Febrero, 2024
De la mano de la editorial Almadía, Juan Villoro regresa a una de sus pasiones. No fue penal ofrece dos versiones de una misma jugada. En forma dramática, ese lance une a dos amigos exfutbolistas que el destino convirtió en enemigos. El Tanque dirige un equipo que descenderá a segunda división si pierde el partido. Desde su pequeña prisión de director técnico, enfrenta algo más que el marcador: su futuro y su pasado están en juego. Mientras tanto, es observado por el arbitro Valeriano Fuentes, el examigo con el que compartió una tragedia que cambió sus vidas y que ahora está a cargo de la implacable justicia del VAR. Durante años, Juan Villoro ha escrito crónicas y ensayos de futbol. Esta vez se sirve de dos narraciones complementarias para contar una historia sobre la pasión deportiva, la hermandad y sus rivalidades, y para explorar la condición teatral de quienes intervienen en el juego desde fuera de la cancha. En un giro de tuerca, Villoro elige ahora el género dramático para seguir reflexionando sobre el futbol como un sistema de representación de la realidad. Víctor Roura ha conversado con él.
El futbol, de nuevo, como tema central para adentrarse en la crónica urbana, punto nodal de la escritura de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) para no despegarse de los —acaso complejos descriptivamente— usos y costumbres del ser nacional. Con casi medio centenar de libros entre novelas, relatos, ensayos, literatura infantil y teatro, Juan Villoro suma una obra más a su extenso catálogo con No fue penal (Almadía, 2024) donde vuelve, festivamente, a abordar los asuntos futboleros. Con él conversamos.
“No puedo negar al niño que fui”
—Tengo en la cabeza una frase tuya que no se me borra por la certeza que encierra: uno puede cambiar de amores o de intereses profesionales, pero nunca de equipo de futbol. Cuando el Necaxa dejó de ser Necaxa para convertirse en Atlético Español me retiré como espectador de ese deporte, lo cual, Juan, agradezco mi decisión, asunto que no has podido hacer tú. Por el contrario, te has convertido en, más que un especialista (las más de las veces imparciales), en un teórico del futbol.
—Con demasiada generosidad, me otorgas un honor que no merezco. No soy teórico ni especialista en el deporte; si acaso, soy un aficionado a la afición. Lo que más me interesa es estudiar la forma en que la gente delega sus emociones en un partido. Una vez, al salir del Estadio Jalisco después de una derrota de las Chivas, el amigo con el que iba me dijo: “Mañana no hay tortillas”. En efecto, al día siguiente la ciudad de Guadalajara estaba de luto. ¿Por qué un partido cala tan hondo en la gente? Me apasiona tratar de resolver ese enigma. En mi libro Los once de la tribu escribí que los jugadores representan “algo más” que un deporte, son los delegados de una tribu que puede jugar en nombre de un colegio, una universidad, un oficio, una ciudad o un país. Esa pasión es la que he tratado de explorar en mis crónicas y en mis cuentos sobre futbol. En lo que a mí toca, no he dejado de ser necaxista por la sencilla razón de que eso equivaldría a querer cambiar de infancia. Es duro apoyar a ese equipo, que juega mal y muy lejos, pero no puedo negar al niño que fui.
“El futbol ha estado más presente en mis libros de crónicas”
—No fue penal, después de Dios es redondo y Balón dividido, es tu tercer libro abocado a analizar los prolegómenos del futbol. Incluso has escrito más sobre futbol, me parece, que de música, otra pasión tuya que jamás se diluye. ¿Has percibido esta paradoja?
—Tienes razón, he escrito más de fútbol que de música y creo que se debe a lo que decía antes. Cuando tú eras pionero de la crítica de rock en México, la música implicaba asumir cambios en el comportamiento, el lenguaje, el aspecto y la concepción del mundo. Eso era lo que más me interesaba del fenómeno roquero y lo que traté de expresar en mi lejano programa de radio El lado oscuro de la luna. Mi interés en la música tenía un componente narrativo; me interesaba contar las historias de las nuevas tribus urbanas. No era un musicólogo ni un músico. Con los años, el rock se convirtió cada vez más en un espectáculo que no proponía otras formas de vida. Puede ser muy atractivo, pero no invita a abandonar tu casa, irte a la India, fundar una comuna o buscar paraísos psicodélicos como ocurría antes. No he abandonado ese tema desde un punto de vista narrativo. Esta semana [del jueves 22 al sábado 24 de febrero] son las últimas funciones de mi obra de teatro La guerra fría, basada en el disco de Berlín de Lou Reed, y en marzo la Compañía Nacional de Teatro estrenará Hotel Nirvana, obra sobre la estancia del profeta del LSD Timothy Leary en Zihuatanejo. Pero, como bien dices, el futbol ha estado más presente en mis libros de crónicas Dios es redondo y Balón dividido, en las correspondencias escritas que he tenido con Martín Caparrós, en la novela para chavos La cancha de los deseos, en varios cuentos y ahora en los relatos complementarios de No fue penal.
“Son muchos los casos en los que los valores humanos se han expresado a través del balompié”
—Tienes mucha razón en el asunto de los espectáculos que son nada más un negocio redondo, como el balón, a partir de la fanaticada, ¿pero el futbol no es algo semejante o cambia en realidad vidas y las transforma y las reconvierte a partir de una afición?
—Al congregar tantas emociones, el futbol influye de manera muy diversa en las sociedades. En Brasil, durante la dictadura, el equipo Corinthians inició la lucha por la democracia al salir a la cancha con una camiseta que decía precisamente “Democracia”, la guerra entre Honduras y El Salvador comenzó con un partido de futbol, Silvio Berlusconi se aprovechó de su éxito como propietario del Milán para llegar a la presidencia de Italia, Carlos Caszely, máximo goleador chileno, dio un ejemplo de dignidad al negarse a saludar a Pinochet… son muchos los casos, admirables o negativos, en los que los valores humanos se han expresado a través del balompié.
“El único penal aceptable es el que te favorece”
—“No fue penal” proviene del lenguaje indisoluble de la fanaticada futbolera, una discusión infinita sin visos de pronta solución. ¿Es el futbol, en efecto, inacabable?
—Lo dices muy bien. Un penal nunca tiene explicación. Hay una maravillosa caricatura de Fontanarrosa en la que una persona escucha un partido por radio y el árbitro marca penal. El radioescucha, que no ha visto nada, se pone de pie y protesta: “¡Pero cómo puede ver eso!” El único penal aceptable es el que te favorece. Las jugadas duran unos segundos, pero su discusión puede ser eterna. Pensemos en lo que han suscitado “El gol fantasma” de Wembley o “La mano de Dios” de Maradona. Esas discusiones duran décadas.
“La comercialización incluso te quita el nombre”
—No sé tú, pero a mí me ofende, y avergüenza, que Messi, por ejemplo, se lleve a casa 14 millones de dólares por hacer un anuncio para ser transmitido durante la final del superbowl. Entiendo que Messi juega como pocos el futbol, aunque cuando yo he mirado algunos partidos suyos difiero de la opinión de los analistas de este deporte. Pelé era imponente, si lo comparo con Maradona y los subsiguientes futbolistas millonarios…
—El futbol es el principal espectáculo del planeta y, por lo tanto, se ha convertido en botín de la manipulación. A lo que dices, podemos agregar que Messi ha sido un notable evasor de impuestos. Estuvo a punto de ir a la cárcel en Barcelona y se salvó por una consideración discrecional. En México vemos abusos aún peores. Un jugador, que nació con apellido de cerveza, debutó en un equipo patrocinado por la cerveza rival; para que pudiera jugar le pusieron un apodo publicitario. Es el caso de Corona, al que apodaron Tecatito. La comercialización incluso te quita el nombre.
“La especulación económica acabó con las identidades colectivas”
—Para hablar de las debilidades futbolísticas del Necaxa en una ocasión, a finales del siglo XX, leí que a este equipo sólo le iban cuatro personajes: Ortiz de Pinedo, Ernesto Zedillo, Juan Villoro y Víctor Roura, comparación que me avergonzara con los dos primeros nombres por la similitud en los gustos deportivos, pero en estas cuestiones nada tienen que ver las ideologías ni las corruptelas ni las codicias ni las personalidades ni las costumbres personales, lo que nos hace volver a mirar las audiciones musicales, cuyos seguidores no tienen nada que ver con las condiciones del pensamiento. ¿Pasan estas cosas en la esencia de los espectáculos masivos, Juan?
—Hubo época en que los equipos tenían perfiles sociales bastante definidos. El Atlante era el “equipo del pueblo”, los Pumas representaban la ideología universitaria, el Cruz Azul provenía de una cooperativa obrera, el Necaxa era el equipo del sindicato de electricistas, como no tenía campo propio entrenaba en el Deportivo Israelita, lo cual lo volvía el favorito de la comunidad judía, el América era el equipo poderoso, de los “millonetas”, apoyado por gente triunfalista y aspiracional, los equipos locales (Toluca, Irapuato, Veracruz) representaban comunidades específicas, el Oro era el club de los joyeros de Jalisco, el Guadalajara tenía una raigambre nacionalista y aspiraba a representar al país entero en la liga… Cada equipo surgió apoyado por una comunidad específica, pero todo eso se perdió. ¡El “equipo del pueblo” se fue a jugar a Cancún! La especulación económica acabó con las identidades colectivas.
“Debo cobrar distancia y dejar que las cosas me sorprendan”
—Otro libro de futbol y cuántos años involucrado en esta escritura, Juan, tema poco tratado, en realidad, con excepción acaso de Eduardo Galeano, en las esferas de la intelectualidad. ¿Por qué razón o razones, Juan?
—En 1990 tuve oportunidad de ir al Mundial de Italia, enviado por el periódico El Nacional. En aquella época, el periodismo escrito podía conseguir muchas acreditaciones en un Mundial. Entre fotógrafos y reporteros íbamos cerca de diez por el mismo medio. Esto obligaba a dividir tareas. No me correspondía narrar los sucesos deportivos ni hacer análisis técnicos porque para eso había otras personas. Me concentré en las “notas de color”, es decir en la forma en que el futbol impacta a la sociedad. El Partido Comunista Italiano se oponía al evento porque varios obreros habían muerto construyendo estadios y porque el dispendio económico beneficiaría a unos cuantos; Madonna se enamoró del futbolista Roberto Baggio y fue mundial; el papa Juan Pablo II había sido portero y opinaba de los partidos desde el altar; la actriz porno Cicciolina hacía lo mismo; Maradona era el ídolo de la Italia del sur y argumentaba que la verdadera Italia pobre estaba representada por Argentina; México había sido excluido por falsificar las actas de nacimiento en un torneo juvenil, lo cual benefició a Estados Unidos, anfitrión del próximo Mundial, que era promovido en las más altas esferas por Kissinger; los Tres Tenores iniciaron la promoción mediática de la ópera en su primer concierto, en las Termas de Caracalla… Todo eso era apasionante. Pensé que sería una oportunidad única, pero a partir de entonces me siguieron pidiendo textos de futbol y no dejé de escribir del asunto. Pero tampoco quise posar de “especialista”. Durante un año tuve una columna llamada “El estadio individual” en la sección deportiva de El Universal, cuando el gran Ramón Márquez estaba a cargo de ese espacio y ahí entendí que no puedo escribir tan seguido del deporte, debo cobrar distancia y dejar que las cosas me sorprendan.
“La razón psicológica decisiva para interesarme en el futbol”
—¿Por qué empezaste a escribir sobre futbol, quizá todo comenzó desde el apasionamiento de la niñez en el Estadio Azteca al lado de tu padre?
—Esa es la razón psicológica decisiva para interesarme en el futbol. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía nueve años y mi padre se hacía cargo de mí los domingos. Cuando descubrió que me gustaba el futbol no dejamos de ver partidos. El sitio donde más veces vi a mi padre fue un estadio. Esto explica mi cercanía emocional con el juego; pero, desde luego, entonces no sospechaba que escribiría sobre eso (ni sobre nada más).
“El futbol repudia la tiranía física, es el más democrático de los deportes”
—En el viejo periódico unomásuno el director de la sección deportiva, Ramón Márquez, afirmaba que el futbol americano era más completo atléticamente que el futbol soccer y que cualquier otra actividad de ese tipo, como el baloncesto, el voleibol o el béisbol, aunque no hablaba de cuestiones pasionarias. ¿A un cronista de futbol de la altura de Juan Villoro le parecería discutible esta visión y por qué?
—Casi todos los deportes tienen exigencias físicas superiores al futbol. Eso los convierte en actividades atléticamente más demandantes, como bien decía Ramón Márquez. No puedes pesar 60 kilos y estar en la línea de golpeo de Kansas City y no puedes medir sólo 1.80 y ser basquetbolistas profesional. El futbol le pide menos especificidad al cuerpo y por eso mismo es más interesante. Alguien regordete puede ser Ronaldo o Maradona, alguien bajito puede ser Messi o Xavi, alguien espigado y no muy fuerte puede ser Beckenbauer. El futbol repudia la tiranía física, es el más democrático de los deportes. Sus atributos se parecen más a los de la Ilíada. Cada héroe debe tener una habilidad específica: la tijera de Hugo, la gambeta de Maradona, los pases de Kevin de Bruyne, los cabezazos de Borgetti.
“Nuestro grito de guerra en las tribunas es Sí se puede, lo cual constata que normalmente no se puede”
—Pese a la pasión desmedida del mexicano por el futbol, su selección jamás se ha acercado a una posibilidad cierta de alzarse con la copa del mundo, ¿esta ilusión se corresponde con la esperanza siempre puesta en el corazón del ser nacional?
—En México el público hace más esfuerzo que los jugadores. Si hubiera un Mundial de aficiones llegaríamos a la final. La gente no va al estadio creyendo que el Tri va a ganar. Su verdadero interés es celebrarse a sí misma. Las fiestas mexicanas tienen ese sentido celebratorio. El pretexto puede ser religioso, cívico o deportivo, pero lo importante es la posibilidad de estar juntos y echar relajo. Esto explica que nuestro grito de guerra en las tribunas sea “Sí se puede”, lo cual constata que normalmente no se puede.
“El penal es la jugada en la que nunca nos pondremos de acuerdo”
—Curiosamente, casi en paralelo a la salida de tu libro No fue penal, murió de un infarto el futbolista Andreas Brehme quien le diera el triunfo mundialista a Alemania en 1990, en Roma, frente a Argentina en un tiro de castigo marcado por el mexicano Codesal, en los minutos finales, decisión combatida a lo largo de los años. “No fue penal”, aún se dice.
—¡Vaya coincidencia del destino! El penal es la jugada en la que nunca nos pondremos de acuerdo. Por más cámaras que registren la acción siempre habrá discrepancias. En los relatos que integran No fue penal quise explorar dos versiones de una jugada que sólo puede ser vista desde la controversia.