“La clase social, el género y la etnicidad son centrales en los trabajos sobre la memoria”
Elizabeth Jelin es doctora en sociología y una reconocida investigadora con trayectoria en diversas universidades del mundo. Pionera de los estudios sobre memoria en Argentina y en América Latina, en su larga trayectoria se ha especializado en temas como los derechos humanos, los movimientos sociales, el género, la familia y las memorias de la represión política. Premiada por su trayectoria en las ciencias sociales por el gobierno argentino en 2013, ha publicado numerosos artículos y varios libros, entre los que destacan Los trabajos de la memoria (2002) y La Lucha por el pasado (2017). El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) acaba de publicar una antología de su obra, bajo el título de Las tramas del tiempo. Familia, género, memorias, derechos y movimientos sociales. Andrea A. Gálvez ha conversado con ella.
Andrea A. Gálvez
Elizabeth Jelin (Buenos Aires, 1941) es una de las pioneras de los estudios sobre memoria en Argentina y en América Latina, lleva cuarenta años dedicada al tema y sigue haciendo preguntas. La normatividad y la moralidad son términos que intenta no aplicar en su vida personal, académica y política, que en ella no son tres, sino una. Le interesan los derechos humanos, los movimientos sociales, el género, la familia y las memorias de la represión política, temas que han marcado su larga trayectoria de investigación.
Es profesora de varias universidades, investigadora superior del Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas de Argentina (Conicet) y actualmente dirige el Instituto de Desarrollo Económico y Social. Premiada por su trayectoria en las ciencias sociales por el gobierno argentino en 2013, ha publicado numerosos artículos y varios libros, entre los que destacan Los trabajos de la memoria (2002) y La Lucha por el pasado (2017). El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) acaba de publicar una antología de su obra, bajo el título de Las tramas del tiempo. Familia, género, memorias, derechos y movimientos sociales.
—Lleva acompañando procesos de memoria en distintos lugares durante cuatro décadas. ¿Por qué se acercó a este tema?
—Todo tema de investigación tiene una dimensión autobiográfica, no es sólo una pregunta racional. Es algo que nos molesta, que nos apasiona, que nos intriga. Me gusta decir que yo no elegí trabajar sobre memoria sino que choqué con ella.
“Lo que yo empecé trabajando y acompañando como ciudadana, desde un compromiso cívico y también como tema de investigación, fue el movimiento de derechos humanos y fue éste el que en el momento de la transición a la democracia empezó a hablar de memoria. Entonces me tuve que preguntar: ¿qué diablos es la memoria?”
—En su libro La lucha por el pasado distingue entre la memoria y lo memorable, ¿a qué se refiere esta diferencia?
—La memoria es una función psíquica y neurológica de los seres humanos que tiene que ver con qué cosas del pasado quedan registradas, dónde y cómo. En el proceso de socialización aprendemos a comer, a vestirnos, aprendemos conductas y prácticas que recordamos y que nos resultan habituales, sobre las que no hay reflexión. Lo memorable aparece cuando se rompe el orden de lo habitual y pasa algo diferente, cuando algo sorprende ya sea a nivel individual o a nivel colectivo. Lo memorable es algo que conmueve e involucra una reflexión, es entonces cuando aparecen los trabajos de memoria.
—¿Por qué alguien empieza a buscar en el pasado?
—La búsqueda de sentidos en el pasado no siempre se da racionalmente, normalmente es una mezcla entre voluntad y racionalidad pero a veces también las preguntas irrumpen.
—Cuando hay cierta reflexión, ¿podemos hablar de una memoria crítica?
—Tiene que ver con cuánta repetición hay o por el contrario cuánta reelaboración hay del pasado. Lo crítico tiene que ver con esta reelaboración.
“Como ciudadana no estoy a favor de moralizar la memoria, no hay ningún deber de memoria. La gente hace lo que puede hacer. Reconstruirse como persona significa muchas cosas, hay aspectos que no queremos decir en nuestra vida privada, hay cosas que no compartimos. Reivindico el derecho al silencio, si una víctima no quiere hablar que no hable”.
—Vivimos en una época donde se da cierta repetición y saturación sobre los temas relacionados con el pasado.
—La memoria social tiene que ver con las normas y las redes de la vida social. Pero puede haber algo muy significativo que a una cierta persona no le resulta interesante. Es lo que me pasa a mí personalmente, estoy cansada de leer libros y ver películas sobre la memoria.
“La saturación, un concepto muy estudiado, principalmente por la pensadora Régine Robin en su libro La mémoire saturée, tiene que ver con el receptor, pero también tiene que ver con la repetición y la insistencia. Estamos en un clima de época memorialista, muy volcado a retomar el pasado, pero muchas veces sin aportar nuevas perspectivas”.
—El título de su libro es La lucha del pasado. ¿De qué dependen estas victorias y derrotas?
—El título del libro contradice mi pensamiento porque yo hablo de “luchas” en plural, pero por una cuestión editorial había que ponerlo en singular. Para mí es importante que sean plurales.
“Lo que sostengo es que hay un proceso histórico social de luchas que no se acaban. No le temo al conflicto, creo que el conflicto social es productivo; la cuestión es encontrar las maneras de negociar y saber que todo resultado que surja de esas negociaciones será provisorio, si tomamos un tiempo largo de la historia. Nuevas circunstancias y escenarios políticos invitarán a repensar, a reelaborar los sentidos del pasado. La relación con el pasado no es el pasado, sino que se da en escenarios del presente. Cada presente histórico seleccionará algún aspecto del pasado, porque no existe algo parecido a la cristalización. Como estamos viendo con los monumentos, que a pesar de estar hechos en la piedra más dura o en bronce, se tiran abajo y se intervienen”.
—Argentina es tenida como país de referencia en las políticas de memoria. Los movimientos de derechos humanos tuvieron un rol fundamental. ¿Por qué cree que esto sucedió?
—El movimiento de derechos humanos, si bien tuvo altibajos, movilizó mucha gente en Argentina. Probablemente no hay otro país donde el movimiento de derechos humanos haya sido tan visible, tan ruidoso y tan creativo en sus imágenes y en sus consignas. En general los movimientos sociales en el país tienen una tradición de lucha que es fuertemente callejera. De hecho, en el noticiero de la mañana te informan sobre los cortes de calle que habrá en el día a causa de las manifestaciones. Esto se da porque los movimientos sociales en Argentina expresan sus demandas hacia el Estado y sus alegrías y sus tristezas en las calles. En cierto sentido, la calle es el lugar de la política.
—Los testigos y afectados directos tuvieron un papel central dentro de las discusiones de memoria en Argentina, ¿este proceso fue similar en otros lugares?
—Si una piensa en la Alemania nazi y todo lo que pasó después, vemos que en Nuremberg no hubo voces, no hubo testigos, las voces de víctimas aparecieron después en el juicio de Eichmann en Jerusalén.
“A partir de los años setenta, a nivel internacional cobra centralidad el paradigma de los derechos humanos y pone a las víctimas en el centro. Dentro de este paradigma lo que importa no es lo que has hecho sino lo que te han hecho, por qué te transformaron en víctima”.
—Da la sensación de que las voces de las familias de las víctimas fueron más escuchadas en Argentina que en otros países, ¿por qué?
—Es importante recordar que en Argentina la represión incluyó jóvenes estudiantes y militantes de sectores medios y medios altos. Es una cuestión de clase la que explica por qué esas voces de víctimas de familiares tuvieron tanto peso en Argentina. Si secuestran al hijo o hija de un rector de una universidad esa persona tiene un capital cultural y social que lo hace mucho más protagonista. En Guatemala, por poner un ejemplo, la represión y las masacres afectan fundamentalmente a poblaciones originarias que en muchos casos no hablan castellano.
—Las Madres de Plaza de Mayo dieron la vuelta al mundo. ¿Por qué tuvieron tanto altavoz?
—La fuerza del familismo y del maternalismo estuvo muy presente. Tiene que ver con quién tiene la legitimidad para demandar: ¿es la ciudadanía o es la madre?, no tienen por qué ser dos cosas contrapuestas, sin embargo, aquí la sociedad y el Estado le otorgaron mayor legitimidad a la voz del familismo y, dentro del familismo, a la imagen emblemática de la madre, anclada en la creencia de que no hay ningún sufrimiento análogo al de una madre que pierde a un hijo o hija.
—El rol de la madre como figura central en la lucha por la memoria, ¿permitió llegar a consensos más amplios?
—El testimonio en primera persona y más cuando es un testimonio doliente del sufrimiento provoca una identificación fuerte, un compromiso emocional que el libro de historia no transmite.
—Una de las consignas históricas del movimiento de Derechos Humanos en Argentina es el “Nunca Más” que marca una dirección hacia el futuro. ¿De qué forma se relacionan las memorias con el presente y el futuro?
—Tiene que ver con qué queremos transmitir en el presente, con quién, contra quién estamos luchando para hacer visible una visión de la historia, del pasado o el presente. Las memorias siempre están en lucha sobre las interpretaciones del pasado. El “Nunca Más” tiene una orientación futura que enseña a no repetir. Hay una orientación futura sobre la cual sabemos poco. Es muy incierto.
—Hay quien sostiene que las políticas de memoria son positivas para tener mejores democracias. ¿Cree que sirven para construir sociedades más justas?
—Para mí esa es una gran pregunta. Hay una parte de las prácticas y las políticas de la memoria que tiene que ver con la intención de homenajear a víctimas, o dar espacio a voces subalternas que no tienen lugar en el panteón oficial. Pero si eso sirve o no instrumentalmente para que en el futuro haya más democracia, menos muertes, más igualdad… ¿Cuál es la relación entre las memorias de la dictadura y las desigualdades sociales? No la veo directa.
“Depende. Porque si lo que vamos a tener son memorias de los lugares centrales y no vamos a tener espacio para las memorias subalternas, entonces reproducimos hegemonía. Por eso la clase social, el género y la etnicidad son centrales en los trabajos sobre la memoria”.
—También hay una tendencia de ciertos sectores que pretenden barrer lo sucedido bajo la alfombra. ¿Qué opina de estas posturas?
—Negar o silenciar no es una salida. Podría ser una salida en un estado totalitario, pero no en una democracia. Aún hay ciertas legislaciones que prohíben hablar sobre ciertos asuntos. En Polonia, por ejemplo, hay una ley que prohíbe que se mencione que hubo polacos colaboracionistas con los nazis. Ninguna ley negacionista sirve, lo único que hace es revolver el avispero y revictimizar. Es importante no pensar en que las ideas matan, si se prohíben quizá sí.
“Para mí la idea de democracia es opuesta a la idea de consenso, porque hay diversidades y el consenso sólo se puede lograr por la fuerza, matando y reprimiendo. En una democracia se tiene derecho a pensar diferente, la cuestión es cómo se establecen las reglas del juego para que se produzca el debate”.
—En ciertos momentos históricos, se van perdiendo los testigos directos de las violencias estatales y de las dictaduras… ¿Qué papel cumplen las nuevas generaciones en los procesos de memoria?
—En qué momento posterior se van a revivir las memorias de un pasado es algo enigmático. Ahora bien, hay toda una dinámica de transmisión de silencios, que tiene que ver con qué transmisiones explícitas e implícitas (en palabras o en silencios) vamos dejando para las generaciones posteriores. A veces, por no dañar a los hijos/as no se habla; sin embargo, los hijos notan ese silencio, sienten ese vacío y empiezan a averiguar por su cuenta. Tal vez no preguntan para no revivir el sufrimiento de sus padres o de sus abuelos/as. El cuidado al otro a veces nos lleva por caminos complicados. Pero aún así, los silencios se van transmitiendo intragrupalmente, no sólo a nivel familiar. Pongo un ejemplo: ¿por qué el movimiento en España está llevado fundamentalmente por nietos y nietas más que por hijos e hijas, saltándose una generación? Porque hay silencios que no pueden romperse por temor.
—Sin embargo, la tercera generación los va rompiendo, ¿por qué?
—Se siente más libre, pueden hacer preguntas que personas que lo vivieron en sus carnes no pueden, no se animan. Las relaciones intergeneracionales son importantes porque aparecen otras preguntas y ahí es donde se generan creatividades interesantes.
Esta entrevista fue publicada originalmente en CTXT / Revista Contexto, y es reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons.
Antología esencial de Elizabeth Jelin: libre acceso
Redacción Salida de Emergencia
“Hablar de memorias significa hablar del presente”, dice Elizabeth Jelin en la introducción de La lucha por el pasado / Cómo construimos la memoria social (Siglo XXI). “En verdad, la memoria no es el pasado sino la manera en que los sujetos construyen un sentido del pasado, un pasado que se actualiza en su enlace con el presente y también con un futuro deseado en el acto de rememorar, olvidar y silenciar”, explica, apoyándose en autores como el alemán Reinhart Koselleck.
Jelin, doctora en sociología e investigadora, tiene claro que, en la interpretación sobre el pasado, los grupos pretenden que su postura se imponga sobre las del resto. Y aunque una visión se convierta en hegemónica en determinados momentos, las investigaciones concluyen que, aunque se llegue a consensos, es inevitable que haya actores que planteen su rediscusión. La reflexión en torno al pasado es un proceso vivo, abierto, inacabado.
En una entrevista con el medio Infobae, señala: “El pasado nunca es pasado y olvido. Los actores sociales que estuvieron, los que no estuvieron, y las generaciones siguientes se hacen preguntas sobre ese pasado, pero sobre todo por el sentido que tiene hoy, eso que a veces es difícil de nombrar porque llega a los límites de la condición humana y los supera”.
Y no sólo eso. Jelin añade: “El sentido común dice que a medida que pasa el tiempo uno se olvida. Puede ser que uno se olvide de muchas cosas, pero resurgen como dilemas y conflictos que no quedaron en el olvido. En todo caso, quedaron en el silencio”.
Bajo el título de Las tramas del tiempo. Familia, género, memorias, derechos y movimientos sociales, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) pública ahora esta antología esencial de Elizabeth Jelin con el propósito de remarcar el carácter original, comprometido y estimulante de su obra y poner en evidencia el modo que tiene de pensar la articulación entre biografía e historia, de definir al género como un conjunto de interrogantes de carácter transversal para las ciencias sociales, de ubicar el punto de vista de los actores como un foco privilegiado para entender el mundo social.
Tres núcleos temáticos principales permiten organizar el vasto corpus de su producción como investigadora: memoria y derechos humanos, género, familia y trabajo, y movimientos sociales. Estos temas no representan etapas en su pensamiento, ni tampoco pueden ser considerados campos aislados de investigación mutuamente excluyentes. Por el contrario, son tres marcos de referencia, tres preocupaciones intelectuales, que recorren con énfasis diferente su trayectoria. Son coordenadas a partir de las cuales es posible leer su producción y entender, a su vez, el modo en que sus aportes fueron cruciales para estructurar esos campos y para aportar una mirada regional.
Por cierto: Clacso ha puesto la antología Las tramas del tiempo de Elizabeth Jelin en libre acceso: aquí puede leer la antología o descargarla.