“El arte de vanguardia se ha integrado en la vida cotidiana”
Victoria Combalía (Barcelona, 1952) es historiadora y crítica de arte. Doctora por la Universidad Autónoma de Barcelona, es autora de numerosos libros —dedicados a Pablo Picasso, Joan Miró, Antoni Tàpies, el arte conceptual y el arte realizado por mujeres—; el más reciente de ellos: Amazonas con pincel. Este trabajo propone un recorrido fascinante, claro y didáctico, por la vida y la obra de las mujeres artistas. Camille Claudel, Frida Kahlo o Dora Maar, entre otras, ocupan las páginas de este libro ilustrando un amplio período temporal y sus correspondientes estilos, desde el impresionismo hasta los años cuarenta del siglo XX. Esta obra constituye una parte, corregida y aumentada, de Amazonas con pincel, libro publicado en 2006. Con Victoria Combalía es la entrevista…
Esther Peñas
Durante la primera mitad del XX, las vanguardias inventaron lenguajes que aún seguimos descifrando o recreando, algunos de los cuales tienen nombres de mujeres que bregaron hasta dejarse la vida o la cordura en el camino. Remedios Varo, Dora Maar, Leonora Carrington, Tamara de Lempicka, Louise Bourgueois, Unica Zürn… pero también otras más sigilosas: Claude Cahun, María Blanchard, Hilma Af Klint, Eva Hesse o Annie Spinkle. La experta en arte de vanguardias Victoria Combalía (Barcelona, 1952) acaba de reeditar Amazonas con pincel (SD ediciones), en el que una gavilla de semblanzas celebra a muchas de esas mujeres que hicieron del arte un incendio, un ruedo entre las nubes de la muerte, una sangre de luz intacta.
—Toda antología tiene algo de arbitrario. ¿Cuál ha sido el criterio para incluir a estas treinta mujeres?
—Comienzo explicando que este primer volumen pertenece a un libro que publiqué en 2006, en la editorial Destino; al cabo de tantos años, la editora María Luisa Samaranch lo ha querido reeditar, y decidió hacerlo en dos volúmenes. Esta edición está muy mejorada, corregida, ampliada; además, incluye muchas más ilustraciones, y abarca un puñado de mujeres artistas de hasta los años 40 del XX, aproximadamente. No entran las expresionistas abstractas norteamericanas, que sí lo harán en el segundo volumen, que saldrá en Navidad. En esta primera entrega, añadí una artista más. Sí, estoy de acuerdo en que toda selección es arbitraria, así que, sabiendo que no iban a poder estar incluidas todas las artistas que lo merecían, por un lado, escogí las que me parecían más interesantes y más conocidas, aquellas que era evidente que tenían que estar, y luego quise dar a conocer otras con poca proyección, como Gwen John o Unica Zürn. Soy especialista en Miró y Dora Maar, así que, dada la época de estos artistas, se explica por qué hay tantas mujeres surrealistas en esta antología.
—Un inciso. ¿Qué artista ha añadido en este primer volumen?
—A Katarzyna Kobro, una constructivista interesantísima.
—Una digresión. ¿Por qué hay esa inquina hacia los hombres surrealistas, como si hubiesen humillado y vapuleados a sus compañeras?
—Tienes razón, es algo que viene por parte de las historiadoras norteamericanas, que han estudiado bastante el surrealismo. Es verdad que les tienen mucha manía a los hombres surrealistas. El surrealismo es un movimiento que, en origen, fue muy amplio, lo cual propició la inclusión de más mujeres, como sucedió en el constructivismo ruso, pero no es cierto que ellos las boicotearan, en absoluto. Breton las publicó en las revistas oficiales, alentó su trabajo… la propia Dora Maar me dijo que Breton era muy sensible a la creación por parte de las mujeres. Y eso es un testimonio de primera mano. Ellos fueron más famosos antes, sí, pero como en cualquier otra disciplina social.
—Vuelvo a sus amazonas. ¿De qué modo se interrelacionan en estos casos biografía y obra?
—La pregunta está muy bien traída; al ser un encargo, pensé en hacer una reflexión sobre la obra de estas artistas e incluir una pincelada biográfica. Pero, cuando empecé a leer las biografías de estas mujeres, me iba quedando pasmada y desconcertada y asustada por las vidas tan dramáticas de algunas de ellas, por lo mucho que les costó ser artistas. Así que me di cuenta de que la parte biográfica era importantísima en casi todas: el hecho de que por lo general no tuvieran hijos, las complicadas relaciones con sus parejas, la oposición de sus familias…
—Sus propios compañeros, la maternidad, el matrimonio, su falta de autoestima, ¿cuál fue el peor enemigo en el plano artístico de estas mujeres?
—Las familias, sin duda, sobre todo si el entorno no era muy favorable económicamente, como el caso de Mary Cassatt, o incluso siéndolo, caso de Leonora Carrington. La familia es para estas mujeres un tropiezo casi siempre. Muchas de ellas consiguen cierta independencia que pierden cuando tienen pareja, como Frida Kahlo, que era conocida como madame Rivera, o Dora Maar, que era conocida como la amante de Picasso y casi nada más. Otras, como Sonia Delaunay o Lee Krasner se dedican a potenciar la carrera de sus maridos cuando estos mueren, su legado y su recuerdo, y les cuesta ser ellas mismas; pasan años hasta que encuentran la tranquilidad suficiente para trabajar desde su propia visión.
—¿Hay un vínculo más estrecho entre arte y locura (pienso en Carrington, en Zürn, Claudel) o entre arte y dolor (Frida, Blanchard)?
—Frida y María Blanchard son casos trágicos, con enorme problema físicos, ambas; las otras no. Hay ejemplos extremos, como las rusas, algunas de las cuales mueren jóvenes por las condiciones de la postrevolución, por hambrunas, pero las hay que viven mucho y tienen éxito, como Alexandra Exter o Berthe Morisot… algunas se boicotean a sí mismas, como Hilma Af Klint o Dora Maar. En el caso de Hilma, porque supuso que el mundo no estaba preparado para entender su arte (se consideraba una médium, y fue abstracta antes de los grandes pintores abstractos); en el de Dora Maar, porque se quedó tan traumatizada con el abandono de Picasso que lo superó años después con el psicoanálisis y la religión, pero se puso a pintar y abandonó la fotografía, donde ella era excelsa, y expuso poquísimo. Son historias muy complejas, como dices…
—Hay un caso de entre todos que me sigue resultando aterrador, el de Ángeles Santos, basta mirar sus cuadros antes y después de su ingreso psiquiátrico.
—Cuando muestra su rebeldía frente a la moral burguesa, la familia la encierra en un sanatorio, del que sale gracias a Ramón Gómez de la Serna, gran amigo suyo, como Lorca. Ambos la llamaban Angelita. Cuando sale del manicomio, se va a Barcelona, se casa y empieza una pintura académica, tradicional, llena de flores y jardines…
—Aburridísima…
—Sí, ya no tiene interés ninguno. No hubiera pasado a la historia de no haber pintado esa primera etapa de cuadros surrealistas.
—¿Ha cambiado el sistema en cuanto a táctica? Es decir, antes, cualquier crítica o elemento subversivo en el discurso el sistema tendía a apartarlo, a anatemizarlo; ahora, en cambio, parece asimilarlo sin problema, como si el discurso capitalista fuera —cínicamente— el anticapitalismo.
—Esto es verdad en lo que llamamos la postmodernidad. Hasta los 80 del XX, el arte oficial se niega a reconocer plenamente las vanguardias porque todas ellas están en contra del arte académico y oficial. Ahora no tenemos vanguardias sino neovanguardias, arte neoconceptual, neodadaísta… repeticiones de cosas inventadas por los artistas de la primera mitad del XX. Esto no es algo dramático, ten en cuenta que entre el impresionismo y Pollock, pongamos por caso, se inventó tanto que es normal que se viva de ello. A día de hoy, seguimos utilizando capitales dóricos o corintios. El Renacimiento inventó un lenguaje nuevo que, después, el Manierismo retuerce. Hoy en día, los lenguajes son menos revolucionarios porque se inventó todo entre 1880 y 1950.
—Estoy de acuerdo, se llegó tan lejos que aún estamos recorriendo ese camino. Leyendo estas semblanzas, una está tentado a pensar que no hay nada ya que pueda escandalizar. Que todo, de alguna manera, está dicho. Recuerdo cuando Lady Gaga sorprendió a muchos con su vestido de filetes de carne, pero me acordé de inmediato de Maruja Mallo cubierta de algas, allá por los veinte.
—Es que eso de vestirse con carne ya lo hizo antes Jana Sterbak, de quien hablo en el segundo volumen, y a quien conozco. Ahora las cosas van muy rápidas y, gracias a internet, cualquier cosa puede copiarse a la mañana siguiente. La asimilación es muy rápida. David Delfín copiaba a Magritte, Mondrian está presente en los desfiles de moda, el arte de vanguardia se ha integrado en la vida cotidiana; Ikea es la adaptación de la arquitectura internacional y el diseño moderno a una cosa más fácil, por decirlo de alguna manera, con estructuras simples, colores blancos, minimalismo… Pienso en alguien como Cahum, que arriesgó su vida, públicamente lesbiana, con comportamiento escandaloso… en las Sin sombrero, en tantas mujeres libres como Maruja Mallo. Hoy en día esto es difícil de imaginar, este escándalo, esta transgresión, al menos en Occidente.
—Coincido con esa visión. Acaso sorprenda alguien vestido de primera comunión, pero las mujeres artistas de hoy, ¿se han domesticado o mantienen el vigor de las que recoge en el libro?
—El volumen II recoge a artistas nacidas en la década de los cincuenta, es decir, que ahora tienen alrededor de sesenta años. Las hay muy originales, como la música Laurie Anderson, o artistas como Rebecca Horn, Carmen Calvo, Àngels Ribé, Mona Hatoum… el talento realmente está presente, no se ha bajado la calidad, por suerte. Además, hay muchas. Se tendría que hacer un tercer volumen.
—¿El arte tiene que nacer del extremo?
—Sí, ya hemos hablado de la locura o del dolor, por ejemplo de Zürn, que era esquizofrénica. En este segundo volumen que estoy preparando, me he dado cuenta de que estas mujeres hablan de ello, de ese extremo, de cómo algunas de ellas han sido abusadas por sus familiares (en el caso de Yayoi Kusama, que recibió el maltrato de su madre) o la escultora Niki de Saint Phalle, violada por el padre. Cuando nace del dolor extremo, el arte es muy sanador, en el mejor sentido de la palabra.
—¿Podríamos hablar de características comunes en el arte realizado por mujeres? Usted habla de tendencia a ciertos asuntos.
—Lo que veo clarísimo es que el inconsciente no tiene sexo y como el arte surge mucho de allí, no distinguimos si es masculino o femenino; el arte de Susana Solano parece hecho por un hombre, por ejemplo. Sí hay una tendencia a interesarse por el asunto de la maternidad, caso de Berthe Morisot o Mary Cassatt, tan llenas de sensibilidad, y se nota que es una mirada muy femenina, impregnada de dulzura y cariño; en el segundo volumen hablaré de la gran predisposición de estas mujeres, sobre todo a través de las performances, al tema de la identidad, como Yoko Ono, como diciendo: aquí estoy yo, y yo soy mi sexo, y mi sexo es femenino. Hay perspectivas más modernas, como la de Sarah Lucas, andrógina, como Cahun. Las surrealistas fueron muy modernas en esto, estaban interesadísimas en el sexo, las pulsiones, los instintos, la piscología y el inconsciente.
—¿Cuánto de estas mujeres hay en usted?
—Qué bonita pregunta… Todas de las que he escrito me han gustado, interesado, asombrado… ten en cuenta que yo misma he sido muy rebelde, me fui a los veinte años de casa, nací en un ambiente burgués del cual me he desclasado… Un poco de todas ellas hay en mí. Siento querencia por Dora Maar, es mi especialidad, la llegué a conocer, además. Pero cuando empecé a investigar sobre Katarzyna Kobro, esta artista abstracta, se me caían las lágrimas… tuvo que quemar esculturas para cuidar a su hija, paró su carrera por la II Guerra Mundial, se separó de su pareja, que le quería quitar la custodia de su hija… una vida dramática y difícil, lo que impresiona más al ver que es una artista alegre, llena de color.
Esta entrevista fue publicada originalmente en CTXT / Revista Contexto, y es reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons.