Abril, 2024
Llegó a este mundo el 22 de abril de 1724, en Königsberg, Prusia, y falleció el 12 de febrero de 1804, en la misma ciudad que lo vio nacer. De hecho, de los 79 años que vivió, apenas y salió de su tierra natal. Sin embargo, eso no le impediría hacer y crear una de las mayores revoluciones intelectuales que ha habido en nuestra historia. Hoy, a Immanuel Kant se le considera uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y uno de los filósofos más importantes del Siglo de las Luces. Y es que sus teorías sobre la razón, la moral y la política, escritas hace más de 250 años, han llegado hasta la actualidad con una modernidad y una vigencia asombrosas. Ahora que se cumplen 300 años de su nacimiento y 220 de su muerte, aquí lo recordamos.
No se aprende filosofía, sino a filosofar.
Immanuel Kant
El 22 de abril de este 2024 se cumplieron 300 años del nacimiento del filósofo Immanuel Kant. La Revista de Occidente dedicó a esta conmemoración su número 515. Allí se reproducen las reflexiones que el filósofo José Ortega y Gasset publicó en sus páginas hace un siglo.
En el texto, Ortega y Gasset explica que ha decidido habitar dentro del pensamiento kantiano durante una década. Alega que no puede comprenderse la modernidad sin hacer algo similar, porque fue Kant quien supo condensar los resortes que a partir del Renacimiento movieron la maquinaria cultural europea.
Por lo tanto, para estar a la altura de su época, Ortega y Gasset estima conveniente contemplar su propio tiempo desde una perspectiva tan privilegiada y panorámica como la kantiana. Así, el filósofo se instala en Marburgo, buscando comprender los entresijos de las Críticas kantianas paseando por la orilla de río Lahn.
Una mirada a sus contemporáneos
La Ilustración alemana (Aufklärung) encuentra en Kant su representante más insigne, sin duda porque acertó a sintetizar las aportaciones hechas por los ilustrados escoceses (David Hume y Adam Smith) y los enciclopedistas franceses (Rousseau y Diderot).
Admirador de la física newtoniana, Kant se convertirá en un ardoroso defensor de los derechos humanos tras leer Del Contrato social y el Emilio o de la educación de Rousseau. Además hace suyas las ideas plasmadas en la Enciclopedia de Diderot.
Para Kant, Jean-Jacques Rousseau es el Newton del mundo moral, por haber descubierto algo similar a una ley de gravitación universal dentro del ámbito político, dando un punto de apoyo a unas leyes autónomas proporcionadas por los propios ciudadanos.
El escepticismo metodológico de David Hume le sirve para llevar a cabo su revolución copernicana en la teoría del conocimiento y dar a las pretensiones dogmáticas un golpe de gracia. Así, el saber partirá siempre de la experiencia y forjará hipótesis provisionales revisables con datos mejor contrastados.
Y de Adam Smith toma su idea de una mano invisible que regula no el mercado sino su propia filosofía de la historia.
La libertad propia y la del resto
La insociable sociabilidad definida por Kant (es decir, la tendencia de los seres humanos a vivir en sociedad y su resistencia, a la vez, a hacerlo) provoca que finalmente seamos nosotros mismos quienes debamos escribir el guión de nuestra película. Debemos confiar en el potencial generado por nuestro comportamiento ético, como si todo dependiese absolutamente de nosotros mismos.
Las ideas tienen una enorme rentabilidad para nuestra praxis y son una magnífica guía cuando se trata de orientar nuestro querer, siempre que nos propongamos ejercer nuestra libertad sin perjudicar a los demás.
Eso sí, las leyes deben valer para cualquiera bajo los principios de libertad, igualdad e independencia o emancipación civil. Esas condiciones posibilitan por añadidura que se pueda escalar en la posición social gracias a las propias capacidades y un empeño coronado por la suerte.
Para Kant, el papel de la filosofía sería someter a crítica cualquier cosa o parecer, comenzando por sus propias hipótesis, que no pretende imponer por autoridad, sino por la fuerza de los argumentos.
Decidir por nosotros mismos
Embelesado por una Ética demostrada según el orden geométrico, en la que Spinoza desgrana tesis, demostraciones y corolarios, Kant busca una fórmula similar a la de las matemáticas que sirva para verificar nuestros criterios morales, razón por la cual su Crítica de la razón práctica contiene asimismo definiciones, teoremas y problemas.
Lo que Kant nos propone es un formalismo ético donde cada cual debe generar sus pautas morales. Esto se hace mediante un sencillo experimento mental: preguntando a la conciencia si la acción elegida serviría para cualquiera, en cualquier momento y bajo cualesquiera circunstancias. Es decir, “obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”. La cuestión es no tratar a las personas, ni tampoco a nosotros mismos, como meros medios, sino como fines.
Se trataría de que cada uno pensase por sí mismo, sin prejuicios, poniéndose en la piel del otro y actuando coherentemente con estas dos premisas.
Resulta muy cómodo que alguien decida por nosotros y nos guíe de forma paternalista. Kant denomina a esa opción “culpable minoría de edad”. Pero rendir cuentas de nuestros actos es lo que nos hace propiamente humanos. No asumir esa carga significa dimitir moralmente de nuestra humanidad.
La moral kantiana
Kant entiende que, cuando asumimos cualquier código impuesto, la ética individual hace mutis por el foro. Si acatamos unos mandamientos divinos como base de nuestra ética, obraremos como marionetas movidas por los hilos del temor al castigo y de la esperanza por alcanzar una recompensa. Por eso define a Dios como la idea de una razón ético-práctica y auto-legisladora. La voluntad santa de Dios es un ideal a perseguir constantemente sin alcanzarlo jamás.
En este contexto, Dios ni siquiera puede ser agente moral, puesto que carece de la imprescindible tensión entre las pasiones y el obrar virtuoso. En cualquier caso, incluso Dios tendría que someterse al principio ético de no instrumentalizar a nadie.
El héroe moral kantiano es en realidad un ateo virtuoso como Spinoza, capaz de comportarse bien sin temor al castigo en la vida eterna. Pese a ver cómo triunfan la barbarie y el sufrimiento que suelen atormentar a quienes menos lo merecen, Spinoza sigue siendo fiel a sus principios. Nuestra conciencia moral es la instancia suprema de nuestros dictámenes éticos y ninguna voz presuntamente celestial puede pretender aparentar una mayor autoridad.
La obediencia debida no tiene cabida dentro del planteamiento kantiano. Siempre nos cabe resistirnos a secundar ciegamente una cadena de mando que nos imponga barbaridades, lo que conlleva por supuesto asumir la responsabilidad y apechugar con las consecuencias.
Se desmonta así ese “sentido del deber” que alegaba Adolf Eichmann en su juicio de Jerusalén para justificar las atrocidades en las que participó en el Holocausto y que dio lugar al término que acuñó Hannah Arendt, la banalidad del mal. Explicaba entonces Arendt que no hacen falta monstruos para cometer las mayores atrocidades, sólo gente obediente.
Un vistazo a la actualidad
A la vista del panorama internacional, el cosmopolitismo kantiano merece verse recordado. Conviene releer su ensayo Hacia la paz perpetua: Un diseño filosófico, cuyas tesis siguen proponiéndonos horizontes que requieren políticos morales y no moralistas políticos.
Ciertamente, Kant continúa siendo un buen interlocutor al preguntarnos por las mejores condiciones de posibilidad para una convivencia presidida por la co-libertad y la liber-igualdad. Sin el filosofo de Königsberg nuestro devenir cultural y el Siglo de las Luces hubieran sido muy diferentes.
¿Por qué Kant sigue estando de actualidad?
La antropología kantiana pivota sobre tres ejes fundamentales que vertebran todo su pensamiento filosófico. Para definir al ser humano, su filosofía se plantea estos grandes interrogantes relativos a la teoría del conocimiento, la ética y el filosofar sobre la historia:
⠀⠀▪ ¿Hasta dónde llegan las fronteras de nuestro conocimiento?
⠀⠀▪ ¿Cómo deberíamos proceder para posibilitar una convivencia pacífica que nos permita ser más dichosos?
⠀⠀▪ ¿Cuál es nuestro horizonte de legítimas expectativas?
La isla del conocimiento y los espejismos que la rodean
“El terreno del conocimiento es una isla que cuenta con lindes naturales inalterables. Es el ámbito de la verdad, que se ve rodeado por un océano borrascoso, auténtica patria de la ilusión, donde algunos icebergs difuminados por las neblinas engañan al navegante con la vana ilusión de realizar algún descubrimiento”.
Immanuel Kant, Crítica de la razón pura.
Kant utiliza muy pocas metáforas en su primera Crítica, confesando que lo hace para ganar en claridad conceptual. En una de las pocas que decide conservar compara el ámbito del conocimiento con una isla. Esta tierra firme se asienta sobre la experiencia, pero se ve circundada por un inabarcable océano donde los hielos aparentan ser otras islas habitables que invitan al navegante a perseguir esos espejismos. Ir en pos de tales metas ilusorias nos hace abandonar un asentamiento seguro y naufragar sin remedio entre los fulgores de la tormenta.
Conocer es un proceso que requiere contar con la experiencia. Pretender aumentar nuestro caudal de conocimiento con meras ideas o pensamientos equivale a proponernos incrementar nuestro patrimonio añadiendo ceros al dinero del cual disponemos realmente. Con su epistemología, Kant decide combatir la superstición y el fanatismo, así como el dogmatismo religioso que ampara el poder absolutista y despótico de su época.
Los mensajes más impactantes emocionalmente solapan las comunicaciones acreditadas que no pueden emular su meteórica velocidad para expandirse. Las apariencias van colonizando cada vez más terreno hasta hacernos dudar de lo más evidente gracias a los hechos alternativos y todo tipo de ocurrencias. Para formarnos nuestro propio parecer, Kant considera elemental someterlo todo a la crítica de nuestro entendimiento, cribando los datos y contrastando las fuentes. Pero cuesta resistirse a la tentación de no asumir esa tarea y dejarnos tutelar por los demagogos de turno.
¿Cómo deberíamos actuar moralmente?
“No es posible pensar nada dentro de mundo, ni fuera del mismo, que pueda ser tenido absolutamente por bueno salvo la buena voluntad. El ingenio y la tenacidad, los talentos y las cualidades del temperamento son cosas deseables, pero también pueden ser extremadamente dañinas cuando no es bueno el carácter que utiliza esos dones de la naturaleza. Otro tanto sucede con los dones de la fortuna, como el poder, las riquezas e incluso la salud o el bienestar”.
Immanuel Kant, Fundamentación.
El planteamiento ético de Kant apuesta por una moral deontológica para no depender del azar. De modo espontáneo todos buscamos nuestra propia felicidad y conseguir aquello que nos resulte más útil. Pero el problema es que al hacerlo así podemos perjudicarnos mutuamente y vernos dañados por aquellos que sólo atienden a sus cuitas específicas. Por eso nos propone realizar un experimento mental como piedra de toque para nuestros criterios éticos.
Aquello que nos puede salvar puntualmente de un aprieto ¿podría valer como pauta para cualquiera en todo momento? Si la respuesta es negativa, esa regla no merecería ser una ley con validez universal y por lo tanto, aunque pueda servir como un consejo dictado por la prudencia, no puede ser adoptada como un deber suscrito por una voluntad general. Ni tampoco puede serlo cualquier estrategia que pretenda instrumentalizar a otro ser humano considerándolo simplemente como medio.
Las leyes jurídicas tienen un poder coactivo impuesto desde fuera. Sin embargo, la ley moral sólo atañe a las intenciones formuladas en el foro interno y no a los logros que pueda o no alcanzar nuestro propósito. Nunca podemos estar completamente seguros de que nuestra intención se vea contaminada por motivaciones inadvertidas o impulsos inconscientes. Pero siempre podemos descontar los factores que dependan de la suerte. Nada más contrario a estas premisas kantianas que una competitividad inmisericorde interesada únicamente en el éxito y que desprecia la moral del esfuerzo.
¿Cuál es el papel de la esperanza?
“La esperanza de que, tras varias revoluciones de reestructuración, al final acabará por constituirse un Estado cosmopolita en cuyo seno se desplieguen alguna vez todas las disposiciones originarias de la especie humana”.
Immanuel Kant, Idea para una historia universal en clave cosmopolita.
Tanto nuestras estructuras mentales, a la hora de conocer, como nuestra voluntad al querer son de índole teleológica, es decir, existen con un determinado fin. Tendemos a explicarnos las cosas como si fueran fruto de algún designio, tal como nuestra voluntad no deja de plantearse un propósito tras otro. Por eso la esperanza le parece a Kant un componente decisivo del ser humano en cuanto especie.
Albergar una u otra expectativa puede orientar de modo decisivo nuestro destino personal y socio-político. Si bien hay que poner bridas a nuestro afán por transcender las fronteras de nuestro conocimiento y aventurarnos en arenas pantanosas, nuestra imaginación ética no debe retroceder ante ningún obstáculo. A pesar del espectáculo que nos brinda la historia de los asuntos humanos siempre nos cabe confiar en que tenemos margen para cambiar las cosas.
Por eso aplaude Kant con entusiasmo la Revolución francesa, pese a que le impresionen sus horrores, al entender que se trata de un signo histórico en la buena dirección. Cuando no se acometen a tiempo las reformas oportunas, las extremas desigualdades que impiden la libertad política dan pie a una traumática revolución, orientando el timón hacia un republicanismo de corte cosmopolita. Esa es cuando menos la expectativa con que Kant sugiere acercarnos al devenir histórico.
Se diría que las cuestiones planteadas por Kant como especialmente relevantes nos continúan interpelando al día de hoy.