Las nueve décadas de Gonzalo Martré
Nacido en Hidalgo en noviembre de 1928, Gonzalo Martré cumple sus nueve décadas de vida en plena y gozosa actividad escritural. Esta reseña no sólo es un homenaje al maestro, sino también un reconocimiento a su sólida carrera intelectual a partir de, sólo, una de sus obras.
Decano de la ciencia ficción
Los símbolos transparentes (1978), la novela más reeditada de Gonzalo Martré, es una ficción y un documento sobre el Movimiento Estudiantil de 1968, sí, pero también un libro indisociable del conjunto de su obra. Sus tantos libros y los dilatados años de nuestra convivencia dejan en mi mente la imagen de Gonzalo como un escritor diestro pero, ante todo, la de un hombre que ha buscado la verdad, la honradez y lo justo en este país que estamos cambiando los mexicanos. Si hay que usar un término político digo que Gonzalo es un hombre de izquierda, un escritor que, con los recursos de su oficio, ha batallado por un estado de cosas más justo. Un estado de justicia en el que se incluye él mismo y cuya búsqueda le ha ganado muchos malquerientes. Sus enemigos no han leído sus libros pero se quedan con el anecdotario que lo pinta como el escritor que se encadena afuera del Palacio de Minería para pedir que el antiguo Conaculta lo edite en su famosa serie de “Lecturas Mexicanas”. Quienes han leído sus revistas electrónicas y satíricas como La Rana Roja lo desdeñan por la majadería y el humor vitriólico que escurre de todos sus números, pero esa es sólo una parte del escritor, del ser humano que es el químico Mario Trejo (Martré). A mi juicio, para tener una imagen cabal de este hombre hay que leer sus libros, o muchos de sus libros; así quizá entenderemos de dónde salen sus más famosos desplantes.
Gonzalo es para mí, ante todo, el autor de una trilogía novelística indispensable para conocer el México contemporáneo en sus momentos políticos e históricos más relevantes, pero también para mirar la ciudad capital en sus ámbitos más fifís, como dice ya saben quién, pero también en sus estratos económica y socialmente más desprotegidos. El chanfalla (1979), Entre porros, tiras y caifanes (1982) y Tormenta roja sobre México (1993) son verdaderos murales que debe leer quien aspire a conocer, siquiera medianamente, la literatura mexicana. Me parece que lo hasta aquí dicho suena a monumento de prócer nacional, pero hay también en Gonzalo una faceta risueña, sensual y sexual inevitables. En su trilogía está la historia del porrismo que aquejó a la UNAM, la guía de los sitios de rompe y rasga de varias décadas del siglo pasado, y la noticia de cómo llegó Pérez Prado a México, porque él conoce perfectamente la historia de la música afrocaribeña. Su larga existencia ha sido no sólo de lucha, sino también y sobre todo de disfrute de los placeres de la vida. ¿Quieren saber de comida? Pregúntenle a él. ¿Quieren saber de alcoholes? Pregúntenle a él. ¿Quieren saber de todo lo demás? En él encontrarán respuestas sabias.
La carrera literaria de Martré ha sido larga y diversa. Él fue uno de los primeros novelistas que trató el tema del narcotráfico con humor corrosivo e imaginación. Sus novelas El cadáver errante (1993), Los dineros de Dios (1999) y Pájaros en el alambre (2000) son precursoras de las novelas de Bernardo Fernández (Bef), Hilario Peña, Francisco Hagenbeck, Juan José Rodríguez y tantos otros que, por lo negro de las novelas que han hecho, se refieren a Paco Ignacio Taibo II como su abuelito. Precisamente un joven como Bernardo Fernández ha reconocido otra faceta de Gonzalo: la de historietista. Bef escribe en la cuarta de forros de La justicia de Fantomas, un libro publicado apenas el año pasado: “Antes de que la historieta se legitimara, antes de que el formato de la novela gráfica llegara a la librería, antes de que fuera cool leer cómics, Gonzalo Martré ya escribía los guiones de Fantomas”. Y después de reconocer su sitio como decano de la ciencia ficción mexicana, continúa: “Siempre inquieto, mantiene el espíritu contracultural, el humor corrosivo y la vocación transgresora que durante décadas lo han aislado del mainstream (y le han ganado no pocas enemistades en el underground y la izquierda). Ahora vuelve con este híbrido de novela e historieta. ¿Novela graficada? ¿Novelhistorieta? No importa la etiqueta, el mejor ladrón del mundo habita entre sus páginas. Gonzalo Martré es buen narrador. Pregúntenle a Julio Cortázar”.
El martreano humor negro
Los símbolos transparentes, novela pantagruélica, se solaza en un primer capítulo digno de La gran comilona de Marco Ferreri. Vemos una francachela que es el canto del cisne para un aspirante a presidente de la República. Allí está el humor negro de Gonzalo junto al señalamiento de los derroches y las hipocresías de los políticos que llevan a sus mesas lo mismo al cantante de moda que al escritor famoso.
Dije arriba que a Gonzalo hay que juzgarlo como escritor porque en este libro son notables los recursos literarios que hablan de su oficio. En primer lugar la escatología que funde la gigantesca mezcla de alimentos, alcohol y encuentros sexuales junto con los vómitos y la reiteración simbólica de los dos borrachos que preguntan (cito) dónde está el cagadero. Y como andan buscando por todas partes, incluso atrás de la mesa del candidato fallido, resulta que el cagadero está entre todos los políticos y periodistas chayoteros que son convidados a documentar el banquete. El episodio de los espías ruso y norteamericano incide en las aptitudes del autor para el relato de espionaje y de aventuras. Permítanme recordar un episodio de alguna de las novelas negras de Martré. Hay un detective que estudia por correspondencia y, cuando se gradúa, le mandan un maletín con sus herramientas. Cuando está resolviendo uno de sus casos, en compañía de su amante manca, descubre que una serpiente va a morderla. Abre entonces su maletín y sale un águila que se lanza a devorar la serpiente. Estos juegos de humor negro son los que no le perdona la gente respetable, pero son sin duda los elementos que lo caracterizan como escritor.
A pesar de todos los libros que ha publicado, Gonzalo sigue siendo un escritor marginal, que le da sus obras a editoriales como la Cofradía de Coyotes, la editorial que tiene Eduardo Villegas Guevara en Ciudad Nezahualcóyotl. Incluso hay otro caso más risible pero más escandaloso. Unos amigos decidieron rescatar la célebre aventura de Fantomas que homenajeó Julio Cortázar, con las ilustraciones originales de Víctor Cruz. Resultó un cuadernito empastado con tela y, para salvar el problema de los derechos de autor, dijeron que lo publicaba la Editorial “A mí me vale verga”. ¿Qué escritor mexicano hubiera aceptado esta salida tan poco edificante? ¿Qué abogado aceptaría demandar a una editorial con ese nombre?
Una lectura social
Los símbolos transparentes ofrece una sucinta historia del Movimiento Estudiantil de 1968 desde su inicio con el pleito de los estudiantes de la vocacional de la Ciudadela y los alumnos de la escuela Isaac Ochoterena hasta su culminación en la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Pero no se atiene a estos límites sino se remonta al Movimiento Ferrocarrilero de 1958 y luego a la lucha magisterial. Después, con la figura de Luis Echeverría, habla de otra matanza juvenil: la del 10 de junio en la Escuela Nacional de Maestros. Los símbolos transparentes es una ambiciosa novela que toma la corrupción priista en su cenit, cuando el presidencialismo lo era todo y el PRI no tenía quien le hiciera sombra. En esta novela encontramos a los protagonistas de muchos años de abuso y corrupción, con todo y sus personajes emblemáticos apenas disfrazados en sus nombres: Espadowsky es Jacobo Zabludovsky, Ferrizino es Pedro Ferriz, Gedeón es GDO, vale decir, Gustavo Díaz Ordaz, Barril Gómez es Agustín Barrios Gómez, Frank González es Carlos Hank González y Méndez Monstruo es Méndez Rostro, el siniestro director de San Ildefonso…
Mediante la exposición de las corruptelas y despojos de los políticos como el cobijo a talamontes y madereros, concesiones de carreteras y obras, licitaciones amañadas y cuotas policiacas, Martré despierta la indignación del lector no sólo por los crímenes contra estudiantes y personas indefensas, sino por el despojo de los grupos indígenas y los abusos que padecimos durante décadas, incluida la complicidad de intelectuales.
Esta novela, eminentemente social y política, tiene otros recursos como los flash backs, las diferentes hablas de sus personajes, las cintas de grabación, la autorreferencialidad a su novela con varios calificativos elogiosos, el repaso dentro de esta novela de algunos libros que se ocuparon del movimiento, la parodia de la prosa de los autores de la onda y hasta la intertextualidad que resulta de insertar en Los símbolos transparentes la famosa entrevista que Jesús Luis Benítez hizo con la encuerada de Avándaro. La matanza es narrada una y otra vez desde distintas perspectivas, lo mismo desde los ojos de un niño que desde el punto de vista de un soldado. La narración es aluvional y a ratos vulgar, pero también suele ser lírica y sentenciosa. Se sustenta en diálogos, monólogos y visiones omniscientes.
Si hacemos una lectura social de la novela, cuando los protagonistas del movimiento se han vuelto cínicos o están amargados, cuando los militares de antaño aparecen dándose la gran vida, algunos jóvenes se están alistando para sumarse a la guerrilla. Vistos los hechos así, la continuación literaria de Los símbolos transparentes sería la obra de Carlos Montemayor y, en particular, Guerra en el Paraíso.
El pasado lunes 20 de agosto, en la feria del libro instalada afuera del Palacio de Bellas Artes, dos escritoras dijeron que no se ha escrito la gran novela mexicana del 68. Yo no pienso lo mismo; Gonzalo ya escribió Los símbolos transparentes.
Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, noviembre de 2018.