Marzo, 2022
Analizar el neoimperialismo estadounidense y la expansión de la OTAN ya no es suficiente. No se puede describir exhaustivamente el mundo sólo a partir de las acciones de Estados Unidos. Las cosas han adquirido una dinámica propia, señalan aquí, respectivamente, el investigador Volodymyr Artiukh y el historiador Taras Bilous.
Un mail a la izquierda occidental
Volodymyr Artiukh
Aquí, en el mundo postsoviético, hemos aprendido mucho de ustedes. Después de que nuestra propia tradición marxista sufriera la esclerotización, la degradación y la marginación, leímos los comentarios a El Capital en inglés. Tras el colapso de la Unión Soviética, nos basamos en su análisis de la hegemonía estadounidense, el giro neoliberal en las formas de acumulación de capital y el neoimperialismo occidental. También nos han animado los movimientos sociales occidentales, desde el altermundismo hasta las protestas contra la guerra, desde Occupy hasta Black Lives Matter (BLM).
Igualmente, apreciamos la forma en que han tratado de teorizar nuestro rincón del mundo. Han señalado correctamente que Estados Unidos ayudó a socavar las opciones más democráticas y económicamente progresistas en la transformación postsoviética de Rusia y otros lugares. Tienen razón en que USA y Europa han fracasado en la creación de un entorno de seguridad que incluya a Rusia y a otros países postsoviéticos. Nuestros países llevan mucho tiempo teniendo que adaptarse, hacer concesiones, aceptar condiciones humillantes.
Sin embargo, la hegemonía estadounidense ha alcanzado sus límites. Estados Unidos ha perdido su capacidad de representar sus intereses como intereses comunes para Rusia y China, no puede imponerlos con el poder militar y su influencia económica se está reduciendo. Rusia ya no reacciona, ni se adapta, ni hace concesiones, sino que ha recuperado la capacidad de acción y es capaz de moldear el mundo a su alrededor. El conjunto de herramientas de Rusia es diferente, no es hegemónico, se basa en la fuerza bruta más que en el poder blando y la economía. Sin embargo, la fuerza bruta es una herramienta poderosa, como todos nosotros hemos aprendido a través del comportamiento de Estados Unidos en América Latina, Irak, Afganistán y en todo el mundo.
Rusia es un agente autónomo, sus acciones están determinadas por sus propias dinámicas internas, y las consecuencias de sus acciones son vastas y dramáticas. Rusia moldea el mundo que la rodea del mismo modo que lo ha hecho Estados Unidos, si bien lo hace con otros medios. La sensación de irrealidad, de que “esto no podría haber ocurrido”, proviene del hecho de que las élites beligerantes rusas son capaces de imponer sus delirios, de transformarlos en hechos sobre el terreno, de hacer que los demás los acepten a pesar de su voluntad. Ya no está sometida ni por Estados Unidos ni por Europa.
Veo cómo la izquierda occidental hace lo que mejor ha hecho: analizar el neoimperialismo estadounidense, la expansión de la OTAN. Ya no es suficiente. No explica el mundo como es en realidad. No se puede describir exhaustivamente el mundo sólo a partir de las acciones de Estados Unidos para moldearlo, o de las reacciones que esto provoca. Las cosas han adquirido una dinámica propia. Estados Unidos y Europa actúan de manera reactiva en muchos ámbitos.
Por eso me llama la atención que, al hablar de los procesos dramáticos en nuestro rincón del mundo, los reducen a la reacción de sus propios gobiernos y de las élites empresariales. Lo hemos aprendido todo sobre Estados Unidos y la OTAN, pero este conocimiento ya no es útil. Es cierto: puede que Estados Unidos haya delineado este juego de mesa, pero ahora otros jugadores mueven las fichas y añaden sus propias reglas. Las explicaciones centradas en Estados Unidos están hoy anticuadas. He leído todo lo que se ha escrito y dicho en la izquierda sobre la escalada del conflicto del año pasado entre USA, Rusia y Ucrania. Ha sido terriblemente desacertado. Mucho peor que muchas explicaciones mainstream. Su poder de predicción fue nulo.
No quiero acusar a la izquierda occidental de etnocentrismo. Pero sí presenta una perspectiva limitada. Sólo pido ayuda para comprender la situación en términos teóricos, incorporando al mismo tiempo ideas de nuestro rincón del mundo. Explicar todo por Estados Unidos no nos ayuda en absoluto. También necesitamos un esfuerzo para salir de las ruinas del marxismo oriental y de nuestra colonización por el marxismo occidental. Cometemos errores en este camino, y nos acusan de nacionalismo, idealismo, provincianismo. Aprendan de estos errores: ahora también ustedes son mucho más provincianos. [Fuente: Ctxt.]
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Una carta desde Kiev a la izquierda occidental
Taras Bilous
Escribo estas líneas desde Kiev, mientras la ciudad está siendo atacada por la artillería. Hasta el último minuto, esperaba que las tropas rusas no lanzarían una invasión a gran escala. Ahora sólo puedo agradecer a los que pasaron la información a la inteligencia estadounidense.
Ayer me pasé medio día preguntándome si debía unirme a una unidad de defensa territorial. La noche siguiente, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky firmó una orden de movilización general y las tropas rusas avanzaron y se prepararon para rodear Kiev, lo que hizo decidirme.
Pero antes de ocupar mi puesto, me gustaría comunicar a la izquierda occidental lo que pienso sobre su reacción frente a la agresión de Rusia contra Ucrania.
En primer lugar, agradezco a aquellos de la izquierda que están organizando concentraciones ante las embajadas rusas —incluso a los que tardaron en darse cuenta de que Rusia era el agresor en este conflicto.
Agradezco a los políticos que apoyan la idea de presionar a Rusia para que ponga fin a la invasión y retire sus tropas. Y agradezco a la delegación de diputados, sindicalistas y activistas británicos y galeses que vinieron a apoyarnos y escucharnos en los días previos a la invasión rusa. También agradezco a la Campaña de Solidaridad con Ucrania en el Reino Unido su ayuda durante muchos años.
Este artículo trata de la otra parte de la izquierda occidental. Los que imaginaron la “agresión de la OTAN en Ucrania”, y fueron incapaces de ver la agresión rusa; como, por ejemplo, la sección de Nueva Orleans de los Democratic Socialists of America (DSA), o el Comité Internacional de la DSA, que emitió una vergonzosa declaración sin decir una sola palabra crítica contra Rusia (estoy muy agradecido a Stephen R. Shalom, Dan La Botz y Thomas Harrison por su crítica a esta declaración). O los que criticaron a Ucrania por no aplicar los acuerdos de Minsk y guardaron silencio sobre la violación de estos acuerdos por parte de Rusia y las llamadas “repúblicas populares” [Donetsk y Lugansk]. O los que exageraron la influencia de la extrema derecha en Ucrania, pero no se fijaron en la extrema derecha de las “repúblicas populares” y evitaron criticar las políticas conservadoras, nacionalistas y autoritarias de Putin. Son, en parte, responsables de lo que está sucediendo.
Esto forma parte de un fenómeno más amplio en el movimiento “antiguerra” occidental, generalmente denominado “campismo” por los críticos de la izquierda. La autora y activista británico-siria Leila Al-Shami le ha dado un nombre más fuerte: “antiimperialismo idiota”. Lean su maravilloso ensayo de 2018 si aún no lo han hecho. Sólo repetiré aquí la tesis principal: la actividad de gran parte de la izquierda “antiguerra” occidental sobre la guerra de Siria no tuvo nada que ver con detener la guerra. Sólo se opuso a la injerencia occidental, ignorando, si no apoyando la participación rusa e iraní, por no hablar de su actitud hacia el régimen de Assad “legítimamente elegido” en Siria.
Algunas organizaciones antiguerra han justificado su silencio sobre las intervenciones rusas e iraníes argumentando que “el principal enemigo está en casa”, escribe Al-Shami. “Esto les absuelve de realizar cualquier análisis serio del poder para determinar quiénes son realmente los principales actores de la guerra”.
Por desgracia, hemos visto repetir el mismo cliché ideológico sobre Ucrania. Incluso después de que Rusia reconociera la independencia de las “repúblicas populares” hace algunos días, Branko Marcetic, editor de la revista estadounidense de izquierdas Jacobin, escribió un artículo dedicado casi por completo a criticar a Estados Unidos. En cuanto a las acciones de Putin, llegó a señalar que el líder ruso había “dado muestras de ambiciones poco benévolas”. ¿En serio?
No soy un fan de la OTAN. Sé que, tras el final de la Guerra Fría, el bloque (la OTAN) perdió su función defensiva y aplicó políticas agresivas. Sé que la expansión de la OTAN hacia el este socavó los esfuerzos para lograr el desarme nuclear y formar un sistema de seguridad común. La OTAN ha intentado marginar el papel de las Naciones Unidas y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), y desacreditarlas como “organizaciones ineficaces”. Pero no podemos volver sobre el pasado. Tenemos que centrarnos en las circunstancias actuales cuando buscamos un medio para salir de esta situación.
¿Cuántas veces se ha referido la izquierda occidental a las promesas informales de Estados Unidos al expresidente ruso Mijaíl Gorbachov sobre la OTAN (“ni un centímetro al este”), y cuántas veces ha mencionado el Memorándum de Budapest de 1994 que garantiza la soberanía de Ucrania? ¿Cuántas veces ha apoyado la izquierda occidental las “legítimas preocupaciones de seguridad” de Rusia, un Estado con el segundo mayor arsenal nuclear del mundo? Y, por otro lado, ¿cuántas veces ha recordado las preocupaciones de seguridad de Ucrania, un Estado que tuvo que cambiar sus armas nucleares, bajo la presión de Estados Unidos y Rusia, por un papel (el Memorándum de Budapest) que Putin pisoteó definitivamente en 2014? ¿Se les ha ocurrido alguna vez a los críticos de izquierdas de la OTAN que Ucrania es la principal víctima de los cambios provocados por la expansión de la OTAN?
Una y otra vez, la izquierda occidental ha respondido a las críticas a Rusia mencionando la agresión de Estados Unidos contra Afganistán, Irak y otros Estados. Por supuesto, estos estados deben ser incluidos en el debate, pero ¿cómo, exactamente? El argumento de la izquierda debería ser que en 2003 otros gobiernos no presionaron lo suficiente a Estados Unidos respecto a Irak. No es que ahora haya que presionar menos a Rusia sobre Ucrania.
Un error evidente
Imaginen por un momento que, en 2003, cuando Estados Unidos se preparaba para invadir Irak, Rusia se hubiera comportado como lo ha hecho Estados Unidos en las últimas semanas: con amenazas de escalada. Ahora imaginen lo que podría haber hecho la izquierda rusa en esta situación, según el dogma “nuestro principal enemigo está en casa”. ¿Habría criticado al gobierno ruso por esta “escalada”, diciendo que “no debe reducir las contradicciones interimperialistas”? Es obvio para todos que dicho comportamiento, en este caso, habría sido un error. ¿Por qué no es evidente en el caso de la agresión a Ucrania?
En otro reciente artículo de Jacobin, Marcetic llegó a decir que Tucker Carlson, de Fox News, tenía “toda la razón” sobre la “crisis de Ucrania”. Lo que Carlson había hecho era cuestionar “el valor estratégico de Ucrania para Estados Unidos”. Incluso Tariq Ali, en la New Left Review, citó con aprobación el cálculo del almirante alemán Kay-Achim Schönbach, quien dijo que expresar “respeto” a Putin sobre Ucrania “cuesta tan poco, realmente nada” dado que Rusia podría ser un aliado útil contra China. ¿Hablan en serio? Si USA y Rusia pudieran entenderse e iniciar una nueva Guerra Fría contra China, ¿sería realmente lo que queremos?
Reformar la ONU
No soy partidario del internacionalismo liberal. Los socialistas deberían criticarlo. Pero esto no significa que debamos apoyar la división de “esferas de interés” entre los Estados imperialistas. En lugar de buscar un nuevo equilibrio entre los dos imperialismos, la izquierda debe luchar por una democratización del orden de seguridad internacional. Necesitamos una política global y un sistema global de seguridad internacional. Tenemos esto último: es la ONU. Sí, tiene muchos defectos, y a menudo es objeto de críticas justas. Pero la crítica puede servir tanto para rechazar algo como para mejorarlo. En el caso de la ONU, necesitamos a la ONU. Necesitamos una visión de izquierdas para la reforma y democratización de la ONU.
Por supuesto, esto no significa que la izquierda deba apoyar todas las decisiones de la ONU. Pero un fortalecimiento general del papel de la ONU en la resolución de conflictos armados permitiría a la izquierda minimizar la importancia de las alianzas político-militares y reducir el número de víctimas. (En un artículo anterior, escribí sobre cómo las fuerzas de paz podrían haber ayudado a resolver el conflicto del Donbas. Por desgracia, esto ya no es de actualidad hoy en día.) Después de todo, también necesitamos a la ONU para resolver la crisis climática y otros problemas globales. La reticencia de muchas fuerzas internacionales de izquierda a utilizarla es un terrible error.
Tras la invasión de Ucrania por parte de las tropas rusas, David Broder, editor de Jacobin Europe, escribió que la izquierda “no debería disculparse por oponerse a una respuesta militar de Estados Unidos”. De todos modos, esta no era la intención de Biden, como ha dicho en repetidas ocasiones. Pero gran parte de la izquierda occidental debería admitir honestamente que ha “metido la pata” en la formulación de su respuesta a la “crisis ucraniana”.
Mi punto de vista
Terminaré hablando brevemente de mi propio punto de vista y de mí. Durante los últimos ocho años, la guerra en el Donbas ha sido el principal problema que ha dividido a la izquierda ucraniana. Cada uno de nosotros ha formado su posición bajo la influencia de la experiencia personal y otros factores. Así, otro activista de la izquierda ucraniana habría escrito este artículo de forma diferente.
Nací en el Donbas, pero en el seno de una familia ucraniana y nacionalista. Mi padre se involucró con la extrema derecha en la década de 1990, al ver el declive económico de Ucrania y el enriquecimiento de los antiguos dirigentes del Partido Comunista, contra los que luchaba desde mediados de la década de 1980. Tiene, por supuesto, opiniones muy antirrusas, pero también antiamericanas. Todavía recuerdo sus palabras el 11 de septiembre de 2001. Mientras veía el derrumbe de las torres gemelas en la televisión, dijo que los responsables eran “héroes” (ya no lo cree, ahora piensa que los estadounidenses las volaron a propósito).
Cuando comenzó la guerra en el Donbas en 2014, mi padre se unió como voluntario al batallón de extrema derecha Aidar, mi madre huyó de Lugansk y mi abuelo y mi abuela se quedaron en su pueblo, que cayó bajo el control de la “República Popular de Lugansk”. Mi abuelo condenó la revolución ucraniana de Euromaidán. Apoya a Putin que, según él, ha “restaurado el orden en Rusia”. No obstante, todos intentamos seguir hablando (pero no de política) y ayudándonos mutuamente. Intento mantener la relación con ellos. Al fin y al cabo, mi abuelo y mi abuela se pasaron toda la vida trabajando en una granja colectiva. Mi padre era un trabajador de la construcción. La vida no ha sido amable con ellos.
Los acontecimientos de 2014 —la revolución seguida de la guerra— me empujaron en dirección opuesta a la de la mayoría de la gente en Ucrania. La guerra mató el nacionalismo en mí y me empujó a la izquierda. Quiero luchar por un futuro mejor para la humanidad, no para la nación. Mis padres, con su trauma postsoviético, no entienden mis opiniones socialistas. Mi padre desprecia mi “pacifismo”, y tuvimos una desagradable conversación después de que me presentara en una manifestación antifascista con un cartel que pedía la disolución del regimiento de extrema derecha Azov.
Cuando Volodymyr Zelensky se convirtió en presidente de Ucrania en la primavera de 2019, esperaba que pudiera evitarse el desastre actual. Al fin y al cabo, es difícil demonizar a un presidente rusofono que ganó con un programa de paz para el Donbas y cuyas bromas fueron populares entre ucranianos y rusos por igual. Por desgracia, me equivoqué. Aunque la victoria de Volodymyr Zelensky cambió la actitud de muchos rusos hacia Ucrania, no evitó la guerra.
En los últimos años he escrito sobre el proceso de paz y las víctimas civiles de ambos bandos de la guerra en Donbas. He tratado de promover el diálogo. Pero todo eso se ha convertido en humo. No habrá ningún compromiso. Putin puede planear lo que quiera, pero, aunque Rusia tome Kiev y establezca su gobierno de ocupación, resistiremos. La lucha durará hasta que Rusia abandone Ucrania y pague por todas las víctimas y toda la destrucción.
Así que mis últimas palabras son para el pueblo ruso: dense prisa y derroquen al régimen de Putin. En su interés y en el nuestro. [Fuente: Open Democracy.]