Junio, 2023
Aunque es joven —nació en 1980—, Daniel Immerwahr se ha ido convirtiendo en uno de los historiadores más importantes en su natal Estados Unidos. De hecho, dos de los principales reconocimientos que puede recibir un historiador en su país han recaído, respectivamente, en sus dos libros publicados hasta el momento: Thinking Small y How to Hide an Empire: A History of the Greater United States. Este último es el que ahora ha comenzado a circula en castellano con el título de Cómo ocultar un imperio / Historia de las colonias de Estados Unidos. Publicado por Capitán Swing (y con la traducción de María Luisa Rodríguez Tapia), en él Daniel Immerwahr cuenta la fascinante historia de Estados Unidos fuera de Estados Unidos, revelando episodios olvidados que arrojan una nueva luz sobre la historia oficial del país norteamericano. Como el propio Immerwahr escribe: “En varias ocasiones, los habitantes del imperio estadounidenses fueron asesinados, bombardeados, pasados por hambre, detenidos, desposeídos de sus bienes, torturados y sujetos de experimentos. Pero en general no se los vio”. Patricia Simón ha conversado con él.
El historiador Daniel Immerwhar (1980) ganó el Premio Allan Nevins de la Asociación de Historia Económica con su tesis doctoral. Su primer libro, Thinking Small, fue recibido con el Merle Curti de Historia Intelectual de la Organización de Historiadores de Estados Unidos. Y con Cómo ocultar un imperio, recién publicado en castellano por la editorial Capitán Swing, ha conseguido el Premio Robert H. Ferrell y fue finalista del Premio de Historia Mark Lynton. Los principales reconocimientos que puede recibir un historiador estadounidense han recaído en un estudioso que está mostrando uno de los rostros más desconocidos para la mayoría de sus conciudadanos: que viven en un imperio y que está compuesto por grandes cinco territorios de ultramar, como se les conoce oficialmente, y por más de 800 bases militares repartidas por unos 70 países. Un imperio que Immerwahr llama «puntillista» puesto que no está compuesto por numerosos países colonizados sino, sobre todo, por una una red de islas y de emplazamientos militares, separados por unas pocas horas de vuelos o de navegación entre sí. Así es como Estados Unidos vigila y controla hoy el planeta.
En cambio, en 1900, la suma de las colonias igualaba el tamaño del Estados Unidos continental durante su fundación. En una de ellas, durante la Segunda Guerra Mundial, murieron más de 1,5 millones de personas, una cifra que supera a los fallecidos en la guerra civil de Estados Unidos. Un hecho que no suele aparecer en sus libros de texto. Hoy, los cuatro millones de habitantes de las colonias que conserva —Puerto Rico, Samoa estadounidense, las Islas Vírgenes, Guam y las Islas Marianas del Norte— siguen sin poder votar en las elecciones presidenciales, no están protegidos por la Constitución y no tienen voz en la elaboración de leyes federales.
Conversamos por videoconferencia con Daniel Immerwahr sobre un imperio que encontró en la globalización la vía más barata y eficaz para perpetuarse.
—En 1814, Estados Unidos se apoderó, mediante una guerra, del 30 % del territorio mexicano. Pudo anexionarse el país completo, pero sus dirigentes prefirieron quedarse sólo con la parte más despoblada porque consideraban que los mexicanos eran seres inferiores. ¿Cómo define el supremacismo blanco al Estados Unidos de hoy?
—Es fácil pensar que el racismo de Estados Unidos le llevaría a conquistar y dominar territorios no blancos. Pero el caso de México es un ejemplo de cómo sus dirigentes temían ampliar las fronteras a regiones donde tuvieran que incorporar a población no blanca. Y eso que ya entonces, en el siglo XIX, se debatía en Washington quién era blanco y quién no.
“En cualquier caso, la expansión estadounidense del siglo XIX se hizo en territorios en los que se podía conseguir, en poco tiempo, que la mayoría fuese blanca. Por tanto, el supremacismo blanco no sólo ha guiado las políticas de Estados Unidos, sino también su forma y tamaño”.
—Tras los ataques de Japón de 1941, el presidente Roosevelt decide centrar su discurso en la base naval de Pearl Harbor, en la isla de Hawái, e ignorar el resto de bombardeos a los territorios estadounidenses de Isla Wake, Guam y Filipinas, a las colonias británicas de Malaya y Hong Kong y al reino de Tailandia. ¿Por qué?
—No lo sabemos con pruebas, pero mi opinión es que el presidente quería dejar claro que Estados Unidos había sido atacado por el imperio de Japón. Y para que calara esa idea necesitaba que su audiencia percibiera los lugares bombardeados como parte de su país. En aquel momento, las encuestas sugerían que los estadounidenses de la zona continental no apoyaban la movilización de su Ejército por un ataque en Filipinas, que no consideraban estadounidense. En cambio, Hawái está más cerca del territorio continental, en ese momento estaba en proceso de convertirse en un Estado y, sobre todo, tenía un mayor porcentaje de colonos blancos.
—De hecho, el imperio estadounidense cometió un genocidio contra la población musulmana filipina, una minoría en el país.
—No fue un genocidio.
—Se estima que en 14 años las tropas estadounidenses asesinaron a unos 40.000 filipinos musulmanes, ¿cómo lo describiría?
—Estaría entre un asesinato en masa y un crimen de guerra. Si aplicamos el concepto de guerra estaríamos presuponiendo que había dos bandos que combatieron. Pero lo cierto es que muchas de las personas que Estados Unidos mató en Filipinas no eran combatientes, sino mujeres, niños, civiles. Así que se parece menos a una guerra y más a una matanza.
“Pero el gobierno de Estados Unidos no tenía la intención ni un plan para exterminar a los filipinos ni a todos los musulmanes filipinos. Atacaba con una violencia extraordinaria a comunidades que se oponían al dominio estadounidense. Allí se cometieron algunas de las peores masacres vividas en los Estados Unidos”.
—Cuando acaba la Segunda Guerra Mundial, el Gran Estados Unidos, como se le llamaba entonces, integraba a 135 millones de personas. Poco después, sin embargo, empezó a reconocer la independencia de muchos territorios y a dar estatus especiales a otros. Era el periodo de las descolonizaciones, pero usted sostiene que, además, Estados Unidos encontró otra forma de controlar buena parte del planeta a través de la globalización. ¿Cómo fue ese proceso?
—En los años cuarenta, Estados Unidos tenía esos 135 millones de habitantes pero no todos estaban bajo un régimen colonial. Había territorios ocupados, como Japón o partes de Alemania que, supuestamente, iban a ser liberados. Pero es que, además, cuando uno tiene colonias, la gente se subleva y conservarlas es caro y difícil.
“Al mismo tiempo, el imperio estadounidense desarrolló tecnologías que le permitieron asentar su poder sobre el resto del mundo. Los avances en la aviación y la comunicación inalámbrica le facilitaron el control de lugares lejanos. Los plásticos y los productos sintéticos le posibilitaron sintetizar y desarrollar en sus laboratorios sustitutos de las materias primas que antes conseguía colonizando otros países. Por ejemplo, el caucho natural se puede sustituir por el sintético y comprar el natural en el mercado”.
—¿Cómo influyó en el imperialismo estadounidense la pugna con la Unión Soviética?
—Ambas potencias competían por la influencia en el Sur Global. La URSS acusaba a Estados Unidos de mantener las colonias de Puerto Rico, Hawái y Alaska mientras prometía libertad. De alguna manera, se convirtió en un altavoz de las presiones que provenían del anticolonialismo y alentó así a Estados Unidos a encontrar otra forma de proyectar su poder por todo el planeta a través de lo que yo llamo el imperio puntillista.
—A lo largo de la historia, los dirigentes estadounidenses han utilizado como carne de cañón para las guerras a las poblaciones afroamericanas, a las nativas americanas y a las habitantes de las colonias. También las emplearon para realizar experimentos médicos y con medicamentos.
—El imperio estadounidense crea espacios en los que los poderosos pueden actuar sin supervisión, sin responsabilidad y con toda la libertad. Las colonias estadounidenses, como las de los países europeos, se convierten en laboratorios donde los médicos, los arquitectos y los abogados pueden hacer lo que no se les permitiría en las metrópolis. La población de Puerto Rico se usó para experimentar fármacos como la píldora anticonceptiva antes de ser aprobada. Allí se probaron también armas químicas como el gas mostaza. Y se hizo porque se entiende que los puertorriqueños no pueden quejarse. Y es verdad. No pueden votar en las elecciones presidenciales, así que no les importan a los poderosos.
—Sin embargo, la mayoría de los estadounidenses de la parte continental, la de Norteamérica, no incluye en su idea de país el imperio que está repartido por el mundo a través de bases militares y de territorios de ultramar.
—Estados Unidos no tiene un imperio enorme como el de Gran Bretaña en el siglo XIX, que imprimía mapamundis con sus colonias en rojo. Estoy en Chicago y desde aquí es muy fácil pensar en los Estados Unidos como la masa continua de tierra que me rodea. Pero en realidad, el mapa de Estados Unidos tiene manchas por todo el planeta que, sumadas, apenas alcanzan el tamaño de la ciudad de Houston, en Texas. No es mucho, pero son tierras increíblemente importantes, islas y bases desde las que saltar de un lugar a otro para controlar y vigilar el mundo.
“Quienes sí tienen muy presente el rastro de ese imperio son quienes tienen bases militares estadounidenses en sus países. O quienes han visto cómo Estados Unidos lanzaba, accidentalmente, armas termonucleares sobre su costa. Es sorprendente cómo las bases han sumido en el caos la política de muchos países mientras que la mayoría de los habitantes de Estados Unidos continental desconocen su existencia”.
—Estamos hablando de 800 bases militares que Estados Unidos tiene repartidas en más de setenta países de todos los continentes. ¿Cuál es su función?
—Estados Unidos vigila y ejerce su poder en cualquier lugar del planeta, y de manera fácil, gracias a las bases militares. Además, le permiten mover a sus fuerzas armadas rápidamente de un lugar a otro, pero también toda la infraestructura que necesitan como, un detalle, los palés de agua embotellada.
“La gente de Washington considera muy importante que Estados Unidos sea el encargado de mantener la paz en el planeta. Las propias fuerzas armadas no siempre quieren tener tantas bases porque son caras y difíciles de mantener. Pero ahí entran los grupos de presión y todas las firmas privadas que tienen contratos con ellas. Por eso, incluso cuando se necesita ahorrar, resulta difícil cerrarlas”.
—Estados Unidos es un país militarizado en su zona continental y en los territorios de ultramar. ¿Qué papel ha desempeñado esta vocación imperialista en el problema que tiene con las armas?
—Desempeñar el papel de policía global e inspeccionar el planeta en busca de amenazas no sólo tiene un efecto en la política internacional, sino también en la nacional. En los últimos 70 años, Estados Unidos ha vivido una militarización extraordinaria de su propio país. Las fuerzas del orden nacionales, que deberían diferenciarse del Ejército, se parecen mucho a las fuerzas armadas en la actualidad. Tienen tanques, helicópteros, equipos antidisturbios, gases lacrimógenos y todos esos pertrechos de guerra se utilizan contra la población civil.
“Al mismo tiempo, muchos civiles parecen militares: visten trajes de combate y de camuflaje, tienen formación militar, armas de guerra. El asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 contó con un número desproporcionado de veteranos del Ejército. Todo esto genera mucho miedo porque quienes se están rebelando en Estados Unidos no sólo son civiles con armas de combate, sino también militares”.
—Con la guerra de Ucrania observamos que Estados Unidos sigue dictando a la Unión Europea cuál debe ser su respuesta a la invasión rusa. ¿Ha cambiado en algo la Administración de Biden la política imperialista de su país?
—Sí y no. Biden puso fin a la larga guerra en Afganistán. Y eso demuestra el agotamiento que tiene parte de los Estados Unidos de estar en un perpetuo estado de guerra con otros países. Al mismo tiempo, no ha entrado directamente en la guerra de Ucrania y ha tenido mucho cuidado de no hacerlo. Creo que ha sido admirablemente cauteloso. Y por otro lado, durante la campaña presidencial prometió devolver a Estados Unidos a la cabeza del tablero global.
“Así que, por un lado, me alegra que Biden haya buscado soluciones diplomáticas en lugar de las militares y que sea menos beligerante que Donald Trump. Pero, por otro, su objetivo es recuperar el liderazgo mundial”.
—El presidente Obama prometió cerrar la prisión de Guantánamo, pero sigue abierta. ¿Cuál es la función que juega para el imperio estadounidense un territorio como éste, que controla sin ser suyo?
—El imperio puntillista estadounidense se beneficia de lugares como éste, con jurisdicciones extrañas. La Bahía de Guantánamo no es el único ejemplo, pero es uno bueno. Estados Unidos tiene un contrato de arrendamiento con Cuba que, teóricamente, es la soberana por lo que deberían regir sus leyes. Sin embargo, el contrato, en la práctica, es una ocupación militar. A Cuba le encantaría que ya se fuesen, pero no puede hacer nada para conseguirlo. Estados Unidos envía todos los años un cheque que Cuba rompe. Estados Unidos se escuda en que Guantánamo no es suelo suyo para realizar actos ilegales allí.
—El imperio estadounidense está en crisis y temeroso de perder su hegemonía. ¿Cuál cree que está siendo su reacción?
—El imperialismo no ha sido bueno para Estados Unidos ni para el mundo. Es cierto que ahora tiene menos poder y legitimidad que hace veinte años. Hay quien teme que, si deja de estar al mando, reine la anarquía en el mundo o que China se imponga y que sea peor. Por el contrario, yo considero que sería una democratización que no haya un país que imponga su poder a los demás y que eso haría del mundo un lugar más seguro.