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El lado oscuro de la historia familiar de la escritora Alice Munro

Andrea Skinner, una de las hijas de la Premio Nobel de Literatura, ha denunciado el silencio de su madre ante el abuso sexual que sufrió por parte de su padrastro, el segundo esposo de la escritora

Julio, 2024

Andrea Robin Skinner, una de las hijas de Alice Munro, ha denunciado que su madre hizo caso omiso a los abusos sexuales que sufrió cuando era una niña a manos de su padrastro, Gerald Fremlin, el segundo esposo de la escritora canadiense. La denuncia, que ha sacudido el mundo literario, sale a la luz apenas dos meses después de la muerte de la también Premio Nobel de Literatura 2013, acaecida el pasado 13 de mayo. Por otro parte, el ensayo de la hija de Alice Munro ha obligado a repensar el legado de la escritora e icono feminista, aclamada por su capacidad para dar voz a la vida de las mujeres.


Andrea Robin, hija de Alice Munro, denuncia el silencio de su madre frente al abuso sexual

Redacción SdE / Agencia


Apenas dos meses después de la muerte de la Premio Nobel de Literatura Alice Munro, su hija menor, Andrea Skinner, ha sacudido al mundo literario con un desgarrador ensayo publicado en el Toronto Star. En él, Skinner acusa a su difunto padrastro, el geógrafo Gerald Fremlin, de haberla abusado sexualmente cuando era niña, y a Munro de haber ignorado estas acusaciones, eligiendo permanecer al lado de su abusador hasta su muerte.

Andrea Skinner, ahora de 58 años, cuenta en el artículo que el abuso comenzó en 1976 cuando ella tenía apenas nueve años y él tenía alrededor de 50. La primera agresión ocurrió durante una visita a la casa de Munro y Fremlin en Ontario: una noche, cuando su madre no estaba, él se “metió en mi cama y me abusó sexualmente”, escribe en el texto.

Cuando al final del verano Skinner regresó con su padre, Jim Munro, le contó a su madrastra, Carole, lo que había sucedido. Carole se lo contó a Jim, quien decidió no decir nada, según cuenta la hija de la escritora.

A pesar de lo sucedido, Jim Munro siguió enviando durante años a su hija a pasar los veranos con Alice y Fremlin.

Skinner cuenta cómo el esposo de la escritora aprovechaba los momentos en los que estaban solos para mostrarle sus genitales, realizar comentarios soeces y hablar de otras niñas del vecindario que “le gustaban”. Según el artículo del Toronto Star, perdió el interés por Skinner cuando ella llegó a la adolescencia.

La escritora canadiense Alice Munro.

“Ella reaccionó exactamente como temía que lo haría

Cuando tenía 25 años, Andrea finalmente confesó a su madre los abusos de su padrastro. “Ella reaccionó exactamente como temía que lo haría, como si se hubiera enterado de una infidelidad”, se lee en el artículo. “Ella dijo que le había ‘dicho demasiado tarde’, que lo amaba demasiado y que nuestra cultura misógina era a lo que debía culpar si esperaba que ella negara sus propias necesidades, se sacrificara por sus hijos y compensara los fracasos de los hombres. Ella insistió en que lo que había sucedido era entre mi padrastro y yo. No tenía nada que ver con ella”.

Después de la confesión, Alice abandonó brevemente a Fremlin no por los abusos sexuales que había cometido su marido sino por haberle sido infiel, a decir de Andrea.“Me contó [mi madre] sobre los otros niños con los que Fremlin mantenía ‘amistades’, subrayando su propia sensación de que ella, personalmente, había sido traicionada”, señala.

“¿Se dio cuenta de que estaba hablando a una víctima y que yo era su hija? Si lo hizo, yo no lo sentí. Cuando intenté decirle cómo me había hecho daño el abuso de su marido, se mostró incrédula”, añade Andrea.

Por su parte, Fremlin la acusó de haberle provocado y chantajeó a la familia con publicar fotografías comprometedoras.

Cuando se convirtió en madre, Andrea Skinner cesó su contacto con su madre. Dos años después, en 2004, en una entrevista con The New York Times, Alice Munro expresó su inmenso amor por Gerald Fremlin y afirmó que mantenía una estrecha relación con todas sus hijas.

Las hermanas y Alice, de izquierda a derecha: Jenny, Sheila, Alice y Andrea. / Foto: cortesía de la familia Munro / Toronto Star.

Un alegato contra el silencio de las víctimas

Según otro artículo del Toronto Star —también como parte del reportaje—, unos meses después de la publicación de la entrevista Skinner decidió ponerse en contacto con la Policía Provincial de Ontario y denunciar a Fremlin. Les proporcionó cartas en las que él había admitido haber abusado de ella.

Así, en febrero de 2005, su padrastro, Gerald Fremlin, finalmente fue acusado: se declaró culpable de un cargo de agresión indecente y fue sentenciado a dos años en libertad condicional. Para entonces, él tenía 80 años.

“Lo que quería era algún registro de la verdad, alguna prueba pública de que no me merecía lo que me había pasado”, escribe Skinner sobre acudir a la policía en 2005, unos 30 años después de que comenzaran los abusos.

“También quería que esta historia, mi historia, formara parte de las historias que la gente cuenta sobre mi madre”, prosigue Skinner. “No quería volver a ver una entrevista, biografía o acontecimiento que no luchara con la realidad de lo que me había ocurrido, y con el hecho de que mi madre, enfrentada a la verdad de lo ocurrido, eligió quedarse con mi agresor y protegerlo”.

Y es que, a pesar de lo sucedido, Alice Munro siguió viviendo con Fremlin hasta que él murió en 2013. No sólo eso. Debido a la fama de su madre, escribe Skinner, “el silencio se mantuvo”.

De hecho, cuenta, una de las razones que la impulsaron a hacer pública su historia fue acabar con el silencio mantenido durante décadas por miedo a manchar la fama de su progenitora. “A la sombra de mi madre, un icono literario, mi familia y yo hemos ocultado un secreto durante décadas. Ha llegado el momento de contar mi historia”, destaca en el artículo.

Pero Skinner pretende también visibilizar una situación de la que todavía son víctimas miles de niños, cuyos testimonios son a menudo ignorados: “En mi caso, la fama de mi madre significó que el secreto fue más allá de mi familia. Mucha gente influyente se enteró de parte de mi historia y aún así la siguieron ayudando a perpetuar una narrativa que sabían era falsa”.

Con el tiempo, la reputación de Alice Munro como autora fue creciendo. Cuando murió —el pasado 13 de mayo a los 92 años—, era considerada una de las mejores escritoras de cuentos de todos los tiempos. Esta vez, sin embargo, el final de la historia no ha sido el que ella esperaba.


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El horror gótico de Alice Munro: un ajuste de cuentas con la oscuridad de un icono feminista

Rebecca Sullivan


Esta semana, tras leer la devastadora historia del papel que desempeñó Alice Munro en los abusos sexuales sufridos por su hija menor, descubrimos cómo la autora, ganadora del Premio Nobel y aclamada por su interpretación singularmente gótica de la vida de las mujeres, vivía realmente su feminismo.

En un artículo en primera persona en el Toronto Star, la hija de Munro, Andrea Skinner, detalla los abusos sexuales que sufrió a manos de su padrastro, Gerald Fremlin, desde que tenía nueve años. Ya en una pieza anterior, Skinner había escrito: “El abuso sexual de un niño es una violación de la mente, en la que se roba cualquier herramienta incipiente para la curación”.

Aunque Skinner se lo contó a su padre, Jim Munro, éste inexplicablemente decidió no contárselo a su exmujer. De algún modo, pensó que podía proteger a su hija desde la distancia mientras le permitía visitar a su madre y a su padrastro. Los abusos persistieron de múltiples maneras y Skinner se quedó sola a la hora de enfrentarse a la situación.

Cuando a los 25 años Skinner hizo partícipe a su madre del terrible secreto, Munro decidió quedarse con su marido, incluso después de que él se declarara culpable y fuera condenado por agresión sexual en 2005. También utilizó su fama para ayudar a crear un relato positivo sobre él, así como para evitar que el secreto llegara a oídos de su público.

Mientras que las acciones de Fremlin son fácil y rápidamente condenables, el apoyo inquebrantable de Munro a su marido a expensas de su hija ha provocado un escalofrío mortal en muchos de los que han leído y amado su obra, o simplemente apreciado su estatus como icono.

Alice Munro (izquierda) recibe el Premio Literario del Gobernador General de Ficción en lengua inglesa de manos de la gobernadora general Jeanne Sauvé en Toronto, 1987. CP PHOTO/Blaise Edwards

Escribir sobre la vida interior de niñas y mujeres

Única canadiense galardonada con el Premio Nobel de Literatura, Munro ha sido aclamada por desarrollar precisamente un género esencialmente canadiense, el gótico del sur de Ontario, con heroínas intrigantemente imperfectas.

El gótico es un género repleto de personajes femeninos psicológicamente complejos y muy influido por algunas de las autoras más reconocidas de la literatura occidental: Ann Radcliffe, Mary Shelley, las hermanas Brönte, Daphne Du Maurier y la propia Munro. Aunque tiene muchas definiciones, el gótico a menudo presenta infancias erotizadas, espectros de madres muertas, hogares atormentados por tragedias y secretos familiares y personificaciones siniestras de paisajes salvajes.

Durante el movimiento feminista de los años setenta y ochenta, la literata estadounidense Ellen Moers revisó este género desde la óptica del feminismo de la segunda ola. Su tesis central era que el “gótico femenino” dependía de las emociones opuestas pero conjuntas de la maternidad. La maternidad, decía, contenía tanto revulsiones como deleites: el poder extático de crear vida perpetuamente en guerra con el miedo a destruirse a una misma.

Insoportables expectativas de la maternidad

La maternidad fue, por supuesto, un tema importante para el feminismo de la segunda ola: el derecho a controlar la propia capacidad reproductiva, las necesidades de las madres trabajadoras, su condición de trabajo no remunerado y, sobre todo, las expectativas culturales de que la maternidad se expresara a través de un sacrificio abnegado y desinteresado.

Lo maternal se entrelazó problemáticamente con la conciencia feminista. La filósofa Linda Alcoff explica cómo las corrientes culturales y psicoanalíticas del feminismo insistían en la singularidad de la mujer por su capacidad de ser madre. Otras feministas rechazaron airadamente ese esencialismo biológico, reconociendo al menos las condiciones sociales de la maternidad.

Incluso en medio de esta era contemporánea de pensamiento feminista, la maternidad sigue siendo un factor problemático tanto para la seguridad socioeconómica como para la identidad cultural de las mujeres.

Sin embargo, la insoportable carga de la maternidad idealizada no es nada comparada con la ferocidad de la traición de una madre.

Lazos familiares rotos

Casada en 1951 a la edad de 20 años, Munro afirma que el regalo de cumpleaños de su primer marido, una máquina de escribir, selló su identidad como esposa/madre y escritora —“las elecciones gemelas de mi vida”, dijo.

A los 26 años, Munro había dado a luz a tres hijas, una de las cuales murió el mismo día de su nacimiento. La más joven, Andrea, nació mucho más tarde, en 1966, un año que Munro también recuerda como el principio del fin de su primer matrimonio. En 1976, Munro se casó con Fremlin, al que definió como el verdadero amor de su vida. Ese mismo año, Fremlin agredió sexualmente a su hija menor.

Cuando, 16 años después, Munro conoció los abusos, abandonó a su marido. Pero no para consolar a su hija. Como cuenta Skinner, Munro se sintió humillada y traicionada personalmente, e hizo que toda la familia estuviese pendiente de sus sentimientos. Fremlin acusó a la niña de seducirle y convenció a Munro para que regresara, a lo que siguió una conspiración de silencio. Para protegerse, Skinner se distanció de su familia.

The Gatehouse, una agencia que apoya a los supervivientes de abusos sexuales en la infancia, afirma que este tipo de respuesta familiar es trágicamente frecuente. Skinner y sus hermanos buscaron asesoramiento en la organización para ayudarles a aceptar los abusos que se produjeron en su familia.

La razón de Munro para quedarse finalmente con Fremlin hasta su muerte en 2013, y guardar el secreto hasta su propia muerte este mes de mayo, fue una parodia nacida de su retorcida interpretación de la política feminista de la maternidad. Según una carta que Munro escribió, veía a su hija como una rival sexual, no como una víctima.

Munro escribió a Skinner diciendo que “se lo había dicho demasiado tarde”, que “le quería demasiado” y que “nuestra cultura misógina tenía la culpa si esperaba que ella negara sus propias necesidades, se sacrificara por sus hijos y compensara los fallos de los hombres”.

Nuestro yo monstruoso

Incluso después de que se revelara que su marido era un maltratador, Munro eligió ser “esposa” —no “escritora”— en lugar de “madre”. Y lo hizo en nombre del feminismo: una traición a todas sus hijas literarias.

Ahora nos quedan los fragmentos destrozados de su legado, que la familia dice que quiere conservar, pero no a costa de Skinner. El artículo del Toronto Star incluye en el prefacio: “Quieren que el mundo siga adorando la obra de Alice Munro. También se sienten obligados a compartir lo que significó crecer a su sombra y cómo la protección de su legado tuvo un coste devastador para su hija”.

Para algunos, eso puede significar releer a Munro a través del prisma de su biografía, pero creo que es demasiado fácil. Nos exime de reconocer el placer que nos han producido sus cuentos góticos de madres e hijas. Nos quedamos con la ferviente y esperanzada creencia de que si recibiéramos las mismas terribles noticias de nuestros hijos, tomaríamos decisiones mejores. Pero Munro también creía eso de sí misma hasta que sucedió.

Parte de nuestra horrorizada repulsión colectiva hacia Munro proviene de la pesadilla de confrontar a nuestro peor yo. Por supuesto, eso forma parte del placer de la ficción gótica: entregarse a narraciones imaginarias depravadas ancladas en un amor obsesivo. Pero esto no es ficción. Parafraseando a Moers, nos hemos visto obligados a sostener nuestra ansiedad maternal colectiva frente al espejo gótico de la realidad, y tememos al monstruo del reflejo.

[Este artículo fue publicado originalmente en inglés. // Fuente: The Conversation. Reproducido bajo la licencia Creative Commons]

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