Contra la idea del ‘lenguaje corporal’
Octubre, 2022
La ritualidad social de la comunicación está íntimamente ligada a los movimientos del rostro y del cuerpo, así como a sus posturas. Mirar fijamente a un desconocido en el transporte público podría suscitar una pelea o incomodidad si el otro se siente amenazado. Si no miramos fijamente a las personas que nos hablan pueden sentirse desairadas. Pero aunque podamos comunicarnos de forma silente, pensar en una gramática del cuerpo que suponga la existencia de un lenguaje corporal es un exceso.
¿Existe el lenguaje corporal? La respuesta es un rotundo no. Aunque el sentido común insista en sostener que sí. Nuestras interacciones en situación de copresencia (vis à vis) se apoyan en nuestros movimientos corporales. Esos movimientos del cuerpo que están cargados de significados se llaman gestos. Pero hay que aclarar varias cosas. La primera es que no todos los movimientos del cuerpo son gestos. La segunda es que hay gestos que están más allá de los movimientos del rostro. Y la tercera es que las palabras —tal y como las describió G. H. Mead, ese sociólogo norteamericano de la Universidad de Chicago a quien se le atribuye la paternidad del Interaccionismo Simbólico— son gestos vocales. De manera muy general podemos decir que los gestos devienen símbolos significantes sólo en la media en que son capaces de provocar, implícitamente en un individuo, las reacciones que provocan explícitamente en otros individuos. De ahí que podamos afirmar con todo lujo de certeza que no todo movimiento del del rostro ni del cuerpo puede ser considerado un gesto. No obstante, de manera recurrente se suele pensar que los gestos sólo tienen lugar en el rostro, pero los podemos encontrar más allá.
La tesis —para quienes no lo sepan— de naturalizar la raza incluso en el campo elemental de los gestos, tiene un origen nazi. Y eso nos lo recuerda el profesor de sociología y antropología de la Universidad de Estrasburgo, David Le Breton. Entre otras cosas, David Efron publicó, en 1941, su investigación titulada Gesture, race and culture. Esta investigación se opuso abiertamente a la idea racista de que las poblaciones judías y mediterráneas eran inferiores a los arios. La investigación de Efron marcó un parteaguas en el estudio sociológico o antropológico de la gestualidad, demostrando que ésta, la gestualidad, es un hecho social y cultural y no una naturaleza congénita o biológica que se le impone a los actores. Tal como atinadamente enfatiza Le Breton en su libro de La sociología del cuerpo, los racistas, aún hoy día, quieren convertir a los comportamientos del hombre en un simple producto de sus genes. Su idea, muy cercana a la sociología, es que somos creadores de nuestros movimientos. Los ingeniosos estudios comparativos de Efron permitieron mostrar que las poblaciones de inmigrantes de segunda generación, por ejemplo, comenzaban a parecerse y a emparentarse con la cultura a la que se estaban asimilando. Para comprender los significados de los movimientos del rostro y del cuerpo es necesario estudiarlos en su contexto y dudando de su significación universal. El estudio de Efron demostró que cada lengua induce una gestualidad propia.
En otro de sus libros, Las pasiones ordinarias. Antropología de las emociones, el mismo Le Breton nos recuerda que el antropólogo estadounidense Ray Birdwhistell, basándose en la lingüística sugirió la existencia de los “kinemas” (las unidades mínimas de movimientos sin significados) y los “kinomorfermas” (las unidades mínimas de movimiento con significado). Birdwhistell estudió durante varios años una secuencia de nueve segundos de una videograbación de una psicoterapia infantil conducida por el biólogo, antropólogo y lingüista Gregory Bateson. Por su parte, Albert Scheflen, nos dice Le Breton, trabajó unos diez años con una secuencia de alrededor de treinta minutos en la que una joven diagnosticada con esquizofrenia dialoga con su madre frente a la mirada de dos terapeutas. Aunque Birdwhistell logró identificar tres modalidades diferentes de secuencias corporales y Scheflen sugirió distinguir tres niveles kinésicos ninguno de ellos pudo dar con, digamos, la gramática del cuerpo. Y esto por una poderosa razón. El cuerpo no es lenguaje a menos, afirma Le Breton, que la confusión entre lenguaje y sistema simbólico sea imperante. A menos de que, por semejanza, se asuma que el lenguaje y el cuerpo funcionan de la misma forma. La relación entre el habla y los movimientos del cuerpo es íntima, pero no equivalente.
Los movimientos del cuerpo no están, por un lado, desvinculados del habla ni, por otro, de la situación de interacción en donde aparecen. Los movimientos de cabeza verticales o laterales podrían significar un “sí” o un “no” dependiendo de la situación de interacción en la que aparecen. No por sí mismos ni porque sean independientes del habla, sin que esto quiera decir que tengan una equivalencia con ella, que es lo que suponen quienes defienden la idea de la existencia de un lenguaje corporal. Esta extraña idea implica no sólo que todo movimiento, sino que toda postura del cuerpo, dice algo con independencia de la situación de interacción. Esas extrañas ideas pretenden explicar, de manera trascendentalista, los movimientos y las posturas del cuerpo. Es decir, sin situación de interacción de por medio. Levantar la mano en un salón de clases implica un significado distinto que hacerlo en un restaurante. Extender el brazo derecho en una parada de camión adquiere un significado distinto a hacerlo en un retén policíaco. Contar del uno al tres con la mano está íntimamente relacionado con la cultura, no usamos los mismos dedos para hacerlo dependiendo de dónde provenimos. Incluso Tarantino dejó ver que lo sabía en la célebre escena del tiroteo en el bar en su película de Inglourious Basterds (y ya es mucho decir). Mirar fijamente a un desconocido en el transporte público podría suscitar una pelea o incomodidad si el otro se siente amenazado. Si no miramos fijamente a las personas que nos hablan pueden sentirse desairadas. Nuestras relaciones sociales se distinguen, entre otras cosas, cuando saludamos con un beso en la boca a alguien y con un beso en la mejilla a los demás. También marcamos diferencias cuando abrazamos a alguien al saludarlo y cuando al otro simplemente le extendemos la mano. Y así sucesivamente.
La ritualidad social de la comunicación está íntimamente ligada a los movimientos del rostro y del cuerpo, así como a sus posturas. La idea del lenguaje corporal estaría suponiendo que todo movimiento del cuerpo posee un significado y de ahí es fácil saltar a la idea de la existencia de una gramática del cuerpo. Pero contrariamente a quienes piensan que cada movimiento de cuerpo y rostro, así como cada postura corporal está diciendo algo, no hablamos con el cuerpo. Y aunque podamos comunicarnos de forma silente (pero no de manera independiente del habla), pensar en una gramática del cuerpo que suponga la existencia de un lenguaje corporal es un exceso. Sin embargo, uno puede triunfar en televisión diciendo disparates relacionados con el lenguaje corporal, escribiendo libros o dando talleres sobre el tema. Difundir ideas fantaseando que existen misterios donde no los hay es una estupenda fórmula para ganar adeptos.