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Sin cafeína

Marzo, 2025

Vivimos en un mundo donde se prefieren el pan sin gluten, la leche sin lactosa, la cerveza sin alcohol y, por si fuera poco, el café sin cafeína. Más que una metáfora de los nuevos tiempos, es la mera realidad, escribe Juan Soto en esta nueva entrega. Sí: atrás han quedado los tiempos empapados de radicalismo utópico, del espíritu transgresor, de la actitud dionisíaca. Hoy vivimos en una realidad descafeinada: homogénea, amable, que además exige críticas complacientes y orientadas por los principios de lo políticamente correcto.

Es cierto. Vivimos en un mundo donde muchos prefieren el pan sin gluten, la leche sin lactosa, la cerveza sin alcohol y, por si fuera poco, el café sin cafeína. Esta queja u observación, entre sociológica y de sentido común, en realidad no es nueva. Ha circulado ya en las conversaciones cotidianas, en internet y en las plataformas publicitarias desde hace algunos años. Sin embargo, sigue siendo un buen pretexto para situarnos en nuestro tiempo.

Sería una exageración decir que es una buena analogía para pensar nuestra sociedad. Pero no, en realidad ―y afortunadamente― sólo describe ciertas preferencias de algunas minorías que han elegido vivir o experimentar una especie de realidad degradada o venida a menos. Minorías que, por si fuera poco, se sienten bien con ello. Y aunque el consumo de café sin cafeína no es generalizado, es un buen pretexto para decir que muchos, eso sí, prefieren experimentar una suerte de realidad descafeinada. Es decir, una realidad donde los efectos de algo, por ejemplo la crítica, son eliminados y desvinculados deliberadamente de sus causas por considerarlos indeseables, negativos, despreciables, miserables, desdeñables, etc.

Radicalmente antidionisíaco

Hace ya poco más de quince años, Lipovetsky, sí, el filósofo francés, llamó la atención sobre cómo el espíritu de la transgresión había pasado de moda, que la denominada revolución sexual no era ya más que un viejo recuerdo y que los temas de la seguridad y la salud habían inundado la vida cotidiana. Desde hace algunos años hasta la publicidad de alcohol y tabaco —aunque sea por decreto, imposición o simulación— tiene que guiarse por la letanía que cualquiera puede reconocer fácilmente: ne quid minis. Alocución latina que puede entenderse como “nada en exceso”. Usted puede agregar el “todo con medida” pues, a fuerza de repetirla, como las frases vacías de los eslóganes publicitarios, se ha alojado en el habla y las cantaletas cotidianas.

No, ya no vivimos en los tiempos empapados de radicalismo utópico, del espíritu de la trasgresión o de la actitud dionisíaca que buscaba la evasión del sí mismo. Es cierto, el hedonismo y el individualismo se han fortalecido. Han adoptado estrategias de reafirmación guiadas por lo políticamente correcto y las lógicas consumistas. El desenfreno festivo ha sido desplazado, hasta cierto punto, por las orgías consumistas y la ludificación de la realidad. Y, ni por asomo, está vinculado a la crítica social. Hoy día, muchas sociedades han adoptado un aspecto y un espíritu radicalmente antidionisíaco, como también lo dijo Lipovetsky. Aspecto que está lejos de las bacanales que solían trastocar las costumbres sociales. Una realidad descafeinada es una realidad donde, incluso, el ambiente dionisíaco de la fiesta está inmunizado. Fiesta sin riesgos. Fiesta segura. Fiesta pacífica.

Black Coffee Parties

A últimas fechas, en ciudades como Ámsterdam, Toronto y Nueva York se han venido organizando fiestas diurnas amenizadas con un DJ set donde se puede consumir, vaya paradoja, café. Estas Black Coffee Parties, aparte de ocurrir durante las mañanas, pretenden que las personas interactúen de formas diferentes a como lo hacen en las fiestas nocturnas. Pretenden que la gente no haga girar sus interacciones en torno al consumo de alcohol u otras sustancias. En México, el acostumbrado pelotón de vanguardia de espíritu hípster llevó esta inoculada idea a Torreón y, a decir de los convocantes, se logró reunir a más de 700 personas. Sin embargo, la verdad es que en estas fiestas antidionisíacas sí se vende alcohol. Pero los adultos aniñados que las organizan pretenden promover no tanto el consumo de alcohol como el del café. Vaya paradoja.

Cualquiera que tenga la suficiente edad recordará que, en algún tiempo, las tardeadas representaron para los adolescentes el preámbulo de entrada a la vida adulta y nocturna de los antros. Pero, a diferencia de las tardeadas, estas inmunizadas fiestas parecen sentarles bien a los adultos con espíritu adolescente que circulan en diversos espacios de concentración como bares, restaurantes y cafés. Adultos mal llamados “chavorrucos”, a los que debería llamárseles “rucochavos” porque es más preciso, y la denominación le ajusta muy bien a su indomable espíritu adolescente que se niega a entrar de lleno al mundo adulto.

Desmonetización de contenidos

La crítica en una sociedad sin cafeína tiene un rasgo característico. Está estigmatizada. Se le ha criminalizado y patologizado. Se le ha construido discursivamente como el resultado de la inconformidad y la marginalidad. Incluso se le ha asociado a los problemas mentales y personales. Una realidad descafeinada exige, fíjese en el oxímoron, críticas complacientes y orientadas por los principios de lo políticamente correcto. De otro modo la crítica no podría ser censurada ni acallada. En un mundo como el nuestro, y casi bajo cualquier pretexto, la crítica suele terminar en los tribunales de la moral que adoptan la forma, principalmente, de órganos colegiados. El clamor generalizado de una sociedad sin cafeína apunta a la amabilidad en la crítica, a la construcción de una realidad edulcorada gracias a la utilización de eufemismos. ¿Ha escuchado a alguien decir ‘desvivir’ en lugar de ‘morir’? ¿‘Clausurar’ en vez de ‘censurar’?

En algunas plataformas publicitarias el uso de la palabra unalive, que ya no significa insensible o falto de vitalidad, se ha popularizado. Su utilización permite evadir las restricciones de las denominadas normas comunitarias de las plataformas publicitarias para evitar así la censura o la desmonetización de contenidos. Piense en lo grave que es el hecho de que los corporativos ahora dicten los principios a partir de los cuales deberá construirse una moral que tiene que acatarse para seguir formando parte de una red social. No vamos por buen camino si la moral de los corporativos se convierte en la moral de las sociedades.

Una realidad baneada

Una sociedad sin cafeína suele desplazar la crítica de su centro hacia sus márgenes. Considera que las discusiones deberían evitarse y, cuando esto no es posible, asume que deben ser cordiales y respetuosas. En una sociedad descafeinada los insultos son considerados agresiones. Y esto es tan evidente que decir groserías, hoy día, se considera una forma de violencia. En una sociedad así, la confrontación política, por ejemplo, trata de evitarse a toda costa y se apuesta por la estandarización y homogeneización de los puntos de vista generalizados porque el disenso se considera una anomalía y no una parte elemental de las democracias. Una realidad sin cafeína es una realidad donde se piensa que la crítica es una cuestión de personas enojadas con la vida. De gente con problemas mentales y afecciones psicológicas. De gente a la que le mataron a su mascota cuando era pequeña. Así se las gastan los atolondrados que piensan que la crítica no es más que un puñado de frases funables.

Un mundo descafeinado es un mundo que está despidiendo a la crítica y está recibiendo, con los brazos abiertos, a la simulación, a la hipocresía, a la banalidad y a lo políticamente correcto. Sin cafeína, la expulsión de lo distinto está garantizada de la mejor de las formas posibles. Una realidad sin cafeína es una realidad domesticada y libre de riesgos, al menos en su apariencia. Es una realidad baneada que busca no herir la susceptibilidad de los llorones a toda costa.

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