La energía inacabable de Salif Keita (y II)
Junio, 2023
Es uno de los más grandes cantantes del continente africano —decía Constanza Ordaz en su anterior colaboración—. Sin embargo —añade, ahora, aquí—, no todo ha sido miel sobre hojuelas en la trayectoria artística de Salif Keita, ya que su andar por el mundo no ha estado exento de contradicciones y de caídas y vueltas de tuerca, sobre todo a la hora de discutir cuánto se ha distanciado de su proyecto original. Con esta nueva entrega, Constanza continúa su revisión de los sonidos africanos…
Talento genuino y toneladas de trabajo
Sus actuaciones suelen ser adornadas por momentos de intensidad y pasión, que hacen gritar y llorar de felicidad a sus seguidores más devotos. Ya sea en solitario o junto a la superbanda Les Ambassadeurs Internationaux, Salif Keita es un artista que no pasa desapercibido en ningún escenario, escribíamos aquí en nuestra entrega anterior.
Empero, no todo ha sido miel sobre hojuelas en la trayectoria artística Salif Keita, pues su andar por el mundo no ha estado exento de contradicciones y de caídas y vueltas de tuerca, sobre todo a la hora de discutir cuánto se ha distanciado de su proyecto original —cercano al folclor mandinga—, o si le ha sido favorable la fusión extrovertida con otras tradiciones modernas, apoyada en la tecnología digital y con la maravilla de trabajar en cuarenta y ocho pistas.
Pero Salif, hasta la fecha, se ha abierto camino en el mundo con su talento genuino y toneladas de trabajo. A estas alturas, son pocos los que ponen en duda su dedicación y sensibilidad y, sobre todo, su honestidad artística a toda prueba. Esto es lo que nos explica el libro: La música es el arma del futuro (Fifty years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Books, Chicago, 2002).
La soñada independencia y el parteaguas que significó Soro
Aunque a principios de los años ochenta los Ambassadeurs constituían el grupo más popular de África occidental, Keita seguía buscando un público más amplio y, en 1984, se trasladó a París después de una pelea por cuestiones económicas con Kanté Manfila, otro mítico integrante de la famosa agrupación. A pesar de los éxitos de Mandjou y Primpin, Salif tuvo que empezar casi de cero; cantaba tanto en restaurantes como en centros de inmigrantes africanos, mientras su fama de terco seguía desconcertando a los productores.
Finalmente, en 1987, el reconocido productor senegalés Ibrahima Sylla, especulando medio en broma con que “la colaboración con un albino trae suerte”, lo contrató para grabar Soro, un álbum que marcaría un antes y después en la difusión mundial de la música africana.
La innovación de Soro reside en los teclados de sus arreglistas franceses Francois Bréant y Jean-Philippe Rykiel, que tejen densos tapices de sonido con texturas de instrumentos tradicionales como la kora y el balafon.
Soro, además, demuestra que la alta tecnología de cuarenta y ocho pistas y sintetizadores no pertenece por derecho natural a los continentes que la fabrican, sino que puede servir como expresión de una sensibilidad profundamente africana. Pero, indudablemente, en el corazón del disco está la voz de Salif Keita y, por sofisticados que sean los arreglos, tienen el gran mérito de guardar cierta distancia respecto a ella.
Cuando en la obra de Keita las producciones han presentado arreglos demasiado rígidos, el cantante se ha visto acorralado y su pasión suele convertirse en berrinche, pues a pesar de su espíritu aventurero, su magnífica voz es limitada. Su amplia experiencia le ha otorgado una destacable técnica vocal, pero ésta no puede evitar cierta insulsez cuando carece de un intenso compromiso emocional.
Por otro lado, cualesquiera que sean sus letras, las canciones de Keita siempre contienen el mismo subtexto, dado que su arte expresa una soledad que va más allá de las palabras, un sufrimiento que, él mismo admite, le hace “sentir vivo”.
La primera canción de Soro, “Wamba”, es una sátira sobre una chica moderna, soltera y materialista —“El matrimonio no tiene futuro”—, pero en el resto de los temas absorbe los proverbios e historias de la tradición mandinga.
Ko-yan y la ciudadanía universal de Keita
El siguiente disco de Keita, Ko-yan —“Lo que está pasando”—, desarrolla la idea de que nosotros somos los que hacemos la historia, y si nos referimos sólo a lo que ha pasado no habrá ninguna historia. Esta vez, la alta tecnología se conjunta con una contemplación del mundo actual. Es un mundo dominado por Satanás, donde los que aman a Dios “son excepcionales”, a pesar de un fervor religioso que produce “cada vez más gente que reza y menos gente que cree”, y otros trastornos que incluyen la droga —en una repetición de “Primpin”—, la distribución injusta de la riqueza —en “Yada”— y el racismo en Europa en “Nou pas bouger”.
Sin embargo, hay una posibilidad de redención a través del amor de la pareja, de la familia y, sobre todo, de Dios. La conclusión es que “sin amor, la vida no es posible”, y la voz de Keita se iguala perfectamente con este optimismo melancólico.
Tras la edición de Ko-yan, Keita vio realizado su sueño de integrarse a la comunidad musical internacional.
Los tropiezos de Keita
Y así llegaron, entonces, algunas malas decisiones. Por ejemplo, casi resucitó un disco de Jackson Browne, World in Motion; contribuyó con una desastrosa “Begin the beguine” al proyecto antisida Red Hot + Blue y colaboró con chansonniers franceses como Bernard Lavilliers en 1993.
Más adelante, algunos amigos famosos como Carlos Santana y Wayne Shorter tuvieron la oportunidad de participar en el nuevo disco de Keita, Amén, con producción de Joe Zawinul —músico y cofundador del grupo Weather Report—, aunque el lastimoso resultado bien mereció el fracaso comercial, dejándose oír críticas que anunciaban la repercusión negativa del afán de diversificación de su obra.
Su compatriota Ali Farka Touré declaró: “Para mí, la música actual de Salif no significa nada, ha perdido su rumbo, ya no toca música africana y se lo he dicho de frente. Claro que Salif me comentó lo que pensaba, pero eso queda entre nosotros dos”. El resto de los mortales, por ende, tuvimos que adivinar la respuesta a través de lo que fueron sus siguientes grabaciones.
En 1994, Keita, por su cuenta y riesgo, editó dos discos en África: Sosie y Sirga.
El primero no disipa ninguna duda, ya que en su mayoría consiste en baladas francesas de compositores como Lavilliers, Serge Gainsbourg y Michel Legrand, que Salif interpreta con más aplicación que brillantez. En cambio, Sirga es, sin duda, su mejor trabajo desde Soro, inspirándose de nuevo en los ritmos hipnóticos del folclor mandingo, perfectos para dar rienda suelta a los maravillosos ululatos arabescos de Keita.
Una obra más allá de los juicios apresurados
En la actualidad, Salif Keita ha triunfado en Europa y casi todo el mundo, como uno de los grandes cantantes africanos, aunque su obra haya sido criticada por su tendencia al caos y la improvisación.
La capacidad interpretativa de Keita está más allá de los juicios apresurados. Nada hay más lamentable que emitir una caracterización negativa de un cantante que, si bien está maduro, continúa en un proceso de fusión entre su propio espíritu musical y las corrientes que se abren en el mundo. Para los puristas, esta es una apuesta que lo desvía dramáticamente de su camino; pero Keita está más allá del pensamiento sectario y de las consideraciones místicas o rituales. Él, simplemente, desea ser un artista del mundo.