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Toncho, 30 años después

En julio de 1992 partía de este mundo una de las figuras clave en la historia del rock mexicano (y tapatío): Alfonso Guerrero, líder del hoy ya legendario grupo Toncho Pilatos.

Julio, 2022

Toncho Pilatos fue, es, uno de los grandes grupos en la historia del rock mexicano. Nacido en Guadalajara, Alfonso Guerrero (voz, armónica, flauta y violín), después de haber formado parte de los grupos Los Gatos, La Noche y Renacimiento, se unió a su hermano Rigoberto (guitarra) para formar la agrupación. A ellos se unirían Miguel El Pastel Robledo, Raúl El Güero Briseño y Alberto Beto López. Toncho Pilatos se caracterizó por su sonido que incluía elementos de música prehispánica y sus canciones entonadas en inglés y español. Fue en julio de 1992 —hace ahora 30 años— cuando partía de este mundo Alfonso Toncho Guerrero, sin duda alguna una de las figuras clave del rock nacional (y tapatío). Víctor Roura aquí lo recuerda…

1

Hace tres décadas, en el mismo año de la muerte del también jalisciense Julio Haro acaecida el 3 de enero de 1992 —cantante y compositor de la banda El Personal—, fallece, seis meses después el sábado 4 de julio, ese otro icónico vocalista Alfonso Guerrero, a la edad de 42 años luego de la desaparición física de su inseparable hermano el guitarrista Rigo (cuatro años antes, en 1988), ambos de aquella legendaria agrupación denominada Toncho Pilatos, uno de esos conjuntos de Guadalajara que hiciera historia en el rock mexicano junto con La Revolución de Emiliano Zapata, The Spiders, Sombrero Verde (posteriormente Maná) y el mencionado El Personal. Toncho Pilatos, con su primer disco, hizo algo insólito en el país: presentarlo, con lleno total, en el Auditorio Nacional… ¡teniendo como telonera a la banda británica Christie!

2

Toncho —es decir: Alfonso Guerrero— se extravía con la mirada. Sus palabras no se detienen. Suben y bajan de tono. Pausas e interrupciones. Es el director del grupo roquero Toncho Pilatos, de Guadalajara, que en 1973 graba insólitamente un disco con el apoyo de una disquera transnacional, la Polydor.

—Mira, yo escucho al Jagger pero desafinado. ¿A quién más? A las cantantes, a las del coro de Zirahuén, me gustan. Y también oigo al vecino de mi casa, un egresado de la guerra; canta desafinado pero tiene mucho sentido. ¿A quién más?… Al perro… Muchas veces no se entiende a la gente cuando está cantando. Oquei, sí, cantan mal, desafinados, pero cantan con mucho sentido. Es cosa del alma.

—Tu canto probablemente quiere ser un instrumento más.

—No sé, sinceramente no sé. O sea, si yo traigo el instrumento por dentro trato de desarrollarlo al máximo. Trato de dar las altas y las bajas y las de en medio…

—¿Perdón?

Sonríe.

—Pero me refiero a esto: en muchas de tus audiciones el desafine es obvio. Creo que tú hasta lo sientes… —le digo.

—¡Ah, bueno, oh, ya sé a dónde vamos! A ver, a eso se le llaman notas de paso. Es decir, llegar a un tono, llegar a un tooooooo—nnnooooo, ¿ves? Es un alucine. Mira, no sé cómo explicarte, todo tiene un tono, tttoo—ddoo. Es la armonía universal. Todo tiene tiempo. Es un engranaje, pero mira…

—Está bien, a lo que vamos: si el grupo toca a tono, en perfecto balance, y de repente tú desafinas… ¿es intencional?

—Te quiero decir una cosa, para que entiendan todos los líderes de rock, o de cualquier índole, si es que saben: el desafinar es una cosa y el desentonar otra…

—¿Qué haces tú?

—Desentooonnnooo, si cabe la palabra. Desentonar es desviar el tono breves instantes y desafinar es no desviar sino interrumpir la tonalidad y quién sabe por cuánto tiempo…

3

—¿Y qué hay de la música, qué quieres decir con ella? —pregunto a Toncho.

—Muchas cosas, lógico. En forma paralela a lo que tú dices cuando escribes. Tú dices “quiero” en mil formas. Yo hago lo mismo, pero en música. Además, la música no tiene idioma, ¿tú crees?

—Tú también escribes. ¿Tus composiciones no cuentan?

—Sí, pero es otra forma de expresión.

—La poesía está aquí y allá…

—Bueno, oquei, es la vida. Y eso: yo escribo como veo la vida, simplemente.

—En tu caso es indispensable, creo, el equilibrio entre música y letra.

—¡Oh, sí! O sea, si una letra me llega, primero la tarareo. Por ejemplo, nombro la palabra amor y en seguida la sitúo melódicamente. Claro, tiene que tener sentido.

4

—Para realizar el rock en México es necesario hacer a un lado muchos atavismos…

—Es que todos somos unos pinches mutantes, carnal. Nos gusta el cabello largo, nos gusta el rock, nos gusta el fonqui, o lo que tú gustes, pero nos gustan puras cosas en inglés.

—Estás generalizando, Toncho…

—Estoy, sí, generalizando. A ti te gusta una camisa gabacha, que es de mejor calidad, pues ahí está. Un liváis, ahhh, es gabacho, es mejor mezclilla. Un rock, pero cantado en inglés… uuuhhh, pero no me hagas caso, no me tomes en cuenta, estamos cotorreando, ¿no?

5

En agosto de 1988, me informan, y lo torno como un bastardo rumor, que Rigoberto Guerrero ha muerto. Rigo, el hermano menor de Toncho. Me figuro, mejor, que no lo he oído. Que es una mentira. Porque aún me parece verlo con su inseparable guitarra Gibson 5G, y escuchándolo decir con esa animosidad incontrastable que si él dejaba de tocar hiciéramos de cuenta que ya había partido de este mundo.

—No sé, Roura —me decía siempre—, pero estoy como enviciado. Estoy enfermo. Me siento enfermo si no estoy en la música. Mi hermano Toncho me dice que me preocupe también por otras cosas, pues de seguir así va a llegar el momento en que me olvide de vestir y de convivir con la gente…

Y en los, sus, últimos años casi puedo asegurar que, en efecto, se olvidó no sólo de la gente sino también de sí mismo. La última vez que lo vi estaba, como siempre, inseparables al fin, con Toncho y ambos no tenían un solo quinto en sus bolsillos. Esa tarde los invité a comer en la fonda El Oasis, en el centro de la Ciudad de México, porque habían decidido radicar en el entonces Distrito Federal pues en su Guadalajara ya su grupo, el Toncho Pilatos, estaba prácticamente desterrado de la escena roquera. Creo que, antes de verme, se habían mal pasado uno o dos días. No habían podido comer, pues el concierto de rock que iban a ofrecer fue cancelado de último momento. Venir de Jalisco, de donde ambos hermanos son oriundos, para encontrarse con que siempre no hay tocadas ni tampoco la décima parte de los dineros prometidos, no creo que haga feliz a nadie. Y menos cuando estas cancelaciones son continuas. Su grupo, el que un día llegara a ser reconocido por su perfecto sonido roquero (sobre todo al mediar los setenta), estaba ya totalmente opacado.

Pero a Rigo lo venía ganando el desencanto. Y se introducía aún más a su soledad. Casi ya no hablaba. Aunada a su natural introversión, una acelerada timidez lo fue acorralando a un mundo en el que se excluía a las palabras. También lo fue ganando la decepción. Ya el grupo no ensayaba, no creaba nuevas canciones, no era contratado y muy poca gente se acordaba de ellos, después de dos discos de estudio, el segundo muy distante de la inobjetable creatividad del primero. Su guitarra, por lo tanto, fue guardando silencio. Y Rigo, seguramente, iba muriendo de a poco.

6

Si es verdad lo que Toncho dijo el sábado 6 de agosto de ese 1988 en los Baños del Chopo, Rigo murió antes de cumplir 32 años. Alfonso Guerrero, Toncho, dijo que Rigo había fallecido en abril de ese año, pero yo no vi ni una sola línea informando del deceso. Quizás algunos reporteros de la música ya lo habían echado al olvido. Sin embargo, he de decir que Rigo siempre me pareció un estupendo requintista, de una fluidez blusera como casi nadie tenía en los setenta. Ahí está su testimonio discográfico. Su álbum primero es uno de los más importantes discos grabados por un grupo de rock mexicano (curiosidad al vuelo: probablemente, las mejores grabaciones de rock mexicano las han producido grupos de Guadalajara: Nasty sex, de La Revolución de Emiliano Zapata; Back, de los Spiders; el referido de Toncho Pilatos; No me hallo, de El Personal, y Sueños líquidos, de Maná). Toncho era la versión nacional de Mick Jagger. Su segundo disco, grabado siete años después, en 1980, es decepcionante, a pesar de dos o tres chispazos debidos precisamente a la guitarra de Rigo, mas ya no se aprecia la cohesión que regía en sus composiciones anteriores, sino un total desfasamiento instrumental.

Rigo sabía, supo siempre, que debía estar a la sombra de su hermano Toncho porque así estaba escrito desde la conformación familiar. Rigo es, era, no sé cómo escribirlo, cinco años menor que Toncho, y siempre hacía caso al hermano mayor, aun contra su voluntad. Así los vi innumerables veces. Rigo podía no estar de acuerdo, pero siempre terminaba, o termina —qué difícil es usar en estos casos el tiempo pretérito—, por obedecer los señalamientos de Toncho.

Sin embargo, ya no hacían música.

Pocas veces ensayaban.

Sólo se reunían para charlar y beber interminablemente. Beber para sustituir la nostalgia por aquellos buenos tiempos en que se llegó a afirmar que Toncho Pilatos (un eficaz descubrimiento del continuamente atinado productor y comentarista Herbé Pompeyo —fallecido en mayo de 2009—, acaso el hombre que más sabía de rock en México) iba a cambiar el sentido de la música de rock nacional. Pero los canales fueron cerrándose con brusquedad y el trabajo fue aminorando.

7

Poco tiempo después, murió Toncho. Quién sabe a qué hora, ni cómo.

Sin su querido hermano, Toncho se entregó a la muerte. Me dicen que enloqueció con la bebida, que rezaba por su madre muerta, por su inseparable Rigo, rezaba luego por la nada porque Toncho se esfumó en la vida. Nadie habló de su muerte, porque el roquero, como tal en México, es un ser invisibilizado en la sociedad. ¿Cuántos memorables músicos de rock han fallecido, de modo trágico, en México, y cuyas figuras aún siguen recordándose? Aquí no existen personalidades como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, John Lennon, Sid Vicious o Kurt Cobain. Los muertos del rock mexicano que se van (¿se difuminan, se oscurecen, se extravían, desfallecen?) no ocuparon, porque así lo quiere la industria discográfica nacional, ningún lugar trascendental en la música.

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