Octubre, 2023
Es periodista de vocación, pero en el transcurso de las últimas décadas a Humberto Musacchio le han ido apareciendo otras personalidades: la de ensayista, la de cronista, la de historiador, la de enciclopedista. Nacido en Ciudad Obregón, Sonora, en 1943, Musacchio ejerce el periodismo desde 1969. En este lapso, ha pasado por las redacciones de El Universal y unomásuno —en donde coordinó sus secciones culturales—, fue fundador y subdirector de La Jornada, y director de las revistas Kiosco y Mira. Autor de libros de crónicas, ensayos y enciclopedias, con más de medio siglo en el oficio periodístico Musacchio ha estado presente durante toda la construcción de la prensa contemporánea en México. A punto de cumplir 80 años de vida en este mes de octubre de 2023, Víctor Roura ha conversado con él, a manera de celebración.
Nacido en Ciudad Obregón el 26 de octubre de 1943, Humberto Musacchio se ha entregado al periodismo desde el año 1969, un año después de que participara en el Movimiento Estudiantil que le trajera, para su fortuna, sólo negras experiencias mas conservando la vida, la misma que ha desarrollado posteriormente, y de lleno, en el ámbito informativo ocupando cargos importantes en esta zona impulsando a periódicos como La Jornada a la cual serviría como uno de sus cuatro subdirectores iniciales. Economista egresado de la UNAM, sin embargo su verdadera vocación ha sido la del periodismo donde se ha sumergido desde 1969 escribiendo, además, una decena de libros (Ciudad quebrada en 1985, Hojas del tiempo en 1993, Urbe fugitiva en 2002, 68: gesta, fiesta y protesta editado por vez primera en 2011 en los Cuadernos de El Financiero y reeditado por la UNAM en 2018 a los 50 años de la matanza de Tlatelolco, La Universidad de México 1551-2001 en 2023 en edición del Fondo de Cultura Económica) entre los que se hallan los monumentales Diccionario enciclopédico de México, Historia gráfica del periodismo mexicano y 200 años de periodismo cultural.
“Así me inicié en el ebriodismo”
—Medio siglo en el periodismo, Humberto. Prácticamente has estado presente durante toda la construcción de la prensa contemporánea. ¿Por qué la elección de este camino? ¿De dónde provino la fuente que te condujo a estos territorios de la información? ¿Hubo alguien que te alentara a tomar este sendero o fueron los libros o la inclinación escritural propia? ¿Qué detonó este largo y sinuoso camino en tu vida?
—Nuestros colegas suelen decir que el periodismo era su vocación desde la más tierna infancia. Para mí no, aunque escribí en periodiquitos estudiantiles e hice uno en cierta empresa donde trabajé en mi adolescencia.
“Mi llegada al periodismo de paga se produjo después del Movimiento Estudiantil de 1968. Como tantos, me metí de cabeza en aquella gesta. Soñábamos con la revolución y no dudé en botar la chambita que tenía con los hermanos Gargollo, sobrinos de Antonieta Rivas Mercado, de quien entonces ignoraba todo, aunque en ese tiempo ya era un lector voraz.
“Viví aquel movimiento con verdadera pasión y me tocó estar el 2 de octubre en Tlatelolco. Iba con mi novia, su prima y un amigo mío, Juan Manuel, que ahí se ligó a la prima. Nos tocó toda la balacera en el centro de la plaza. Los estudiantes estuvimos ahí más de tres horas, mezclados con muertos y heridos, con niños, mujeres y ancianos. A nuestras novias las pudo sacar de Tlatelolco el reportero, entonces de El Heraldo, Sotero García Reyes, conocido de su familia. A mi amigo y a mí nos llevaron a Santa Martha Acatitla. Éramos 700 y nos desocuparon una enorme crujía para “alojarnos”. Cuento todo eso en mi librito 68: gesta, fiesta y protesta, del que tú hiciste la primera edición.
“Los agentes del Ministerio Público estaban muy cansados cuando nos interrogaron, pues llevaban trabajando dos días con sus noches y lo que querían era dormir. Nos sometieron a un interrogatorio muy elemental y como respondimos lógicamente, como si fuéramos ajenos al movimiento, nos liberaron.
“Mi familia me había estado buscando en el Servicio Médico Forense, el Campo Militar y varias delegaciones donde amontonaron los cadáveres de la matanza. De modo que cuando me presenté en casa de mi hermana (madre sustituta porque quedé huérfano en mi niñez), ella soltó el llanto porque me creía muerto. Luego avisé a varios amigos y me fui a mi casa, una paupérrima vivienda en una vieja vecindad de la colonia Condesa.
“Yo había dejado la Juventud Comunista y en la UNAM era parte de un grupo político de la Escuela Nacional de Economía, una alianza de trotskistas, guevaristas, maoístas y gente sin partido como yo. Se tomó el acuerdo de que quien no tuviera una tarea específica en la Ciudad de México se fuera de inmediato, porque si éramos detenidos la policía nos sacaría mediante tortura toda la información que pudiéramos poseer. Me fui con Juan Manuel a Guadalajara, a casa de una hermana, y volvimos hasta que habían terminado los Juegos Olímpicos.
“Al llegar a la Ciudad de México me hallé sin empleo, sin dinero y más ropa que aquella que traía puesta. Cerré la vivienda de la Condesa y se la entregué a doña Celia, viuda del grabador Abelardo Ávila, quien generosamente me la prestó durante un año. Me fui a vivir a casa del periodista Manuel Blanco, donde ya estaban otros amigos, la mayoría igualmente desempleados, con excepción de Jesús Luis Benítez, el Booker, que en ese tiempo trabajaba en la agencia Amex.
“Blanco contaba con una buena biblioteca y dedicábamos todo el día a leer y por la noche a discutir de política y literatura. Un día de la semana nos tocaba a dos de los habitantes de la casa conseguir dinero, comprar lo necesario, cocinar, servir, lavar platos y hacer la limpieza de la casa. Como es obvio, ese funcionamiento colectivo nos llevó a bautizar aquello como Comuna José Revueltas. Por cierto, en esos días uno de los comuneros llevó a la casa un ejemplar del Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, del mismo Revueltas, libro que nos arrancábamos de las manos y que leímos con fervor de iniciados.
“Sobrevivíamos, pero aquellas penurias no podían prolongarse. Una noche llegó el Booker y, como siempre, nos encontró disertando qué fue primero, si el huevo o la gallina. No había cena y el buen Jesús Luis nos gritó:
“—¡Carajo! ¿Por qué en lugar de estar discutiendo sobre libros no hacen unas reseñas de esos mismos libros y se ganan unos pesos? ¡Nos estamos muriendo de hambre!
“Pues sí. Estábamos en la miseria. De modo que el Booker nos prestó unos libros de reciente aparición que le dieron en el Fondo de Cultura, nos dijo cómo era una reseña bibliográfica, Manuel y yo escribimos cada quien una y el siguiente sábado Jesús Luis nos llevó ante Juan Rejano, a la oficinita que tenía en El Nacional, donde dirigía el suplemento cultural, la ‘Revista Mexicana de Cultura’. Una o dos semanas después aparecieron las reseñas y es de imaginarse el gusto que nos dio recibir 150 pesos de aquellos, los que acabaron en el Salón Palacio, donde festejamos nuestro debut en la letra impresa y conocimos a personajes como Alfredo Cardona Peña y Otto-Raúl González, así como a contemporáneos nuestros que también daban sus primeros pasos en la letra impresa, como René Avilés Fabila, Xorge del Campo y Gerardo de la Torre, quien trabajaba como obrero en la Refinería de Azcapotzalco y ya tenía un título publicado al igual que René.
“Así me inicié en el ebriodismo”.
“¿No sabes quién es Martín Luis Guzmán?”
—En el libro de la fiesta y la protesta, en efecto, nos cuentas de tu vida en peligro durante la matanza ordenada por el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Un año después, en 1969, comenzaron las reseñas bibliográficas en El Nacional, de manera que estás cumpliendo medio siglo de trayectoria periodística. Pero apenas dos años transcurridos, ya en El Universal, no te dejaron publicar una sola nota del Festival de Avándaro, efectuado en septiembre de 1971. ¿Cómo sucedió esa apresurada escalada periodística encontrándote ya como editor de un diario en las páginas culturales?
—Como creo que sabes, pasé algunos años en la entonces Escuela Nacional de Economía (hoy Facultad) de la UNAM. Ahí conocí a Raúl González Avelar, quien era secretario académico de la escuela. Nos hicimos buenos amigos y en 1971 me propuso que le presentara algún proyecto a Juan Francisco Ealy Ortiz, egresado de Economía, quien poco antes había asumido la dirección y el control del diario El Universal. Por supuesto, le propuse crear una página cultural.
“En ese tiempo las secciones de esa especialidad eran de una sola página, como en El Nacional y en El Día, y se llenaban con artículos de colaboradores y no, como ahora, con el material que entregan los reporteros. La mayoría de los diarios ni siquiera daban esa información porque se decía que no era negocio. Carecían de sección cultural o, como Excélsior, que sí la tenía (“Olimpo Cultural”, se llamaba), publicaban la escasa información especializada junto con notas de otro tipo o pases de primera plana.
“El hecho es que el licenciado Ealy Ortiz me recibió, le presenté mi proyecto y para echarlo a andar sólo me pidió que le abriera espacio a gente joven, porque el presidente Luis Echeverría quería que la juventud expresara sus inquietudes. Me pareció muy bien porque yo tenía pensado invitar como colaboradores a mis amigos, como Gerardo de la Torre, Manuel Blanco, Jesús Luis Benítez el Booker, René Avilés Fabila, Xorge del Campo y varios más. Me di el lujo de incorporar a tres o cuatro veteranos para dar lustre a la página. Fue así como pedí artículos a Sergio Magaña, a Horacio Espinosa Altamirano, a Rodolfo Mier Tonché y ya no recuerdo a quién más.
“A Sergio Magaña lo conocí en enero de 1971 cuando ambos trabajábamos como redactores en la oficina de prensa de Bellas Artes. Él era desde 20 años antes un pilar de la dramaturgia mexicana, en tanto que yo no pasaba de ser un principiante en las tareas periodísticas, pero teníamos el mismo sueldo, lo que era una enorme injusticia. Con Horacio y Rodolfo solía departir en el café La Habana, que era entonces mi cuartel general.
“El licenciado Ealy Ortiz me pagaba generosamente e incluso se reunió con todo el equipo de colaboradores en una comida que él invitó y en la que, creo, estuvo muy contento. Las cosas marcharon muy bien durante algunas semanas hasta que se manifestó mi inexperiencia y desconocimiento de las relaciones entre la prensa y el poder.
“Estalló el problema cuando en una misma página publiqué un artículo de Mier Tonché y otro ya no recuerdo de quién. Ambos textos ponían pinto a Martín Luis Guzmán, y no por sus libros, que leíamos con verdadero interés, sino por su actitud rastrera ante Gustavo Díaz Ordaz después de la matanza de Tlatelolco.
“Yo dejé pasar esos textos por inexperiencia, pero en la mesa de redacción del diario hicieron lo mismo por descuido. El caso es que se publicaron y no volvió a salir la página, que pasó al inventario de las cosas malditas de ese diario, porque en los libros dedicados al centenario del periódico se omitió toda referencia a la sección, a mí y a mis colaboradores.
“Me quedé sin empleo y lo peor es que ni siquiera sabía por qué me habían defenestrado. Por supuesto nadie me tomaba la llamada en el periódico y durante varios días busqué en la cantina La Mundial (la Catedral del Ebriodismo) ya fuera al jefe de redacción o al subdirector, con el que finalmente me topé una noche. Este era Ariel Ramos, a quien le pregunté por qué me habían suspendido. Su respuesta, sus respuestas, fueron una de las mejores lecciones de periodismo que he recibido. Primero me preguntó:
“—¿No sabes quién es Martín Luis Guzmán?
“—Sí, es un gran escritor —respondí—, pero es un canalla como periodista.
“Ante mi respuesta, Ariel sólo movía la cabeza como diciendo ‘Este imbécil no entiende nada’, y, en efecto, yo no entendía nada.
“Luego me dijo:
“—¿No sabes que es el director de la revista Tiempo? ¿Y no sabes que es presidente de la Asociación Nacional de Editores de Periódicos? ¿Y no sabes que es un influyente senador de la República? ¿Y no sabes que es asesor del presidente de la República en lo referente a medios de comunicación y que gracias a él el gobierno nos da publicidad? ¿Y no sabes que es presidente del Consejo de Premiación de los Premios Nacionales de Periodismo, que cada año otorga varios a nuestro personal? ¿Y no sabes que es presidente del Consejo de Administración de PIPSA que nos garantiza el suministro de papel periódico a precios estables, que nos da crédito y que frecuentemente nos condona las deudas? ¿Y no sabes que es presidente de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, que nos da trabajo para que nuestras rotativas no tengan horas muertas? ¿Y no sabes que…?
“No, pues no sabía, como tampoco sabía que en aquel tiempo el gobierno ejercía un control absoluto de los medios de comunicación y que había temas que eran tabú y personajes que resultaban intocables. Eran las reglas, pero yo las desconocía totalmente.
“Pese a todo, Ariel me dijo que hablaría con el director y que lo buscara en la semana siguiente. Fue lo que hice y me admitieron de nuevo en el periódico, esta vez para dirigir la sección juvenil, que antes estuvo a cargo de gente cercana a Heberto Castillo hasta que la perdieron por abordar de manera inadecuada la matanza del 10 de junio de 1971, lo que había irritado al presidente Echeverría (el tratamiento del asunto, no la matanza).
“Volví a El Universal con mi equipo de colaboradores. La sección juvenil (creo que se llamaba ‘La Juventud Dice’, título que yo no escogí) aparecía de lunes a viernes. Por esos días se anunció el Festival de Avándaro Rock y Ruedas, que se celebraría en dos jornadas: el sábado estaría destinado a un concierto con varios grupos de rock y el domingo habría una carrera de coches.
“Le pedí al director que me permitiera cubrirlo con colaboradores de mi sección, lo que me autorizó al igual que una suma de viáticos para cubrir nuestros gastos. Le pedí a Jorge Meléndez que me acompañara como reportero y a Hugo Galindo como fotógrafo. Meléndez sigue presente en el medio periodístico, pero hace varios años murió Galindo, quien tenía dos hermanos fotorreporteros de Excélsior.
“En aquel tiempo Avándaro estaba a varios kilómetros de Valle de Bravo y sólo se llegaba por una angosta carretera que bordeaba el lago. Una semana antes fui con Jorge y con Hugo a reconocer el terreno, una enorme explanada contigua al Motel Avándaro donde se realizaría el concierto, en tanto que la carrera debía desarrollarse en el camino entre Valle de Bravo y Avándaro. Regresamos a la Ciudad de México satisfechos, sintiéndonos periodistas experimentados.
“El sábado siguiente salimos muy temprano y arribamos cuando todavía no empezaba la música. Jorge estacionó su vochito en la mera puerta de entrada cuando apenas había algunos centenares asistentes, los que habían llegado desde el día anterior. Nos dirigimos al motel donde supuestamente estaría la sala de prensa, pero no pudimos pasar de la recepción, donde un grupo numeroso de reporteros exigía habitaciones, comida y copas por cuenta de la casa y por supuesto la entrega del consabido chayo, a lo que se negaban los organizadores. Después de un buen rato de escuchar los argumentos de los colegas y la negativa de los anfitriones, optamos por una discreta retirada para evitar que fueran a confundirnos y nos dirigimos a la explanada, donde ya la música estaba en su apogeo.
“Mientras seguía llegando gente empezamos a hacer nuestro trabajo: Hugo tomaba fotos de personajes que imitaban la vestimenta y accesorios que habíamos visto en las fotos de festivales gringos y británicos: greña larga de los varones, muchos patilludos y algunos barbones, pantalones acampanados de ellos y ellas, algunas minifaldas, chavas con flores en el pelo, chamaras con el símbolo de Peace and Love y un precioso aire de fraternidad que respirábamos con algo muy parecido a la felicidad.
“Jorge y yo entrevistábamos a las chicas presentes, la mayoría acompañadas de sus padres, y a éstos también les tomamos declaración. Hoy puede parecer ingenuo, pero en aquellos años no era fácil que una jovencita pasara la noche fuera de su casa en compañía del novio, de amigos o aun de amigas.
“En ese tiempo ya se habían celebrado algunos festivales masivos en Europa y en Estados Unidos y Avándaro nos hizo sentir hermanados con la juventud de otros países. Hacía menos de tres años que el Movimiento Estudiantil de 1968 había sido aplastado a sangre y fuego y apenas el 10 de junio de 1971 había ocurrido el halconazo, nueva matanza perpetrada por el gobierno.
“El clima político de México era irrespirable. Medio en serio medio en broma se decía que todo lo que no estaba prohibido era obligatorio. La mafia priista que gobernaba el país tenía las cárceles llenas de presos políticos, no había elecciones creíbles ni partidos que le hicieran contrapeso al PRI, en las cámaras de diputados y senadores no existía una verdadera oposición, como no fuera la débil voz de los panistas, y tampoco había libertad de prensa.
“La nuestra era una juventud golpeada repetidas veces por la represión, ahogada por falta de canales de expresión y enajenada por la programación insulsa de los medios, sometidos a la voluntad del gobierno. En esas condiciones, creímos que la celebración del Festival, en septiembre de ese 1971, era un síntoma de que las cosas podían cambiar en México.
“Lo más impresionante fue que durante absolutamente todo el día estuvo llegando gente. Como a las 12 se acabaron los sándwiches y un par de horas después los refrescos. En Valle de Bravo (nos enteramos después) se acabó la latería de las tiendas, las tortillas, el pan y buena parte de la fruta del mercado.
“Antes de las tres de la tarde se anunció por los altavoces que se suspendía la carrera de automóviles programada para el día siguiente porque el gentío no permitía garantizar la mínima seguridad. Hubo una breve rechifla, pero los asistentes prefirieron continuar escuchando la música.
“La falta de comida y refrescos se resolvió gracias al clima de fraternidad que compartíamos los presentes. Uno tras otro desfilaron los grupos de rock y la multitud seguía cada rola con fervor. Mientras hubo luz de día hubo un fuerte olor a tabaco y nos tocó ver que cuando alguien encendía un churro la gente le pedía apagarlo, tanto por respeto a los menores como por temor a que llegara la policía y acabara con la fiesta. Algunos loquitos, muy pocos, se despojaban de la ropa, pero sus propios amigos impedían el striptease total.
“Sin embargo, al oscurecer muchos se animaron a sacar el guato de mariguana y se fue haciendo cada vez más intenso el olor a petate. No faltaron los que se metieron ácidos y otras pastas, pero los pachecos siempre fueron una ínfima minoría. Es más, si alguien se ponía loquito o violento de inmediato era calmado y no nos tocó ver que las cosas llegaran a mayores.
“Lo que sí constatamos fue que todo mundo estaba contento, disfrutando del rock, pero sobre todo de aquel ambiente fraterno que me recordó lo vivido durante el movimiento de 1968.
“Ya bien entrada la noche, los grupos de rock empezaron a despedirse, pero la raza pedía más y más música. Meléndez y yo, cansados, nos fuimos al vochito con la intención de dormir, lo que conseguimos a medias para que ya en las primeras horas de la madrigada, según creo, fuera a despertarnos Hugo Galindo al grito de ‘¡Vengan, vengan, una chava se está encuerando!’
“La chava era, en efecto, la que cobró celebridad como ‘la encuerada de Avándaro’, que se desnudó de la cintura para arriba, algo que hoy no espanta a nadie, pero que entonces fue todo un acontecimiento. Jesús Luis Benítez publicó una entrevista con ella en una edición de Piedra Rodante, aunque muchos años después el propio director de la revista dijo que la entrevista había sido inventada. Lo que me consta es que una noche llegó el Booker a casa de Manuel Blanco. Nos contó, verdaderamente feliz, eufórico, que había entrevistado a la chica. Si inventó aquel texto, hay que decir que es una obra maestra de la entrevista, tanto por lo que expresa como por el lenguaje y la forma de entablar el diálogo. Si el diálogo es ficticio, cabe decir que captó muy bien la sensibilidad y las tendencias de aquella generación.
“El hecho es que en la noche de Avándaro, pasado el momento de la encuerada, la música siguió y Jorge y yo volvimos al vochito para dormir unas horas. La multitud no permitía que cesara la música y los grupos se siguieron alternando hasta poco antes del amanecer, cuando ya público y artistas estaban agotados.
“Despertamos como a las siete, cuando ya había terminado el concierto, y nos propusimos regresar a la Ciudad de México. Pero era imposible salir de ahí. La estrecha carretera estaba completamente bloqueada porque había coches estacionados en los dos carriles y en las cunetas, adelante y atrás de nosotros.
“Después nos enteramos de que el embotellamiento llegaba hasta Valle de Bravo y más allá. Por fortuna, algunos muchachos se organizaron y fueron hasta donde empezaba el bloqueo para que se movieran los vehículos, aunque el problema fue que muchos de los conductores estaban todavía en Avándaro, departiendo con sus acompañantes y con los amigos que hicieron durante la jornada del día anterior. Para colmo, arribaban más autos de gente que no sabía que la carrera había sido cancelada. Lo más increíble es que también llegaba mucha gente a pie, extasiada, como si fuera en busca de la iluminación, del milagro.
“Pasaba del mediodía cuando empezamos a movernos, pero muy poco. Ganábamos unos metros o menos para inmediatamente detenernos, pasábamos por otra espera antes de reiniciar el mezquino avance. Ya en Valle de Bravo las cosas no variaron. Nos movíamos un poco y volvíamos a parar. Incluso al salir del pueblo, ya en plena carretera, circulábamos despacio. Salimos tal vez a las cuatro o más tarde de Valle, nos tocó muy congestionada la vieja carretera de Toluca y llegamos a la Ciudad de México cuando había oscurecido.
“Nos dirigimos al Sanborns más cercano en busca de los periódicos y compramos los que había. Para nuestra sorpresa, las primeras planas de todos mencionaban que en Avándaro había ocurrido una colosal orgía, con las parejas haciendo el amor al aire libre o con grupos grandes practicando el sexo sin inhibiciones. Por supuesto, todos los presentes estaban drogados y borrachos o ambas cosas, lo que daba pie a las furibundas condenas morales de los redactores.
“Vimos y leímos aquello con sorpresa y mi primera reacción fue con una broma amarga:
“—Lo que nos perdimos… —les dije a mis compañeros, que al igual que yo se hallaban estupefactos, entre sorprendidos e indignados, pues durante todo el día y gran parte de la noche fuimos testigos de algo muy diferente.
“La página juvenil a mi cargo se publicaba entonces martes y jueves y, desde luego, comenté:
“—Pero nosotros vamos a decir lo que realmente pasó. Vamos a desmentir a los periodistas chayoteros que tuvieron la desvergüenza de escribir tales barbaridades.
“En mi ignorancia, no se me ocurrió que los reporteros nada tenían que ver con esa redacción, pues los textos fueron confeccionados en la oficina de prensa de la Presidencia de la República y enviados a cada periódico con la orden de que fueran la nota principal de la primera plana, por supuesto como gacetillas, la forma de publicidad que se cobra a más alto precio.
“El lunes, con mi material, acudí al periódico y dejé texto y fotos en la mesa de redacción. De alguna manera me sentía héroe, pues al día siguiente iba a decir lo que verdaderamente había sucedido en la explanada de Avándaro. Pero llegó el martes y nada se publicó, lo que atribuí a que hubiera demasiada publicidad y se hubiera decidido posponer la publicación de mi página. Pero llegó el miércoles y nada y el jueves y el viernes igual. En suma, nunca se publicó aquello y, como es de suponerse, grande fue mi desilusión.
“Pasó mucho tiempo para que yo pudiera entender lo ocurrido. Luis Echeverría había ordenado la matanza del 10 de junio de 1971, ejecutada por el grupo paramilitar conocido como Los Halcones, banda de asesinos entrenada, armada y dirigida por un par de oficiales del Estado Mayor Presidencial. Octavio Paz, Fernando Benítez, Carlos Fuentes, ¡Heberto Castillo!… y otros intelectuales dijeron que la matanza era atribuible a los emisarios del pasado, quienes así lo habían dispuesto para dañar a Echeverría y cancelar la apertura democrática que ese farsante había anunciado con bombo y platillo.
“Como era de esperarse, Echeverría prometió una investigación a fondo y destituyó a Alfonso Martínez Domínguez, al que los gacetilleros al servicio del gobierno y no pocos ingenuos culparon de los hechos. En realidad, como se iría revelando con los años, Echeverría era el capo de los Halcones y quien ordenó la matanza como un medio para deshacerse de Martínez Domínguez y su poderoso grupo. En esa tesitura, lo último que le interesaba era aclarar lo ocurrido.
“Como las víctimas del 10 de junio habían sido en su mayoría estudiantes, la exigencia de castigo a los culpables iba subiendo de tono. El Festival de Rock y Ruedas, organizado por un grupo encabezado por Luis de Llano jr., despertó grandes expectativas y, sin quererlo, le sirvió al gobierno echeverrista, pues si los estudiantes eran quienes demandaban aclarar el halconazo había que aprovechar la reunión de Avándaro para descalificar a esa juventud, perdida en las drogas, el alcohol y los excesos sexuales.
“Hoy, todavía, hay quienes siguen creyendo la versión perversa que ordenó difundir el mandatario genocida. Su exitosa operación de prensa, sin embargo, no pudo impedir que las conciencias más despiertas percibieran el gran fraude gestado en Los Pinos. Hoy todo mundo sabe que aquel enfermo elaboró y dirigió la trampa del 2 de octubre de 1968, la del 10 de junio de 1971 y la monstruosa versión que hizo tragar a todos los medios de comunicación sobre lo sucedido en Avándaro. A veces la verdad tarda, pero acaba por revelarse”.
“En aquel tiempo uno pagaba por militar en la izquierda”
—Camino sinuoso, Humberto, el de la revelación expresiva. Cuando apunté en un libro que Avándaro había sido como una trampa de ratones para la juventud planeada por el echeverriato, muchos no me bajaban de ingenuo porque, en efecto, se habían creído la información mediática. Pero ahí estaban también los intelectuales consentidos, y enriquecidos, por el Estado, a quienes no les arrebato la inteligencia pero su desmesurada codicia. Después los volviste a encontrar en el viejo unomásuno. ¿Cómo prosiguió el camino de tu periodismo después de aquellas ingratas experiencias entre las visibles vinculaciones del poder con la prensa?, ¿cómo continuaste las relaciones culturales con estos profesionales del simulacro informativo?
—Como bien sabes, los reveses enseñan más que los éxitos. Una carrera sin sobresaltos nos hace conformistas, nos lleva a trabajar de manera mecánica, rutinaria, lo que también es necesario en el periodismo, oficio que combina la novedad con la rutina. Por eso agradezco las experiencias negativas. Sí, salí de El Universal y tuve que volver a empezar o, más bien, a seguir caminando.
“Al saberme en el desempleo, Manuel Blanco me dijo que el Taller Coreográfico de la UNAM buscaba un encargado de los asuntos de prensa. Yo conocía ya a Gloria Contreras y pronto empecé a trabajar con ella. Fue toda una experiencia, pues convivía diariamente con los bailarines, elaboraba boletines y buscaba contactos con la prensa cultural.
“Al terminar las funciones en el teatro de Arquitectura de CU, Gloria se sentaba en el proscenio y entablaba un diálogo muy formativo con el público, que de esa manera se enteraba de quién fue George Balanchine, qué era una attitude o un pas de deux. Gloria Contreras se propuso llevar a estudiantes y profesores a ver y disfrutar la danza e incluso sacarla de los recintos universitarios y ponerla al alcance de públicos más amplios. Recuerdo una función que dimos en Chapingo, donde a cada movimiento de las bailarinas surgían los gritos de ‘¡Quiero!’, ‘¡Mamasota!’ y cosas por el estilo. La guapa Cora Flores comentó a la salida: ‘Nos mamacearon’.
“Curiosamente, al presentarse el Taller en la cárcel de Tizapán, en San Ángel, los reclusos fueron muy respetuosos, pese a que las coreografías se presentaron en el patio, sobre el piso de cemento, y rodeados de los presos que se sentaron en el suelo. Otra experiencia interesante (para mí, por lo menos) fue la presentación en el Teatro Degollado, de Guadalajara. Recuerdo que recorrí la redacción de cada periódico local ofreciendo los boletines que había preparado, y el entonces jefe de redacción de El Informador de plano me dijo:
“—Mire, aquí no sabemos de eso. Mejor agarre una máquina y escríbanos una nota sobre la función del ballet, pero sin palabras de esas que no se entienden, ¿Me explico?
“Por supuesto redacté lo que pedía y se publicó al día siguiente.
“Trabajé un año con el Taller, pero eso no era lo mío. De modo que cuando me encontré a Eduardo Suárez, quien trabajaba en Comunicación Social de la SEP con Pablo Marentes, me dijo que iba a ser nombrado jefe de prensa del Politécnico y me invitó a irme con él como su jefe de redacción, lo que acepté de inmediato. Integraban el equipo de reporteros Jorge Meléndez, Fabio Barbosa (recién salido de Lecumberri después de purgar una pena de cinco años como preso político) y Fernando Martí, quien pocos años después obtendría el Premio Internacional EFE de Periodismo por un reportaje sobre la corrupción mexicana.
“Por supuesto, informábamos sobre las actividades del director general del IPN pese a su grisura oficialesca, pero nos planteamos ir más allá y difundir lo que hacían los investigadores del Instituto, las actividades relevantes de las escuelas, lo que ofrecía al público el Planetario de Zacatenco y lo que hacía el Departamento de Difusión Cultural, entonces dirigido por una señora de muy notorio analfabetismo.
“Sin falta, cada día emitíamos boletines y, si era el caso, abríamos puertas o buscábamos contactos para los reporteros de la fuente. Nos llevamos varias primeras planas y alguna vez la cabeza principal, pese a que la oficina no contaba con dinero para publicidad ni mucho menos para embutes.
“Poco después, invitado por Hugo Tulio Meléndez, empecé a colaborar en la página editorial de Ovaciones, diario deportivo que tenía una buena sección de información general. Ahí empecé a escribir sobre política nacional y mucho me sirvieron las experiencias que me dejó El Universal, pues en aquellos tiempos, según decía el gran José Pagés Llergo, la crítica periodística tenía tres temas tabú: el Presidente de la República, el ejército y la Virgencita de Guadalupe. En realidad eran más los terrenos vedados a la crítica, pues también resultaban intocables el secretario de Gobernación, el procurador general de la República y todos los funcionarios que podían pagar por gacetillas y desplegados.
“Sin embargo, con cierto margen de riesgo, podíamos señalar las tonterías, deficiencias y canalladas de ciertos políticos, siempre que lo hiciéramos con un lenguaje comedido, con circunloquios y otras mañas que se apoyaran en la imaginación del lector y buscaran su complicidad. En ocasiones era tanto lo que dejábamos a la imaginación de los lectores que parecíamos decir lo contrario de aquello que pretendíamos.
“Estuve seis o siete años en Ovaciones, en la edición matutina con artículos en la página editorial, y en la segunda con una columna en primera plana. Siempre recibí un trato cordial y respetuoso del director general, Fernando González Parra, del director de las dos ediciones, Jorge López Antúnez, y de otros funcionarios del periódico. Incluso, una vez se quejó la Güera Rodríguez Alcaine de algo que escribí y le exigió al director que yo me retractara públicamente. González Parra le respondió al líder charro de los electricistas con una gran dignidad, pues le dijo: ‘Yo no le pido a mis colaboradores que se retracten de lo que publican. Si usted quiere, mande una aclaración y con todo gusto la publicamos, pero por supuesto como inserción pagada’. Ahí quedó el asunto, pero como le comentara a López Antúnez mi temor de que Rodríguez Alcaine intentará desquitarse, mi interlocutor respondió bonachón: ‘No se preocupe, porque si algo le pasa todo mundo va a saber quién es el responsable, y en eso los políticos no son tan tontos’.
“Paralelamente a mis años en Ovaciones trabajé en el Centro Nacional de Productividad, el Cenapro, como encargado de los asuntos de prensa. Ludwik Margules hacía los programas de televisión, como La productividad en el hogar, algo que detestaba intensamente el inmenso director teatral, pero que lo hacía porque, como todos, necesitaba ganar dinero. Gerardo de la Torre escribía los guiones y Alejandro González Durán se encargaba de la revista del Centro. El jefe de todos nosotros era Fernando Gou, hombre talentosísimo que murió joven.
“En el Centro Nacional de Productividad, con ayuda de la querida Elsié Méndez, entonces esposa de Gerardo de la Torre, hacíamos la carpeta de recortes de prensa y la síntesis informativa. Elaborábamos también un boletín interno por el que me llamaron la atención, pues en la crónica de una comida de aniversario me pasé de cursi, elogiando a las compañeras más guapas y no a otras.
“En esos años trabajaba también en la Secretaría de Recursos Hidráulicos, en la Dirección de Agua Potable y Alcantarillado, donde sólo iba cuando me llamaban para redactar un documento, corregir un informe y cosas así. En general hacía lo que llamamos bomberazos, cosas urgentes, por lo cual podían llamarme a medianoche y yo tenía que ir. Eso se acabó cuando entraron nuevos funcionarios y mi superior inmediato, un tipo sin preparación ni visión, como tantos jefecitos de la burocracia, me impuso la obligación de asistir diariamente en el horario de todo empleado y lo peor es que ni siquiera sabía qué trabajo darme, pero si yo me ponía a leer un libro o el periódico me exigía que hiciera como que trabajaba. Cuando ocasionalmente había algo que hacer, generalmente lo que se le atoraba al inepto jefe, yo me encargaba de sacarlo en un rato, pues ya se sabe que los periodistas somos redactores veloces, pues trabajamos con la idea de que en nuestro oficio no hay mañana. Los textos son para hoy a como dé lugar.
“Yo era miembro del Partido Comunista y tenía militancia reservada en la célula de periodistas, que a fines de 1974, a sugerencia de Arnoldo Martínez Verdugo, se propuso crear una organización con gente del gremio. Con la participación de mi querido hermano Froylán M. López Narváez, de Roberto Esperón, un tipo solidario y respetable pese a que era del Partido Socialista de los Trabajadores y por añadidura sobrino del chacal Gustavo Díaz Ordaz; de Jorge Meléndez y de su hermano Hugo Tulio, así como de Pedro Reyner, yerno de Emilio Portes Gil, los dos últimos articulistas de Ovaciones con militancia reservada en el PCM (Hugo Tulio y Pedro, no Portes Gil). Todos trabajamos fuerte para fundar la Unión de Periodistas Democráticos que tuvo como primer presidente a Renato Leduc, con un comité ejecutivo en el que estábamos Toño Caram, Luis Suárez, Hugo Tulio, Dolores Cordero, Ángeles Mastretta y yo como secretario del interior, aunque me encargué también de hacer los primeros números de Galera, el periodiquito de la UPD. Miguel Ángel Granados Chapa nos tomó la protesta a los integrantes de esa primera mesa directiva.
“Durante los meses en que trabajamos para crear la UPD entramos en contacto con varios compañeros de Excélsior, que entonces estaba revolucionando el periodismo mexicano bajo la dirección de Julio Scherer. Desde luego teníamos repelencia por los chayoteros y por razones obvias nos interesaba que participaran algunas de las plumas más prestigiosas, tanto reporteros como articulistas de esa casa editorial, lo que logramos en alguna medida. Cuando Luis Echeverría dio el golpe a Excélsior, también conocido como el reginazo, la UPD fue la única organización de periodistas que protestó por aquella canallada presidencial.
“Entre las experiencias que más agradezco a la UPD están mi cercanía con el gran Renato, personaje central de la vida periodística de varias décadas, y mi primer viaje a La Habana, gracias a que en 1976, invitados por la Unión de Periodistas de Cuba, la Upec, Dolores Cordero y yo asistimos al primer Seminario Latinoamericano de Periodistas. Fueron dos semanas de fuertes impresiones, de experiencias inolvidables y de contactos con la realidad cubana, que entonces pasaba por su mejor momento tanto económico como político. Por las conversaciones con colegas de otros países, me sorprendió que el gobierno mexicano tuviera mejor imagen fuera que dentro de México, pues Luis Echeverría, el carnicero del 10 de junio de 1971, desplegó una política de acercamiento con otros gobiernos, especialmente el de Salvador Allende en Chile y en menor medida el de Cuba, y abrió las puertas al exilio sudamericano. En aquel seminario aprendimos y discutimos fraternalmente con los otros participantes y aun con funcionarios cubanos, como un cuadradísimo editorialista de Granma. Me tocó leer el comunicado final y me divertí practicando el ebriodismo, que también tiene lo suyo.
“En el PCM yo era miembro de la dirección del Distrito Federal, de modo que, además de mis dos trabajos (mi colaboración en Ovaciones y las actividades de la UPD), también escribía en Oposición, el periódico del partido, y debía ‘atender’ diez células; esto es, asistir a sus reuniones, tirar la línea de la dirección, llevarles el periódico y cobrar las cuotas, pues en aquel tiempo uno pagaba por militar en la izquierda, en tanto que hoy todo mundo anda tras del hueso. Creo que se ha perdido el idealismo y la actitud de sacrificio. Son otros tiempos”.
Después del golpe a Excélsior
—Recuerdo el fervoroso, aunque inútil, esfuerzo de la Unión de Periodistas Democráticos. ¿Por qué la prensa siempre ha estado sujeta a los emprendimientos del Estado? En la entonces Editora Sol, en la calle de Lago Chalco en la colonia Anáhuac de la Ciudad de México, llegaron Federico Gómez Pombo y Francisco Gómez Maza en la noche para editar clandestinamente cuadernillos que revelaban los sucesos de Excélsior de aquel 8 de julio de 1976 cuando se expulsó a Scherer García de la dirección de ese periódico. Recuerdo que yo preparé la edición e incluso acompañé en la madrugada a Gómez Maza a su casa con los cientos de ejemplares impresos. Excélsior es todo un punto cardinal en la prensa mexicana. ¿Cómo te involucras en la hechura de unomásuno y cómo asciendes a una subdirección en La Jornada donde vuelves a encontrar miseria y corrupción periodísticas? ¿Por qué la codicia, Humberto, ha perseguido siempre a los dueños de los medios?, ¿es que acaso la compra de la información por parte del gobierno hizo bajar históricamente las manos de los empresarios desde el inicio de la prensa en México? Después de tu retiro de La Jornada te has convertido en columnista y en hombre de radio, aunque el espacio que creaste en Radio Red ya acabó por la desaparición de este dial. ¿El futuro de la prensa en México va a estar siempre signado a los designios de un Estado protector?
—La idea de contar con una organización de la gente de prensa nos la dio Arnoldo Martínez Verdugo a los integrantes de la célula de periodistas del Partido Comunista Mexicano. Debió ser a fines de 1973 o principios de 1974, pues el acto de fundación ocurrió en abril de 1975. A principios de los setenta, la Asociación Mexicana de Periodistas, que llegó a ser la más importante agrupación del país. Nuestro gremio era apenas un membrete. Tan era así que Renato Leduc, quien encabezaba la AMP, aceptó presidir la UPD. Convocamos a un buen número de colegas, tuvimos numerosas comidas y otras reuniones con compañeros de medios impresos, Froylán López Narváez redactó el borrador de la Declaración de Principios y yo el de Estatutos, documentos que fueron aprobados en la asamblea constitutiva. En la primera mesa directiva, además del gran Renato, quedamos Antonio Caram como secretario general, Luis Suárez en relaciones internacionales, Ángeles Mastretta en acción cultural o algo así, Hugo Tulio Meléndez en prensa, Dolores Cordero en algo que ya no recuerdo y yo como secretario del interior, aunque también me encargué de la edición de Galera, nuestro boletín, cuyo nombre fue propuesto por Renato con evidente doble sentido, pues en aquel tiempo la tipografía se estampaba en galeras y hacer periodismo crítico e independiente podía llevarnos a galeras, lo que en México y en Cuba significa cárcel, conjunto de presos o secciones de una prisión. Miguel Ángel Granados Chapa nos tomó la protesta a los integrantes de la primera mesa directiva.
“Organizamos algunas asambleas (con escasa asistencia, salvo la constitutiva y la posterior al 8 de julio de 1976, luego del golpe a Excélsior), conferencias, mesas redondas y otras actividades, pocas, pues nunca tuvimos dinero: nadie pagaba sus cuotas y no estábamos dispuestos a recibir dinero del gobierno. Nos resultó indignante el golpe de Luis Echeverría a Excélsior y la imposición de su criado Regino Díaz Redondo. Tal vez recuerdas que, como resultado de esa canallada, salieron de Reforma 18 Julio Scherer, Miguel Ángel Granados Chapa, Miguel López Azuara, Manuel Becerra Acosta y 300 colegas más, entre reporteros, fotógrafos, articulistas, gente de redacción y administrativos. De ese modo, el mejor periódico del mundo de habla hispana (eso se decía de aquel diario) perdió a colaboradores como Octavio Paz, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y muchas celebridades más. En la célula redactamos un manifiesto que la UPD aprobó en asamblea, el que por supuesto se negaron a publicar los grandes diarios y sólo conseguimos que lo hiciera, con todas las firmas, la revista Sucesos. Pagés Llego también lo incluyó en la sección de cartas, pero rubricado sólo por Renato y Luis Suárez. Así eran las cosas en aquel tiempo.
“A consecuencia del reginazo a Excélsior, semanas después apareció la revista Proceso y en noviembre del año siguiente nuestro unomásuno. Aunque en la lista de accionistas yo aparecía como fundador, en realidad ingresé semanas después de que apareciera el número uno. Como no conocía a Becerra Acosta ni a Carlos Payán, director y subdirector, me comuniqué con la Mastretta, quien ya vivía con Héctor Aguilar Camín, y le pedí que me conectara con algún directivo del nuevo diario. Lo hizo y me presenté con Payán, quien me dijo que para ingresar al periódico (yo le dije que quería ser corrector de originales) debía presentar un examen y para hacerlo me llevó con Carlos Narváez, quien era uno de los jefes de redacción. Se fue Payán y Carlos me hizo dos o tres preguntas y como ese día habían faltado algunos correctores me puso de inmediato, sin examen, a revisar textos. Yo tenía alguna experiencia en eso y mi principal problema fue cuando me dieron varios cables de agencia y no supe qué hacer con ellos, pues estaban escritos sin minúsculas y en más de un caso a renglón seguido, de modo que no sabía cómo abordar la corrección. Por fortuna, me había sentado junto a José Antonio Montero, uno de los integrantes del Poeticismo, el grupo aquel donde figuraban Eduardo Lizalde, Marco Antonio Montes de Oca, Enrique González Rojo, Arturo González Cosío y las hermanas Graciela y Rosa María Phillips. Con una solidaridad que siempre he de agradecer, Toño Montero me dijo cómo se corregía un cable y salí del paso. A partir de ahí trabajé como corrector, pronto fui también cabecero y cuando faltaba un redactor o corrector en alguna sección me mandaban a hacer la suplencia. Me sentía feliz de trabajar en el uno y ponía en cada tarea todo mi entusiasmo, pese a lo cual no le simpatizaba a Becerra Acosta”.
“Pero una tarde me llamaron a la junta que se hacía para definir primera plana y la distribución de las notas. Lo primero que pensé fue que me regañarían por algún error, pero al entrar me mostró Becerra Acosta unas cuartillas y me dijo:
“—Mire nada más, ¿qué le parece esto?
“Yo no sabía cómo responder, pues ni siquiera sabía de qué trataba el texto que me estaba mostrando. Hasta que me di cuenta de que se trataba de un boletín de Bellas Artes que la sección cultural había mandado a taller sin darle la vuelta, como decíamos, como reescribir la información”.
Un cacicazgo con Payán en la cúspide
—Pero, finalmente, llegaste muy lejos en el unomásuno. ¿Cómo se fue dando este cambio luego de las reservas contigo de Becerra Acosta? Y después vino La Jornada, una esperanza mal esculpida acaso desde un inicio, pero donde fuiste uno de sus cuatro subdirectores, ¿cómo ascendiste a ese puesto y por qué tu retiro de ese diario el cual, después de todo, dependía del mismo engranaje económico al que se aferraba el unomásuno? (En un número del periódico Milenio de mediados de 2023, lo has de saber, ¡se apunta que todos los subdirectores de La Jornada se disputaban la dirección de este diario, de ahí que Carlos Payán, ni modo, tuvo que despedirlos de a poco!) Estos acontecimientos no suelen contarse en el medio periodístico para no dañarse prejuiciosamente la propia industria de la información. ¿Por qué se da esta situación, te la explicas de algún modo?
—Como sabes, a unomásuno entré a fines de 1979 como corrector de originales, semanas después me inicié como cabecero haciendo suplencias y ganándome un lugar trabajando mucho más de lo normal, pues se hizo costumbre que si faltaba un corrector o un cabecero en Internacionales o en Economía yo hiciera la suplencia, e incluso me tocó suplir al jefe de corresponsales, pero sin abandonar mi trabajo en la mesa de redacción. El director, Manuel Becerra Acosta, estaba enterado de mi desempeño porque Manuel Arvizu y hasta Carlos Payán le contaban que yo era una especie de hombre orquesta. Recordarás que cuando Rojas Zea se fue del periódico (nunca supe la razón), Roberto Vallarino se quedó al frente sin que se formalizara su nombramiento como jefe. Para mostrarse ante mí como intocable, Roberto me dijo alguna vez que él le conseguía mariguana a Manuel, con quien presuntamente se echaba sus tragos de vez en cuando. Con Vallarino la sección cultural se convirtió en un completo desorden, y fue así como una tarde me llamó Becerra Acosta a la sala de juntas y me dijo:
“—¡Mire nada más! ¿Qué es esto? —creí que me estaba reclamando por algún texto que yo hubiera corregido o publicado, pero no: era un boletín de Bellas Artes que Vallarino mandó al taller sin darle la vuelta, lo que teníamos absolutamente prohibido.
Manuel, con cierta indignación teatral, como acostumbraba, me ordenó:
“—Vaya y ponga orden en esa sección. Tiene mi autorización para decidir lo necesario. Yo lo apoyaré.
“Así llegué a Cultura, donde aparentemente el jefe era Jorge Hernández Campos. Manuel me dijo, uno o dos días después:
“—Usted decida lo que crea conveniente, pero le pido que le guarde su lugar a Jorge.
“No fue problema, pues Hernández Campos nunca se paraba en el periódico y creo que le mandaban la paga semanaria a su casa. Quizá recuerdes que el nacimiento de unomásuno fue, como en el caso de La Jornada, un tanto milagroso, pues el grupo fundador no contaba con medios económicos suficientes para arrancar. Se buscó entonces un socio industrial que fue un tal José Solís, dueño de la Editorial Bodoni, a quien se le dio 40 por ciento de las acciones. A cambio, Solís imprimiría el diario y proporcionaría dos o tres pisos del edificio de Bodoni para nuestras oficinas administrativas y la redacción. Sin embargo, Solís decidió cobrar por la impresión y el alquiler de los pisos que ofreció al periódico, de modo que al año el Consejo de Administración del diario consiguió un buen local, lo adaptó y compró a crédito una rotativa y equipo de talleres, y equipo de oficina a cambio de publicidad en el diario. Simultáneamente, el Consejo comisionó a Becerra Acosta para recuperar el 40 por ciento de las acciones. La designación era lógica, pues el suegro de Manuel era el influyente y muy eficaz abogado Adolfo Aguilar y Quevedo. Al año se ganó el pleito, aunque nunca supe si hubo que pagar indemnización alguna a Solís, y esperábamos que el paquete accionario se vendiera entre quienes éramos socios de Editorial Uno y otros compañeros de nuevo ingreso. No hubo tal. Manuel decidió quedarse con todo y él, que ya poseía 12 por ciento de las acciones porque había hecho la mayor aportación inicial, de ser nuestro compañero el día anterior se convirtió en nuestro patrón al día siguiente. Esa fue la causa del rompimiento y de que dejáramos unomásuno Carlos Payán, que era subdirector general; Carmen Lira, formalmente subdirectora de Información; Héctor Aguilar Camín, que había sido coordinador de opinión; Miguel Ángel Granados Chapa, para entonces subdirector, y yo, que ya tenía más de un año como jefe de redacción del diario.
“Granados Chapa propuso, y se aceptó, que Payán fuera el director del nuevo diario y que los cuatro restantes del quinteto fuéramos subdirectores. Mi área sería de mesa de redacción hasta talleres, porque yo era quien venía precisamente de esas labores. Propuse que tú fueras el jefe de Cultura, sección que de ese modo quedó dentro de mi área de influencia. Durante meses, los ejecutivos del diario no cobramos nuestros sueldos, aunque Payán se quedó con parte de un fondo del Partido Comunista Mexicano, mismo que administraba Martha Bórquez, la madre de los Concheiro, y se empleaba para sacar de la ciudad y hasta del país a los militantes amenazados con cárcel o muerte. Sobra decir que eso fue un abuso de Payán, que al otro día llegó al periódico luciendo ropa recién comprada y nada barata. Una parte de ese dinero sirvió para pagar paquetes de acciones de algunos socios, como el chofer, la sirvienta y amigos del propio Payán, mismos que le garantizaban votos a él y a nadie más. En esos días regresó a México Luis González de Alba, quien nos dijo que no tenía dinero para adquirir las acciones, por lo cual logré que le prestáramos los cien mil pesos que valía el paquete con la promesa de que lo pagaría, lo que ignoro si cumplió.
“Los problemas entre nosotros no surgieron porque hubiera una disputa por la dirección del diario, pues Carmen, Granados y yo estuvimos de acuerdo en que Payán ocupara el cargo, y establecimos estatutariamente que quien ocupara la dirección podía ser reelegido para otro periodo, y nada más. Aguilar Camín fue el único que puso a su pandilla a recoger firmas de quienes apoyaban su deseo de ser director, pero detuvimos la intentona. El más calificado de nosotros era Granados Chapa, pero era un hombre de principios que siempre apoyó la estancia de Payán en la dirección y cuando terminó el segundo cuatrienio de éste en el mando del periódico, con todo derecho Granados expuso su interés en dirigir el diario pero, ingenuos de nosotros, en la asamblea convocada para reformar los estatutos y abrir paso a un tercer periodo de Payán, cometimos el error de ignorar que todo estaba completamente cocinado, pues mucho antes el director ya había comprado las adhesiones de la mayoría otorgando las mejores fuentes a sus reporteros, repartido las jefaturas de secciones y otros puestos de mando, así como otorgado sueldos desproporcionados a sus consejeros, como Adolfo Gilly y otros, quienes lo defendieron perrunamente en la asamblea donde se aprobó el cambio estatutario, después de una intervención de Pablo González Casanova quien agredió la inteligencia de los asistentes a aquella asamblea diciendo:
“—¡Basta ya de discusión! Aquí todos sabemos que él único capaz de dirigir el periódico es Carlos Payán, así que dejémonos de debates y votemos.
“La intervención del ex rector que se opuso perrunamente al sindicalismo universitario fue aplaudida por los contlapaches de Payán. Así se autorizó abrir paso a un tercer periodo en la dirección. Con lo cual demostró Carlos que sus años en el PRI lo educaron, y muy bien, como un político tenebroso y convenenciero.
“Yo renuncié, creo, en agosto de 1985, harto de la estulticia de Payán, el único del cuerpo directivo que no era periodista de oficio, sino burócrata de larga data cuya experiencia en la prensa se limitaba a los años de aprendizaje en unomásuno al amparo de Becerra Acosta, a quien luego traicionó. Carlitos desconfiaba de quien no se mostrara ante él como incondicional. Como ese comportamiento no está en mi ADN, se dedicó a acosarme con tonterías muy propias de su ignorancia. En el libro que escribí sobre Granados Chapa cito dos o tres anécdotas que lo pintan de cuerpo entero y que motivaron mi retirada del periódico, además de que ya estaba harto del trabajo de mesa y de talleres. Una vez se paró frente a la mesa de redacción y me dijo:
“—Esto está muy mal.
“Yo, que ya esperaba alguna estulticia, le respondí:
“—¿Por qué, Carlos?
“Y su respuesta fue para morirse de risa o de coraje:
“—Es que los muchachos están así —indicó que se sentaban perpendicularmente a la mesa— y deberían estar así —en ángulo de 45 grados, cuando de hecho así se sentaban varios, sobre todo los correctores.
“En otra ocasión habló a las siete de la noche desde su casa (ese día, como solía hacerlo, había faltado al periódico y dejado la responsabilidad en Miguel Ángel). Me reclamó indignado porque en la edición de ese día apareció un cartón de Magú sobre Fidel Velázquez, mismo que yo aprobé. Le respondí que Fidel Velázquez era el personaje más trillado de la caricatura mexicana y no veía nada de reprobable en el cartón. A lo que respondió:
“—Es que anoche Héctor y yo cenamos con don Fidel —a lo que respondí:
“—Pues debiste avisarme, y por mí don Fidel puede irse mucho a la mierda —y colgamos.
“En talleres teníamos cuatro computadoras para la corrección de pruebas, pero Payancito atribuyó las erratas no a los muchos problemas con que trabajábamos, sino a impericia de los correctores, y me dijo que una vez capturado el texto se hiciera una impresión en papel para que en él hicieran su labor los correctores. Le respondí que teníamos muchos problemas con la hora de cierre y que eso significaba dos pasos más en el proceso de edición. Insistió y propuse que hiciéramos lo que él decía durante un mes, al término del cual evaluaríamos lo más conveniente. Como era esperable, el cierre se nos cayó tres horas y hasta cuatro, por lo que al tercer día me dijo que volviéramos al orden que yo había dispuesto.
“Así era Payán, y detrás de tanta tontería estaba el afán de establecer un cacicazgo con él en la cúspide. Lo que indudablemente consiguió”.
Evitar favoritismos y dádivas interesadas
—Ahora, por primera vez en la historia contemporánea, la mayoría de los medios, incomodados con la Presidencia de la República por falta de sustento económico (como solía suceder, la discrecionalidad sigue fluctuando por una ausencia reglamentaria, una ley de Medios, que determine por qué a unos sí y a otros no se les entrega publicidad gubernamental), se desvive arrojando piedras en el camino obradorista, ¿cuál es, Humberto, tu punto de vista al respecto?
—Hoy tenemos una amplia libertad de expresión, pero no es un regalo de López Obrador, sino el resultado de un largo proceso que se inició con el Excélsior que dirigió Julio Scherer, y luego del golpe de Luis Echeverría y sus esbirros, en 1976, con la aparición de Proceso y al año siguiente con la de unomásuno. Después, en los años ochenta, aparecieron otros órganos donde se ejercía la libertad de expresión, como La Jornada y El Financiero. Un factor decisivo para que rompiéramos los muy estrechos marcos en los que nos movíamos fue el comportamiento de la radio informativa en el gran sismo de 1985, cuando los reporteros de los medios electrónicos trasmitían desde el teléfono público más cercano al lugar de los hechos (todavía no contábamos con celulares), lo que ató de manos a la censura. Otro empujón importante fue la aparición de Reforma, que al igual que El Financiero disponía de suficiente publicidad privada para no depender exclusivamente de la gubernamental. La Jornada, por su parte, nació con la finalidad de llevar más lejos lo conquistado por unomásuno, algo que ni el cacicazgo payanesco podía echar para atrás. En el salinato empezaron a reducirse los presupuestos de las oficinas de prensa y los embutes. Un avance más para la libertad de prensa se produjo con la derrota del PRI en el año 2000. Pero hoy, la política de AMLO, de favorecer con publicidad sólo a las televisoras y a La Jornada, ha llevado a extremos que ponen en riesgo la existencia misma de los medios informativos, incluidos los estatales, sometidos a un régimen de hambre. Se estima que La Jornada ha recibido del gobierno de Morena, entre 2019 y 2023, algo así como mil millones de pesos de publicidad, mientras que el resto de los diarios recibe anuncios institucionales a cuentagotas, y eso cuando reciben algo. Sí, hay que establecer un sistema para que la publicidad oficial no se reparta al gusto o la conveniencia de uno u otro funcionario, sino que se establezca por ley un sistema que premie el buen periodismo y otorgue beneficios de acuerdo con la circulación y otros requisitos que los periodistas debemos proponer, todo bajo la vigilancia de los propios representantes de los medios para evitar favoritismos y dádivas interesadas. En el mundo, el periodismo impreso está en una crisis que se augura terminal. Una buena política de medios podría hacer menos inmediata y menos penosa su desaparición, pero tal cosa requiere ser gobernada por estadistas, no por políticos de ocasión”.
“Los periodistas quizá no seamos muy precisos, pero somos rápidos para recabar información”
—Ocho décadas de vida, de las cuales 54 años se los has dedicado al periodismo, ¿qué volverías a hacer y qué no repetirías en este oficio de tener la oportunidad de retornar al pasado? También tu labor como enciclopedista ha sido señera en esta ruta periodística y tu inclinación literaria, a su vez, es asimismo cimera, cuya secuela última es la publicación de tu libro La Universidad de México 1551-2001 en el Fondo de Cultura Económica. ¿Dónde se sitúa, finalmente, Humberto Musacchio de estas tres ramas del oficio escritural?
—Yo hice periodismo estudiantil y hasta edité un pequeño pasquín en una oficina donde trabajé como office boy, pero mi ingreso al periodismo profesional fue por hambre, pues, como ya conté al inicio, durante el Movimiento Estudiantil dejé el trabajo que tenía como archivista de planos en el despacho de los hermanos Gargollo. Me metí de cabeza al movimiento de 1968 y después de la matanza de Tlatelolco, mi breve hospedaje en Santa Martha Acatitla y las persecuciones de los meses siguientes, me hallé sin un centavo, sin ropa y hasta sin casa. Fue cuando me refugié con Manuel Blanco y su esposa Ana Rosa González Fuente, amigos entrañables.
“Otro ejemplo. En 1985, cuando salí de La Jornada, me quedé sin empleo y con mi entonces esposa con un embarazo de alto riesgo que la obligaba a guardar reposo absoluto. Fue una situación muy difícil. Heriberto Galindo, quien era director del Injuve, y Andrés León, que encabezaba entonces Editorial Océano, me pedían pequeños textos que me daban para ir viviendo. Varios días después del gran sismo del 19 de septiembre de 1985 estuve en la oficina de Andrés, quien me pidió que escribiera un libro sobre el temblor y sus consecuencias, pero con una advertencia:
“—Nomás que lo necesito muy pronto, antes de que el asunto se enfríe y deje de interesar.
“Urgido de dinero, me entregué a la tarea de tiempo completo. Conforme escribía entregaba las hojas a José Ramón Enríquez, quien era el encargado de las ediciones en Océano, y el libro lo terminé de escribir el 12 de octubre, al día siguiente de que se expropiaran los 11 mil predios sobre los que se construyeron viviendas para los damnificados.
“Los periodistas quizá no seamos muy precisos, pero somos rápidos para recabar información y escribirla en forma sintética y más o menos clara. Por eso pude entregar el libro en un lapso tan breve. Eso animó a Andrés León para hacerme otra propuesta. Él tenía, como negocio propio, una red de 1,500 vendedores que recorrían el país vendiendo libros casa por casa y en abonos, sobre todo obras de referencia. Me dijo que le pedían mucho la Enciclopedia de México, pero que los derechos los había adquirido la Enciclopedia Británica y que él necesitaba una obra similar.
“—¿La quieres hacer? —me preguntó, y yo, en la miseria, le respondí que por supuesto.
“Me preguntó qué necesitaba y en qué plazo la tendría terminada. Le pedí una computadora y le dije que en seis meses terminaría. En realidad, a los seis meses iba apenas en la letra C y fueron cuatro años de trabajar hasta el agotamiento para terminarla. Por fortuna conté con el apoyo de un redactor rápido y correcto como Hugo Martínez Téllez y un editor creativo y dedicado como Tomás Tenorio, lo mismo que con el apoyo en múltiples funciones de Nabor Garrido y el descubrimiento formidable de un futuro historiador que fue Luis Fernando Granados, hijo de Miguel Ángel Granados Chapa, quien para mi orgullo dijo alguna vez que Luis Fernando tenía dos padres: él y yo, algo que donde esté espero perdone la querida y respetabilísima Martha Isabel, la madre de la Rata. Mi Diccionario, que luego reeditó Consuelo Sáizar como Milenios de México, vendió un total de 255 mil ejemplares, pero llegó la Wikipedia y en el mundo han desaparecido las enciclopedias en papel. Por mi parte, he seguido escribiendo y desde entonces combino el diarismo con la escritura de libros. De algo hay que comer, ¿no crees?”
El mandatario “se olvida que la autoridad, en cuanto tal, tiene atribuciones, no derechos”
—Por último, Humberto, ¿qué dices, o piensas, acerca de la sarta de mentiras y engañifas que se cuelan a cada momento, a diario, en los medios sobre el obradorismo retratando, o tratando de hacerlo a su modo, la deplorable situación del gobierno morenista?, ¿todo ello por el retiro del llamado Ogro Filantrópico o por la distancia tomada por AMLO de los periodistas que antes gozaban de prestigio mediático?, ¿o por alguna otra razón?
—La función del periodismo es informar y analizar críticamente. En lo primero, debemos recordar aquello de que “las buenas noticias no son noticias”, por eso cabe desconfiar de los medios que destacan el palabrerío autolaudatorio de la autoridad, pues con frecuencia anda por ahí el signo de pesos. Al analizar críticamente los hechos, como lo sabes porque lo has practicado a lo largo de tu carrera, podemos reconocer lo positivo, pero sin olvidar que nuestra función principal es destacar lo negativo, pues de esa manera cumplimos con ofrecer un buen servicio al público, pero también a la autoridad, pues le estamos advirtiendo de lo que necesita corregirse.
“No ignoramos que en ciertos medios la crítica adversa al gobierno de López Obrador es interesada, mentirosa y hasta canallesca, pero éste y todos los gobiernos tienen cola que les pisen.
“Lo que llamas el retiro del Ogro Filantrópico es relativo. Televisa, TV Azteca y La Jornada reciben más dinero que todos los demás medios juntos. Eso resulta inaceptable y ha sido mal negocio para el gobierno de AMLO, pues ni su generosidad con esos medios no lo ha puesto a salvo de la crítica. Hay en el gobierno federal una idea equivocada de sus deberes con respecto a la información, pues en lugar de estimular la competencia periodística y la diversidad de enfoques, prefiere condenar a quienes no coinciden con hechos y dichos de la autoridad de hoy.
“Cuando AMLO optó por el cierre de Notimex, dijo que para mantenernos informados era suficiente con la información que él ofrece en las mañaneras. Olvidó que Notimex era una importante presencia mexicana en el mundo y una organización informativa que nos permitía estar al día con lo que ocurre en el país y fuera de él. El presidente dice que no dejará las mañaneras porque no se puede coartar su libertad de expresión, pero ocurre que el ejercicio de esa libertad que realiza el mandatario lo pagamos con nuestros impuestos y restringe o niega del todo el derecho de réplica a quienes no coinciden con él. Además, los ciudadanos no tienen la posibilidad de responder en igualdad de circunstancia, pues sólo López Obrador dispone de un aparato de difusión que enlaza a numerosas emisoras públicas de radio y TV. Para colmo, se olvida que la autoridad, en cuanto tal, tiene atribuciones, no derechos.
“Los periodistas que antes gozaban de prestigio mediático lo mantienen.
“Por último, reitero que México necesita una reforma legal que regule y democratice la distribución de los dineros de la propaganda gubernamental para acabar con su reparto arbitrario y convenenciero”.