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La poesía imbuida de magnolios

William Faulkner, seis décadas después

Julio, 2022

Definitivamente es uno de los maestros indiscutibles no sólo de la literatura norteamericana, también universal. Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1949, William Faulkner es (sobre todo) reconocido por sus novelas experimentales, aunque también escribió relatos, ensayos, una obra de teatro, guiones cinematográficos y poesía. Autor de obras supremas como ¡Absalón, Absalón!, Una fábula o Los rateros, Faulkner es considerado uno de los principales modernistas estadounidenses de la década de 1930, en la tradición experimental de escritores europeos como James Joyce, Virginia Woolf, Marcel Proust y Franz Kafka, y conocido por su uso de técnicas literarias innovadoras. Ahora que se cumplen seis décadas de sus partida, Víctor Roura aquí lo recuerda…

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Doce años antes de su fallecimiento, ocurrido el 6 de julio de 1962, William Faulkner recibió el Nobel de Literatura, que modificó sustancialmente su vida pero, sobre todo, de quienes lo rodeaban. Porque antes de ese máximo galardón Faulkner era considerado un borracho y estafador por los habitantes del pueblo donde dejó de existir: Mississippi.

La fama, sí, hace milagros.

Porque sus vecinos, “paradójicamente —escribió Jim Dees, de la agencia Reuters, en febrero de 1997, a los 35 años de la muerte de Faulkner—, quieren erigir una estatua en honor del hombre que es no sólo el hijo más famoso del pueblo sino su principal atracción turística”. Sin embargo, no todo corría sobre rieles: “La estatua de Faulkner ha provocado controversias entre los habitantes de Oxford. Esta vez por un magnolio, el árbol emblema del estado”. El alcalde del lugar y el doctor Chester MacLarty, el médico de la familia Faulkner antes de retirarse, coordinaron la recaudación de los fondos (unos 50 mil dólares) y eligieron el sitio donde sería colocado el monumento. Fue elegido el escultor Bill Beckwhith para la realización del símbolo faulkneriano, se decidió la fecha de la develación (25 de septiembre de ese 1997, año en que se conmemoraba el centenario del nacimiento del escritor) y se limpió una zona en la plaza del pueblo donde iba a colocarse el monumento… iba, porque, “desgraciadamente —apuntó Dees—, al limpiar el lugar donde se erigirá la estatua significó cortar un magnolio, lo que levantó protestas entre los amantes de estos árboles… y, en este pequeño pueblo de Mississippi, esto puede ser un problema de importancia”.

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Más aún: la entonces única hija viva de Faulkner, Jill, informó a la Junta de Concejales que ella también se oponía al proyecto. “Estoy horrorizada por la tala del magnolio —afirmó Jill en una carta que fue leída en una reunión pública atestada por sobrinos y nietos del autor—. Quisiera que respetaran el eterno deseo de mi padre, así como el nuestro, de privacidad”.

El apego a la privacidad de William Faulkner, escribió Dees, “era legendario en Oxford. Sólo tres décadas después de su muerte, la ciudad pudo poner un letrero que le indicara a los turistas la ubicación de su mansión Rowan Oak, que ahora es un museo dirigido por la Universidad de Mississippi”.

La destrucción del magnolio generó el enojo de los habitantes no sólo porque fue cortado, subrepticiamente, al amanecer de un sábado sino porque, pese a que se trataba del árbol estatal de Mississippi, fue derribado sin ceremonia y transportado a un aserradero de la empresa Georgia Pacific. “Los amantes de la naturaleza han convertido el sitio donde el árbol fue derribado en un lugar de protesta”. Incluso, para condenar el proyecto, emplearon las propias palabras de William Faulkner, tomadas de su cuento “Otoño en el Delta”, que en un extracto dice así: “En esta tierra que el hombre ha desecado, desnutrido y deforestado durante dos generaciones… no me sorprende que los bosques arruinados que yo conocía exijan justicia. Las personas que los han destruido sufrirán su venganza”.

Ante esta temible escritura de Faulkner, el alcalde y sus concejales enmudecieron.

Algunos admiradores del escritor creyeron encontrar una solución que complacería a todo el mundo cuando propusieron que la estatua se erigiera en la mansión de Rowan Oak. Pero se toparon con un obstáculo: la hija viva de Faulkner, quien no mostró ningún interés por el proyecto. “No deseo que la estatua de mi padre sea colocada en la plaza o en ningún otro lugar”, sentenció Jill en su carta.

Empero, la ciudad —opinaron varios observadores degustadores de las lecturas de Faulkner— no necesita de la aprobación de la familia para seguir adelante con sus planes. Sin embargo, el concejal David Magee puso un gritillo más en el cielo:

—No queremos un monumento que quede marcado para siempre en la historia como “la estatua que la familia no quiso”.

Las discusiones prosiguieron, inútilmente.

Por un lado, los funcionarios persistían en su idea y, por otro, los que estaban en desacuerdo se plantaron en el sitio para protestar por los “autoritarismos” que “sacrifican la ecología”.

Lo cierto es que William Faulkner amaba en demasía la naturaleza, y eso consta en sus hermosos libros, incluso en un volumen poético (publicado póstumamente, mas confeccionado a mano por el propio Faulkner, quien lo tuvo para sí, como un secreto, regalo para su esposa Estelle en 1921) intitulado Visión en primavera (Trieste, España, 1987):

En algún lugar, una suave y muda brisa irá
desuniendo las manos de los álamos
y arrugando el rostro del estanque, silenciosamente,
allí donde cada bosque de avellanos se levanta
revestido de su cabello peinado con raya,
mitad dormido reflejado, mitad despierto,
arrojando delicadas manos blancas sobre el pecho del estanque,
soñando allí apagar la sed de los alisos detenidos en la aurora.
Es aquí donde aparecen las escondidas violetas por primera vez.

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Faulkner, en vida, ya había levantado enormes e inapreciables monumentos: sus libros.

Por ello, decía Dees, y con razón, el que esta inauguración se llevara a cabo o no “se ha convertido en un misterio tan profundo como el significado de alguna de las frases más famosas, largas y elaboradas del escritor”. Como éstas, tal vez:

El ocaso teje un tapiz sobre el bosque silencioso,
sosegadamente tranquilo,
y las hojas cubren los árboles medio vestidos de oro solemne.

¿Para levantar un monumento era necesario tirar otro?

En Londres, durante el mes de mayo de 1921, T. S. Eliot comenzó a escribir la secuencia poética que, en el sentir de la mayoría, se iba a convertir en el “clásico y controvertido poema del movimiento modernista”: The Waste Land (“Tierra Baldía”). Mientras, en Oxford, Mississippi, durante aquella misma primavera, William Faulkner “completaba una secuencia poética que, si bien nunca fue publicada —dice Judith L. Sensíbar—, actuaría como detonante de su propio desarrollo literario. Vision in Spring, trabajo fundamental en el aprendizaje de Faulkner, está formado por la copia de 82 páginas mecanografiadas en tinta roja, que había encuadernado a mano ese mismo verano. Leído en el contexto de la totalidad de su poesía, su vida, así como su primera obra y sus mejores novelas, este ciclo de catorce poemas aporta una fascinante información sobre cómo, durante este aparentemente estéril periodo, en el cual escribió poesía casi de forma exclusiva (de 1916 a 1924), el joven Faulkner se instruyó a sí mismo en la tarea de escribir”.

Vision in Spring es el sexto de los libros confeccionados a mano por Faulkner, “que sería publicado después de su muerte en 1962, y la tercera completa y más ambiciosa de sus secuencias poéticas conocidas. Fue regalado a su futura esposa Estelle Franklin en 1921 y a ella perteneció hasta su muerte, en 1972”. El original, entonces, supuestamente se perdió. Pero fue hallado al mediar los ochenta del siglo pasado (“entre ciertos papeles sin clasificar”), y dado a conocer en el nonagésimo natalicio del escritor.

Sensíbar comenta: “Entre la edad de los dieciséis y los veintisiete años, Faulkner compuso y revisó cientos de poemas. (Si bien) sus poemas individuales parecen bastante alejados de sus novelas, incluso de la primera [Soldiers Pay], el desarrollo de Faulkner como novelista fue bastante insólito: su evolución como escritor no parte del cuento hacia la novela, como sucede en la mayoría de los novelistas, sino de pequeños poemas hacia secuencias poéticas (novelas poéticas según el modelo de Conrad Aiken y otros primeros modernistas) y de éstas hacia la novela”. Sin embargo, “Vision es un imperfecto pero fascinante trabajo pues determina un momento decisivo en la larga autoeducación de Faulkner —dice Sensíbar en el prólogo del libro editado en castellano—. Mientras escribió Vision in Spring y quizá, incluso más, mientras lo revisó (durante los aparentemente estériles años de 1922 y 1923) para componer Orpheus, aprendió finalmente a separarse a sí mismo de su sueño y, de esta forma, encontrar su verdadera voz”.

William Faulkner. / Foto: Carl Van Vechten (Wikimedia Commons).

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En sus poemas, Faulkner se puso la máscara de Pierrot para representarse en diferentes estados anímicos. Para Pierrot, ser un poeta era un ideal imposible. Porque, en caso de alcanzarlo, este ideal confería la divinidad:

Ellos lamentan no el ser mudos, pues no se convertirían en dioses.

“Faulkner reitera este ideal a través de su aprendizaje poético —indica Sensíbar—, y no comienza a rechazarlo hasta escribir Vision in Spring, el ciclo que señala y describe su transformación de poeta mediocre y soñador en un novelista potencialmente brillante”. Faulkner escogió a Pierrot, “paradigma del poeta aislado simbolista, en parte porque se hallaba en un estado de dispersión. Junto a Aiken, Eliot y Wallace Stevens, otros muchos poetas escribían poemas utilizando la figura de Pierrot [‘personaje bufopatético de la pantomima italiana y francesa —se lee en el diccionario—; se le representa como hombre alto, flaco, con la cara enharinada, vestido con traje blanco, amplio, con grandes botones, y con gorro de punto, negro’]. Esta elección se debe también al hecho de que Faulkner intentaba llegar a una personificación capaz de englobar diversas fuentes y problemas. Finalmente, escogió a Pierrot por razones personales. La paralizante dualidad de visión de Pierrot, su duplicidad, eran aspectos que Faulkner reconocía en sí mismo. De esta forma, Pierrot se convierte en un perfecto emblema de su tensión personal”.

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Visión en primavera (con versiones al español de Menchu Gutiérrez) es un libro de difícil lectura. “En parte porque lo que Arthur F. Kinney y otros han llamado la ‘cualidad reconstructiva’ del estilo de Faulkner todavía no llega a ser plenamente el de una novela; resulta difícil de seguir pues la depresión de su protagonista, Pierrot, produce muy a menudo una sensación de profundo cansancio”. Los temas de su poemario —el sexo, el amor, el poder, la impotencia, la muerte y los magnetismos de la imaginación— son universales. “Aunque Faulkner a menudo se refiere a sí mismo como un poeta fracasado, la poesía ocupó un lugar esencial en sus relaciones amorosas [no en balde regaló gran parte de su poesía a las mujeres]. Considerando que éste era el medio en el que se comunicaba de forma menos efectiva, resulta paradójico que lo utilizara como lenguaje más íntimo. Pero quizá sea esto, precisamente, lo más importante. Para Faulkner, el amor siempre fue ‘opaco’, símbolo de fracaso o anuncio de fracaso”:

Retrato

Pon tu mano entre los dos, eleva tu rostro débilmente
y descorre las opacas cortinas de tus ojos.
Caminemos aquí, blandamente confrontados por la sombra
y charlemos de minuciosas trivialidades.

Hablemos al azar, con ligereza: la película de esta noche…
repitamos palabra por palabra una conversación rota
sobre amigos y felicidad.

La oscuridad vacila mientras nos llega una música que,
de una sangre a otra sangre,
entre las palmas de la mano, una vez escuchamos.

Ven, eleva tu rostro, el diminuto fragmento de tu boca
tan movible y ligero sobre tu pálida y blanca cara;
altivamente, habla de la vida, profunda de juventud, también sencilla;
joven, blanca y extraña, bajas junto a mí esta calle ensombrecida,
tu pequeño pecho reposa dulcemente en mi mano
y tu risa rompe el ritmo de nuestros pasos.

Eres tan joven…
y, en verdad, crees que este mundo,
esta calle oscurecida, este ensombrecido muro,
brillan con la belleza que, apasionadamente,
sabes no se habrá de marchitar, enfriar, no morirá nunca.

Lleva entonces tu mano hacia tu rostro apenas entrevisto
y descorre las opacas cortinas de tus ojos;
habla profundamente de la vida, de verdades sencillas,
con una voz clara de abierta sorpresa.

En Luz de agosto, novela publicada hace 90 años —en 1932—, Faulkner dice que tal vez hubo una buena razón para encerrar el amor en los libros ya que él mismo, quizá, no habría podido vivir en ningún otro lugar.

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