Noviembre, 2025
Lo que parecía una buena idea y un buen proyecto, pronto se vino abajo. Primero, por la falta de paridad en la selección de autores —de nueva cuenta más escritores que escritoras—, y luego por las penosas palabras de Paco Ignacio Taibo II, al tratar de explicar este desaguisado, durante la presentación oficial de la colección de libros “25 para el 25” que el gobierno de México echará andar en este mes de diciembre, y de la cual Taibo II es el encargado desde su posición como director del Fondo de Cultura Económica. En el siguiente texto, la periodista y académica Maricarmen Fernández Chapou desmenuza de manera pormenorizada por qué las palabras de Taibo II importan.
El incendio en las redes sociales no se originó sólo por una frase desafortunada; se encendió por quién, dónde y cómo dijo esa frase. Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica (FCE), emblema de la política pública editorial, justificó la baja presencia de autoras en una nueva colección al afirmar, a modo de ejemplo, que “un poemario escrito por una mujer, horriblemente asqueroso de malo”, no debería incluirse por “cuota” de género. Tres adjetivos calificativos continuos, pronunciados uno tras otro, más un sustantivo no menos ominoso, bastaron para activar los mecanismos de indignación que rápidamente se volvió viral.
Desde la Mañanera del Pueblo, el funcionario público utilizaba el género como coartada estética, ante una omisión evidente: la colección “25 para el 25” incluye 27 títulos, de los cuales sólo siete son de mujeres. La justificación ofrecida por Taibo (“elegimos el Boom latinoamericano y fue mayoritariamente masculino”) reconfirma un sesgo histórico en lugar de enfrentarlo: si la tradición canonizó sobre todo a hombres, el papel de una política pública contemporánea no es replicar el canon, sino ampliarlo.
Tampoco ayudó la respuesta institucional: la risa nerviosa de la presidenta Claudia Sheinbaum respaldó al funcionario, aunque —en un esfuerzo atropellado por mitigar el agravio— anunció una colección dedicada a escritoras. El mensaje es ambivalente: Taibo continuará en el cargo (“es un buen compañero”, justificó la mandataria) pero habrá una compensación editorial como contrapeso.
¿Soluciona esto el problema?
No.
El compañerismo entre políticos y funcionarios no puede ni debe ser razón suficiente para solapar fallas u omisiones. Y curar una colección paralela para “borrar” un sesgo en otra puede terminar, paradójicamente, segregando cuando el reto es integrar paritariamente los catálogos, no crear vitrinas aparte.

Aunado a las razones vanas, la manera en que respondió el director del Fondo, con los tres célebres adjetivos continuados, terminó por incendiar la ira. Cuando una autoridad usa “poemario de mujer” como sinécdoque de “mala poesía”, aunque lo declare “hipotético”, refuerza estereotipos que décadas de lectoras, editoras y académicas han combatido. El problema no es sólo “cómo lo dijo”, sino la lógica que asocia calidad con masculinidad histórica del canon.
El ejemplo retórico importa. La calidad versus la diversidad es una falsa dicotomía. La idea de que la paridad “baja el estándar” parte de un canon ya sesgado. La tarea de una editorial pública no es obedecer inercias, sino corregirlas con criterios de excelencia y representatividad. Además, en 2025 no es aceptable confundir pluralidad con “cuota de género” en sentido peyorativo. La propia tormenta en las plataformas digitales como X, Instagram, Facebook, mostró listas alternativas de autoras de primera línea que encajarían sin forzar nada.
La política editorial, política cultural en definitiva, impacta más allá de los catálogos. Un programa masivo (2.5 millones de libros gratuitos en 14 países) moldea imaginarios de lectura. Si el primer gran envío confirma el sesgo, el daño simbólico se multiplica. Luego puede llegar la “colección correctiva”, pero el primer golpe ya habrá surtido sus efectos.

Con todo, lo mejor de la respuesta digital fue su capacidad de convertir la indignación en praxis cultural. La reacción en redes fue inmediata y se tradujo en la calle: escritoras y colectivos organizaron un “mitin poético” frente al FCE; exigieron la renuncia del director y leyeron, con deliberada ironía, “poemas horribles” para evidenciar el agravio. El hashtag #PoemasHorriblesParaTaiboII circuló en crónicas, videos y transmisiones en vivo. Este gesto performático hizo dos cosas a la vez: politizó el lenguaje y devolvió la poesía al espacio público, justo donde más estorba el prejuicio.
Ese tránsito del tuit a la calle recordó que la crítica literaria también puede ser acción: lecturas públicas, curatorías colectivas, hilos con bibliografías de poetas latinoamericanas, videos breves explicando por qué la paridad es un criterio de calidad del ecosistema y no “un capricho”.
De todo esto queda sostener el escrutinio más allá del trending topic y la exigencia de reglas claras de selección en colecciones públicas: actas, jurados diversos y evaluaciones con perspectiva de género. La transparencia no cancela la excelencia, pero la hace verificable.
En resumidas cuentas, la libertad del editor no está reñida con la responsabilidad pública. Al contrario: en un sello estatal, la calidad incluye la pluralidad. La polémica no se desactiva con un hilo de X ni con una colección paralela, sino con reglas que hagan imposible que, en 2030, sigamos discutiendo si “hay suficientes mujeres” o si “incluirlas” implica “bajar el nivel”.
Mientras tanto, la escena de escritoras leyendo “poemas horribles” frente al FCE deja una lección: la poesía, incluso cuando se la intenta reducir a caricatura, regresa a reclamar su lugar. Y no hay administración cultural que pueda darse el lujo de ignorarlo. ![]()



