Octubre, 2022
Narrador y profesor universitario, Víctor Mandrago entrega aquí tres breves relatos en los que sobrevuela la desolación, la violencia, y lo que viene después: el silencio.
Degollar al silencio
El tedio escurría por las ventanas. Quería estar solo, como cuando el suicida decide parar el tiempo. La luz del foco era tenue y algunas gotas de agua oxidada caían por el lavabo. Esa noche estaba tirado en el piso y el celular sonó con la desesperación del que quiere escapar de su infierno. La luz que desprendió el aparato iluminó un poco el espacio, lo levanté para ver quién llamaba. Eran los de siempre, hombres y mujeres que piden, a cualquier precio, degollar al silencio.
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Nació la paz
Sus amigos los insectos llegaron a la reunión. Cuando la mesa estuvo dispuesta, les suplicó que ocuparan su lugar. Sin más preámbulos informó que esa noche quemaría su cabaña y, quizás, era necesaria alguna precaución. Sacó varias botellas de mezcal y comenzó a beber. Recordó, que aún joven, nunca se atrevió a hacer nada para evitar la violación sistemática de su ser. Desmontó su biblioteca, formó varias torres de papel, encendió un cerillo y, sin salir de casa, del fuego nació la paz.
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En los medios
“Sube al coche que está enfrente o aquí mismo te carga la chingada”. Obedeció, sabía que estaban haciendo su trabajo. Unos meses antes le habían advertido que los negocios entre el narcotráfico, los militares, los políticos y los empresarios no eran de incumbencia de la sociedad, ni de los periodistas. Después de amordazarlo, le vendaron los ojos. En la guarida, lo desnudaron y fue encerrado en una jaula como un perro sarnoso. Sólo le quedó esperar un milagro. Pasaron las semanas. La celda estaba llena de su orina y excremento; pero una tarde, por fin, recibió noticias: “Por chismoso y pendejo, tu esposa y tus hijas ya fueron violadas y descansan en el basurero”. Antes de sacarlo del escondite, le cortaron las manos y la lengua.