Diciembre, 2023
Considerado hasta hace no mucho tiempo escenario exclusivo de distopías y novelas de ciencia ficción situadas en un futuro apocalíptico y distante, el cambio climático se filtra cada vez más en historias ambientadas en el presente. Autores como el italiano Paolo Giordano exploran las maneras en las que la crisis altera las relaciones personales, buscando en ese ejercicio literario contar la emergencia climática de otra manera y lograr que los lectores la sientan más próxima.
“El medio ambiente es un tema aburrido”, comenta el protagonista de Tasmania, la más reciente novela del escritor italiano Paolo Giordano. “Lento, sin acción ni tragedia, salvo las que se esperan en el futuro. He ahí el problema secreto del cambio climático: el aburrimiento mortal”. Y da en el clavo porque expone el gran dilema comunicacional de la emergencia en curso: no importa cuántas evidencias expongan los científicos del clima sobre un planeta cada vez más caliente o cuántas imágenes circulen de inundaciones, huracanes devastadores, deshielos, olas de calor, sequías, megaincendios forestales alimentados por condiciones climáticas extremas. A una gran parte de la población el mensaje no le llega; nada los mueve a la acción ni los ayuda a comprender cabalmente la situación incierta que la humanidad atraviesa.
Para muchos, el problema es tan vasto, tan complejo, que lo ven como algo lejano, ajeno e incluso inexistente. El escritor Cory Doctorow llamó a este proceso psicológico “máxima indiferencia”: a medida que crece la crisis, también crece nuestro desinterés. Hasta que se vuelve tan grave que resulta imposible ignorarla y, entonces, surge el pánico.
“Durante muchos años me he preguntado por qué es tan difícil, tan complicado volver apasionante la crisis climática desde un punto de vista humano”, nos cuenta Giordano, licenciado en física teórica que saltó a la fama a los 26 años con su novela La soledad de los números primos en 2008. “O qué hay que hacer para contarla y que nos toque en lo más profundo de las emociones”.
Como un número cada vez mayor de novelistas, Giordano está convencido que la ficción es una de nuestras mejores herramientas para afrontar un mundo transfigurado por desastres climáticos y una acelerada extinción de especies.
“La crisis climática da lugar a narraciones distópicas y de ciencia ficción muy alejadas en el tiempo”, señala este autor que cruza ciencia y literatura. “En cambio, creo que hace falta sentir la verdad de esta crisis en tiempo presente. Explorar sus efectos también en las relaciones humanas, en las maneras en que ya está cambiando el tejido de nuestros vínculos más íntimos. Tasmania ha sido para mí un desafío, un intento de hacer entender cómo la emergencia climática cambiará nuestras relaciones”.
Futuros posibles
En la novela —elegida mejor libro de 2022 en Italia—, Giordano cuenta la historia de un periodista científico que atraviesa una crisis de pareja mientras el mundo se desploma día a día a través de atentados, catástrofes climáticas y otros colapsos. “Vivimos con una especie de música de fondo, un pensamiento pesimista, de desastre permanente”, indica. “Las novelas nos ayudan a poner estas crisis en perspectiva y a construir algo de esperanza. Estamos en un momento de transformación muy rápida. Para muchos es muy difícil aceptar que el futuro cercano del planeta será diferente del que conocemos, y que hace falta una revisión radical de nuestro estilo de vida. Las novelas deben funcionar como medios para entender qué es lo real”.
Hasta hace no mucho las historias sobre catástrofes ambientales solían estar ambientadas en futuros lejanos, como La carretera de Cormac McCarthy, La sequía de J.G. Ballard y Dune de Frank Herbert. O aglomeradas en su propio nicho literario conocido como “cli-fi” (o ficción climática o climate fiction), un subgénero cada vez más poblado con títulos como Cuchillo de agua de Paolo Bacigalupi, El ministerio del futuro y 2312 de Kim Stanley Robinson, La rueda celeste de Ursula K. Le Guin, Termination Shock de Neal Stephenson o El emisario, libro en el que la novelista japonesa Yoko Tawada describe a un Japón postapocalíptico devastado por una catástrofe medioambiental y donde gran parte de las especies han desaparecido, los alimentos escasean, los hombres padecen menopausia y todo el mundo cambia de género al menos una vez en la vida.
A estas novelas las une el mismo propósito: entretener, pero también advertir, preocupar. Funcionan como un gran experimento mental para explorar escenarios posibles o para pensar qué nos puede llegar a deparar si seguimos por el mismo camino.
“La ficción tiene el enorme poder de generar cambios individuales a escala masivo”, explica la escritora argentina Agustina Bazterrica, autora del best-seller Cadáver exquisito (2017), una pesadilla futurista en la que a causa de un virus mortal que afecta a los animales y contagia a los seres humanos el canibalismo se vuelve una práctica legal. “El libro El cuento de la criada de Margaret Atwood no sólo me hizo repensar mi feminismo sino que quedé marcada por ‘las colonias’, lugares tóxicos donde mandan a las criadas rebeldes a limpiar desechos radioactivos. Esto me afectó tanto que me hizo consumir menos plástico y el que aún consumo lo convierto en botellas que se llenan de envoltorios que no se pueden reciclar, se procesan y se construyen muebles o se usa para la construcción. Mi cambio individual en sí no genera un gran impacto, pero si se suma a otros cambios individuales evitamos, por ejemplo, que se acumule tanto plástico. Uno podría pensar, ¿de qué sirve si ya estamos respirando microplásticos? Mi respuesta a mí misma es: luchar hasta el último aliento”.
Pero, a medida que los desastres ecológicos ya no son raros ni sorprendentes ni se circunscriben a regiones remotas del planeta, el cambio climático se infiltró en la literatura con la misma fuerza con lo que ya se ha instalado en la vida cotidiana. Cada vez más escritores lo incorporan en el tejido de sus tramas aunque ya no como sermón o advertencia de lo que podría llegar a pasar sino como un escenario más, un telón de fondo que moldea las relaciones y acciones de los protagonistas.
“En Tasmania, me planteo la pregunta sobre qué relación hay entre nuestra intimidad y el mundo alrededor”, señala Giordano. “En el pasado podíamos olvidarnos del mundo lejano durante unas horas. Pero ahora está siempre presente a través de crisis y atentados. En la novela me pregunto cuál es el efecto de este mundo en el amor. ¿Las crisis por las que el planeta atraviesa pueden tener un efecto en nuestras relaciones personales?”.
En Un hombre decente, John le Carré somete a sus protagonistas a un calor insólito para Londres. “Creo que nos dirigimos a la destrucción”, confesó en una entrevista en 2019 este autor británico conocido por sus novelas de espías. “El planeta sobrevivirá, pero la humanidad no. No en esta forma”. En la novela El calentamiento global, en cambio, Daniel Ruiz García expone las hipocresías del discurso corporativo del desarrollo sostenible.
Otro ejemplo es The Overstory (o El clamor de los bosques) sobre los vínculos entre seres humanos y los árboles y que le hizo ganar a su autor, Richard Powers, el ganó el Premio Pulitzer de ficción en 2018. “El cambio climático se nos presenta como un problema de ingeniería, pero en realidad es psicológico”, asegura este escritor estadounidense. “La ficción puede crear misterio y esa inestabilidad que hace que el lector diga: ‘Espera, espera, ¿qué está sucediendo? ¿Qué va a pasar después? ¿Cómo van a afrontar eso?’”.
En la novela Gun Island, Amitav Ghosh ahonda en las respuestas emocionales de sus personajes al cambio climático. En 2016, este famoso escritor indio había expresado su sorpresa en el ensayo The Great Derangement de que no había suficientes novelas contemporáneas que abordaran la crisis climática como un tema central de nuestro tiempo. “Hemos entrado en un momento en el que lo salvaje se ha convertido en la norma: si ciertas formas literarias no pueden navegar estas aguas, entonces habrán fracasado y sus fracasos tendrán que contarse como un aspecto del fracaso imaginativo y cultural más amplio que se encuentra en el corazón de la crisis climática”.
Efectos y esperanzas
“El cambio climático es generalmente visto como algo abstracto y distante, algo que conocen pero que no ‘sienten’”, señalan los investigadores Julia B. Corbett y Brett Clark. “La literatura puede desempeñar un papel importante: permite sentir e imaginar la llamada invisibilidad del cambio climático en el presente y el futuro y fomentar la reflexión crítica sobre las estructuras sociales y las normas culturales y morales existentes”.
El verdadero poder de la ficción radica en su capacidad de persuasión, es decir, traspasar las barreras que muchos lectores levantan frente a las noticias y las recomendaciones de científicos. Investigadores del Programa de Comunicación sobre el Cambio Climático de Yale pusieron esto a prueba y analizaron los efectos de lo que se conoce como “persuasión narrativa” de los cuentos “El cazador de tamariscos” de Paolo Bacigalupi y “In-Flight Entertainment” de Helen Simpson sobre el negacionismo climático en una conversación entre pasajeros de avión.
“Descubrimos que leer estas historias tuvo efectos positivos significativos en las creencias y actitudes de los lectores sobre el cambio climático, incluida la idea de que el calentamiento global causará más desastres naturales y pobreza, así como dañará personalmente a los lectores, así como a las generaciones futuras”, revelan los autores en un artículo publicado en la revista Environmental Communication. “Encontramos que muchos de estos efectos están mediados por los sentimientos despertados por la historia y por la identificación con los personajes”.
Sin embargo, los efectos persuasivos disminuyeron después de un mes, lo que sugiere que se desvanecen con el tiempo. “Estos hallazgos resaltan la importancia de contar historias sobre el cambio climático”, concluyen. “Sin embargo, también enfatizamos la importancia de la exposición repetida a múltiples mensajes de diferentes fuentes, porque los efectos persuasivos de cualquier mensaje pueden ser transitorios”.
La escritora Rebecca Solnit abraza y promueve la esperanza. “Es tarde. Estamos en una emergencia. Pero no es demasiado tarde, porque la emergencia no ha terminado”, indica en Not Too Late: Changing the Climate Story from Despair to Possibility. “El resultado no está decidido. Lo estamos decidiendo ahora. Cuanto más esperemos para actuar, más limitadas serán las opciones, pero los científicos nos dicen que hay buenas opciones y una gran urgencia para aceptarlas mientras podamos”.
Las historias apocalípticas y oscuras conllevan al derrotismo, cinismo y desesperación. Se precisan, en cambio, relatos sobre futuros climáticos más positivos. Para ello, el escritor Kim Stanley Robinson creó el “Proyecto de Imaginación Climática”, en el Centro para la Ciencia y la Imaginación de la Universidad Estatal de Arizona, Estados Unidos: un programa que incita a escritores de todo el mundo a crear visiones de adaptación y resiliencia climática capaces de empedrar a los lectores y motivar acciones hoy. Como señalan sus promotores: “Necesitamos historias esperanzadoras sobre cómo la acción colectiva, ayudada por conocimientos científicos y tecnologías culturalmente sensibles, puede ayudarnos a avanzar hacia futuros inclusivos y sostenibles”.