Junio, 2025
Juan Gabriel fue el primer artista empecinadamente comercial en cantar en el Palacio de Bellas Artes. Pero él no llegó ahí por cuestiones de creatividad compositora, pues es sabido, en el ámbito cultural, que fue Carlos Monsiváis el que aprobaría su presentación en dicho recinto. “Muchísimas gracias por estar aquí en esto que es una realidad. Ya no es un sueño. Y sé que muchísimas personas tuvieron mucho que ver con que yo estuviera aquí”, dijo el cantante en una de sus presentaciones. Sin embargo, aquellos primeros conciertos —y los que luego vendrían en años posteriores— también provocaron una serie de preguntas. Por ejemplo: ¿qué significaba que un producto de Televisa y de las radiodifusoras pisara el recinto de mármol? ¿Estábamos asistiendo al triunfo del entretenimiento por encima del arte? Y en cuestiones de música, ¿el Estado había aceptado solícito las reglas de la entonces principal televisora y del emporio discográfico a falta de una verdadera política cultural? Para obtener algunas respuestas sobre esta primera vez de un artista comercial en Bellas Artes, el autor del siguiente texto, Víctor Roura, abordó en aquel entonces a diversas personalidades de la escritura para saber su opinión. Recuperamos el reportaje ahora que se cumplen tres décadas y media de aquel momento…
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No, Juan Gabriel no estuvo en Bellas Artes (¡en tres ocasiones: en 1990, 1997 y 2013!, las cuales, si bien se sugiere que fueron las dos posteriores a la de 1990, apareció en escena después de liquidar la renta del recinto, pagadas, se dice, por los poderes políticos de Chihuahua, aunque no ha quedado huella de aquella transgresión económica) por cuestiones de indudable creatividad compositora, pues es sabido, en el ámbito cultural, que fue Carlos Monsiváis el que aprobara su presentación en dicho recinto del arte no por otra cosa, y esto también se sabe en la intimidad intelectual, sino por su condición de género, la misma de Monsiváis, orgulloso el cronista de que un homosexual por fin triunfara en el mercado popular: esta razón, y ninguna otra, imperó en aquella oportunidad, hace ya 35 años, cuando (aduciendo la gentileza de Juan Gabriel de donar el costo de las entradas para la compra del equipo instrumental de la Orquesta Sinfónica Nacional, que lo acompañara bajo la batuta de Enrique Patrón de Rueda) se presentó, por vez primera, del 9 al 12 de mayo de 1990. Apenas, entonces, afloraban los debates sobre la equidad de género.
Juan Gabriel fue el primer artista empecinadamente comercial (llegaba a cobrar cerca de 20 millones de pesos por presentarse en cualquier foro) en cantar en el Palacio de Bellas Artes: la audición por supuesto fue grabada para convertirse inmediatamente en un álbum que saliera a la venta el 20 de diciembre de ese mismo 1990. Siete años después, ya con la amistad encaminada con Monsiváis, a quien las autoridades culturales no podían negarle nada —y bastión fundamental para que Juan Gabriel apareciera en Bellas Artes—, se volvió a presentar el llamado Divo de Juárez en el coso de la Alameda Central para celebrarse a sí mismo por sus 25 años de carrera exitosamente televisiva (en realidad el aniversario artístico debió haberse conmemorado en 1996, no en 1997, ¡pero no había lugar para tan fastuoso festejo!). Y, ya encarrerado —muerto Monsiváis tres años antes—, se presentó Juanga por última vez en Bellas Artes en 2013 —tres años antes de su muerte, ocurrida en California el 28 de agosto de 2016 a sus 66 años de edad, año en que se presentara Mijares (para celebrar, con un lustro de retraso, sus 30 años de actuaciones televisivas), a puertas cerradas, en Bellas Artes tras haber pagado el respectivo alquiler del recinto, alrededor de, se dice, medio millón de pesos, audición a la que asistiera, ¡pero cómo si no!, Angélica Rivera, entonces esposa del presidente Enrique Peña Nieto— para conmemorarse, Juanga, cuatro décadas de actividad artística —que había cumplido no en ese 2013 sino en 2011.
Para averiguar algunos conceptos sobre aquella primera vez de un artista comercial en Bellas Artes entonces abordé a diversas personalidades de la escritura para saber su opinión al respecto.
Este fue el resultado (sólo he actualizado la vida de los personajes abordados para dejar las conversaciones tal como se desarrollaron, sin mover una pizca sus puntualizaciones).

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¿Bellas Artes tiene que abrirse a otro tipo de espectáculos para mantenerse?: Gerardo Arreola
—Primero, yo creo que no habría que escandalizarse. Me parece que la presencia de Juan Gabriel en Bellas Artes es un hecho que nos puede ayudar a examinar varios aspectos no nada más de la política cultural oficial, sino algunas características de la situación cultural general del país.
Los rayos del Sol pegaban fuerte en la ventana.
El periodista Gerardo Arreola (Pachuca, 1952) se movía en su asiento. El tema le interesaba.
—Un poco como atropelladamente yo diría que el hecho de que la justificación sea la recaudación de fondos de inmediato nos conduce a indagar el desastre financiero en que se encuentran no sólo los organismos culturales, sino la iniciativa toda del Estado. En este país, tradicionalmente, el Estado ha sido la fuente fundamental de la promoción de la cultura. Desde las grandes promociones de muralistas de los años veinte, pasando por el nacionalismo de los cuarenta, hasta fines de hace dos sexenios. La política privatista arrasó también con la participación activa, dinámica, comprometida y en algún momento (para bien o para mal) militante del Estado mexicano en la divulgación cultural. Hasta fines de los años setenta, el Estado era este venero de recursos y de aliento.
Se llevaba una pluma a la mano. Quería tal vez hacer unos apuntes. La plática cayó como del cielo. De manera imprevista.
—Otra cuestión son las actitudes, la disposición, las reacciones en el sentido de enfrentar cierto tipo de manifestaciones culturales. Pero en términos de subsistencia, ahí estuvo sin duda siempre el Estado. Eso ahora ya no existe, prácticamente. O existe de una manera sumamente restringida, reducida. Una de las grandes preocupaciones nacionales es la reducción del déficit financiero, lo cual significa un abatimiento del gasto social. Y los primeros gastos que van en recorte son invariablemente los que tienen que ver con el rubro de la cultura. No tanto con la educación formal (ahí ya hay una rectificación importante). Planteado desde esta perspectiva, nos llevaría a contemplar el caso desde un estado de desastre. Luis Herrera de la Fuente tiene no sé cuántas chambas (o cuántas le quedan), pero su labor principal estaba fincada en lo administrativo. Era conseguir recursos, cómo organizar tres o cuatro orquestas al mismo tierno para echarlas adelante; él, que es uno de los grandes directores de orquesta contemporáneos de México [Luis Herrera de la Fuente, nacido en la ciudad de México el 25 de abril de 1916, murió el 5 de diciembre de 2014 a la edad de 98 años], estaba convertido, a su pesar, en un burócrata y finalmente en un agente financiero. Porque al Estado le resulta incosteable. Esto es de llamar la atención.
Gerardo Arreola, entonces, era el jefe de redacción de La Jornada.
—El otro punto, emparentado siempre con este asunto, es que quien va a presentarse en Bellas Artes es el prototipo del espectáculo redituable creado por la televisión. Pero hay casos. Como el de la estación radiofónica Espacio 59. Desapareció porque no funcionaba. Aquí no hay lana. Esa fue la válida argumentación. Desde el punto de vista comercial tiene su lógica y su razonable explicación. Una empresa como Radio Mil se dedica a hacer dinero. Y punto. No creo, por supuesto, que estas empresas se asemejen a Bellas Artes o al Conaculta [hoy Secretaría de Cultural]. Entonces, ¿éste es el camino adecuado para el sostenimiento de estas instancias culturales? ¿Bellas Artes tiene que abrirse a otro tipo de espectáculos para mantenerse? ¿Es ése el camino o hay otro? Bueno, habría que explorarlo…
Las preguntas quedan en el aire. Las palabras flotaban alrededor nuestro.
¿El Estado tiene que atraer a un personaje típicamente redituable producto de la televisión? Ahí hay un rasgo de pragmatismo. Como una antena o una brújula que nos indica un poco el rumbo en que se está desarrollando la política oficial… Quizá haya varios caminos. Por una parte, están los recursos. Esto debería plantear una amplia discusión acerca de lo que está pasando con esa liquidación del Estado Mecenas durante décadas. Por otro lado, yo no sé si apreciarlo como una política modernizadora. Me suena más como una política privatista. Es decir, de la participación del Estado en el sostenimiento, aliento, impulso, promoción, búsqueda y auspicio de manifestaciones culturales en su más extenso surtido, al estímulo del carácter privado para su desarrollo. La modernidad es privatización, en términos globales. ¿Pero la modernidad en la cultura significa privatizarla? Es decir, ¿es necesario que los grandes escenarios de la cultura nacional estén ocupados por los representantes o los prototipos de las empresas privadas? A lo mejor se puede matizar el asunto con otras cosas. Por ejemplo, el gobierno ha auspiciado las becas del Conaculta, el Festival del Centro Histórico, ha traído a personajes como Lorin Mazel, ha hecho un festival de jazz…
Reflexionaba Gerardo Arreola para continuar, luego:
—Sí, ciertamente son intercambios con embajadas y son las mismas personalidades las que vienen, como dices, pero el hecho de que continúen estas promociones (la Feria Internacional del Libro, el Festival de la Ciudad de México…) quiere decir que hay una idea de que el Estado todavía puede seguir manteniendo cierta programación cultural. Mi apreciación personal es que no hay un registro abrupto de un desplome en los recursos oficiales. Hay que partir de que la Ciudad de México, no el país, sigue manteniendo una oferta de espectáculos razonablemente aceptable. Pero si partimos de que la modernidad, como he dicho, es privatización, ¿cuál será el destino de la cultura nacional? Hay que tener presente que las grandes promociones culturales en el país pasan casi irremediablemente por la televisión. Tal vez por ahí esté la respuesta. Tal vez.
Gerardo Arreola jugaba la pluma con sus dedos.
—Ya tenemos Siempre en Domingo en Bellas Artes, para decirlo de manera sintética. Pero no tenemos que echarnos ahí una exposición moral. No es un problema de sentimientos. De que nos guste o no cual o tal tipo. De que hayamos anatematizado o reivindicado radicalmente a Raúl Velasco [el primer conductor de Televisa que, de acuerdo al dinero que desembolsaban las compañías discográficas, presentaba a los artistas comercializándolos e induciendo a su público a comprar o a no comprar sus discos, nacido Raúl Velasco en Guanajuato el 24 de abril de 1933 y fallecido 73 años después el 26 de noviembre de 2006]. El asunto es un poco más complejo. ¿Cuál es el rumbo actual de la cultura nacional?, preguntaría. ¿Es esto lo que produce nuestro país? ¿Es éste el rastreo de la creación artística? ¿Hasta aquí llegó realmente el mayor esfuerzo de este país por producir sus propias manifestaciones culturales? Creo que es un retrato del retroceso del Estado ante el avance de la empresa.
—La política modernizadora por su afán privatizador no distingue entre arte y entretenimiento… —le comenté a Gerardo.
—No solamente eso, sino que ha hecho de todo un show business. Arte, entretenimiento, escenografía del ser y representación de la producción cultural son un solo paquete. Un solo programa de televisión.
La tarde se había nublado, de pronto.

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La cultura es una actividad que no es ni prioritaria ni estratégica: Carlos Ramírez
Carlos Ramírez (Oaxaca, 1951), como era ya costumbre suya en su quehacer inicial periodístico (donde había que leerlo para entender el ascenso del neoliberalismo en México), no se andaba por las ramas:
—En primer lugar, la política cultural ha dejado de ser política. Y la cultura, desde una concepción oficial, y para utilizar la dimensión del lenguaje modernizador, es una actividad que no es ni prioritaria ni estratégica. En segundo lugar, la cultura oficial, que durante años formó parte de la concepción política y del programa ideológico del Estado, también ha dejado de ser una ocupación fundamental. Finalmente, la cultura es una actividad que tiene que ver con la política y con las ideas y lo que menos quiere el actual proceso de modernización son precisamente las actividades donde la gente piense y tenga cultura…
Hablábamos, sí, de Juan Gabriel en Bellas Artes.
—Yo lo coloco en el contexto de una concepción del proyecto neoliberal del gobierno del presidente Salinas. Un neoliberalismo al estilo inglés. Al estilo latinoamericano. Donde la cultura, vista en el esquema presupuestal, es una carga para el Estado. Es decir, una inversión que no tiene ninguna utilidad práctica y lo único que hace es desequilibrar el presupuesto. Yo veo lo de Juan Gabriel (en los términos de que va a financiar apoyos económicos a la Orquesta Sinfónica Nacional) como el primer paso para una desincorporación de la cultura ante las políticas estatales. Buscar fondos donde se pueda implica que al rato no solamente esté Juan Gabriel, sino en un momento dado estén las Flans o Timbiriche, que tienen menos calidad musical que Juan Gabriel, entre comillas, pero que jalan y arrastran más gente…
—¿Es la introducción de una política populista?
—Más que populismo, es una maniobra de distracción. Juan Gabriel, como se vio en el Premier, ha puesto a bailar con las servilletas sobre las mesas lo mismo al secretario de Hacienda, Pedro Aspe, que en la Plaza México ha puesto a bailar a los sectores marginados del país. Una concepción populista implicaría una apreciación política y una intencionalidad ideológica. Aquí lo que se quiere, más bien, es desactivar, desestimular, desmontar el aspecto cultural. Ahí está Juan Gabriel en Bellas Artes. Bueno, en países industrializados, incluso Inglaterra, no creo que puedan invitar a Juan Gabriel a tocar en los grandes palacios de las Bellas Artes, por muy neoliberalistas que sean. Por eso veo un desprecio a la cultura que tiene que ver con esta concepción de modernización del gobierno. Para el presidente Salinas, modernizar es simplemente volver a reactivar mecanismos de acumulación de capital. Ahí no tiene que ver nada la cultura. Por eso no sorprende que Juan Gabriel vaya directamente a Bellas Artes. Al rato, vamos a ver en el Museo de Arte Moderno no tanto concepciones específicas de cultura, de creatividad, de propuesta frente a la sociedad, sino vamos a ver quién jala más gente y quién llena más estadios o museos…
—En el Palacio de Minería, hacia principios del salinato, exhibió sus pinturas Antoine Tzapoff [Francia, 1945] por mero capricho de María Félix [Sonora, 1914-2002]. Ahora sucede esto otro. Es cuando el arte pierde perspectiva…
—Así es. Creo que, en la ideología neoliberal, el arte no existe. Es el caso que mencionas del pintor de María Félix. Es el mismo caso de María Félix, quien preocupándose nada por México, las autoridades del [entonces] Departamento del Distrito Federal [ahora gobierno de la Ciudad de México] le otorgan la medalla o el nombramiento en nombre de nuestra ciudad. Es el caso, por ejemplo, de estos criterios que escapan a la capacidad del Estado de invertir, aunque sea un peso por promover o por atraer actividades culturales de alto nivel. Todo esto es un desprecio a la cultura. La modernización va a ser solamente productora. Y la política cultural ha dejado de ser prioritaria y estratégica, como ya he dicho. Y lo vemos en los esfuerzos que hace el Conaculta por encontrar mecanismos de financiamiento, cuando su propósito era convertirse en un fondo oficial de promoción del arte y la cultura en México. Creo que es un poco esta concepción cultural al estilo de las universidades estadounidenses, en las cuales estudió nuestro gabinete económico, en donde cultura significa atraer gente, tenga o no la más mínima concepción de arte.
—Es una simpatía abierta hacia el aspecto musical que ha estado trabajando desde hace mucho tiempo Televisa…
—Porque a final de cuentas el modelo cultural de Televisa es el proyecto neoliberal del gobierno. No deja de llamar la atención el hecho de que sea Juan Gabriel el elegido cuando este artista ostenta el título de Míster Amigo, y cuando al recibirlo propuso prácticamente la invasión de Estados Unidos a México. Juan Gabriel promueve más bien ese estilo de vida modernizador que no es otro sino el de la apertura. Ningún artista de corte contracultural tendrá la capacidad de presentarse en Bellas Artes. Ese sería quizás el trasfondo ideológico que no viene desde el gobierno, sino de ciertas esferas. Por ejemplo, el hecho, ahí sí en un intento populista, de jalarse el PRI a Juan Gabriel cuando Juan Gabriel en las elecciones de 1988 pidió que se votara por el PAN. Pero ahora hay que verlo. Se ha convertido en uno de los, entre comillas, promotores culturales del PRI. Este partido quiere capitalizar la popularidad de estos artistas (llevándolos a sus campañas, dándoles un lugar en la Alameda). Creo que es una apreciación más del desprecio a la opinión de los mexicanos. Porque, aunque asistan a ver a Juan Gabriel a Bellas Artes, a precios populares o estratosféricos, las personas votarán por el PAN o por el PRD. Porque no van a votar por el PRI solamente por ir a ver a Juan Gabriel…
Y para que no quedara nada en el tintero, costumbre suya al fin, Carlos Ramírez finalizó:
—Si en la Unión Soviética los perestroikos levantaron banderas y lloraron por Julio Iglesias [cantor madrileño nacido el 23 de septiembre de 1943], ¿por qué no vamos nosotros a estar en las mismas alturas con Juan Gabriel?

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Juan Gabriel es menos refinado, pero es también ya un artista de Estado: Daniel Cazés
Bellas Artes, decía el lingüista y antropólogo Daniel Cazés (Ciudad de México, 1939-2012), “ha sido un foro que a lo largo del tiempo ha tenido muchas facetas”.
Una nueva, se le comentó, era recibir a Juan Gabriel.
—Sí —dijo—. Así como fue la sede en su momento de algunas de nuestras corporaciones que se suponía eran de izquierda y progresistas. Ahí fue la famosa mesa redonda de los marxistas en la época de Lombardo Toledano [Puebla, 1894-1968]. Es, asimismo, el sitio de la ópera al cual se acude disfrazado de pingüino y con vestidos largos y con las mejores joyas. También en ese recinto celebramos festivamente, con espíritu secularizador, el centenario de la muerte de Marx. Bellas Artes es muchas cosas. De ahí que ahora se presenten los artistas de Estado…
Sin embargo, para el investigador e historiador Daniel Cazés ese lugar seguía siendo el Palacio de la Cultura.
—En esta época en que todo se privatiza —asentaba—, posiblemente un día lo hagan con Bellas Artes también, si no es que ya estamos cerca de ello. Y a lo mejor, así, va a estar menos burocratizada la parte de la cultura que administra Bellas Artes. Quién sabe.
—¿Lo de Juan Gabriel forma parte de la cultura modernizadora del gobierno?
—Me parece que el gobierno está creando artistas de Estado, ya que no tiene propiamente una política cultural. Por eso los artistas e intelectuales constantemente critican la ausencia de dicho apartado. Pero el gobierno, viéndolo bien, sí la tiene. Lo que sucede es que la suya no tiene nada que ver ni con los intelectuales críticos ni con la mayor parte de los artistas creativos. El gobierno lo que trata es de atrapar, en su propio bando, de meter en su propio engranaje, a los artistas más populares (es decir, más escuchados o con más auditorio). Ubicarlos en esa meca del arte significa simplemente incorporarlos a su proyecto, que consiste en apropiarse de todo aquel artista que puede tener un eco en las masas. Octavio Paz dijo textualmente, el otro día, a propósito de su maravillosa muestra en el Centro Cultural Arte Contemporáneo, que el gobierno de Salinas de Gortari tiene ciertos propósitos que son exactamente los mismos de su exposición. Y, bueno, Paz es el más grande artista mexicano. Dicen. Yo no puedo opinar de poesía, pero dicen que es el mayor poeta. Yo lo admiro sobre todo como prosista. Pero el Estado lo ha convertido en el intelectual más importante con proyección internacional. En este sentido, Juan Gabriel es menos refinado, pero es también ya un artista de Estado. Juan Gabriel y Octavio Paz, salvando sus naturales distancias, están siendo recuperados, con su propia anuencia, como artistas de Estado…
—Hay una coincidencia de este proyecto del gobierno, entonces, con el quehacer cultural de Televisa…
—Casualmente, hace un par de semanas, asistí a un seminario en Chapala con un grupo de científicos sociales de diversas especialidades, promovido por Pablo González Casanova [Toluca, 1922-2023], en el cual se analizó el nuevo Estado mexicano. Lamentablemente nadie llevó una ponencia sobre la televisión. Yo, para provocar una discusión, señalé ahí que había que reflexionar en torno al tema Televisa que es el Estado mexicano. Por supuesto, me acusaron de exagerar y de ir demasiado lejos. Pero yo pienso que, en la realidad, fuera de los textos jurídicos, Televisa, y luego su apéndice Imevisión (una calca mala cuya única diferencia con Televisa es no anunciar alcohol), es, luego de un trabajo de cuatro décadas, el verdadero Ministerio de Educación del país. En la televisión se han formado sensibilidades y consensos. Y es, curiosamente, una liga muy fuerte con el Estado, al grado de que ahora los representantes de Televisa no tienen empacho en afirmar que sus intereses son los del gobierno, los del presidente, los del Estado. Si yo exageré al afirmar que Televisa es el Estado, no creo que haya yo exagerado para nada al sugerir que una reflexión nos llevaría a concluir algo semejante. Por lo menos es un brazo muy importante del Estado. Y es más importante en los lugares en que podemos hablar de un Estado de menor civilización, donde hay menos participación de la sociedad civil, en donde hay menos espacios para la intelectualidad crítica y creativa. Es decir, Televisa es el brazo educador y orientador del PRI y del gobierno, sobre todo en el campo. Porque ya vimos, en 1988, que en las grandes ciudades la capacidad de vender de Televisa ha quedado maltrecha. En el [entonces] Distrito Federal estuvo durante ocho meses vendiendo PRI y sólo uno de cuatro electores lo compró. Así que ya no es tan importante en los sectores urbanos, sino en donde todavía existe la barbarie priista.
—¿La política modernizadora tiene tintes populistas?
—Lo que hay que ver muy de cerca es la unificación de la política, entre comillas, cultural del Estado con Televisa. En efecto, es parte de la modernización. Modernización significa que el gobierno lo maneje todo y que los ciudadanos nos dediquemos a acatar. Los poderosos acuerdan entre sí y ordenan. El Conaculta [transformado en Secretaría de Cultura a partir del 18 de diciembre de 2015], que pretende ser una especie de Ministerio de Cultura que no es, se monta en los proyectos culturales de todo mundo sin aportar casi nada al desarrollo del trabajo intelectual y artístico creativos. Insisto en que, tan gran espectáculo como el de Juan Gabriel en Bellas Artes, fue el que vimos el otro día por la tele donde el presidente le agradeció a Octavio Paz el enorme orgullo que nos ha dado [por haber recibido el Nobel de Literatura en 1990, ocho años antes de su muerte, a la edad de 84 años el 19 de abril de 1998]. Y lo hace en Televisa. El ámbito de esa alta cultura, de nuevo entre comillas, no era Televisa hasta hace muy poco tiempo. Eran todavía esos cenáculos de los que hablaban recientemente Monsiváis [1938-2010] y Alberto Híjar [Ciudad de México, 1935] en sus respectivas ponencias en la universidad, por ejemplo. Ahora la cultura es el mercado masivo. El Centro Cultural Arte Contemporáneo, más que ser una sucursal, está directamente fundido con Bellas Artes.
—Las distancias, pues, entre el arte y el entretenimiento se acortan…
—Hay que equipararlos, más bien, en sus propios niveles. Juan Gabriel es de menos consumo refinado en el exterior, pero es de buen consumo, digamos, entre los mexicanos de Estados Unidos. Lo importante no es hacer una categorización de Bellas Artes, sino observar el propósito de la utilización de los artistas y, en general, del trabajo intelectual. Se busca con ello recuperar ese consenso que se ha perdido por esa imposición autoritaria hacia los ciudadanos. Híjar, en aquella conferencia en la UNAM, dijo algo fundamental con relación a Octavio Paz. Dijo que su poesía ha servido para deshistorizar a la historia. Todo aquel artista, no importa cuán refinado sea su arte o cuál sea su alcance popular, que sea recuperado por el gobierno lo va a transformar en un artista de Estado en la medida en que precisamente sirva para tales fines: deshistorizar a la historia. Independientemente de considerar cuán gran cantante es Juan Gabriel y cuán gran prosista es Octavio Paz, sus obras y ellos mismos se presentan para eso, pues serán ubicados en ese mismo lugar que el Estado les otorga.
“Son artistas de Estado que, al deshistorizar la historia, convierten sus contenidos poéticos o musicales en asuntos vacuos, que permiten además imponer un proyecto cultural en el que los creadores no están realmente interviniendo, sino que son simples peones de un mecanismo burocrático”.

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Las autoridades tienen la sorprendente habilidad para no tener ni una idea de lo que quieren hacer en materia de cultura: Taibo II
Paco Ignacio Taibo II [España, 11 de enero de 1949, naturalizado mexicano desde 1958, actual director del Fondo de Cultura Económica] escuchaba, atento.
Las palabras comenzaban, entonces, a acumularse muy dentro suyo. Cuando empezara a hablar, uno irremediablemente tenía que dejarle libre el camino.
Como ahora:
—Creo que las autoridades tienen la sorprendente habilidad para no tener ni una idea de lo que quieren hacer en materia de cultura, excepto dominar a los intelectuales que producen. Creo que ese tipo de situaciones son la contraparte de la relación Octavio Paz y sus galeotes. Es la contraparte justa. Sería una especie de proyecto Alicia en el País de las Maravillas con Televisa de un lado y Santa Clos del otro produciendo cultura. A mí, te he de decir, no me molesta que un cantante populachero comercial como Juan Gabriel llegue a Bellas Artes. No me molesta en lo más mínimo. Porque Bellas Artes es de todos. En este sentido, la apertura de un foro en este nivel no me inquieta. Lo que me inquieta, en todo caso, es la indefinición y la falta de apoyo en materia de publicaciones o la continua negociación de las relaciones de yo te doy, pero para que me des, esta relación de intercambio de sumisión por becas, poderes, espacios. Me inquieta este manejo negociable del espacio cultural público.
—¿Estamos acercándonos a una cultura populista, pues?
—Creo que no es ésa la intención del Estado. Hay, sí, tal vez, la intención de medrar con el populismo. No veo que se prepare un proyecto cultural dirigido hacia las clases populares. Más bien, lo que veo es su ausencia. Lo que sí se desarrolla, para cada nuevo espacio cultural creado, es una capa burocrática monstruosa encargada de administrarlo, negociarlo, mantenerlo y sostenerlo. Por algo, en este punto, hay una oferta impresionante, formal, de cultura en la Ciudad de México. Es muy atractiva la cultura gratis, o muy barata. Vivimos en una de las ciudades del mundo que más cultura gratuita ofrece a sus ciudadanos. Pero detrás de ella hay una extraordinaria formalidad. Una burocracia cuya intención es cumplir los programas, de contar cuántas conferencias se ofrecieron en sus antros y no de ver si valieron la pena o si la gente estuvo interesada en ellas. Se trata de llenar el agujero, de poder entregar balances de fin de año y de observar, los fines de sexenio, la obra promovida. Pero en realidad la promovida es una burocracia con inercia. A las instituciones culturales les importa mucho más decir que editaron 260 libros en un volumen de un millón de ejemplares, que venderlos. Esto es lo que les preocupa: el muestrario. Y no la cara real, ni los efectos, ni la conexión con los consumidores de cultura…
Se divertía a sí mismo Taibo II.
Y había que abrirle paso a las palabras que aún fluían:
—Luego, hay otras áreas muy divertidas que son sus miedos. El miedo. El miedo que tiene el Estado a las masas reunidas. La idea de que toda masa que se reúne es fuente de botín y de inestabilidad. El miedo del Estado mexicano de su propio pueblo es divino. Y se expresa básicamente en un fenómeno: cuando ese miedo se combina con el miedo a la juventud. El miedo que tiene a colaborar en la organización de conciertos de rock multitudinarios. El Estado muestra toda su debilidad ante la horda juvenil roquera, que es una de las hordas más sanas que ha producido este país. Me parecen mucho más insanos los yuniors atascándose de cocaína en un cabaret que cuesta 200 mil pesos la entrada que la raza bailoteando en un concierto de rock.
Para Taibo II no debía haber límites entre el arte y la diversión.
—Creo que es muy padre que las fronteras entre culturas mayores y menores sean fronteras difuminadas, porque constantemente hay un trasvase. La cultura de minorías, de repente, por mecanismos de intermediación se pasa a la cultura de mayorías vía cine o vía el éxito de un libro en particular. Puede tratarse de una cultura popular solitaria, aislada, casi casi etnográfica (digamos una danza de la sierra de Guerrero), que de pronto pase a ser la construcción de un espectáculo musical masivo. Abajo las barreras. Yo creo que la gran obra se está produciendo en todas las esquinas del espacio de producción cultural. Y obviamente se produce con una enorme frecuencia en los espacios considerados como subgéneros…
—¿Difuminar barreras entre las artes de Luis Eduardo Aute y Juan Gabriel no implicaría tratar de acortar distancias entre dos zonas diríamos inencontrables? ¿Daniela Romo con Mercedes Sosa?
—Lo que pasa es que Daniela Romo tiene un espectro de comunicación más grande porque sus mensajes son más limitados, más sencillos, más simples, y tiene los elementos de la comercialidad que le proporcionan los aparatos televisivos con los que no cuenta Mercedes Sosa. Creo que lo que estás preguntando no es tanto si todos tienen derecho a un espacio, sino qué día podríamos tratar de tirar la terrible barrera que cierra espacios a unos y los abre a otros que es la televisión. El día que podamos quemar (y hablo metafóricamente para que no me acusen de incendiario práctico) las estructuras del monopolio Televisa, ese día que democraticemos los espacios de la televisión en términos musicales, ese día los accesos se abrirán y los públicos tendrán mayor capacidad de disfrute, mayores opciones. Yo soy muy ecléctico. Creo que el ciudadano más culto puede gozar a Mahler en la mañana y bailar danzón en las noches. Creo que el eclecticismo es la gran victoria de la izquierda de final del siglo XX. Ganamos el derecho a que la cultura con la C mayúscula no se interponga con la cultura con la c minúscula, sino que coexistan, convivan y ofrezcan los espacios de la diversión, la creación y la salud mental que todos necesitamos.
Y se detenía para acumular otras tantas palabras pero que ya iban hacia otra dirección.
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Me parece un accidente, no producto de una política: René Delgado
Juan Gabriel en Bellas Artes. Es decir, ¿Televisa adentro oficialmente del Estado o el Estado adentro parcialmente de Televisa?
René Delgado (Ciudad de México, 1954), periodista, autor de una decena de libros, escuchaba con paciencia.
—¿Qué signos se mueven alrededor? ¿La política cultural del gobierno por fin se está definiendo?
—Me parece un accidente —dijo René Delgado—, no producto de una política. Como tal, no veo con malos ojos el hecho de que artistas, no sé si denominarlos populares o populacheros, ingresen a foros tradicionalmente consagrados a manifestaciones refinadas de la cultura. No veo problema en ello. Sin embargo al no advertir que dicho acto efectivamente no forma parte integral de una política del Estado sino que se deja al azar (probablemente sí es una política de ese Ministerio de la Cultura que es Televisa), entonces realmente es difícil establecer a qué intereses (y no con esto quiero decir de soslayo cosas perversas) responden las presentaciones de artistas de este corte en foros que antes no se les abría. Si uno analiza a partir del espectro más general lo que está ocurriendo en el país, la inserción de un artista como Juan Gabriel remitiría a pensar en el avance, como en otros campos, de las políticas prevalecientes de la iniciativa privada, más allá que reflexionar en un ejercicio central de los planes nacionales de desarrollo. Nada de esto último. No lo veo como una política cultural por parte del Estado, en definitiva.
—¿Una política modernizadora no implica, como se aprecia, un rezago del arte en beneficio del entretenimiento?
—Yo no respondería en particular sobre la política cultural del Estado, sino a la luz de la Otra Gran Cultura que podría determinar las culturas particulares en distintos sectores del país. Esa Otra Gran Cultura sería la altura política. Lejos de ver con entusiasmo lo que está ocurriendo en el país, advierto que no hay un cambio en la cultura política sino en el acendramiento de su peor parte que son de pronto la intolerancia y la barbarie.
“En ese sentido, creo yo, su expresión en el ámbito cultural no tendría por qué ser distinto a ella. Si en el ámbito económico se está privilegiando a reducidos sectores del país, si en el ámbito político se está privilegiando a grupos que llevan años en el poder o a partidos que hoy son afines a la propuesta económica del actual partido en el poder, no veo por qué tendría que ocurrir otra cosa en el ámbito de la cultura. Creo que se pone el acento, el apoyo, en aquellos sectores que le generan ganancia ideológica o cultural al propio sistema. No veo una apertura o un cambio hacia otros sitios que pudieran hacer o decir cosas importantes…”
—Mencionaste hace rato a ese Ministerio Cultural que es Televisa. ¿Las autoridades gubernamentales están cediendo terreno o simplemente supliendo sus ideas?
—Para empezar, yo no vería situaciones contrapuestas. Decir se cede sería suponer que hay cierta resistencia por parte del Estado. No creo que suceda esto, aunque no dudo que haya personas, reducidísimos enclaves dentro del Estado, que resistan a la cultura del rating. Pero lejos de pensar que ceden o resisten, creo que cada vez es mayor la coincidencia. No me atrevería a decir que se cede porque no veo cuál sea la otra propuesta…
René Delgado se inició en el periodismo vía la televisión, en el Canal 11. Fue reportero y jefe de información. En 1980 ingresó al unomásuno en la fuente política. De 1984 a 1987 tuvo un receso en la prensa para trabajar como agregado cultural en Bruselas. Luego se incorporó a La Jornada. Después perteneció a la planta de El Independiente, diario siempre inconcluso; luego fungió como director editorial del diario Reforma y ahora, de nuevo, se ha reencontrado con la televisión para conducir programas de debate político en Televisa.
—¿Esta aceptación de artistas comerciales en foros considerados alternativos no significa también una complacencia cultural?
—Creo que así como de un lado se puede hablar de la cultura del buen gusto, por otra parte, ciertamente, se puede hablar de la cultura de la autocomplacencia en la cual prevalece el criterio de no importa cómo lo digas siempre y cuando estemos de acuerdo. Creo que sí, en efecto, algunas manifestaciones culturales se producen con cierta baratura. A veces, por eso, quizá, me quejo de nuestra generación porque asistimos a puras reinauguraciones. No veo aún aquello que nos signifique como generación. Reproducimos o rescatamos manifestaciones que hicieron época, pero no hemos sido capaces de superarlas. Aunque habría que ser cuidadoso en el término comercialización, quienes resisten la manifestación más comercializada de la expresión artística a veces han incurrido en afirmar que la cultura pobre tiene que ser mala. O lo no comercial tiene que ser malo. Eso tampoco es tolerable. Así se ve menoscabada la creación.

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El problema está en ver cuál es el tipo de televisión que queremos: Julio Hernández López
Periodista de buena prosa, Julio Hernández López (Torreón, 1954) ha tecleado en las redacciones de unomásuno, Excélsior y La Jornada, para la cual escribe su columna “Astillero” de lunes a viernes, nombre que tomara de la novela, precisamente intitulada El astillero, de Juan Carlos Onetti (Uruguay, 1909-1994) que publicara en 1961. Cuando hablamos sobre el caso de la presentación de Juan Gabriel en Bellas Artes estaba alejado de los medios de comunicación. Su ocupación entonces era la política viva: era el secretario adjunto de Programas Especiales del Comité Ejecutivo Nacional del PRI.
Escuchaba:
—El Estado parece estar consintiendo a los artistas de la televisión. Está Juan Gabriel en Bellas Artes, el video de Emmanuel producido por el [entonces] Departamento del Distrito Federal [hoy gobierno capitalino]. ¿Se puede hablar ya de una definición de la política cultural?
Respondió:
—Por desgracia, no creo que haya puntos favorables para creer que se esté diseñando una política cultural por parte del Estado que realmente responda a lo que reclama la nación mexicana, dicho sea sin sentido demagógico, o lo que requerimos para reafirmar valores, entendimientos y consensos sociales. Yo creo que en algunos de estos casos que mencionas hay ciertamente un intento de apropiarse la fama pública de artistas comerciales muy conocidos en beneficio de proyectos políticos, de recuperación de imágenes o de promoción de presencias personales. También yo creo que aquí lo que debemos pensar es si Televisa representa el sentir real de la mayoría y si lo que promueve e induce son los valores que necesitamos.
—¿Una política, entonces, populista?
—Creo que hay una especie de perversión del término en aras de promover una diversión, en un sentido peyorativo, una distracción, de poner los ojos en otro lugar, más que una etiqueta clara de política cultural. No creo que haya un intento de recurrir o de promover expresiones culturales de grupos marginales. Tenemos los casos típicos de la represión y la cerrazón ante la solicitud de conciertos de rock, el menosprecio y la marginalidad con la que se siguen difundiendo las expresiones artísticas autóctonas de las regiones del país. Y, desde luego, en el caso concreto de Bellas Artes y Juan Gabriel, pues uno debe preguntarse en qué momento Bellas Artes será abierto a alguna expresión importante de la música popular. Es decir, yo no sé si sea demasiado sacrilegio pensar en que grupos con una calidad aceptable dentro de los géneros populares puedan estar presentes en aquellos santuarios del arte que hasta ahora han estado cerrados a ellos. Parecieran abrirse las puertas sólo a aquellas expresiones que son políticamente inocuas y que son transmisoras de mensajes sociales intrascendentes. Ojalá ya haya de veras una apertura que permita que los espacios de expresión cultural dominados por el Estado se abran a expresiones auténticas, y no solamente a expresiones llamativas, comerciales, notables como puede ser el caso de Juan Gabriel.
—A través de los años hemos apreciado el avance avasallador de la televisión, y la complacencia del Estado ante esa política cultural…
—El problema está en ver cuál es el tipo de televisión que queremos. Si la comercial que nos hermana con Miami y con los intereses de la sociedad estadounidense o una popular del Estado con fuerza y con una política definida. Que enriquezca a la gente y no la embrutezca, que no la haga evadirse de sus problemas cotidianos y que no la sabotee permanentemente preguntándole: y tú, ¿quién eres? Es decir, Siempre en Domingo [el primer musical de Televisa conducido por Raúl Velasco corrompido por el empresariado discográfico, el que decidía finalmente a los artistas que se presentarían cada domingo] y programas similares, que son escaparates de los llamados ídolos populares, creo que muy poco ayudan a la consolidación de la nación mexicana. Por desgracia, siento que la televisión no es una presencia que responda a los intereses del Estado, sino que en ciertos casos pareciera que estamos en una etapa de desnacionalización que nos puede llevar en determinados momentos a lo que hemos visto: mexicanos que a veces se preguntan por qué diablos no estamos ya anexados o integrados a un país como el que ellos anhelan tener por la vía de lo que les presenta la propia televisión comercial…
—Esa petición de anexarnos a Estados Unidos ya la ha hecho Juan Gabriel…
—Pues sí. Lo que sucede, insisto, es que los valores que nos endilga la televisión comercial son valores que atentan contra el Estado mexicano.
—¿Una política modernizadora significa relegar a la cultura como mera forma de entretenimiento?
—Yo veo la presencia de la cercanía con otras expresiones culturales. Por ejemplo, la exposición de Los privilegios de la vista y otras manifestaciones en las cuales hay un apoyo evidente del Estado y de su jefe, el presidente de la República. Pero yo creo que el gran riesgo que vivimos los mexicanos en todos los ámbitos, y en particular el cultural, es saber si el criterio de la rentabilidad es el que va a predominar por sobre todas las cosas. Y que cultura se entienda también como una masificación indiscriminada, o una reducción de los niveles de calidad en aras de una mayor venta que se puede hacer ante un mercado neoliberal, en un mercado modernizado en el cual simplemente funcione una ley de ofertas y demandas, y que haga que expresiones minoritarias pero de calidad sean desechadas en favor de expresiones mayoritarias pero de menor calidad.
—Nos asomamos a una cultura de lo fugaz…
—Claro. Yo creo que estamos viviendo en un momento en el cual se tiende mucho a esa idea de la fugacidad. Además, creo que no se tiene mucho deseo de que las cosas permanezcan. Porque permanecer implica analizar. Y analizar a veces es subversivo. Lo fugaz, por el contrario, parece dejar sólo una huella rápida, que en poco tiempo habrá de desaparecer.
Fueron sus palabras.

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Descubro tras el rechazo a Juan Gabriel la más vulgar homofobia maquillada como respeto al recinto que la mayoría de los impugnadores de su presencia jamás frecuenta: Carlos Monsiváis
Carlos Monsiváis (1938-2010) fue el encargado de escribir el texto para el programa de mano de los conciertos de Juan Gabriel en Bellas Artes.
Y fue precisamente Monsiváis quien cerró esta serie de indagaciones culturales:
—Ahora, por vez primera de manera abierta, artistas surgidos de la televisión están siendo promovidos por el Estado. ¿Se puede hablar, ya, de una definición de política cultural?
—Sólo por omisión y de manera vaga, irregular, oportunista, rendida a las evidencias que impone el comercialismo más atroz. (Es decir, y viéndolo bien, sólo si reconocemos que se trata de la política cultural ya habitual, de la línea de menor resistencia). Ni el gobierno de Miguel de la Madrid, ni el de Carlos Salinas de Gortari, han promovido una línea propia de “cultura de masas”, ni al respecto tienen la menor intención de competir con Televisa. Más bien, y de un modo que no sé si calificar de ingenuo y apasionado, se quiere aprovechar a los prestigios creados por la industria para apuntalar las campañas oficiales, aceptando explícitamente su falta de credibilidad. Así, recurren a Humberto Zurita y Verónica Castro para las campañas de “conciencia cívica”, y a Mijares, Yuri y Antonio Aguilar para alejar al músico joven, a la joven juvenil y al campesino desorientado del pavoroso mundo de las drogas. “Di no a quienes algo te recomienden sin pertenecer al espectáculo”.
“Lo único que se consigue, por supuesto, es publicidad multimillonaria para quienes, en verdad, la necesitan mucho menos que los políticos. Y además se implanta el miedo pánico hacia campañas sin sello de garantía. ¿Quiénes recomendarán el voto en 1991? Los únicos, según el gobierno, con autoridad moral: Tatiana, los de Timbiriche, Sasha, Cepillín (por si alguien lo recuerda), Daniela Romo y algunos otros que sí son conocidos. Eso es lo que hay de política estatal ante la cultura de masas: aprovechamiento tardío, y a fin de cuentas tan exiguo que no vale la pena”.
—El concierto de Juan Gabriel en Bellas Artes se hizo público con la advertencia, por parte de Víctor Flores Olea, de que el cantante estaría en ese recinto porque lo ganado en sus audiciones sería cedido a la Orquesta Sinfónica Nacional. De no haber sido por esta generosidad, ¿hubiese sido posible este acto?
—Lamento carecer de la empatía suficiente como para intuir lo que ocurre en los ámbitos del poder. Lo que sé es más sencillo: Bellas Artes no es un templo (tan no lo es que allí se presentaron muchísimas veces Gustavo Díaz Ordaz y José López Portillo, para citar algunos nombres profanos). En Bellas Artes han cantado los Panchos, Lola Beltrán, Guadalupe Pineda y muy justamente nadie ha dicho nada: Juan Gabriel es un gran artista popular, creador de un público y revelador de una sensibilidad que ese público ignoraba. Sumo estos elementos y descubro tras el rechazo a Juan Gabriel la más vulgar homofobia maquillada como respeto al recinto que la mayoría de los impugnadores de su presencia jamás frecuenta. Resumo: Juan Gabriel, generoso o no, tiene todo el derecho del mundo a presentarse en Bellas Artes.
—La política modernizadora, como se ha estado viendo (el Departamento del Distrito Federal paga los gastos de un ridículo video de Enmanuel, se aproxima la primera obra teatral coproducida por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Televisa…), ¿difumina el arte para favorecer el entretenimiento?
—La política modernizadora no le ha dedicado un minuto de su ajetreada atención al arte (basta ver las escasas palabras que a las humanidades se le dedican en el Plan Nacional de Desarrollo). Lo que se tiene, y que algo funciona, por lo menos con mayor regularidad y amplitud que en el resto de América Latina es la vieja estructura de Bellas Artes y los organismos de difusión cultural.
“Son los restos de un proyecto, muy útil en su momento, y ya rebasado por las exigencias de la sociedad de masas, que no se conforma con festivales en la Alameda, y cree en una cultura (popular por las dimensiones del público) que mezcle Mozart y el rock, Picasso y la salsa, García Márquez y el cómic, Kundera y el bolero. Pero atender a las nuevas exigencias es asunto de presupuestos y planes específicos, y no se dispone ni de unos ni de otros. Por eso, ni se favorece ni se deja de favorecer el entretenimiento. Se vive al día en cuanto a proyectos, y si hoy es Emmanuel, mañana con suerte será (para 2,500 personas) Rostropovich, y si el libro se encarece ya leerán pasteles, como dijo al parecer María Antonieta en Versalles al enterarse del hambre cultural de las turbas. Al respecto, creo que es conceder demasiado referirse a políticas estatales muy delineadas. En este contexto, el largo plazo de la política cultural es, con dificultades, un trimestre”.
—En cuestiones de música, el Estado parece haber aceptado francamente las reglas de Televisa. ¿Es posible diseñar una política cultural distanciada de esa empresa televisiva?
—Me rebelo ante la pregunta, porque da como hecho lo que no es ni puede ser cierto. Para empezar, en México hay un público enorme de música clásica, de música contemporánea, de las variedades infinitas del jazz y del rock, que para su formación no depende en absoluto de Televisa y muy poco del Estado. Estos cientos de miles o estos millones se enteran como pueden, oyen radio, intercambian preferencias, crean redes informativas de consideración, no necesitan de los videoclips para gustar de The Clash o Kate Bush, sigue con devoción a Philip Glass o Brian Eno o Peter Gabriel, y no se inmutan ante las omisiones de Televisa.
“Creo que es igualmente peligroso banalizar o exagerar el peso de Televisa, empresa muy importante pero no totalizadora. De hecho, en materia de música, el Estado nada tiene que ver con las reglas de Televisa excepto con fines electorales. Para utilizar una frase célebre: y ahora con ustedes, directamente del Canal 2, para apoyar a nuestro candidato, la extraordinaria…”
—Fenómenos notables, se les suele llamar, como los Bukis o el propio Juan Gabriel, ¿son por eso mismo parte inherente de nuestra legítima cultura popular o son personajes impuestos por las normas radiofónicas?
—Creo difícil imaginar un medio más abyecto, en lo moral y en lo político, que el cine mexicano de donde surgieron figuras absolutamente legítimas de la cultura popular (Pedro Infante, Tin Tan, Joaquín Pardavé, Ninón Sevilla, Resortes). Y creo que la atroz industria cultural de hoy también producirá figuras, símbolos, emblemas, formas lingüísticas que, asimiladas y “reconvertidas”, serán parte de la genuina cultura popular… Dicho esto, prosigo. De los Bukis no me atrevo a hablar, porque no tengo experiencia de vivir en pueblos o barriadas. Y Juan Gabriel, de un modo muy distinto a como se le presentaría en Siempre en Domingo, es parte indudable de la experiencia popular de estos años. Y ya veremos si se desvanece o se arraiga tan profundamente en la conciencia del México Profundo como, digamos, el licenciado Miguel de la Madrid, carismático si los ha habido.
—¿El Estado se adentra en Televisa o Televisa se ha introducido de lleno en, de tenerla, la política cultural del Estado?
—Ni una cosa ni otra, según creo. Son, a la fecha, entidades políticamente complementarias, pero no mucho más. Por raída que esté, la política cultural del Estado sigue siendo uno de los escasos factores que apoyan la visión humanista que requerimos, y de la que Televisa se desentiende. Lo que ocurre es que, ante la sociedad de masas, el Estado no concibe otra técnica que la de Televisa, y al reproducirla tan mal y tan precariamente, prefiere abstenerse casi del todo de incursionar en ese terreno. Pero, por fortuna, aún se mantienen las diferencias.