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“Con fortuna nunca le he pedido ayuda al gobierno: todo lo he hecho yo”

Fue compositor de música popular —es decir: de jazz y de blues—; fue, también, pianista, trompetista y —sobre todas las cosas— un extraordinario baterista. En los cincuenta, además, fue uno de los precursor del movimiento jazzístico en México. El pasado 9 de septiembre, don Tino Contreras partió rumbo a tierras sincopadas. Nacido el 3 de abril de 1924 y bautizado con el nombre de Fortino Contreras González, el músico mexicano deja como herencia más de 50 álbumes como compositor y otro tanto como acompañante en diversos ensambles; varios de estos discos, por cierto, grabados en España, Alemania, Inglaterra, Argentina, Estados Unidos, Francia y México a lo largo de su extensa carrera musical. Aquí lo recordamos…


Casi un siglo de vida

Las leyendas del jazz mexicano se cuentan, acaso por no tratarse de una música originaria del país, con los dedos de las manos, sobre todo si estamos hablando de los precursores de esta corriente sincopada, tales como Chilo Morán (1930-1999), Juan José Calatayud (1939-2003), Víctor Ruiz Pazos (1930-2020), Eugenio Toussaint (1954-2011) o el baterista chihuahuense Tino Contreras, fallecido a sus 97 años de edad el pasado 9 de septiembre, una institución en el país de este género musical.

Los jazzistas, “carentes de cultura”

Una de dos. O largarse del país o ser un solitario en el camino. Así decía Tino Contreras. Porque los músicos no son valorados. Y mucho menos en el jazz, subrayaba. Por muchos motivos. Incluso, uno de ellos podría ser la desunión entre los mismos instrumentistas.

Sucede que cada jazzista se considera un genio, aclaraba Tino Contreras.

—Y eso le da derecho a disentir de los demás y a negarlos.

Los músicos vistos como islas.

—Andan muy carentes de cultura. Escasamente uno terminó la primaria.

Así, ¿qué puede hacer un pobre músico de jazz para la cultura artística si con trabajos tiene que pagar casa y comida?, se interrogaba Tino. Y se contestaba que no había de otra. O largarse del país o ser un solitario en el camino.

—Como yo —acotaba—. A mí me han dejado el paquete del jazz en México por más de medio siglo…

“He vivido en Grecia, en Turquía, en Italia, en Suecia, en Alemania… y en esos lugares sí me han escuchado”

Con frecuencia, Tino Contreras tenía que desaparecer del medio.

—Es lamentable, pero lo tengo que hacer. Porque mis deudas me exceden: no tengo ni para pagar rentas. Y no puedo tocar en ninguna parte. Las puertas están cerradas. Soy perseguido como un delincuente. No he tenido oportunidades. Por eso me tengo que ir. Como me he ido varias veces. A otros países. He vivido en Grecia, en Turquía, en Italia, en Suecia, en Alemania. Y en esos lugares sí me han escuchado.

Apenas hacia finales de la década de los ochenta Tino Contreras contaba con un promedio de medio centenar de álbumes no como protagonista central sino en diversas participaciones grabados en diferentes partes del mundo.

—En México no ha sido difundido ninguno —decía, con pesadumbre.

Y se alteraba al hablar. Decía que el Estado mexicano no creía en el jazz porque “es una música de importación”.

—Por eso los artistas que representan a nuestro país son casi siempre mariachis. Pero es grave ese error.

Y ponía un ejemplo:

—Después de Estados Unidos, Japón es ahora el que tiene el poderío en el jazz. Y si mi memoria no me falla, Japón recibió dos bombas de aquella nación. Como para hacer olvidar a cualquiera los rasgos culturales que provengan de Estados Unidos. Pero no. No se puede. Porque el jazz es universal. Entonces, si yo soy mexicano, ¿no puedo interpretar, crear, tocar esta música porque tiene su origen en otro país? No puede ser. Estamos mal.

Y se alteraba más al hablar:

—Con fortuna nunca le he pedido ayuda al gobierno: todo lo he hecho yo.

“Es patético mi caso con Calatayud”

Reiteraba que en el extranjero le iba bien:

—En París viví dos años. Jazzeando. Pero hay una cosa rara en mí. Tengo que volver a mi país. Nos domina el folclor. Y aunque aquí me vaya mal, pienso que mi lugar está aquí. Por eso insisto en mi jazz. Como nadie ofrece conciertos, tengo que ser mi propio empresario.

Y los galardones le llegaban del extranjero, nunca de su país, como el Premio Jorge Parsons de Argentina en 1983, por ejemplo, por ser considerado el mejor jazzista de Latinoamérica.

—Hablemos de su generación.

—Juan José Calatayud ha sido cero —decía—. Nos vemos como rivales. No como compañeros de la misma brecha. Es patético mi caso con Calatayud. Sé que es un músico tremendo, pero no nos entendemos. Lo he invitado a participar conmigo. Sin embargo, no se ha podido hacer nada. Quién sabe por qué. En cambio, con Chilo Morán es otro asunto. Nos entendemos muy bien. Nos vemos poco. Por los diferentes compromisos. Y ve, ve cómo acaban nuestros jazzistas. Mario Patrón terminó acompañando a María Victoria. El Popo Sánchez hace arreglos para música comercial.

Confiaba, eso sí, en los músicos jóvenes:

—Ellos pueden aclarar el futuro. Cuando menos, no se han enfrentado a tantos problemas, como nosotros.

Comentaba que eran los jóvenes precisamente los que más lo entendían. Y que era Héctor Quintanar el único músico que lo había alentado. Ninguno de los jazzistas.

—Ha sido Quintanar, quien fue a verme tocar al club y quedó sorprendido.

Decía Quintanar que Tino Contreras era el único, en este momento (cuando lo escuchó en la década de los ochenta), que estaba creando cosas interesantes. Se preguntaba entonces Tino:

—¿Será porque Quintanar no está en el comercio del jazz?

Y en seguida se decía a sí mismo que no hay nada nuevo en el jazz, si a este ritmo musical lo entendemos tal cual es. Es decir, “tener un tema e improvisar sobre él”. Así se hace el jazz, indicaba Tino Contreras:

—Tampoco podemos quedarnos en el pasado. No puedo tocar jazz de ayer si vivo con los años. Es posible que lo que surja sean corrientes nuevas, pero nunca un nuevo jazz, pues no he escuchado técnicas nuevas. Sí he oído cosas diferentes. Como la incursión de una batería tipo rock en el jazz. O todo más eléctrico. Pero no hay técnicas nuevas.

Solitario en el camino

—El jazz es, digamos, otra, muy otra cosa —decía Tino Contreras—. Yo puedo tocar una de mis composiciones, pero si la toco diez veces las diez veces me van a salir diferentes. Tengo el tema, pero improviso en él.

Y declaraba que esa connotación jazzística era, es, “completamente natural”. Porque no hay orientación, sino desinformación. No hay jazz en la radio. Ni se habla de él en los periódicos.

—Es normal nuestra situación.

Su libro Mi vida en el jazz, publicado en los ochenta por la Universidad de Ciudad Juárez, en Chihuahua, lugar de nacimiento de Tino Contreras, la misma Universidad que grabara un álbum con composiciones suyas. Escribir el libro le llevó dos meses y medio:

—Son vivencias de mis primeros 25 años como músico —aclaraba, aduciendo que le había pedido a Carlos Monsiváis su ayuda—… pero Monsiváis siempre estaba ocuparlo, así que me dijo que quién mejor que yo para escribirlo. Y así fue. Yo lo hice.

Los problemas jamás faltaban, como las cancelaciones inesperadas de conciertos por falta de espectadores, por ejemplo, cosa que se lo tomaba con auténtica tolerancia:

—En eso está uno. Hay que seguirle —se animaba.

Y sus palabras eran cruciales:

—Una de dos. O largarse del país o ser un solitario en el camino…

—Pero„ ¿de veras se puede estar solo en el camino, no hay nadie más?

—Yo así lo siento. Así me siento. No puedo decir otra cosa.

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