que seguir considerando que su tierra es Argelia cuando son niños que ya ni la conocen? Tenemos que poder decir a nuestros hijos que esta es su tierra. Somos europeos. Es así. No vamos a volver a África. África son nuestros ancestros, nuestra tierra de origen. Pero estar entre dos tierras es una trampa. No: ahora estamos aquí.

“Una conclusión política a la que he llegado hace no mucho es que no se puede luchar sin tierra. En 2005 participé en un movimiento que se llamaba Los Indígenas de la República. En aquel momento pensábamos que no hacía falta, que se podía hacer una lucha sin tierra, a nivel nacional e internacional, en las redes sociales, en los medios, en las universidades. Bueno, pues fue un fracaso. Nos reventaron. Porque cuando no tienes tierra, cuando no tienes base social, gente que te va a sostener, que va a estar contigo, te rompes en dos minutos. Eres frágil, se te puede demonizar de manera muy sencilla. Yo lo viví entre 2005 y 2011. Luego volví al barrio, a Bagnolet, donde crío a mis hijos, a luchar a pie de calle”.

—¿Y cómo está siendo esa lucha?

—Es difícil porque hay que convencer al vecindario. No se trata de intelectuales con los que hablar de ideología marxista o no sé qué. Los vecinos, si les propones algo que puede conducir a represalias, a lo mejor no quieren estar contigo. Yo sé que hay mucha gente que no me abre la puerta porque dice: “Está loca, sólo me va a traer problemas”. Eso me obliga a ir con propuestas que sean posibles, o al menos deseables, que la historia que les cuento les apele y no les parezca demasiado peligrosa. Para que me abran la puerta, yo no tengo que decir que vamos a hacer la revolución, sino simplemente que vamos a hacer que sus hijos puedan tener un almuerzo equilibrado, respirar un aire que no les dé asma.

“Eso es el anclaje territorial. La posibilidad de tener un horizonte que le hable a la gente con la que vives, y no simplemente a tres personas con las que das conferencias en la universidad. Y esas son luchas en las que verdaderamente puede haber una victoria, y no luchas en las que no se consigue nada de nada. Es ahí donde hay que trabajar, donde hay que tomar el poder. Por ejemplo, yo ahora estoy trabajando de cara a las elecciones municipales. Ahí donde somos mayoría esos bichos que bullen de los que hablábamos antes. Somos mucha gente. Así que tenemos que tomar el poder local. Creo que todas esas teorías del municipalismo, del localismo, son realmente interesantes para las personas racializadas. Hay algo muy accesible ahí”.

—Pero también plantea contradicciones. Por ejemplo, cuando hablas del Frente de Madres, mencionas la tensión de defender un servicio público como la escuela mientras te das cuenta de que también es un espacio de discriminación.

—¡Ay, los dilemas, esa es mi vida! Nuestra vida. Por ejemplo, en el libro hablo de mi experiencia en un hospital público, cuando fui a dar a luz. Me encontré, como muchas mujeres, con violencias obstétricas, que para mí son parte de la cultura de la violación. Y luego está el tratamiento del dolor: a las mujeres siempre se nos dice que exageramos, y a las mujeres árabes más. Total, que salía del hospital furiosa, con mi cuerpo hablándome de la violencia que había sufrido y decidida a poner una queja, y en el hall me encontré un gran cartel que decía “salvemos la sanidad pública del capitalismo”. Y claro, soy de izquierda radical, soy anticapitalista y estoy a favor de los servicios públicos.

“Pero vivo esa tensión porque los servicios públicos maltratan a las personas árabes, negras, gitanas. En esa ecuación, yo considero que hay que salvar la sanidad pública, la educación pública, aunque discriminen. Nuestro interés de clase es trabajar en ello aun así, porque en la privada no será mejor. Es parte de la estrategia neoliberal, se nos maltrata en lo público para que vayamos a lo privado. Pero allí también se nos va a maltratar, solo que pagando”.

Fatima Ouassak. Foto: Instagram oficial.

—¿Por qué en el Frente de Madres han elegido como forma de organización el sindicato?

—En tradiciones como la angolosajona es posible hacer un sindicato de consumidores o de padres, pero en Francia esto no está contemplado, solo se puede ser parte de un sindicato en tanto que trabajador o trabajadora. Como padres y madres, en Francia la organización es a través de asociaciones, y realmente eso no da para mucho. Se organizan fiestas, se hacen pasteles. Vale, pero también quiero hacer política. Creo que, para proteger realmente a los niños y niñas, sobre todo en la escuela, los padres y madres necesitan modalidades de lucha más radicales que las que existen hoy.

“Cuando decimos que el Frente de Madres es un sindicato, en realidad es una ambición política, una reivindicación. Trabajamos con los partidos, las instituciones… para que se legisle para que los padres puedan sindicarse y usar otras herramientas. Por ejemplo, la huelga: si tratan así a nuestros hijos e hijas, pues no los vamos a llevar a clase durante un tiempo indeterminado. Eso sería potente, porque una escuela sin alumnado es como una fábrica sin obreros, sin máquinas, sin materia: no puede funcionar. O la ocupación: ocupar las escuelas porque son nuestras, algo que además va mucho con la idea de la autonomía del barrio, de recuperar el poder en los espacios”.

—También es una manera de conectar las luchas concretas y los horizontes más amplios.

—Siempre intento recordarme a mí misma y a los compañeros que el horizonte es la igualdad humana. Hace falta algo que en lo fundamental le pueda hablar a todo el mundo, sea cual sea la clase social, el color de piel, el género. Eso no quiere decir que no haya que nombrar el patriarcado, el capitalismo, el supremacismo blanco. Yo lo hago. No dejo de poner cuestiones sobre la mesa por no molestar. Pero se pueden decir las cosas con lucidez y a la vez tener en mente el horizonte común. Como somos un sindicato, yo siempre digo: “Nos vemos mañana a las seis de la mañana en el piquete”. Y ahí veremos quién está. Las personas que están son las que comparten el mismo proyecto político. Porque hay mucha gente que dice que es aliada pero no está ahí a las seis de la mañana.

“Para mí esta es una manera de salir de un bloqueo en el que a menudo caemos, que es el bloqueo identitario. Es legítimo hablar ‘en tanto que’: en tanto que persona blanca, que persona no blanca… Pero puede llegar al punto de convertirse en un debate verdaderamente estéril, que no sirve de nada. En ese momento hace falta parar. Porque además me da igual si eres árabe, musulmán… Si defiendes un proyecto reaccionario, entonces eres un enemigo político. Para mí, ese es el horizonte: permitir a todo el mundo participar en un mismo proyecto político y que el criterio, lo común entre todos y todas, sea la sociedad a la que aspiramos. Eso me parece mucho más interesante que la identidad.

[Texto publicado originalmente en La Marea; es reproducido bajo la licencia Creative Commons — CC BY-SA 3.0]

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