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Papa Wemba: el rey de la rumba congoleña

Junio, 2024

Su muerte, con perdón de la expresión, fue casi poética: falleció un sábado por la noche en plena actuación mientras daba un concierto. Era abril de 2016. Había nacido 66 años antes, en junio de 1949 en el Congo, y le llamaron Jules Shungu Wembadio Pene Kikumba. Sin embargo, el mundo lo conoció como Papa Wemba, pero, también, como el rey de la rumba congoleña. En su revisión de los sonidos africanos, Constanza Ordaz se detiene en esta auténtica leyenda de la música africana.

Nació en el Congo el 14 de junio de 1949 y murió el 24 de abril de 2016, en Costa de Marfil, a mitad de su concierto. Papa Wemba fue uno de los músicos más conocidos de África, una auténtica leyenda.

En Papa Wemba encontramos el perfil de un músico peculiar, reivindicativo, que intentó ir más allá de las costumbres musicales de su lugar de origen, inmiscuyéndose por la estética y la forma de las tendencias artísticas y musicales dominantes de la época de su juventud en Occidente, pero siempre sin abandonar lo natural de los ritmos sonoros en su país; tal aspecto nos lo explica el libro: La música es el arma del futuro (Fifty Years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Books, Chicago, 2002).

La rebelión de los chicos

En Kinshasa, durante el año nuevo de 1970, ocurrió una revolución musical: el debut de Zaïko Langa Langa cambió para siempre la música zairense —y, por consiguiente, la africana—, con el reto a la típica rumba dulce por parte de estos estridentes estudiantes. Uno de sus integrantes, el cantante Shungu Wembadio —Papa Wemba—, lo recordaba así: “Nuestras cabezas estaban llenas, llenas, llenas de ideas, y así evolucionamos en nuestro camino innovador. Rechazamos los instrumentos de viento. Decidimos tener no sólo un cantante, sino un puñado, dos, tres, cuatro, cinco o incluso seis cantantes, todos cantando a la vez con armonías distintas. Los viejos nos criticaron porque no respetábamos las reglas. Era algo rebelde, como el pop occidental. Era una rebelión”.

Los orígenes de esta rebelión se hallan en una subcultura que surgió en Kinshasa durante los años cincuenta. Una pandilla, compuesta mayoritariamente por hijos de policías que podían eludir la cárcel, indujo al consumo de marihuana y la devoción a la música, ataviados con accesorios inspirados en los westerns, tales como tejanos; aunque la falta de caballos les obligó a conformarse con motos y bicis conducidas acrobáticamente. Se llamaron los Bills —por Buffalo Bill— y crearon su propio argot —hindubill— con elaborados saludos y veinte maneras distintas de decir “dinero”. Los jóvenes de Zaïko Langa Langa fueron los responsables de llevar la creatividad de este mundillo hermético a campo abierto.

El músico congoleño Papa Wemba. / Foto: realworldrecords.com

Que viva la música…

Zaïko Langa Langa pronto siguió la tradición de los grupos zairenses de astillarse en una plétora desconcertante de conjuntos, incluidos varios liderados por Papa Wemba, quien, posteriormente, llegaría a ganarse un público internacional para la estética peculiar del clan Zaïko.

Así, en diciembre de 1974, en el pináculo de su fama y junto con otros miembros de Zaïko, Papa Wemba dejó la agrupación para formar su propio conjunto: Isifi Lokole. Este primer grupo se disolvió un año después, tras el encarcelamiento de uno de sus integrantes por demostrar demasiadas cortesías a una aficionada jovencísima.

En noviembre de 1975, Wemba fundó Yoka Lokole. El grupo contribuyó a la ola de música pop africana con varios sencillos de gran repercusión; sin embargo, al igual que Isifi Lokole, el Yoka Lokole no duraría mucho más de un año.

En 1977, Papa Wemba había formado un nuevo grupo y lo llamó Viva la Música. El nombre fue elegido como homenaje a la estrella de la salsa estadounidense Johnny Pacheco, una de las mayores influencias del Wemba, quien utilizó el lema ‘Que viva la música’ en sus actuaciones.

Esta formación lanzó a Wemba como pionero tanto en la música como en la indumentaria —su interés en la moda inspiró la fundación de la SAPE: Société Des Ambianceurs Et Des Personnes Elégantes. Wemba lucía ropa de diseñadores japoneses y franceses e introdujo en sus conciertos la griffe —exhibición de las etiquetas de sus prendas y enumeración de sus precios. Sin embargo, tanta extravagancia no le apartó de la vida callejera, mientras los jóvenes copiaban cada detalle de su estilo hasta el punto de encargar imitaciones locales de su ropa, adoptar su andar vaquero y las expresiones de hindubill salpicadas en sus canciones.

Wemba renombró como Village Molokai su barrio de Kinshasa y se tomó tan en serio sus responsabilidades como Jeune Premier —joven primero o galán joven— de este imperio, que daba de comer a muchos de los niños.

Con el tiempo, Wemba moderaría sus excentricidades y, de hecho, le restaría importancia a la SAPE: “Cuando digo ‘bien peinado, bien afeitado, bien perfumado’, simplemente animo a los jóvenes a ir limpios y pulcros. Cuando alguien va bien vestido, es bien recibido en todas partes”.

Con los oídos abiertos

Wemba siempre estuvo decidido a demostrar que era más que un maniquí; y, en efecto, su creciente reputación mundial se basó y se apoyó en una inteligencia musical formidable y, sobre todo, en una voz llamativa. En un país repleto de voces cantantes improbablemente angelicales, el descarado Papa Wemba destacaba como ángel caído.

No en vano su “primera profesora y primer público” fue su madre, una plañidera profesional de quien Papa heredó su capacidad de proyectar la emoción, y, por sinceros que sean los sentimientos del cantante, nunca inhiben a su astuta conciencia del efecto que su canto produce en los oyentes. Además, está fuera de toda duda que haya fiesta segura en su música, un deseo tan genuinamente africano de comunicar emociones personales a través de la celebración comunal que garantiza, en la obra de Wemba, una ambigüedad fascinante.

A pesar del enorme éxito de Viva La Música, Wemba nunca dejó de sentirse limitado en su país, tanto económica como artísticamente, llegando a firmar: “No quiero tocar únicamente para los zairenses; voy a cantar para toda la humanidad”. Wemba, quien siempre apreció la música norteamericana —sus compañeros en Zaïko llegaron a otorgarle el apodo de “Jules Presley”—, consideraba que el único defecto de los músicos zairenses era que no escuchaban música producida en Europa, Estados Unidos u otros países africanos. “Hay que estar abierto, y hay pocos que tengan ese espíritu”.

Papa Wemba. / Foto: facebook.com/claudysiar.f

Con ese espíritu, en 1987 Wemba se marchó con Viva La Música a París, donde pronto comprendió que tampoco sus colegas zairenses estaban suficientemente abiertos para enfrentarse a su eclecticismo. Con el fin de paliar este inconveniente, el cantante incorporó a músicos europeos y japoneses para mejor salpicar con ingredientes de rock y soul la receta básica del baile zairense, aunque las aventuras cosmopolitas de Wemba sólo constituyen un factor de su ecuación musical, pues, desde sus inicios en Zaïko Langa Langa, Wemba halló su inspiración básica en los ritmos de la tradición indígena.

El regreso a los orígenes

Grabando ejemplos del folclor en diversas ceremonias de Kinshasa para reinterpretarlos luego en su propio repertorio, Wemba introdujo el lokole —un tambor fabricado a partir de un tronco hondo—, en su concepto moderno, explicando que “es como un teléfono móvil que comunica una aldea con otra”. En 1994 la percusión tradicional se repitió como elemento clave del sonido sofisticado del álbum Foridoles, un retorno al soukous para sus aficionados más puristas.

Papa Wemba consideró como progreso inevitable esta fusión de la tradición y la alta tecnología: “Siempre han existido las tradiciones antiguas, son simplemente los medios de comunicación los que han evolucionado”.

El repaso de la tradición sigue vigente en Zaire con la aparición de Swede Swede, una nueva generación de rebeldes que ha prescindido de las guitarras del soukous en favor de las armónicas y la percusión tradicional: en África, originalidad aún significa regreso a los orígenes.

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