La oscura profundidad
Esta columna, que hoy da inicio, pretende adentrarse a la variada e íntima música africana, y, al mismo tiempo, explorar detenidamente las distintas sonoridades del continente negro, tan en el olvido musical, para tratar de aprehenderlo aunque de manera mínima.
Si fuéramos un pueblo más dado a revelar secretos, levantaríamos
monumentos y celebraríamos sacrificios de nuestros poetas,
pero la esclavitud nos curó esa debilidad.
Sin embargo, será suficiente decir que sobrevivimos,
en exacta relación con la dedicación de nuestros poetas
(incluyendo predicadores, músicos y cantantes de blues).
Maya Angelou
Habría que escuchar —o aprender a escuchar—, para introducirse en la variada e íntima música africana, detenidamente las distintas sonoridades del continente negro, tan en el olvido musical, para tratar de aprehenderlo aunque de manera mínima. Esta columna, que hoy da inicio, pretende revelar muchos de los aspectos intestinos que existen en torno a esta espaciosa música.
Para ello he traducido algunos fragmentos del libro La música es el arma del futuro (Fifty years of African Popular Music), de Frank Tenaille, editado por Lawrence Hill Books, Chicago, en el año 2002, mismo que nos devela muchos de los aspectos íntimos existentes en torno a esta configuración musical del llamado continente negro.
Usos rituales de la música y la danza
“En África, en las sociedades rurales que viven por debajo del Sahara, la música es invariablemente el cemento que une cualquier agrupamiento y le confiere su identidad.
“En las ceremonias de iniciación, por ejemplo, las canciones secretas instruyen a los jóvenes de sus responsabilidades adultas. Las mujeres africanas utilizan la música para aliviarse de sus tareas domésticas.
“La música sirve también para romper tabúes, como ocurre en las reuniones de las mujeres de la etnia Beti de Camerún, donde cantan acerca de sus vidas sexuales, o de las ceremonias de los sufies sudaneses [el sufismo es una de las denominaciones que se han dado al aspecto esotérico del Islam… en Occidente se usa para referirse a la espiritualidad Islámica] donde fuman y beben, y representan sus fantasías naturalmente. También los instintos agresivos se canalizan a través de la música; los zulúes organizan grandes concursos de Ngona (danzas de guerra). [Los zulúes son un grupo étnico africano de unos diez millones de individuos que habitan principalmente la provincia de KwaZulu-Natal, en Sudáfrica, aunque también se encuentran en pequeñas cantidades en Zimbabwe, Zambia y Mozambique. ]”
Según el músico y antropólogo Johnny Clegg —incluido en el libro ya citado—, “la danza revela la manera en que los hombres deben vivir juntos. Cuando los zulúes bailan se confrontan, pelean, matan, luego vuelven a bailar juntos y se matan de nuevo. Al cabo de un rato, una repentina claridad mental te hace ver hasta qué punto estás solo y hasta qué punto estás implicado con los demás”.
El poder de las palabras
“Estas asambleas de convocatoria múltiple y comunales tienen lugar en todo el continente, pero en la zona occidental existe, además, una casta tradicionalmente destinada a la música: los griots (como los kouyaté y los diabaté entre los mandingos). Desde la antigüedad, el griot quedaba bajo el patrocinio de un mecenas noble al que acompañaba en los momentos clave de su vida, recomendándole las obligaciones de su linaje”.
Como lo explica el griot contemporáneo Mamadou Kouyate: “Los griots conocen la historia de los reyes y, por esa razón, son sus mejores consejeros. Cada rey quiere un cantante para perpetuar su memoria, ya que la memoria del hombre es corta. Nosotros los griots somos depositarios de la sabiduría del pasado. Quien conoce la historia de un pueblo puede predecir su futuro”.
La ceremonia y el ritual
Queda claro que una música profunda tiene como antecedentes la ceremonia y el ritual. Ser músico o melómano es una gran oportunidad para acercarse a un mundo misterioso, donde el hombre se reencuentra consigo mismo.