Sus teorías se enfrentaron inicialmente a una fuerte oposición, pero con el paso del tiempo recibieron respaldo experimental y fueron aceptadas como hipótesis legítimas por la comunidad científica. Autor de El origen de la vida, ya un clásico de la cultura científica, en este 2020 se cumplen 40 años del fallecimiento del bioquímico Aleksandr Ivánovich Oparin (1894- 1980). Aquí recordamos al científico ruso, pionero en el desarrollo de teorías bioquímicas sobre del origen de la vida.
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Al estudio de El origen de la vida, del eminente investigador ruso Alexandr Ivánovich Oparin (1894- 1980), uno vuelve cuantas veces sea posible a este ya clásico título de la cultura científica, de cuyo autor, refiere Horacio García Fernández en el prólogo de la edición de Océano de 2004, “poco se ha escrito”.
Podemos imaginar a Oparin “recorriendo de niño las orillas del Volga, disfrutando de la naturaleza y recreándose en la contemplación de los animales y plantas del lugar. Se sabe que en 1906, a los 12 años de edad, ya había formado su primer herbario, lo que nos habla de una temprana inclinación por el estudio de las plantas, y había conocido superficialmente las ideas evolucionistas de Darwin”.
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Eran tiempos difíciles para Nicolás II: “El año anterior [1905] Rusia había sido derrotada en su guerra contra Japón; había visto ocupada su plaza de Port Arthur por el enemigo y destruida su escuadra en la batalla naval de Tsushima. En el mismo año, días después de la rendición de Port Arthur, una manifestación de obreros fue reprimida sangrientamente en San Petersburgo, lo que no impidió que Lenin organizara el Soviet Central de Trabajadores en esa ciudad. Nicolás se vio obligado a firmar la paz con Japón en Portsmouth y a soportar que Inglaterra formara una alianza con los vencedores”.
Cuando en 1912, a los 18 años de edad, Oparin ingresa a la Universidad de Moscú para estudiar ciencias naturales, “la guerra estaba tocando las puertas de Europa, mientras del otro lado del mundo la Revolución Mexicana, la primera gran revuelta social del siglo XX, se encontraba en marcha, provocada por las mismas causas de injusta concentración de la riqueza y de los bienes culturales en unas cuantas manos”.
En 1914 “estalló la guerra de Alemania contra las potencias aliadas y Rusia formó parte de éstas. Las múltiples derrotas sufridas por el ejército ruso frente a los alemanes agravaron la situación interna, de por sí muy inestable, y, en 1917, Lenin, de regreso de Finlandia, desconoció el gobierno del zar y organizó el de los soviets. Surgía la Revolución de Octubre, mes de 1917, en que reunidos en Petrogrado (San Petersburgo) los soviets de todas las Rusias desconocieron, en asamblea presidida por Lenin, al zar y su gobierno, y todo el poder político se concentró en el Soviet de Obreros y Soldados y en el Comité Revolucionario Militar”. La industria alemana había sometido a Rusia “a un boicot en el surtido de medicinas y en esos difíciles días de octubre Oparin trabajó como químico adjunto de la empresa Soyuz Gorodov, tratando de producir medicamentos básicos. Después de varios intentos logró sintetizar la primera aspirina obtenida en Rusia, pero la tableta resultó tan grande… ¡que no se podía tragar!”
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Los científicos rusos, dice García Fernández, “habían seguido trabajando en medio de la tormenta política y social que transcurría a su alrededor. Así, desde 1917, Oparin realizó trabajos de investigación en fisiología vegetal con Timiriázev, quien había conocido personalmente a Darwin y había puesto a Oparin en contacto con las obras del investigador británico”, fallecido a los 73 años de edad en 1882.
En 1922, Oparin “sorprendió a sus colegas de la Sociedad de Botánica, incorporada a la Academia de Ciencias, con un trabajo en el que por primera vez planteaba la tesis de la evolución química de las sustancias hasta formar los seres vivos. Inspirado por los comentarios favorables de sus colegas, el investigador escribió una pequeña obra, por su extensión que no por sus efectos, que se publicó en 1923 con el título El origen de la vida, que se difundió ampliamente por el país”.
Un año después, en 1924, Rusia “se transformó oficialmente en la URSS [Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas], dotada de su propia y nueva Constitución. En ese mismo año moría Lenin, y al siguiente [1925] (exiliado Trotski, su enemigo político, en México) Stalin iniciaba su largo ejercicio del poder, primero como secretario del Partido Comunista de 1924 a 1938, y a partir de este último año hasta el momento de su muerte (1953) como “presidente” de la URSS”.
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Pues bien, el trabajo de Oparin, “opuesto al dogma religioso de la creación tal como es defendido por diferentes iglesias y algunos ignorantes jefes de gobierno —dice García Fernández—, no encontró oposición en la URSS, donde el poder de los sacerdotes ortodoxos prácticamente había desaparecido. Por el contrario, el ambiente permitió al investigador desarrollar su tesis con entera libertad”, misma que ha sido hasta hoy aceptada para entender, sin conceptos milagrosos ni mitificadores, la compleja y larga evolución de la vida.
Aunque, ya leído a la distancia, hay párrafos verdaderamente ideológicos que dentro de su serio estudio ahora descuadran de manera notable, como su énfasis en recalcar las “trascendentales aportaciones” de sus líderes políticos. Y si digo ahora descuadran es precisamente porque, en efecto, con las relecturas del libro es visible la acotación partidista de Oparin, quizás necesaria en su momento para evitar la desautorización oficialista, pero ahora por supuesto son algo así como líneas incómodas de todo el agudo engranaje científico.
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“En las obras de V. Lenin —escribió Oparin— hallamos una idea muy profunda acerca del origen evolutivo de la vida”, y ese “muy profunda” suena, evidentemente, a admiración política más que a reconocimiento teórico.
“Las ciencias naturales —decía Lenin en su libro Materialismo y empiriocriticismo— afirman positivamente que la Tierra existió en un estado tal que ni el hombre ni ningún otro ser viviente la habitaban ni podían habitarla. La materia orgánica es un fenómeno posterior, fruto de un desarrollo muy prolongado”.
No sólo eso.
Oparin también involucró al otro gran jefe comunista (que después del desmoronamiento del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, nueve años después de la muerte de Oparin, acabarían con el mito soviético, hecho que hubiese probablemente modificado el manuscrito original del propio investigador ruso de haber vivido las secuelas de la derrota socialista), señalando que, “a principios de siglo [XX], al exponer en su obra ¿Anarquismo o socialismo? los fundamentos de la teoría materialista, J. Stalin señaló concretamente que el origen de la vida había seguido un camino evolutivo” y, en seguida, transcribe un párrafo de Stalin para luego volverlo a elogiar como un adelantado de su época.
Asimismo, en su conclusión, el buen Oparin remarca de nueva cuenta, para que no haya lugar a ninguna duda, su alineamiento político: “Los adelantos de las ciencias naturales modernas, que han logrado descubrir las leyes que presidieron el origen y el desarrollo de la vida, asestan golpes cada vez más contundentes al idealismo y a la metafísica, a toda la ideología reaccionaria del imperialismo”, que es, o lo fue, y su visibilidad es demasiado fuerte como para no mirarla, un mensaje abiertamente provocador a la comunidad estadounidense científica.
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Pero el contenido de su estudio, fuera de estas cosquillosidades políticas (¡que creaban regocijos y algarabías en las huestes izquierdistas!), es transparente e implacable: todo comenzó, hace miles de millones de años, con una masa gaseosa “que se separó con rapidez del sol, debido a una catástrofe cósmica”, proporcionando el material del cual se formó nuestro planeta que, ya enfriado, permitió la condensación de vapores que conformaron “la primera envoltura de agua caliente”, que ya contenía, “en solución, sustancias orgánicas, cuyas moléculas estaban construidas por carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno”.
De ahí se originarían los coacervados “o geles coloidales semilíquidos” que, con el paso lento del tiempo, daría vida a la Tierra.