You only live once
Adicción a ver muertos es la primera entrega de la saga “Sorel & Cía.” —de lo que será una trilogía fantástica— del escritor mexiquense Oswaldo Buendía Galicia (1983). En ella se narra —con bastante humor, por cierto— las aventuras de dos detectives sui géneris (un hombre con “problemas de edad” y un enano fantasma… sí, enano fantasma) que se dedican a resolver los casos más extraños de Ciudeath (una metrópoli de ubicación misteriosa; pero que podría ser cualquiera). Juntos se enfrentarán a una demoniaca figura… Con Adicción a ver muertos (2020), Ediciones Periféricas inaugura además su serie RedRum. En el siguiente texto, el propio Oswaldo Buendía Galicia, el autor, nos cuenta la música que está detrás de su confección; nos desvela, sí, cómo el rock influyó en la creación de esta deliciosa novela negra… (Desde luego, incluimos aquí una lista de reproducción).
Oswaldo Buendía Galicia
El grupo inglés Pulp tiene una canción sobre el azar que interviene no sólo en nuestras vidas o relaciones amorosas, sino en algunas creaciones artísticas. Hablo de “Something Change”, desde luego. Esto viene a cuento porque la frase “What do you do with the pieces of a broken heart?” de la canción “Chinese Traslation”, de M. Ward, me hizo abandonar una novela que entonces escribía y me obligó a imaginar la historia de una hada (quizá la Melusina medieval francesa) que se arranca el corazón por desamor. Y así nació Adicción a ver muertos (Ediciones Periféricas, Serie Redrum, 2020), la primera entrega de una serie de novelas negro-fantásticas que lleva por nombre Sorel & Cía. Intuí que la geografía narrativa que había esbozado en unas cuantas páginas podía expandirse, crecer y convertirse en una novela (y ahora en más). Así que repetí el experimento: extraje frases de las canciones que en ese momento componían la playlist que escuchaba para escribir (la música me resulta un excelente evocador de emociones); algunas encajaron con escenas que llevaba escritas y otras me alumbraron sobre cómo resolver situaciones que los personajes me presentaban.
Al contrario de otros textos que he escrito (tampoco soy Balzac, ¿verdad?), esta novela se desarrolló casi de forma silvestre, sin mayores planes. Fue como colocar un ladrillo sobre otro en un edificio del que desconocía su altura o cuántas piezas y baños tendría, como en aquel cuento de Richard Yates. Únicamente existía una pareja sui géneris con una actitud muy rock & roll que parecían pedirme que contara sus aventuras. Entonces cada noche me sentaba a escribir como un cronista en el backstage de un concierto de rock, en un festival donde mis personajes son cabezas de cartel.
Ahora, ¿por qué rock? ¿Por qué rock folk en Adicción a ver muertos? Quizá la calidez de la guitarra acústica, en consonancia con estupendos riffs eléctricos, hacen un clic con mi infancia: somos, creo, uno con nuestros recuerdos. Seres nostálgicos. Algo que contrasta con la actitud rock que apuntaba antes, ¿no? ¿Dónde cabe la nostalgia en el “yolo” contemporáneo? Me atrevería a decir que precisamente en querer huir de esa nostalgia: es el “rápido, rápido, que la vida está en otra parte” de Rimbaud (si se me permite ser mamador, obvio). Pareciera que también somos uno con nuestras contradicciones (tal vez el señor Ortega y Gasset no esté muy de acuerdo). Y es que el rock es parte de mi realidad y, como tal, no puede estar exenta de mi literatura. El rock está tan inmerso en el mundo de las letras que nos ha dado al nobel Zimmerman.
“Nada de lo humano me es ajeno”, apuntó el cómico latino, y el rock es una creación humana, un monstruo sonoro que nos representa, habla con nosotros, nos interroga y nos contesta al mismo tiempo. Su finalidad primigenia es la de todo arte: conmover. Conmover en el sentido etimológico. El rock se mueve con nosotros, nos mueve. Frases como “¿Qué haces con las piezas de un corazón roto?”, “Donde el clima se adapte a mi ropa”, “Todo lo demás es malgastar el aliento” no sólo tienen sentido en una historia (la mía en este caso), sino que inician un diálogo y ayudan a generar ideas. ¿Y únicamente el rock posee esta cualidad dialógica? No. Por supuesto que no. Pero volvemos al inicio: el azar quiso que mi novela la produjera el rock y no otro despreciable género. “I’m not sorry”, dice Mozz y agrega, “there’s a wild man in my head”.
Hay dos temas que hermanan mi novela con las canciones que elegí para los capítulos: la muerte y el paso del tiempo. Y es que al rock siempre se le ha asociado con una muerte joven y un cadáver bonito. La famosa canción de Neil Young “Hey, hey, my, my” parece darnos muestra de ello: “it’s better to burn out than fade away”. Si bien para Adicción… no elegí esta pieza de mi padre canadiense, sí intuí que esta visión del rock le hablaba muy de cerca, al oído, a esta época y marcaba un llamativo contraste no con los anhelos de Julián Sorel por morir, sino con su imposibilidad de conseguir la muerte. ¿Por qué entonces “Harvest Moon” y no “Hey, hey, my, my”? El surrealismo tiene la culpa: al igual que en este texto, mi novela se construyó a partir de asociaciones libres que encontraban sentido en mi memoria.
Rock → M. Ward → Piezas de un corazón roto → Hada Melusina → Francia → Stendhal → Italia → Bomarzo → Pierfrancesco Orsini → Inmortal → Borges → Sabato → Hölderlin → Alemania → Fausto → Demonios → Sobrenatural → Hombre lobo → Lobo hombre → Boris Vian → Surrealismo → Libre asociación → Boris Vian → Vernon Sullivan → Novela negra → Detectivesco → Edgar Allan Poe → Gótico…
A todas estas ocurrencias de pensamiento les acomodé una música de fondo que fuera al mismo tiempo una metáfora de los temas que me interesan: la muerte, nuestro camino irremediable hacia ella, y todo lo que realizamos para ignorar ese fatal hecho.
Pero alegrémonos: “rock and roll can never die.”
Escucha el soundtrack de la novela Adicción a ver muertos (Ediciones Periféricas, 2020) de Oswaldo Buendía Galicia: https://open.spotify.com/playlist/0gb6MASgqSd4yXMlD43PFJ