“A los líderes les gusta demasiado el poder…”
El rescate musical es, hoy en día, asunto impostergable para quienes están a favor de las tradiciones culturales del mundo. El continente africano, en ese sentido, no es la excepción. En África, grabar la propia música se convirtió en un acto de fe.
Una costumbre difícil de erradicar
La actividad de grabar la propia música se ha transformado, con singular importancia, en parte del rescate cultural. En este momento, muchas etnias y nacionalidades oprimidas hacen de la grabación un documento para dar a conocer sus cantos ancestrales.
En África, grabar la propia música se convirtió en un acto de fe, en un recurso para salir del olvido y la ambigüedad. Con más de medio siglo de tradición, las piezas más emblemáticas de los cantantes populares circulan de mano en mano hasta convertirse en una costumbre difícil de erradicar. Los siguientes fragmentos del libro La música es el arma del futuro (Fifty years of African popular music, de Frank Tenaille, Editorial Lawrence Hill Books, Chicago, 2002) lo confirman.
Así, la tradición de los buenos discos es parte del catálogo de Mbeya; es complicado afirmar, en la actualidad, que los seguidores de esta música desconozcan la lista básica de estilos (del likembe al makossa, del benga al soukous) con que Mbeya comenzó a funcionar …
El soukous
El primer disco congoleño de Mbeya, de 78 rpm, fue grabado por Antoine Wendo en 1948 bajo los auspicios de un empresario griego.
Wendo rendía homenaje a su madre fallecida —en un acto de cariño y gratificación, pues ella inspiró su carrera musical a través de una aparición en un sueño.
—Por la mañana —recuerda Wendo— me levanté y encontré una guitarra en la casa. No tenía la menor idea de dónde había salido.
Mbeya precipitó un torrente de discos que coincidió con la inauguración de una emisora de radio y los primeros bares para una clientela africana en Kinshasa, cuyos gustos musicales, sin embargo, se inclinaban especialmente por la rumba cubana —que había sido introducida originalmente por inmigrantes melómanos de África occidental—, aunque el proceso evolutivo de la música autóctona ya era imparable.
En los años cincuenta este ambiente se vio desplazado por el desarrollo de un sonido más enraizado gracias al trabajo de grupos eléctricos como African Jazz, de Joseph Kabasele, y Orchestre Kinois Jazz, de Franco.
[Normalmente se utiliza la abreviación OK Jazz para la Orchestre Kinois Jazz. Franco solía decir irónicamente: “Uno entra OK y sale KO”.]Con la llegada de los discos de 45 rpm éstos se dividieron en dos partes: una rumba lenta y un seben —o rápida sección instrumental, a menudo basada en un ritmo tradicional—, donde se lucían dulces armonías vocales, suaves vientos y una red de guitarras eléctricas que evocaban el likembe.
[El likembe es un piano de pulgares, pues son los dedos los que hacen vibrar sus láminas metálicas, montadas sobre una base de madera.]Este género, que ha llegado a conocerse como soukous, demostró poseer una extraordinaria capacidad de renovación, asimilando tanto los retos ajenos como las tradiciones de las 250 etnias de Zaire.
En 1970 la formación Zaïko Langa Langa estrenó un sonido influido por el rock colocando las guitarras en un primer plano, prescindiendo de los instrumentos para disparar las pistas de baile.
Otros estilos, como el makossa de Camerún y el benga de Kenia, han desarrollado el sonido particular de la guitarra africana, pero ninguno ha privado al soukous de su supremacía como música de baile panafricana.
Según un político zairense, sin soukous África estallaría.
Para restañar las heridas…
El rescate musical es, hoy en día, asunto impostergable para quienes están a favor de las tradiciones culturales del mundo.
En cuanto a las disqueras y su historia, conviene realzar su importancia para preservar la memoria de los pueblos que desean superar los avatares de la explotación salvaje. Sólo la dulzura, la poesía y la esperanza parecen contribuir para restañar las heridas de los africanos.
Por ello, como colofón, ofrezco la traducción de “Africa Remembers”, acaso una de las canciones más intensas con que Youssou N’Dour repiensa la memoria de sus inmediatos antecesores y de un continente sacudido…
África recuerda
El ayer ha pasado, pero tenemos que recordarlo.
Mis antepasados sufrieron la esclavitud.
Un árbol crece desde sus raíces
y yo jamás dejaré de recordar.
Sígueme, si quieres.
Sí, ahondo en el pasado.
Estoy recordando.
En otro tiempo habrían tenido que esforzarnos
y te habrían llevado lejos con las manos atadas.
No hubieras visto a tu familia ni tus bienes
nunca, nunca jamás.
Así los africanos hemos tenido que esforzarnos
hasta que por fin recuperamos lo más importante que tenemos:
nuestra cultura.
No renuncies a tu cultura por nada en el mundo.
La razón de que riñamos y peleemos en África,
incluso hoy,
es porque a los líderes africanos les gusta demasiado el poder.
Lo que tendríamos que hacer es unirnos,
la unidad es el poder.
Ahora hay mucha gente nuestra en el extranjero
que se marchó hace tiempo.
No tienen dónde caerse muertos
y no pueden hacer nada.
Nunca volverán a ver a sus familias.
Ndella Wade,
dame un poco de tu bondad,
donde quiera que pases el día eres la favorita de todos.
Y si pasaras la noche, tuya sería la casa.
Eres la hija de mi madre.
[Tropo wolof, cuyo significado es: “Ojalá fuera tu hermano, sería un orgullo para mí”.]
Sígueme si quieres,
lloro por África.
Si la esperanza no está rota
y la verdad no está perdida,
encontraremos el poder en la unidad.
Voy a llorar otra vez,
porque África debe estar unida.