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Kraftwerk: 50 años de revolución sonora

En el verano de 1968, Ralf Hütter y Florian Schneider coincidieron en una clase de improvisación en la academia Remscheid, cerca de Düsseldorf. Teniendo visiones musicales similares comenzaron en un grupo llamado Organisation, realizando conciertos en galerías de arte, universidades y clubes. El quinteto lanzó un único álbum, Tone Float, pero se disolvió poco después. A inicios de 1970, Hütter y Schneider comenzaron un nuevo proyecto. No lo sabían aún, pero estaban a punto de alterar un pedazo de la historia de la música pop: en efecto, hace 50 años nacería Kraftwerk, un proyecto revolucionario en muchos sentidos. Justamente entre julio y septiembre de 1970, el dúo grabaría su primer álbum, llamado simplemente Kraftwerk, el cual saldría a la luz en noviembre de ese año bajo el sello de Philips Records. En este artículo, Adam Behr no sólo recuerda la figura de Florian Schneider, recientemente fallecido, también echa una mirada al grupo y su enorme influencia desde entonces en la música popular.


No existen demasiadas bandas cuya influencia haya sido tal que se pueda afirmar, de forma inequívoca, que la música habría sido diferente sin ellas. Kraftwerk, uno de cuyos fundadores fue Florian Schneider, que falleció el pasado 6 de mayo a la edad de 73 años, fue una de esas bandas. Kraftwerk dejó una marca indeleble en el sonido de la música popular al poner los instrumentos sintetizados en primera línea y hacer de las técnicas electrónicas un recurso mainstream.

Schneider se formó como flautista en el conservatorio de Düsseldorf, lo que podría parecer un trasfondo extraño para un músico cuya obra tuvo un papel tan destacado en la conformación del synth pop y de la música dance electrónica a partir de la década de los ochenta. Pero tanto él como su compañero de banda Ralf Hütter (que también fue alumno del conservatorio de Düsseldorf) personificaban un enfoque experimental con respecto a la composición; un enfoque que atravesaba diversos ámbitos musicales.

A pesar de que adoptaron este carácter vanguardista desde el principio, en sus primeros álbumes no se daban las improvisaciones posteriores en las que se mezclaban instrumentos electrónicos con otros tradicionales. Al igual que otras bandas alemanas de música electrónica entre las que cabría incluir a Can y a Neu!, ellos se encuadraban en el llamado “krautrock” (como lo apodaron los críticos ingleses) o “Kosmische Musik” (música cósmica, término usado por los músicos alemanes).

El primer gran éxito de Kraftwerk (palabra que significa central eléctrica) vino de la mano del lanzamiento en 1974 de su cuarto álbum, Autobahn. La canción homónima era una descripción musical de la modernidad que representaban los viajes largos por autopista en su Alemania natal. Rodeados por efectos de sonido de coches y cláxones, era posible encontrar en las letras ecos lejanos de las canciones de viaje de los Beach Boys o de Chuck Berry. El álbum se colocó en el top ten de éxitos en Alemania, Estados Unidos y Reino Unido. Se realizó además una versión para radio de la canción Autobahn (que en el álbum duraba 21 minutos), y que superó las expectativas al situarse en las listas de los singles más vendidos en Reino Unido, Estados Unidos, Australia y Países Bajos.

A pesar de que aún podían distinguirse algunos instrumentos acústicos, con Autobahn la composición de la banda se estabilizó en torno a Schneider, Hütter y los percusionistas Wolfgang Flür y Karl Bartos. Su sonido terminó cristalizando en algo preciso, evocador y humano, pero al mismo tiempo extraño, arrastrado por unos acordes rítmicos creados por instrumentos musicales “customizados”.

Kraftwerk en 2018. / Foto de Raph PH.

Influir a los influencers

Aunque los álbumes posteriores (entre los que estaban Radioactivity, Trans-Europe Express y The Man Machine) tuvieron una trayectoria comercial notable (aunque no arrasadora), el verdadero impacto de Kraftwerk se cifraba no tanto en destacar en las listas de los más vendidos, sino en ensanchar los horizontes de la música popular y en mostrar las nuevas posibilidades que se abrían para las generaciones de creadores vanguardistas. Los álbumes grabados por David Bowie a finales de los setenta en Berlín tenían una gran deuda con Kraftwerk, al punto de que la canción “V-2 Schneider”, del disco Heroes, supuso una alusión directa al cofundador de la banda alemana.

Los instrumentos electrónicos sintetizados no eran nuevos, pero hasta entonces se habían considerado dominio exclusivo de músicos experimentales situados en los márgenes del circuito comercial, como la banda sonora de artistas pertenecientes a las periferias más minoritarias del BBC Radiophonic Workshop, o simplemente como una novedad. Así, hasta la llegada de Kraftwerk, su presencia en la música rock se toleraba, pero casi nunca recibía elogios ni ocupaba un lugar central.

Schneider y Rütter mostraron el camino a esas variantes del pop que utilizaban la electrónica como fundamento esencial, y no sólo como un acompañamiento, y de este modo facilitaron a lo largo de la década de los ochenta la aparición de Gary Numan, Depeche Mode o The Human League.

Pero su influencia se extendió mucho más allá de su ámbito natural, las diversas formas del synth-pop. La precisión con que manejaban los cortes y la singularidad de su sonido les convirtió en fuente de inspiración perfecta para el sampleado, que estaba surgiendo con fuerza como modalidad de composición. Sus canciones “Numbers” y “Trans-Europe Express” tuvieron una influencia decisiva en el álbum Planet Rock, de Afrika Bambaataa, que está en el origen del hip-hop. En esta línea, el pionero del techno Derrick May ha sido muy contundente en relación al papel de Kraftwerk en el nacimiento de este género. Él recordaba la popularidad de la banda entre los creadores del techno en Detroit: “Hacían cosas que parecían venidas de otro planeta… Todo el mundo estaba enganchado a Kraftwerk”.

Enriquecer el vocabulario de sonidos del pop

Un factor determinante para entender su influencia, así como su propia obra, es que Kraftwerk operaba de forma tangencial con respecto al mundo del pop, como antes lo había hecho con respecto al mundo de la música clásica. Su puesta en escena robótica les permitía escabullirse del juego de la fama, y por otro lado, y conforme fueron pasando los años, el conjunto de la banda (y especialmente Schneider) se fue mostrando reticente a conceder entrevistas. El hecho de disponer de su propio estudio, el Kling Klang (que ellos llamaban su “jardín electrónico”), así como el control que ejercían sobre sus finanzas, les permitió disfrutar de autonomía estética. Como le dijeron a su biógrafo Pascal Bussy en 2004:

“Hemos invertido en nuestras máquinas y tenemos suficiente dinero para vivir, así de simple. Podemos hacer lo que queramos, somos independientes, no hacemos anuncios de refrescos. Y aunque nos pudieran tentar con ese tipo de propuestas, jamás las aceptaríamos”.

Su objetivo primero y principal era construir sonidos, para lo cual desplegaban un enfoque abierto a todo tipo de materiales y temas. “Componemos a partir de cualquier cosa”, le dijo Hütter al periodista Sylvain Gire. “Todo está permitido. No hay principio de trabajo, no hay sistema”. Su gran popularidad resultó ser un efecto colateral.

No deja de ser irónico que una banda solo puntualmente interesada por el pop acabara transformándolo por completo. Y es que, aunque la originalidad de su punto de vista aún no ha sido igualada, sus ecos resuenan a lo largo del pop, el rock y la música dance.

Lo que les hace singulares es que ellos no querían limitarse a encontrar su lugar combinando enfoques propios de distintos géneros. Querían descubrir caminos inexplorados y, de este modo, ensanchar los límites del vocabulario de sonidos de la música popular y demostrar su inagotable capacidad para incorporar nuevas ideas.

Fuente: The Conversation.

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