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Covid-19: ¿es ómicron realmente menos virulenta? ¿Será esta variante el final de la pandemia?

Enero, 2022

El repunte de casos de covid-19 menos graves en el último mes nos hizo pensar que esta variante era más débil que las anteriores. Pero, ¿es realmente menos virulenta o el éxito se debe a las vacunas? De ello nos habla el virólogo y profesor Estanislao Nistal Villán. Por otra parte, que la variante ómicron aparentemente cause síntomas más leves que sus predecesoras podría estar conduciendo a una trivialización de la enfermedad, nos explica la investigadora Ester Lázaro Lázaro. Todo el mundo parece resignado a que, antes o después, se contagiará. Pero… ¿Es un error?


¿Es ómicron realmente menos virulenta?

Estanislao Nistal Villán


Que ómicron es menos virulenta que las variantes anteriores probablemente lo hayamos escuchado todos en el último mes. Pero ¿estamos seguros de dicha información? ¿En qué nos basamos para afirmarlo?

La virulencia de un agente infeccioso se entiende como un grado de patogenicidad. Entendemos que algo es patógeno cuando es capaz de producir una enfermedad o un efecto nocivo. Para que el agente infeccioso sea patógeno se necesitan dos elementos: el agente infeccioso y el hospedador del mismo.

El poder de una nueva variante

La virulencia intrínseca del SARS-CoV-2 depende de su potencial para replicarse en las células que infecta, para evadir nuestra respuesta inmune y para inducir un tipo de respuesta anómala que desencadena la covid-19.

Entre los elementos de virulencia intrínsecos del virus encontramos dos tipos de proteínas: las estructurales, presentes en la partícula viral, y las no estructurales, que sólo se producen durante el proceso de replicación del virus en la célula infectada.

Este proceso implica una interacción y manipulación muy efectiva de proteínas y procesos celulares por parte de las proteínas virales. Por ejemplo, la proteína S, que interacciona con el receptor ACE2 o la proteasa PLpro, que corta y sirve para madurar distintas proteínas del virus, así como cortar e inactivar algunas proteínas celulares clave. También ORF3b y Nsp14, que están implicadas en la inhibición de las defensas mediadas por la autofagia, la paralización de la producción de proteínas celulares o la respuesta mediada por el interferón.

La lista de factores de virulencia es larga e implicaría a los elementos del virus que alteran el funcionamiento normal de la célula y del organismo infectado asociados a la enfermedad.

La otra cara de la moneda: nuestra inmunidad

Las distintas capas de inmunidad que tenemos frente a las infecciones actúan cual ejército de defensa para tratar de minimizar el impacto de las armas virales.

Los tres principales ejércitos con los que contamos son la inmunidad innata, la inmunidad humoral (mediada por anticuerpos específicos) y la inmunidad celular (mediada por células T).

Al principio de la pandemia, únicamente contábamos con la inmunidad innata para protegernos frente a cualquier virus. Si ésta se ve rebasada, podrían entrar a actuar las otras dos, pero éstas necesitan un tiempo de instrucción para especializarse en el combate frente al SARS-CoV-2. En aquel momento no estaban listas y no eran capaces de evitar la covid-19.

Tanto la vacunación como la infección funcionan como un curso de formación para estas defensas. De esta forma se seleccionan y potencian la generación de anticuerpos y células T específicas frente al virus. En la medida que se mejore esa preparación, el arsenal inmune permite que nuestros tres ejércitos tengan la formación necesaria para enfrentarse al enemigo con garantías de poder controlarlo y evitar que nos cause mal.

Dependiendo de que estemos inmunizados o no, puede variar el daño causado por el virus y, por tanto, también cambiará su virulencia en nosotros ya que, como habíamos dicho, ésta no sólo depende del virus sino también del hospedador.

Dicho de otro modo: el virus puede seguir teniendo armas muy potentes pero nuestra preparación inmune puede hacer que nos haga menos daño.

Menos virulenta, pero no mucho

En las últimas semanas se ha escuchado repetidamente que la variante ómicron es más “débil” que las variantes anteriores. Pero esto no significa que haya perdido toda su virulencia, ni siquiera buena parte de la misma.

Según un último estudio (un preprint no revisado por pares), realizado en modelos animales, la virulencia se ha reducido ligeramente. Además, otra investigación (también preprint) ha confirmado que buena parte de su virulencia y la gravedad causada por ésta solamente ha reducido un 27 % el riesgo de hospitalización y muerte con respecto a la variante delta.

De hecho, podemos observar un mayor porcentaje de personas en las UCI no vacunadas o sin inmunidad específica previa frente al virus e, incluso, el fallecimiento de las mismas en comparación con personas vacunadas con las mismas características. Es decir, es en ellas donde se pone de manifiesto la virulencia intrínseca de ómicron.

¿En qué se diferencia de variantes anteriores?

En cada una de las variantes que han aparecido del SARS-CoV-2, el virus ha ido introduciendo mutaciones que le han permitido desplazar a la variante previa gracias a su eficacia para infectar y propagarse.

Alfa adquirió mejoras en transmisibilidad con respecto al virus original de Wuhan. Por su parte, delta se impuso gracias a mejorar su infectividad y capacidad parcial de evadir parte de los anticuerpos neutralizantes.

Ahora, ómicron ha logrado mantener, e incluso mejorar, su capacidad de transmisión y evadir la capacidad neutralizante de los anticuerpos específicos frente a variantes previas. Lo ha hecho gracias a la introducción de la mayor parte de sus cambios en la proteína de superficie.

Pero ninguna de estas variantes presenta aparentemente una mejora en las propiedades intrínsecas del virus para evadir la inmunidad innata y sólo han logrado ganar una capacidad pequeña en superar la defensa celular.

En definitiva, los elementos de virulencia intrínsecos del virus que se pudieran haber visto alterados por mutaciones en las distintas variantes no han sido suficientes para que el virus pierda gran parte de su virulencia a tenor de lo mostrado por ómicron en personas no inmunizadas.

Gran parte de la virulencia de las distintas variantes viene condicionada por nuestra preparación frente al virus. Es por tanto esperable que la tan ansiada pérdida de virulencia venga determinada en gran medida por nosotros y nuestra capacidad de desarrollar inmunidad, tras una infección y tras la vacunación, y que ésta sea la clave determinante para superar la pandemia.

[Estanislao Nistal Villán. Virólogo y profesor de Microbiología de la Facultad de Farmacia, Universidad CEU San Pablo.]

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¿Será ómicron el final de la pandemia?

Ester Lázaro Lázaro


Después de más de dos años de pandemia, hemos llegado a una situación en la que el número de infecciones causadas por el SARS-CoV-2 es más alto que nunca. Muchos de nosotros, a pesar de haber recibido la pauta completa de vacunación, hemos sufrido la covid-19 recientemente y/o conocemos a personas que en estos momentos están en cuarentena debido a la infección.

Sin embargo, a pesar de las alarmantes cifras de contagios, el hecho de que la variante ómicron aparentemente cause síntomas más leves que sus predecesoras podría estar conduciendo a una trivialización de la enfermedad. Todo el mundo parece resignado a que, antes o después, se contagiará, lo que hace que incluso haya quien piense que cuanto antes mejor.

La pregunta, aquí, es necesaria: ¿es esto correcto o nos estamos anticipando en nuestras predicciones sobre el comportamiento del virus?

Los virus se optimizan gracias a su gran potencial evolutivo

Para que un virus procedente de animales cause una pandemia en la población humana, necesita superar una serie de barreras.

En primer lugar, debe poder interaccionar con una molécula de la superficie de nuestras células que permita su entrada en ellas, nada sencillo. Una vez dentro, el virus se encuentra con un ambiente que es menos favorable para su multiplicación que el que existía en el animal que infectaba habitualmente. Por último, es necesario que encuentre vías de salida al exterior que le permitan transmitirse eficientemente entre individuos, de modo que se genere una cadena de transmisión estable.

Para superar todas esas barreras, los virus disponen de una herramienta muy potente que es su gran potencial evolutivo. Cada vez que un virus penetra en un nuevo individuo, durante el curso de la infección va a producir miles de millones de copias de su genoma. Y prácticamente cada vez que se produce una de estas copias se genera al menos un error, una mutación, empleando un término un poco más técnico. Por tanto, cada persona infectada no sólo es que contenga un número inmenso de virus, sino que la mayoría de esos virus son diferentes unos de otros.

Sobre ese conjunto tan heterogéneo operan diversas fuerzas. Por un lado, la selección natural va a hacer que los virus que contengan alguna mutación beneficiosa sean los más abundantes y, por tanto, los que tendrán más éxito a la hora de ser transmitidos.

Sin embargo, una epidemia es un fenómeno muy complejo que está también sujeto al azar. Un ejemplo es que, de toda esa variedad de virus que existe en un organismo infectado, sólo unos pocos serán transmitidos durante un contagio, lo que arroja cierta incertidumbre sobre la evolución posterior. Otro hecho que influye en qué variantes serán más exitosas es el comportamiento de los individuos. Una persona muy activa y con muchas relaciones tendrá más éxito a la hora de transmitir sus virus que otra que apenas se mueva.

¿Podemos predecir la evolución de los virus?

La respuesta corta es que no. Sin embargo, se pueden establecer ciertas regularidades. En general, la mayoría de los virus, de un modo natural, tienden a mejorar su transmisión, algo que no ha sido una excepción en el caso del SARS-CoV-2. Muy pronto, al inicio de la pandemia, se impuso una mutación (el cambio D614G) en la espícula del virus, cuyo efecto parecía ser aumentar su multiplicación en las vías respiratorias superiores, favoreciendo así el contagio.

Posteriormente fueron apareciendo nuevas variantes, las denominadas alfa, beta, gamma y delta, que contenían mutaciones que, en algunos casos, favorecían la interacción con el receptor celular y, en otros, dificultaban la acción de los anticuerpos generados en infecciones previas o inducidos por las vacunas que ya se estaban aplicando masivamente en muchos países.

Sin embargo, ninguna de esas variantes parecía ser menos agresiva que el virus original. De hecho, los datos indicaban más bien lo contrario: un incremento en el riesgo de hospitalizaciones y muertes. Algo que no encajaba con el comportamiento de la mayoría de los virus respiratorios, que con el tiempo tienden a disminuir la gravedad de los síntomas.

Esta tendencia a la atenuación es fácilmente explicable si pensamos que un virus que consiga multiplicarse de forma óptima, sin causar una enfermedad grave, tendrá más éxito a la hora de propagarse, ya que es más probable que la persona portadora continúe con sus contactos normales, a los que podrá transmitir el virus.

Y de pronto llegó ómicron

Cuando en algunos países la incidencia parecía haberse estabilizado en unos niveles realmente bajos, tuvimos noticias de una nueva variante con un número inusitadamente alto de mutaciones (más de treinta sólo en la espícula). Esa variante se ha impuesto rápidamente en casi todo el mundo, infectando también a personas vacunadas o que ya habían pasado la enfermedad.

El hecho es preocupante puesto que está mostrando la elevada capacidad del virus para generar mutantes capaces de eludir respuestas inmunes previas. Sin embargo, a pesar de las dificultades para comparar la gravedad de ómicron respecto al virus original, hay varios estudios que indican que esta variante sí causa síntomas más leves.

El virus se está multiplicando más

Ahora bien, parece que la esperada atenuación del virus podría haber llegado, pero a costa de un número tan alto de infecciones que sus consecuencias son imposibles de valorar. El virus se está multiplicando más que en cualquier otro momento de la pandemia y eso supone que está experimentando también un número elevadísimo de mutaciones.

Puede que la mayoría sean irrelevantes. Pero no se puede descartar que alguna de ellas dé alguna ventaja al virus en un sentido perjudicial para nosotros. No olvidemos que, cuando hablamos de grandes números, lo aparentemente imposible puede hacerse probable.

El número de mutantes que puede generar un virus es inmenso, pero la buena noticia es que no todos son viables y no todas las propiedades del virus son mejorables. Por ejemplo, el virus del sarampión posee muchas restricciones para generar variantes que eludan la respuesta inmune generada en una primera infección, simplemente porque los cambios requeridos son incompatibles con la entrada del virus en la célula. En el otro extremo tenemos el virus de la gripe, cuya capacidad de reinfección todos conocemos.

Algunos estudios recientes indican que uno de los coronavirus endémicos que afectan a nuestra especie, el denominado 229E, es capaz de causar reinfecciones frecuentes, debido a su capacidad para generar variantes que no son neutralizadas por los anticuerpos producidos frente a versiones anteriores del virus.

¿Cómo será la evolución del SARS-CoV-2? En mi opinión es pronto para aventurar algo, pero banalizar una enfermedad de la que todavía desconocemos mucho puede ser precipitado. Que el miedo no nos paralice, pero que tampoco nos lleve a comportamientos cuyas consecuencias todavía no podemos valorar.

[Ester Lázaro Lázaro. Investigadora. Especializada en evolución de virus, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC).]
[Artículos publicados originalmente en The Conversation; reproducidos aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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