Alberto Solián: entre los sueños y el sarandeado
Desde el pasado 5 de mayo, y hasta el próximo 14 del mismo mes, se lleva a cabo —en esta ocasión de forma virtual— el XXVI Festival Internacional Universitario de la Cultura, el cual es organizado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Hace unos días, como parte de sus actividades, el dramaturgo Fernando de Ita y el escritor Élmer Mendoza presentaron Donde se cruzan los sueños, de Alberto Solián. Este libro compila tres obras de teatro: “Donde se cruzan los sueños”, “Rapsodia para un pescado sarandeado” y “Sin norte”, todas ellas —a decir de los comentaristas— con una prosa poderosa y conmovedora. Dejamos aquí precisamente las palabras vertidas por Fernando de Ita…
Si yo tuviera un prólogo como el que le escribió Élmer Mendoza a su paisano Alberto Solián para la presentación de Donde se cruzan los sueños, difícilmente le dirigiría la palabra a mis coterráneos. O les hablaría desde la altura que tiene la pluma de Élmer en el ámbito nacional e internacional de las letras hispánicas.
Como psicoterapeuta Alberto sabe que no es sano para el ego andar flotando en la estratósfera per se, de manera que a mí me toca la ingrata tarea de ponerlo a ras de suelo, mejor dicho, en la tarima del teatro. Antes digo que comparto plenamente la lectura que Élmer hizo de la singularidad y las virtudes literarias de las tres composiciones dramáticas que componen el libro editado por El Milagro y el Instituto de Cultura de Sinaloa. Sólo tengo una discrepancia. Azorado, supongo, por la metralleta verbal que utiliza Solián para exponer su visión de los hombres, las mujeres y las cosas, Élmer dice, a la letra: “Solián escapa de la tradición de ayer, la que no previeron sus maestros ni sus amigos”.
Por el contrario, yo encuentro clarísima la influencia de Óscar Liera en la obra que le da nombre a la trilogía, estrenada en diciembre del 2010. En “Donde se cruzan los sueños”, el autor sigue la tradición de los autores que dirigen la puesta en escena y la actitud de los actores desde la didascalia, y utiliza la música popular de diversas épocas para engarzar las acciones y sintetizar estados de ánimo individual y colectivo. Eso sí, amparado en el nombre, su pieza juega a sus anchas con géneros, estilos, situaciones, personajes, tiempos, ritmos, teniendo como eje la búsqueda de un hijo por su madre, lo que rompe el canon rulfeano de la búsqueda del padre.
Hay que tomar en cuenta que por esos años Alberto ya estaba inmerso en la psicología, y como desde muy joven se metió al teatro, el juego es doble. Por un lado deja en claro que estamos en el teatro, donde se sueña despierto. Por el otro, el sueño ocurre en la mente de los personajes de manera que las acciones no tienen una lógica cartesiana sino la arbitrariedad de lo soñado. A mí lo que me intriga es cómo ejercer ese despelote dramático en cuerpo vivo, en el tiempo y el espacio acotado del escenario, porque una cosa es tomarse la libertad de cruzar en el papel las historias de un trompetista, una muchacha, una mujer y un joven, apelando a la conciencia y la subconsciencia de los personajes, y otra muy distinta, encarnar ese cruce, más que de vidas, de pensamientos, de imágenes mentales. Élmer tiene razón cuando dice que sólo aceptando la dinámica narrativa del sueño podemos disfrutar del espectáculo.
“Rapsodia para un pescado sarandeado” es ya una pieza del doctor Solián. Si en el texto anterior podemos seguir la huella de Liera desde el primer diálogo, aquí el regionalismo del habla, el paisaje y la gastronomía sinaloense ya no pertenece al realismo mágico sino al realismo psicológico, si así se le puede llamar al desfogue mental de dos seres vivientes llamados verde y azul, dos mujeres que hablan como máquinas memoriosas con una prosodia impecable e implacable, describiendo con prisa y sin pausa lo mismo la preparación de un pescado sarandeado que la masturbación, el desvirgue, el desaliento, la violencia, el sinsentido, la playa de Altata, en fin, el dolor y el asombro de estar vivos.
Como advierte Élmer en su prólogo, no se trata de una escritura automática ni surrealista sino de un recurso literario propio, que yo encuentro influenciado por la técnica analítica de la asociación libre y el famoso diván, ya más lacaneano que freudeano, porque los personajes no existen por lo que hacen sino por lo que dicen, y dicen tantas cosas que si uno queda aturdido leyéndolas, de nuevo me pregunto qué pasará escuchándolas. Me refiero a que en la lectura uno puede volver al texto para descifrarlo y en el teatro el discurso va de corrido. Para confirmar mi impresión, me saltaba algunas páginas y al retomar el diálogo no extrañaba esos huecos porque cada texto es autónomo en tanto síntesis de una experiencia de vida por la que cruzan el amor, versículos del nuevo testamento, Jesús en la Montaña, el callo de hacha, el ceviche, la maternidad, la danza y los símbolos de la virtualidad que están cambiando el formato de la comunicación, y de esa manera, su contenido. Tal vez por eso, verde y azul se empeñan en hablar tanto y de tantas cosas en busca de la poética como construcción del lenguaje humano. Para mí ahí está el logro de este texto a caballo entre la dialógica y la narrativa: en utilizar la palabra que nombra, describe, analiza, revela, oculta, exalta, la condición humana.
“Sin norte” es una farsa de cantina en la que Dios, Cornelio Reyna, Ramón Ayala, un espíritu chocarrero, un ser andrógino llamado Carmelarafael y algunos zombis se pasan de lanza jugando al tiatro, con i. Sabrá el diablo que sustancia química o vegetal llevó a Solián a escribir y montar este despropósito musical, por decirle así a esta reunión de una divinidad celestial con dos emperadores de la música de banda, la canción ranchera y el bolero vil. Tal vez los fanáticos del trago, la botana, el acordeón y el bajo sexto lo encuentren divertido. Habrá que preguntárselo a los parroquianos del FBI (Famoso Bar Incendio), donde se ubica este bochorno, aunque me temo que los bebedores habituales fueron sustituidos por gente de teatro y pacientes del psicoanálisis.
La parodia es la imitación chusca de un género, una obra, una persona. Tal vez Solián quiso parodiar la comercialización de la música popular, el endiosamiento de sus intérpretes, el peso de la fama, la identidad que logró la música norteña con la banda. La verdad no logré descifrar el propósito de esta caricatura tan densa en su lenguaje y el devenir de los personajes. Con Dios no se juega; quiero decir, tan vanamente. Entiendo que el autor quiso exaltar la atmósfera tan peculiar de las cantinas culiches, reproducir las expresiones locales y el delirio etílico, pero el resultado es confuso, difícil de digerir. Me quedo, pues, con el cruce de sueños, géneros y estilos del primer texto y con la metáfora que nos brinda su rapsodia del pescado sarandeado; eso somos para la vida: mortales, pescados abiertos y asados a fuego lento por el destino.