‘In memoriam’: Enrique González Rojo (1928-2021)
La noticia se dio a conocer a través de Facebook, la mañana del viernes 5 de marzo: “Queridos y queridas amigas: mi padre, nuestro poeta y filósofo, Enrique González Rojo Arthur, acaba de morir. ¡Lo extrañaremos entrañablemente!”. Tenía 92 años de edad. El autor de obras como El quíntuple balar de mis sentidos —Premio Xavier Villaurrutia 1976—, nació en el entonces Distrito Federal, el 5 de octubre de 1928, en un ambiente rodeado de libros. “Enrique González Rojo Arthur ha vivido en bibliotecas que tienen una casa, y no en casas que tienen una biblioteca”, destacó su hija, Graciela González Phillips, en el homenaje nacional que se le rindió a mediados de diciembre de 2019. Ausente en ese tributo por motivos de salud, ella contó: “Mi padre tiene un fama clandestina. Es conocido, pero no reconocido. Toda una vida dedicada a la poesía y no aparece en antologías y suplementos; no es invitado a encuentros de poetas o filósofos”. Luego, aclaró: “Octavio Paz y el pacismo sin paz lo han visto siempre como enemigo, algunos de sus libros se encuentran embodegados o perdidos, pero no por ello deja de escribir con gusto y alegría”. Como apuntó Jesús Ramírez Cuevas, coordinador general de Comunicación Social de la Presidencia de la República, en un breve tuit: “Hoy falleció el poeta libertario Enrique González Rojo, una de las voces más rebeldes de nuestra literatura contemporánea. En cada verso, una causa. En cada causa, una acción. Siempre acompañó las luchas del pueblo de México”. A manera de homenaje, dejamos esta entrevista que Beatriz Zalce le hiciera en 2015 para la ya desaparecida revista La Digna Metáfora…
Beatriz Zalce
El poeta estaba dispuesto a responder preguntas…
—Enrique, cumplir años es un acto de amor a la vida.
—Sí, tengo la suerte de estar pisándole los talones a la vejez extrema en condiciones más o menos aceptables. La ancianidad, sino vela del todo la lucidez mental, trae consigo una transmutación de los valores: ciertos entusiasmos del pasado se esfuman, algunos afanes de otro tiempo (como la posesividad) se atemperan o desaparecen ante la cercanía de la muerte, etc., y otro tanto ocurre con la creación literaria en general y la poética en particular. También aquí hay cambios significativos.
—En tu caso el amor transita por la escritura y ahí podemos hablar de poesía, de ensayo, de textos políticos, cuentos, novelas, reflexiones en torno a temas de actualidad… transitas de un género a otro sin preocuparte por las fronteras.
—Una vida tan larga me ha permitido desarrollar algunas de mis inquietudes más entrañables. La literatura, sí, y en especial la poesía, pero también la filosofía, la política, el magisterio y, hasta cierto punto, la psicología. Creo que los seres humanos no somos unidimensionales. Mujeres y hombres, si las condiciones nos resultan favorables, estamos capacitados para desenvolver varias aptitudes. Yo he contado con la suerte durante mi vida entera de un ambiente propicio para expresar mis propias potencialidades. —Pero también está el amor a la lucha —y eso, por supuesto al ser humano y a su devenir.
—No soy en efecto un poeta o un filósofo metido en sí mismo. No he venido al mundo sólo a poetizar y a filosofar, sino a coadyuvar, en la medida de mis aptitudes, no sólo al mejoramiento de la situación social, sino a su radical transformación. Soy partidario, no del socialismo autoritario y falaz, sino de un socialismo autogestivo, profundamente democrático.
—No podemos omitir tu amor a la docencia, tus sembrar en la UNAM, en la UAM, en Chapingo. Graciela es profesora de la UACM, en la UACM has dado conferencias.
—En efecto, la actividad docente ha sido para mí fundamental. Y me atrevo a decir que la pasión por el magisterio es un sello distintivo familiar hereditario: nació con mi bisabuelo José María González, se continuó con mi abuelo González Martínez, prosiguió con mi padre González Rojo, se reafirmó conmigo y ha reaparecido con mi hija Graciela.
—La UACM ha editado un libro tuyo.
—Se trata de En marcha hacia la concreción, uno de mis libros de filosofía, donde, discrepando del positivismo, el neopositivismo y el lugar común, rechazo la identificación de lo concreto con lo singular y de lo abstracto con lo universal, y coincido con la dialéctica que habla de lo singular abstracto y de lo universal concreto.
—De aquel temprano “enciclopediazo”, y de vivir en bibliotecas que tenían casa surge el amor a las palabras y a los libros.
—El “enciclopediazo” al que te refieres, hace alusión al riesgo que corrí, en uno de los temblores de nuestro México, de perecer víctima de la caída de varios volúmenes de la enciclopedia británica en mi cuna. Por suerte, no me hallaba en ella: mi madre acababa de tomarme en brazos y no morí destrozado por la literatura. En esta anécdota he querido ver un símbolo de mi relación existencial con los libros y la sugerencia de que, si me descuido, toda creación que salga de mismanos, si carece de autenticidad y es como un libro ajeno, puede dar al traste con mis pretensiones creativas.
—¿Qué lee Enrique González Rojo, cuáles sus autores favoritos, qué lecturas le recomiendas a Cecilia?
—He sido un lector infatigable, de tiempo completo. No cabe duda de que González Martínez me orientó en las lecturas iniciales; pero muy pronto fui impulsado por mis propias inquietudes y preferencias. Te pongo un ejemplo. Empecé a leer poesía (más que nada la de los clásicos españoles, los poetas mexicanos y los líricos de Latinoamérica), después, interrogándome por la esencia del arte en general y de la poesía en particular, me sumergí en el mundo de la estética (sobre todo alemana y francesa) y finalmente esta disciplina (bautizada con el nombre que ostenta por el leibniziano Baumgarten) me llevó a la filosofía. Esto explica por qué mi carrera académica fue, no la literaria, sino la filosófica. ¿Mis autores favoritos? Son tantos y tan variados en la poesía, en la literatura en general y en la filosofía que sus nombres y sus obras llenarían varias páginas. Pero te voy a mencionar unos doce de diferentes disciplinas: Cervantes, Shakespeare, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Dante, Dostoyevsky, Tolstoi, Kant, Hegel, Marx y Freud. A Cecilia, que le gusta el teatro y la literatura, le recomiendo la lectura de los clásicos españoles, de los grandes del teatro universal y de cuanto novelista y cuentista salga a su encuentro.
—Nieto e hijo de poetas eres definido por Cecilia como un niño-abuelo.
—Extraña familia la nuestra, en que, por así decirlo, un poeta le pasa la estafeta a otro y si uno se muere (como mi padre) otro (en este caso yo) procuro terminar la “estrofa presentida o incompleta” de mi antecesor, como deseaba mi abuelo que ocurriese. Si Cecilia, mi nieta, me ve como un niño-abuelo, ello me encanta, porque la identificación de la primera edad de la existencia y la última reúne dos etapas de la vida que, a pesar de sus diferencias, tienen en común la fragilidad de las personas y eso despierta en la mujer un afán de protección.
—Qué mejor homenaje a un poeta que ser leído a coro, así te sucedió en la Feria del Libro alternativo organizada por la Brigada Cultural para leer en libertad.
—Me encanta leer mis poemas en público. Cuando los escribo, el posible lector carece de rostro y es una referencia puramente abstracta. Pero cuando los leo en público, el escucha se materializa y la función creativa se completa. Cuando, además, son otros los que los leen o declaman y yo devengo público, la experiencia se enriquece sobremanera: desde afuera, desde los otros, escucho algo que, devenido ajeno, me sigue siendo propio con sus cualidades y sus defectos.
—Sin embargo, no es fácil encontrar tus libros en librerías. Hay quien dice que eres un autor censurado en México. No obstante, es posible encontrar tus libros en internet.
—No sólo he vivido a las patadas con el sistema político que nos rige y con los grupos de poder cultural predominantes (que me desdeñan tanto como yo los desdeño), sino también, en general, con las empresas editoriales debido a lo que me ha sucedido con ellas. Te menciono un caso, entre los muchos que me han ocurrido. Hace unos siete años presenté mi poemario Empédocles al Fondo de Cultura Económica con la esperanza de que esa editorial prestigiada lo editase. Y hasta el día de hoy no se me ha comunicado la decisión de la Comisión dictaminadora. Creo que toda editorial tiene el derecho de rechazar un libro; pero no me parece justo que ni siquiera se le dé a conocer al autor tal negativa. Los problemas que he tenido para publicar (tengo más libros inéditos que publicados) me induce a pensar que tal vez haya, en efecto, cierta censura. Pero no estoy seguro de tal cosa y no quiero darle rienda suelta a la paranoia.
—En alguna reunión en la que estaban también René Villanueva y Eusebio Ruvalcaba lanzaron ustedes unaconsigna “brahmsianos del mundo, uníos”. Por favor,háblame de Brahms.
—Se dice que hay o no una química entre las personas. Creo que lo mismo existe entre los músicos y sus obras y el público. Aunque amo la música de muchísimos maestros (Bach, Beethoven, Mozart, etc., etc.), la de Brahms, desde que empecé a escucharla muy joven, mecomplace y apasiona.
—Eres un “indignado” convencido de que la poesía conduce a la libertad. ¿Por qué? Tienes muy claro que la poesía no debe caer en el panfleto. ¿Por qué?
—Creo que a la poesía por sí sola no le es dable cambiar el mundo. Pero sí puede colaborar, junto con el activismo y la cultura progresista en general, a que tenga lugar dicha transformación. La poesía social no panfletaria, dados sus valores estéticos, tiene garantizada su durabilidad e influencia. La poesía que cae en el panfleto, vacía de tales valores, puede brillar por un momento, pero acaba por ser asimilada al irrefrenable convoy de lo efímero.
—Háblanos de José Revueltas, pero también de las “anécdotas” como la de la árbola y el discurso a los perros en el Parque Hundido.
—He escrito mucho, aunque no lo suficiente, sobre Pepe. Mis textos sobre él se pueden consultar en mi página web www.enriquegonzalezrojo.com Mis análisis versan sobre el desarrollo (un franco proceso de maduración) de las ideas políticas desde su juventud hasta su desaparición. Poco, casi nada, he hablado de sus novelas, cuentos, actividad cinematográfica y poesía. Espero hacerlo algún día. Sí me he referido, en cambio, a dos “cuentos orales” salidos espontáneamente de la imaginación desbordada de Pepe.
Viaje y compañía
Aquí en este punto,
en este paraje espiritual
al que ha llegado mi deambular poético,
sufro una metamorfosis
que quiero desplegar ante tus ojos,
oh lector.
Siento, al advenir a este punto,
que mi poema es un viaje
con destino expreso,
nítido, deliberado
como el de Dante
o muchos otros portaliras
que, con los pies del hexámetro
o el taconeo de la prosodia románica
han emprendido odiseas
hacia los puntos cardinales
de su obsesión.
En este peregrinar me siento acompañado,
no por Virgilio, el idealista
compañero del autor de la Comedia,
sino por Lucrecio, el discípulo de Epicuro
y amante de la vieja teoría
de los átomos.
Es mi cayado, mi brújula, mi guía
en una derrota que se dirige no al allende
—el infierno, el purgatorio, el paraíso—
sino a diversos parajes del aquende.