Estrés para las masas
Octubre, 2023
La psicología y sus discursos han pasado a formar una parte esencial de nuestra vida. Quizá por eso, hoy, en pleno siglo XXI, pocos se atreven a poner en duda su efectividad en la resolución de los conflictos personales. Pero convertir los problemas sociales en problemas personales y de salud no es la mejor opción para un mundo tan convulso como el nuestro. Sin embargo, no hay de qué preocuparse, pues, como dice Juan Soto con punzante filo, “mientras lo mental y los fenómenos mentales sigan siendo considerados cosas dentro del cuerpo”, usted, caro lector, siempre tendrá la posibilidad de “deshacerse de ellas, ya sea hablando con un psicólogo de terapias, haciendo ejercicio, yendo a algún sitio donde den masajes relajantes o simplemente bebiendo una cerveza mientras lee Salida de Emergencia”.
Mientras la investigación y la práctica psicológica avanzan, parece haber más problemas de salud mental y más personas que los padecen. Michael Billig, un brillante exprofesor de ciencias sociales de la Loughborough University sentenció que, en las ciencias físicas, las diferencias entre ideas antiguas y modernas eran claras. Pero, con su característico espíritu crítico, también enfatizó en la idea —incómoda para la mayor parte de los psicólogos— de que la psicología moderna no es claramente superior a la psicología antigua. Ni tampoco sus aplicaciones. Ni sus técnicas.
Con gusto se le leían afirmaciones como la de que podíamos poner en duda que en una era posfreudiana los padres criaban descendientes más felices y moralmente más dignos que antes. Hoy día no se ha terminado de hablar de un trastorno cuando ya se está hablando de otro. La psicología es actualmente un campo de conocimientos que no sólo sirve para identificar los problemas que aquejan a las personas, sino también para ofrecerles soluciones. Si las personas se sienten tristes, cansadas, sin ánimos de hacer algo, la recomendación de sentido común es una: acudir a terapia con un psicólogo. Si se siente preocupado, ansioso o estresado, acuda al psicólogo, rezan las personas y los psicólogos deseosos de llevar clientes a sus consultorios bajo pretexto de ayudarlos. Si no puede despegarse de la pantalla de su celular, si pasa horas inmerso en los videojuegos y prefiere esto a convivir con los demás, recurra a un experto (se llama psicólogo). Si le gusta demasiado la bebida, el tabaco, las drogas, la pornografía o los juegos de azar, seguramente está enfermo y necesita (ya lo adivinó) un psicólogo. Psicología por aquí. Psicología por allá. Psicología para todo.
Terminajos psicológicos
¿En verdad acudir a un psicólogo es tan efectivo como se podría suponer desde el sentido común? ¿Por qué, hoy, en el siglo XXI, pocos se atreven a poner en duda la efectividad de la psicología y de las terapias psicológicas en la resolución de los conflictos personales? La psicología y sus discursos han pasado a formar una parte esencial de nuestra vida. Tanto que hemos dejado de darnos cuenta de ello. Los canadienses Joseph Heath y Andrew Potter, autores de ese ensayo popular titulado inteligentemente Rebelarse vende: el negocio de la contracultura, sugirieron la idea de que todos esos términos de “psicología popular” (lo que sus detractores llaman “psicobobadas”) como “autoestima”, “rechazo”, “negación”, “dependencia”, “yo infantil”, etcétera, tienen su origen más o menos directo en la obra de Freud. Y que no sólo nos influyen en la manera de hablar, sino que afectan, incluso, el concepto que tenemos de nuestra identidad. Es cierto, fuera de las aulas donde se enseña psicología, más allá de los consultorios y las clínicas donde hay psicólogos, en los medios como la radio y la televisión, casi a diario se oye mentar terminajos psicológicos. Y debido a ello podemos tener la certeza de que gracias a los discursos psicológicos el sentido común se modificó.
Una reivindicación cínica del hedonismo
¿Y si la psicología no fuese una solución real, sino una especie de placebo sólo para unos cuantos como en el caso de las religiones? Que alguien afirme que las terapias le cambiaron la vida para bien no certifica que la psicología funcione, sino que sólo da fe de que a la persona que ha realizado tal afirmación le sirvieron o le fueron de utilidad. Convertir los problemas sociales en problemas personales y de salud, no es la mejor opción para un mundo tan convulso como el nuestro. William Davies, autor de La industria de la felicidad, ha dicho atinadamente que la psicología es, muchas veces, el medio que las sociedades utilizan para no tener que mirarse al espejo. Gracias a la psicologización de la realidad es fácil desviar la atención de la esencia de los problemas sociales haciendo creer a los individuos que ellos son el problema (y, por supuesto, la solución).
Este escritor y sociólogo británico ha destacado —en su mencionado libro— que la incesante fascinación por las cantidades de sentimiento subjetivo tan sólo puede distraer nuestra atención crítica de los problemas políticos y económicos de carácter más amplio. Y en este sentido la psicología cumple más con un cometido político que con uno de salud asociado a la consecución del bienestar. La preocupación por el bienestar personal y el ajeno es, disculpe usted, de carácter utilitarista a más no poder (animada, a su vez, por una reivindicación cínica y descarada del hedonismo, que es tan viejo como el pensamiento occidental). Promueva, busque, alcance el placer. Atenúe, elimine, evite el dolor y el sufrimiento.
Estas afirmaciones no son nuevas para quienes hayan echado una mirada rápida a la historia de las ideas (y, de paso, le haya seguido la pista al utilitarismo). Davies ha destacado que una de las grandes virtudes del utilitarismo, como filosofía moral, es su dimensión empática, la convicción de que tendríamos que tomarnos el bienestar ajeno —incluido hasta el de algunas especies animales— con tanta seriedad como el propio.
Recomendaciones para eliminar el estrés
John Shotter, por su parte, exprofesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de New Hampshire propuso, de manera radical, que la psicología debería ser vista más como una ciencia moral que como una ciencia natural. Abandonando la idea de que la psicología fuese una ciencia biológica tendríamos que volcarnos sobre el estudio de las actividades comunicativas en la vida cotidiana. Sin embargo, sugiérale a alguien que lo mental es, entre otras cosas, un acontecimiento comunicativo y que para estudiarlo es necesario poner atención al lenguaje, al discurso, a las narraciones, a los relatos y a las historias que producen las personas en sus interacciones cotidianas cuando conversan entre ellas, y podrá reconocer en el otro, bien una reacción de asombro, bien una reacción de desdén combinada con rabia.
Y podríamos agregar que la psicología de hoy es cool. Que puede ser considerada no más que un conjunto de discursos acerca del bienestar (emocional y personal). Discursos que pasan por alto temas de discusión esenciales y dan por sentadas muchas suposiciones que, si se revisaran con detenimiento, obligarían a cambiar el rumbo que ha tomado la investigación psicológica e, incluso, tendrían que modificarse las preocupaciones de los estudiantes en el momento de seleccionar un tema para hacer sus tesis.
Lo que bien podemos denominar la reificación de la mente y lo mental es algo a lo que no se le suele prestar mucha atención y es, precisamente, lo que permite que los distintos estados mentales sean tratados como si fuesen “cosas” dentro de la cabeza de los individuos. Si una persona dice que se siente estresada, por ejemplo, nadie se asombra por ello. Es más, sería muy probable que esa persona pudiese recibir algunas recomendaciones por parte de sus interlocutores para eliminar (en tanto que es considerado como una cosa dentro del cuerpo), el estrés (stress) y sentir alivio.
Obsesionado con aportar algo a la ciencia
¿Por qué es emblemático el caso del estrés en nuestro tiempo? Veamos. Hans Selye, el supuesto “descubridor” del stress, escribió que desde 1925 ya sospechaba de su existencia (justo cuando estudiaba medicina en la Universidad de Praga y hacía experimentos con ratas buscando una nueva hormona sexual que, concluyó, no existía). A partir de la identificación de signos comunes en pacientes, con independencia de su afección, supuso que podía haber un síndrome producido por diversos agentes nocivos.
De acuerdo con un artículo titulado “Hans Selye y sus ratas estresadas” se comenta que, en 1936, reportó en el British Journal Nature que, independientemente de la naturaleza del estímulo nocivo, el organismo responde de manera estereotipada. A dicha reacción la bautizó con el nombre de Síndrome General de Adaptación (GAS). Pero no fue sino años más adelante que este peculiar experimentador de ratas comenzó a hablar de stress y de stressors (estresores o agentes nocivos). Y para demostrar la existencia del supuesto síndrome, tome nota, sometió a ratas a temperaturas extremas, ejercicio extenuante, traumatismos e, incluso, les inyectó diversas drogas. Obsesionado con aportar algo a la ciencia y al no haber hallado la hormona de sus sueños, tuvo que conformarse con el Síndrome General de Adaptación.
En 1956 publicó The Stress of Life donde detalló las principales características del síndrome, pero al que, cada vez más, sólo se refirió como el “síndrome de estrés” o, más simplemente, como “estrés”, según está documentado en un artículo titulado “The pursuit of happiness”. Es decir, lo que comenzó con la búsqueda de una hormona sexual (y fracasó), devino un conjunto de signos que dieron como resultado un síndrome que fue identificado en los pacientes del propio Selye a partir de las ratas y cuya existencia supuestamente se comprobó gracias a las pruebas a las que fueron sometidas estas últimas. Aunque Selye hablaba siete idiomas, por aquel entonces su dominio del inglés no era el ideal, y esa fue la razón por la que utilizó stress y no strain (esto viene documentado en el artículo de las ratas estresadas). Strain es un concepto utilizado en el campo de la física que alude a la tensión o a la presión que se ejerce sobre un cuerpo. Stress, se entiende en castellano, como tensión, presión, coacción, etc. Y stressor (estresor), como cualquier cosa que provoque o produzca lo anterior. Menudo lío.
Mientras lee Salida de Emergencia
En palabras del mismo Selye, en su artículo “Stress without distress”, lea con atención, afirmó que el estrés era la respuesta inespecífica del cuerpo a cualquier demanda que se le haga, es decir, la velocidad a la que vivimos en un momento determinado, por ejemplo. Que todos los seres vivos están constantemente bajo estrés y cualquier cosa, agradable o desagradable, que acelera la intensidad de la vida, provoca un aumento corporal (del estrés, por supuesto), lo cual culmina con el desgaste que se ejerce sobre el cuerpo.
Decía también que un golpe doloroso y un beso apasionado pueden ser igualmente estresantes. Y, puestas así las cosas, leer esto, dejar de leerlo o realizar casi cualquier actividad podría ser, de acuerdo con este curioso experimentador, estresante. Pero no se preocupe. Para eso están las terapias. Mientras lo mental y los fenómenos mentales sigan siendo considerados cosas dentro del cuerpo tiene posibilidad de deshacerse de ellas, ya sea hablando con un psicólogo de terapias, haciendo ejercicio, yendo a algún sitio donde den masajes relajantes o simplemente bebiendo una cerveza mientras lee Salida de Emergencia.