La retórica visual de Antonio Luquín
Es autodidacta. De hecho, su entrada al mundo del arte es singular: trabajaba en el archivo iconográfico mexicano del siglo XX del INBA, pero mirar constantemente las obras que pasaban por sus ojos lo motivaron a pintar. Sin paracaídas, se atrevió a dar el salto: renunció un día de abril de 1990, y en mayo de ese año ya estaba trabajando en su obra. Prácticamente tres décadas han pasado de aquella decisión vital, y aquí está Antonio Luquín —el roquero pintor, el pintor roquero—: convertido ya en uno de los más interesantes artistas visuales mexicanos de la actualidad. Es él, su obra, el invitado para las paredes virtuales de nuestra «Galería Emergente». Dice Juan Villoro: “Singular viajero del tiempo, Antonio Luquín crea con virtuosismo hiperrealista paisajes en los que aparecen zepelines, naves oxidadas, aviones de tecnologías pretéritas. Las construcciones están en ruinas y en torno a ellas crece la maleza. En esa tierra baldía ya todo sucedió. Empujados por el viento, aparecen mapamundis, modelos a escala de lo que se ha acabado. Nos encontramos más allá del apocalipsis, pero en forma perturbadora advertimos huellas del presente. El pintor imagina el futuro que seremos”. Víctor Roura se pregunta: “¿Quién, viendo sus cuadros, puede dudar acerca de su romanticismo ficticio? Cada pintura suya es, me parece, una relación de hechos: una crónica de lo que fue o de lo que está a punto de ser. Y me surgen, en alud, inquietantes preguntas: ¿cómo pinta lo que pinta?, ¿cuánto tarda en hacer cada cuadro suyo, que es una historia en sí mismo?, ¿cuántos bocetos previos hay por cada idea final?, ¿de dónde vienen las escenas, los colores, las formas?, ¿por qué justo ese matiz y no otro?, ¿cómo carajos se hace uno un buen pintor?” Lo que a continuación presentamos es una selección de una exposición más amplia que Antonio Luquín iba a presentar en la Universidad Iberoamericana, su alma mater; exposición que en este momento está en pausa debido, sí, a la inesperada pandemia.