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“Tengo una especie de pasión por la mentira; soy una gran contadora, una metecuentos”

Camila Sosa Villada nació en 1982 en La Falda (Córdoba, Argentina). Estudió cuatro años de Comunicación Social y otros cuatro de la licenciatura de Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba. Ella es la actriz y escritora transgénero detrás del fenómeno literario de Las malas, novela publicada en 2019 pero que en este breve lapso —que lleva ya circulando— ha despachado diez ediciones y ha sido traducida al alemán, francés, italiano y croata. Luego de un pasado en el que fue prostituta, empleada doméstica y vendedora ambulante, hoy da entrevistas a medios de todo el mundo. La Feria del Libro de Guadalajara le otorgó el Premio Sor Juana 2020. El periodista cultural Javier Pérez ha conversado con ella.


Camila Sosa Villada no tenía un motivo particular para escribir Las malas. “Tuve la imagen de la Tía Encarna encontrándose el bebé en una zanja y comencé a escribirla y la historia se fue sola”, me dice una tarde en la que hablamos por el ya casi normalizado Zoom en este año de pandemia.

Sin propósito definido, Camila hizo una novela cruda sobre la dura vida de las prostitutas trans del Parque Sarmiento de Córdoba, en Argentina, que tiene una buena dosis de historia personal y que recibió este 2020 el premio Sor Juana Inés de la Cruz que se entrega en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y que la autora recibió virtualmente. La novela de la escritora y actriz transgénero ganó unánimemente entre 67 candidaturas para este premio que reconoce una obra ya publicada de una escritora en español.

Camila publicó su novela en 2019 gracias a una invitación del editor Juan Forn, quien le hizo un prólogo precioso donde dice que “Las malas es esa clase de libro que, en cuanto terminamos de leer, queremos que lo lea el mundo entero”. El libro ya lleva 10 ediciones y traducciones al alemán, francés, italiano y croata.

El jurado del premio Sor Juana ensalzó “su gran destreza narrativa, la originalidad del ambiente y la fuerza de los personajes que retrata. Su texto es rudo y a la vez hermoso. Este extraño equilibrio lo convierte en una obra sobresaliente, cargada de lirismo, rabia y redención”.

Camila hizo una novela feroz, con una narrativa que atrapa desde la primera página a partir del rompimiento temporal que lleva del presente al pasado del personaje principal que es también la narradora. “Particularmente —me explica— en Las malas creo que algo que me permitió perfilar un estilo fue el hecho de liberarme y dejar que aparecieran estas mujeres-lobo, estas mujeres-pájaro. Eso fue lo que terminó de dar una especie de perfil de un estilo de escritura”.

El título proviene de la situación que entonces vivía Camila. “Me estaba separando de un compañero al que yo quería muchísimo y del que nunca supe muy bien por qué se enojó conmigo, pero él decía que yo era una loba disfrazada de cordero, me acusaba de haber sido mala con él y yo todavía no sé muy bien por qué. Me parecía que así como él podía tener una impresión sobre mi maldad, la gente podía tener una impresión sobre la maldad de determinadas mujeres, como las que protagonizan el libro, y me pareció que le quedaba bien”.

Camila no es condescendiente. Habla rápido y directo. Dice que esta novela, de situaciones crudas pero con momentos sublimes, tiene la particularidad de haber sido escrita por una mujer transgénero en una sociedad no precisamente acostumbrada a reconocer el talento fuera de las normas.

“Pienso en toda la gente talentosa que está suelta allá afuera, en toda la gente que está haciendo cosas verdaderamente muy buenas y muere en el anonimato o que su arte nunca se difunde y se conoce del todo. Yo no creo que haya artistas mediocres, creo que los verdaderos artistas son siempre buenos y pueden gustarle o no a determinadas personas”, dice.

Y añade: “Supongo que Las malas tiene también la particularidad de haber sido escrita por una persona trans, soy una mujer trans, y eso es algo que las academias, las escuelas y las convenciones literarias no están acostumbradas. Aquí en Argentina ha habido fenómenos parecidos con Camilo Blajaquis (hoy César González), que es un poeta que ha estado preso y está muy bien, y hace cine. El caso de Ioshua, que es otro poeta también que proviene de las villas miserias, un gran poeta. O también sucedió cuando las personas se detuvieron en mil novecientos cincuenta y pico a escuchar a Billie Holiday en un teatro de Nueva York. Es decir, no se espera que las personas como yo, que venimos de regiones tal vez más inesperadas, hagamos cultura”.

O se espera que sean activistas. “Yo le huyo a que las personas me digan activista. Por supuesto, como la gente es un poco taxativa respecto a lo que las otras personas hacen, por supuesto que me nombran activista muchas veces porque hago lo que cualquier ciudadano debería hacer, que es preocuparse por vivir bien, que las personas que se le parezcan vivan bien también. Yo no me considero activista porque además hay que ser muy generosa, muy buena, y yo no soy ninguna de esas dos cosas”.

—Sin embargo, compartes tu arte y eso es una forma de ser generosa.

—Sí, podría decirse… Aunque también habría sido posible que nunca se hubiera publicado ninguna cosa que yo haya escrito, esa es la verdad. De igual manera, es posible que nunca hubiera hecho teatro y hubiera terminado sólo compartiendo mi arte como prostituta. Entonces, esas cosas suceden más por azar y yo las he sabido esquivar también, porque hay cosas que yo he esquivado, pero no con un propósito, nunca jamás con un propósito.

—¿Te molesta que haya esta clasificación de: lo escribió una trans, una feminista, lo escribió una artista, una escritora…?

—Ese es el proceso que hacen los mismos que nunca son clasificados porque están dentro de una gran masa inclasificable, que es la heteronormatividad y que es la clase media. La clase blanca pudiente es la misma que hace y remarca constantemente las diferencias que existen entre las producciones culturales que fabrican desde sus privilegios y los hechos culturales que hacen las personas no sólo en la literatura o en la música, sino también en la comida, en lo que te llevas a la boca.

—¿Crees que se ha abusado de esta clasificación? Me explico: antes sólo era la comunidad LGBT y ahora cada vez hay más letras en esa distinción; ¿se ha abusado en esa clasificación de las preferencias sexuales?

—No. Yo creo que en lo que se abusó es en el proceso de borramiento de las diferencias, en el proceso de achatamiento de todo lo que es particular, que esto que parece tan molesto de decir como LGBTIQ+ y lo que fuera, en realidad es un grupo de personas que está pidiendo ser nombrada. Eso nunca puede ser una exageración, eso está siendo un reclamo dentro del lenguaje que les pertenece.

—¿A qué atribuyes el hecho de que tu novela se haya visibilizado de la forma como se ha visibilizado?

—Primero sale con Planeta aquí en Argentina, con Tusquets, de la mano de Juan Forn, que tomó un riesgo por supuesto al invitarme a formar parte de su colección, un riesgo que él sabía que no tenía en realidad porque había leído cosas que yo había escrito. Entonces él sabía a quién se estaba enfrentando también. Hace muchos años que yo trabajo; Las malas es el tercer libro de cuatro que tengo editados. El viaje inútil es un libro precioso, y ahora sale La novia de Sandro, reeditada nuevamente. Entonces, creo que son muchas cosas que van colaborando con que al libro le vaya bien. Aquí en Argentina, las escritoras mujeres también estamos manteniendo la relación con los lectores, estamos atrayendo público nuevo constantemente. Las mujeres jóvenes se acercan a leernos a nosotras, a  Gabriela Cabezón Cámara [del movimiento Ni una menos], a Selva Almada [Chicas muertas, 2014, aunque premiada con el First Book Award en 2012], a mí, a Leila Guerriero [reconocida periodista cultural], Mariana Enríquez [ganadora del Premio Herralde en 2019 por Nuestra parte de noche]; ellas están siendo premiadas en todo el mundo, traducidas en muchas lenguas. Es un fenómeno muy importante en la literatura hecha por mujeres aquí en la Argentina. Soy parte de ese movimiento, el cual en algún momento tendrá su propio nombre.

—Al principio de la novela hablas de la condición de ser una prostituta trans y de ser una mujer trans, de no ser aceptada ni por hombres ni por mujeres, ¿pasa lo mismo como escritora o es más abierto?

—Sí, pero esa incomodidad mía es una incomodidad que me es natural, que me es propia. Siempre me siento incómoda, que no soy parte, esto no es una pena, al contrario, a mí me alegra muchísimo no ser parte de nada. Soy muy solitaria, no me gusta que la gente presuma, que tenga presunciones de cómo soy, de qué me gusta, qué no, qué pienso o qué dejo de pensar. Esa incomodidad por ser trans también es la incomodidad de ser escritora, por venir de una familia de campesinos, de analfabetos, por ser morena, que hasta hace poco tiempo tenía mis dientes chuecos. Es una incomodidad que está conmigo.

—Eres actriz y escritora, ¿qué te motiva a seguir contando historias?

—A mí me gusta contar historias, lo que me motiva fundamentalmente es eso, es que soy una gran contadora, una metecuentos. Me gusta mucho meterle el cuento a la gente, tengo una especie de pasión por la mentira. Me gusta mucho mentirle a las personas.

—¿Siempre?

—Todo el tiempo.

—Creativamente, ¿te benefició o te perjudicó la pandemia?

—En realidad me perjudicó porque tuve que trabajar más de lo que trabajaba antes de la cuarentena, no me dejaron libre ni un minuto. Aquí hubo unos diarios de pandemia muy bonitos que se hicieron desde el centro cultural Kischner, que es un centro cultural de Buenos Aires muy grande, muy moderno. Hicieron allí unos diarios que salían todas las semanas. Estuve trabajando con eso, luego para un par de revistas que me pidieron que escribiera, además estuve escribiendo un par de historias, además estoy participando de la adaptación de esta novela que te comentaba que salió el año pasado, Tesis sobre una domesticación, un tratamiento audiovisual para hacer una película. Estoy trabajando mucho, más de lo que trabajaba antes de la cuarentena, y desde luego con mucho menos beneficios.

—Se oye muy interesante poder adaptar una de tus historias para el cine.

—¿Sabes qué es lo interesante? Que Tesis sobre una domesticación [publicada a finales de 2019] comenzó porque yo quería escribir ese guión antes que escribir la novela, la idea era una película, finalmente se convirtió en una novela. Naturalmente tuvo un derrotero muy bonito, además la estoy haciendo con Javier van de Couter, que fue el director de Mía, la única película que yo filmé aquí en Argentina hace diez años ya, y con un amigo mío actor que yo adoro, de manera que es un proyecto perfecto, lo hice a mi medida, para mí sola. Estoy acostumbrada a trabajar de esa manera, a hacer las cosas para que me resulten a mí.

—Con todo este trabajo, me intriga saber cuál es tu rutina de escritura…

—Yo tengo una sola cábala, que es tender la cama. Es una cábala que yo le robé a Marguerite Duras; ella dice que no se puede escribir con una cama destendida, que una cama destendida es igual a la muerte para la escritura. Así que, siempre que voy a escribir, trato de que la cama esté tendida. No soy una escritora que tenga sus rutinas o sus procesos muy estabilizados, me sale como sale. Sin embargo, yo soy muchísimo mejor escritora si estoy en la cola de un banco, estoy en un aeropuerto o voy arriba de un colectivo, de un bus, o en la casa de mis padres de visita, o cuando mi novio está dormido en la cama y yo me despierto temprano y me hago un café y me siento a escribir mientras él duerme. Es decir, a mí la intimidad no me hace sentir propicia para la literatura, al contrario, soy más una escritora de incomodidades.

—¿Consideras que la escritura es todavía un acto contestatario?

—Todo arte lo es. Lo que sucede es que también ya es imposible a quién le estamos verdaderamente contestando. Se supone que las personas que conciben el mundo como un hecho político, y que conciben la historia como un derrotero político, etcétera, no suelen tener la chispa prendida que sí tienen los artistas, que son los que van formando tendencia y cambiando el rumbo de las cosas. Entonces, muchas veces las obras de los artistas luego son utilizadas para la política, para beneficio de la política.

—Justo esto está relacionado con algo que mencionaste previamente: en esta época de cuarentena trabajaste más y es que se necesita la voz de los artistas para tratar de entender y comprender el presente…

—Y fíjate que aquí en Argentina hubo algo durante la pandemia, que fue clasificar las actividades como esenciales y no, y en el medio, las personas que hacen teatro, dan conciertos, que hacen películas, están en el limbo mismo, no saben qué va a suceder. Las librerías no saben si se van a abrir o no, el arte de la comida también ha tenido su receso, ha dejado de ser esencial. Y una sigue preguntándose finalmente qué es verdaderamente lo esencial para las personas en un momento como este, y casi todas han pasado la cuarentena escuchando música, mirando películas, leyendo nuestros libros, de manera que el arte sí es esencial, la cultura es primordial tanto como la salud. ¿Recuerdas que Lorca decía que él pediría medio pan y un libro? Sólo que a la política eso no se le ocurre, no tiene esa chispa. Supongamos que no puedan regresar como antes, pero no se les ocurre cortar una avenida, montar escenarios, poner sillas con un verdadero distanciamiento social y armar un protocolo para que las personas vayan a escuchar música, o vayan a ver una obra de teatro. Eso no se les ocurre. Es tal la falta de voluntad de la política en torno a lo que le hace bien a las personas, que, bueno, aquí estamos, esperando que cambie.

—¿Para qué sirve lo que haces?

—A mí porque me da dinero, me da satisfacciones narcisistas, me entrevistan, me hacen regalos, me cortejan hombres muy guapos, soy buscada por personas del cine y la televisión, de la cultura, entonces mi narciso está muy bien cuidado. No sé si el arte sirve, si tiene un fin útil, en todo caso es un acontecimiento como casi todos los de la vida que no tienen explicación, suceden y ya, pero a muchas personas eso las hace felices. De modo que si alegré a alguien, si conmoví a alguien, yo me doy por hecha.

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