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Dante o la universalidad del poeta

Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, pero debió de ser en algún momento de mayo o junio de 1265 en Florencia. Lo que es indiscutible, empero, es la fecha cuando dejó este mundo: Rávena, 14 de septiembre de 1321. Su nombre: Dante Alighieri —bautizado como Durante di Alighiero degli Alighieri—, poeta, escritor, autor de la Divina comedia, una de las cumbres de la literatura universal. Lo dijo Jorge Luis Borges: es “el mejor libro que la literatura ha logrado”, mientras que T. S. Eliot resumió su influencia diciendo: “Dante y Shakespeare se dividen el mundo entre ellos. No hay un tercero”. Apodado «el Poeta Supremo», para conmemora los 700 años de su muerte hemos recuperado este ensayo del periodista y escritor Ilya Ehrenburg (1891-1967), publicado en El Correo de la Unesco*. Nota: es importante decir que, en su texto, Ilya antepone el artículo “el” al nombre de Dante para diferenciar al personaje del autor.


La grandeza del Dante es incontestable; como prueba de ella basta el entusiasmo de todos cuantos hablan de él de un confín a otro de nuestro desunido mundo; tanto los habitantes del infierno, verdadero o imaginario, como las gentes que no creen residir en el purgatorio o como las ilusorias sombras del paraíso.

Siendo la lectura un acto de creación, cada lector de la «Commedia» agrega al texto del Dante algo de sí mismo, como si fuera una parcela de su siglo. En los estantes de las bibliotecas se alinean por millares los estudios y comentarios hechos sobre ella. Se ha transformado al Dante en héroe de su propia obra, y se escribe sobre él con la misma libertad que sobre Hamlet o Don Quijote, representándoselo alternativamente bajo los rasgos de un escolástico sombrío, de un espíritu apasionadamente subversivo, empecinado en la demolición de diversos dogmas, o de un sabio iluminado que los papas no han canonizado por simple distracción.

Dante Alighieri soñó con la gloria póstuma, y el mundo le ha concedido lo que pedía. Apenas sí se lo olvidó temporalmente en una época en que la estima dispensada a la poesía fue deleznable; y así en 1757, al denigrar el italiano Bottinelli La Divina Comedia, Voltaire le manifestó en una carta que admiraba sobremanera la valentía con que había proclamado que Dante era loco y que su poema constituía una monstruosidad.

Con la llegada del romanticismo se levantaron esos velos, volviéndose a descubrir la «Commedia» de Dante, en la que se inspiraron tanto Goethe como Novalis, Byron, Shelley y Pushkin. Fue entonces cuando se desató el gran torrente de comentarios sobre el Dante. Un libro, entre tantos otros que se le dedicara, me parece divertido; un libro del católico Eugène Aroux que vio la luz a mediados del siglo XIX y que está dedicado al Papa Pío VII.

El título de este volumen —Dante herético, revolucionario y socialista— atestigua la fantasía desbordante del autor, pero la actitud de éste es la excepción. Por lo general los comentaristas, fueran católicos, ateos, monárquicos o republicanos, trataban de alistar al Dante en su bando y de apropiarse de él.

La controversia así planteada se eternizó, y los que la siguen sosteniendo no son en general amigos de la poesía, sino escolásticos de todos los pelajes. Las postrimerías del siglo XIII y principios del siglo XIV fueron una época de transición, a la que resulta fácil calificar de Edad Media tardía o de alborada del Renacimiento, así como resulta fácil hacer volver el rostro del Dante hacia adelante o hacia atrás.

En su libro La civilización de la Edad Media en el Occidente, el historiador francés Jacques Le Goff dice que la «Commedia» es «una sublime suma poética del saber y de la mentalidad medievales, pero enteramente vuelta hacia el pasado, lo que hace de ella un grandioso monumento reaccionario». Por otro lado, decenas de historiadores y críticos literarios, compatriotas y contemporáneos de Le Goff, llaman a Dante «humanista», «filósofo del Renacimiento», «padre de la poesía individualista».

La polémica se produce igualmente en las letras soviéticas. En el curso de la tercera década del siglo, Vladimir Fritche, uno de los divulgadores del marxismo, califica tranquilamente a Dante de «imperialista en el sentido medieval de la palabra». Pero Lunacharski, que ve en éste al «poeta mayor de principios del Renacimiento», se levanta contra aquella opinión. En 1965 un crítico literario y poeta dice que en la Unión Soviética quienes se dedican al estudio del Dante ven en éste, «ante todo, al político y el moralista»; pero el joven político y moralista Batkin escribe un ensayo demostrando la complejidad, profundidad y fuerza del Dante poeta.

Cantos de pasión y de vida

Aclaro aquí que no me he referido a todas esas disputas, antiguas y modernas, para pegar yo mismo una nueva etiqueta sobre su retrato, clasificándolo dentro de determinada categoría. (Aunque Giotto, que lo conoció, nos haya dejado un retrato, no creo en el parecido del mismo; Giotto pudo muy bien pintar al Dante en la misma forma arbitraria en que éste describe a Beatriz. Del poeta no ha quedado sino el perfil convencional que debemos a Rafael, y hasta en los versos de Alexandre Blok se ve reaparecer «la sombra del Dante, de perfil aquilino». Nada de rostro, sólo un perfil aquilino; una convención como cualquier otra; el «austero Dante» de Puschkin, «el héroe sombrío de los años lejanos» de Briusov).

Yo he hecho alusión a los miles de comentarios y a las controversias, tanto antiguas como modernas, para poder hablar del Dante no como especialista sino como escritor y lector de mediados del siglo XX. ¿Hace falta que diga que me atrae como poeta y sólo como poeta? ¿Acaso se pueden reemplazar la visión y sensación pictóricas, cuando se miran los cuadros de Leonardo da Vinci, por reflexiones sobre la obra del ingeniero o el anatomista que había en él? ¿Puede leerse Fausto pensando en los estudios de Goethe sobre el color? Lo que me interesa del Dante no es la querella entre güelfos, blancos y negros, ni el papa Bonifacio VIII, ni los conocimientos que Dante tenía del compás, ni sus conocimientos de geometría —euclidiana o no— ni su sueño de una monarquía universal, ni su concepción de la perfección celeste, ni muchas otras cosas más sobre las que los especialistas en Dante de todo el mundo —incluidos mis propios compatriotas— han escrito y siguen escribiendo. Yo creo en la fuerza y la vitalidad de la poesía, y aunque los conocimientos del Dante estén caducos, sus sentimientos, fieles a las eternas leyes del arte, están vivos, encendidos, y nos abrasan con el ardor de su llama.

El filósofo Benedetto Croce, los poetas T.S. Eliot y Saint-John Perse y los poetas soviéticos Osip Mandelstam, Anna Akhmatova y Zabolotsky han celebrado en diversos términos la fuerza poética de la «Commedia». Dante dudaba de que se pudieran traducir sus versos, y no le faltaba razón.

Cada generación tiene un destino, y cada una de ellas lee a su manera la «Commedia» del Dante. Yo querría hablar de lo que me parece más esencial para la generación nuestra de la obra del gran florentino y que corresponde a nuestros viajes al infierno, al purgatorio y al paraíso.

Para empezar, diré que el Dante era tendencioso, reproche que se nos hace con harta frecuencia a nosotros los escritores soviéticos. La existencia de los poetas «engagés», comprometidos —palabras que no se pronuncian sin su dejo de zumba—, bastaría para explicar porqué la literatura soviética de estas últimas décadas no alcanza el nivel de los grandes escritores rusos del siglo pasado. Pero esta explicación es falsa. He tenido oportunidad de citar numerosos escritores a los que una tendencia determinada no molestaba en absoluto en su obra, y para los cuales, por el contrario, esa tendencia fue un fermento, una levadura: caso de Stendhal, de Dostoyevski y de muchos otros. Pero el mejor ejemplo en este sentido es el del Dante.

No solamente no evitaba éste la política, sino que por espacio de muchos años ella fue su vida, y por su causa conoció el exilio: «Sabrás cómo sabe a sal el pan ajeno, y qué duro es subir y bajar las escaleras de los otros» («Paraíso», XVII 58-61).

La «Commedia» comenzó a ser escrita en años de lucha; Alighieri seguía estando al habla con otros emigrados —güelfos blancos— pero desilusionado, se iba aproximando cada vez más a los gibelinos y tenía puestas sus esperanzas en la intervención de Enrique VII. En una palabra, no rompía con la vida política; la pasión por ésta se respira en su ramoso poema.

Y ese «parti-pris» tendencioso no sólo ayudó a Dante a escribir la «Commedia» sino que llenó muchos cantos de pasión y de vida. ¿Pero a quién puede interesar hoy día la lucha entre güelfos y gibelinos sino a aquellos especializados en el Dante que, mientras dedican su vida al poeta, olvidan lo que constituye la esencia de su poesía?

Lo que rebaja al arte no es el espíritu tendencioso, sino la tendencia a falsificar lo que de más esencial tiene aquél. Conviene recordar con frecuencia la vieja verdad de que clavar clavos con un violín no tiene sentido, aunque más no sea porque resulta preferible hacer uso de un martillo y porque el violín puede servir para otras cosas. Stendhal, que era tendencioso a más no poder, escribía lo siguiente al margen del manuscrito de Lucien Leuwen: «Hay que cuidarse de que el hombre de partido no oculte al hombre lleno de sentimiento y de pasión. El primero estará frío y duro dentro de cincuenta años, y sólo hará falta contar con él —detalle interesante— cuando la historia vaya a dar su veredicto».

Dante supo crear un poema que conmueve el corazón de quien lo haya leído, no cincuenta, sino seiscientos cincuenta años después de su muerte; pero lo que nos conmueve como lectores no son las causas de las disputas, sino las pasiones en juego. Quería dejar esto sentado porque son muchos lo estetizantes que encuentran en el espíritu tendencioso de un escritor de los llamados «comprometidos» un motivo de condena —justa o injusta— para la obra de aquél. Pero el espíritu tendencioso no ha impedido a mis contemporáneos Maiakovski, Eluard, Brecht, Aragon y Pablo Neruda convertirse en grandes poetas.

La obra maestra nace ya eterna

Entre otras cuestiones que nos tocan de cerca hoy día, quiero referirme al realismo del Dante poeta. La palabra «realismo» cobra a veces un sonido un tanto abstracto, como los números en el poema de Alighieri: se lo difama o se lo pone por las nubes, se lo destina al anatema o se lo canoniza. Pero ante todo querría detenerme en el error de ciertos historiadores que consideran el cambio de formas en arte de la misma manera en que cabe considerar el progreso social o el adelanto de las ciencias exactas. En el libro que dedicara a la pintura italiana, Stendhal habla de Giotto como de un precursor torpe del gran arte del Renacimiento, opinión corriente en el primer cuarto del siglo pasado. Pero luego vino la época en que se reconocieron los méritos del «quattrocento». La gente se apasionó primero por Botticelli; luego «descubrieron» a Masaccio y dijeron que en la obra de éste —muerto prematuramente— se encuentran ya todos los elementos de la pintura moderna. No creo que se pueda decir otro tanto de Rafael. Pero ¿acaso disminuye ello la perfección de sus frescos?

Al tenor de las aspiraciones y los gustos de la época, la actitud que se tiene para con los pintores de otros tiempos va cambiando siempre. ¿Cabe decir que Giotto es un primitivo porque no conoce el academicismo ecléctico de Guido Reni? Lo que Giotto quería expresar era muy diferente de los conocimientos y los cánones del siglo XVII. ¿Es posible explicar las formas simplificadas de Picasso o de Braque por una supuesta incapacidad de éstos para representar el universo como un juego de fotografías iluminadas?

El mundo occidental evolucionaba. Los conocimientos tanto geográficos como físicos y astronómicos iban aumentando. En el siglo XIII los escultores dejaron en las catedrales góticas una enciclopedia plástica de los conocimientos de la época, razón por la cual ciertas figuras de sus bajorrelieves pueden hacernos sonreír. Pero eso no quita que no hubiera maestría en sus esculturas, nada inferiores y a menudo mejores que muchas de las obras de los maestros actuales.

Víctor Hugo decía que la ciencia progresa sin cesar a fuerza de tacharse, de borrarse con algún trazo fecundo. La ciencia, afirmaba, es una escala, y la poesía un vuelo de la imaginación… La obra maestra, agregaba luego, nace ya eterna. Dante no anula a Homero. Hugo sabía que la Tierra gira. Nuestros contemporáneos saben a su vez que el infinito no es una abstracción, sino una realidad, y esto, aunque anule la cosmogonía y la cosmografía del Dante, no hace lo propio con su poesía.

El realismo en arte empieza con el sentimiento de la vida real, de la naturaleza, del hombre, y Dante, como todo verdadero artista, era sin duda alguna un realista. Leemos apasionadamente su «Commedia» aunque nos dejen indiferentes la simbología de los números, la santidad de muchos dogmas y sus sueños de una monarquía pacífica y justa.

Dante describió a imagen y semejanza de la Tierra, según todo lo que había visto y vivido, no solamente el infierno y el purgatorio, sino también el paraíso. Sus cuadros son, sin duda alguna, fantásticos, pero ¿acaso no entra la fantasía en el universo real del hombre? ¿Acaso no son realistas El sobretodo de Gogol o El proceso de Kafka? Fantasía realista; tal es la visión del Dante, visión que corresponde muy bien al carácter espiritual del poeta como al plan general de la «Commedia». Goya, hombre dotado de una fantasía enorme, nos muestra otra clase de guerra que sus contemporáneos los pintores de batallas. Pero Picasso, en su Guernica, da otra cosa además; el presentimiento de Hiroshima. Vagando por el mundo de ultratumba, Dante ve siempre frente a sí las escenas familiares de la vida. Es un hombre vivo entre las sombras.

Humanista y realista, Dante es ante todo un gran poeta que atraviesa las fronteras del dogma cristiano y las del realismo simplista. Uno se siente forzado a perdonarle ese descubrimiento de un segundo mundo desconocido —descubrimiento que costó a Ulises un cruel castigo— y a hacerse a la idea de que anduvo errante, no sólo por las calles de las ciudades de Italia, sino también por el subterráneo universo de los sentimientos oscuros.

En el purgatorio, el Dante encuentra al cantante Casella, a quien conoció en vida y quiso. El poeta le ruega tímidamente: «Si ninguna ley nueva te priva de la memoria o de la práctica de esos dos cantos que solían adormecer mis deseos inquietos, no te vayas sin haber cantado uno de ellos a mi alma…» («Purgatorio» II 106-109.) Y Casella canta la canción de amor del «Convivio» del Dante que, extasiados, escuchan los huéspedes temporarios del purgatorio, junto Virgilio. Solamente el guardián de las almas perdidas, el estoico Catón de Útica, que se atravesó con su espada después de la derrota del partido republicano, viene de repente a amonestar a las almas seducidas por esos acentos exquisitos: «¿Qué es eso, almas perezosas? Corred a la montaña».

¿Que quedó de la guerra de güelfos y gibelinos, y de los cánones religiosos y de la doctrina de Aristóteles o de la de Platón? La Divina Comedia, la fuerza de su poesía, su música, mal que les pese a todos los Catones.

La tarea del historiador, sin duda alguna, es grande. Mientras nosotros nos regalamos con unas manzanas maravillosas, ellos analizan cuidadosamente la tierra en la que está plantado el manzano. La «Commedia» termina con estos versos famosos: «Amor, que mueves el sol y las otras estrellas». No hay niño que no sepa que Dante caía en error al pensar que el Sol y los astros giran en torno a la Tierra, pero todo hombre de nuestra época, por poco de humano que tenga, sabe que Dante tenía razón, que es el amor el que mueve al Sol y a los otros cuerpos celestes entre los que se encuentra este planeta —la Tierra— que aunque no figure entre los más grandes, tiene de todos modos su importancia.

*Nota bene

El 28 de Octubre de 1965 tuvo lugar en la sede de la Unesco, en París, una velada en honor del séptimo centenario del nacimiento de Dante Alighieri. En el acto académico tomaron la palabra: Mary McCarthy, novelista y ensayista norteamericana; Marcel Brion, de la Academia francesa; los poetas italianos Diego Valeri y Eugenio Montale, y el escritor soviético Ilya Ehrenburg.

El entonces director general de la Unesco, René Maheu, definió en los siguientes términos el significado de esta reunión internacional y el homenaje que se rendía al gran poeta italiano:

Que Dante parezca, en muchos sentidos, tan próximo a nosotros, se debe quizás en parte a que ha vivido, como los hombres de nuestra generación, una época marcada por las guerras, las luchas fratricidas y las persecuciones. Lo que admiramos, precisamente, es que haya conservado, en medio de todas las crisis por las que pasara, una fe inquebrantable en el hombre y, cualesquiera injusticias haya sufrido del destino, haya llegado a salvaguardar los valores universales a los que los hombres se han suscrito fundamentalmente. El prodigioso monumento poético constituido por La Divina Comedia no cesa de solicitar el análisis en la medida exacta en que, como lo ha subrayado Eugenio Montale, “Dante es el único gran poeta de la Edad Media europea cuyo idioma sigue siendo vivo y comprensible aun para aquellos que no hayan tenido una formación literaria especial”.

De esta reunión internacional hemos recuperado este texto de Ilya Ehrenburg, publicado originalmente en El Correo de la Unesco (en enero de 1966), y reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.

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