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Javier Molina (1942-2021)

El querido y apreciado Javier Molina falleció, a los 78 años de edad, la madrugada del pasado 28 de marzo en su vivienda de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, lugar donde había nacido el 8 de noviembre de 1942. Molina cursó la carrera de  sociología en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue promotor cultural del Colegio de Ciencias y Humanidades de esa institución y redactor de la Gaceta Universitaria, publicada por la Dirección General de Difusión Cultural. Sus primeros escritos fueron publicados en Punto de Partida de la UNAM, en los suplementos “La Cultura en México” y El gallo Ilustrado. En 1974 publicó su primer libro de poemas Bajo la lluvia; cuatro años después, Para hacer plática; y en 1984 Muestrario. Javier también coordinó diversos talleres literarios. En octubre de 2011 el gobierno de San Cristóbal de las Casas y el Consejo Estatal de la Cultura y las Artes lo homenajearon en el marco del Décimo Encuentro de Escritores Sancristobalenses. Molina dijo aquella ocasión que esa distinción abría la posibilidad de que los lectores conocieran más su trabajo literario, y ponderó que el reconocimiento proviniera de su tierra. Su amigo Víctor Roura lo recuerda ahora que ha partido de este mundo… 


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Siempre he pensado que un buen compositor puede ser un mesurado poeta. Pero a la vez he considerado, también, que ser poeta implica necesariamente ser un discreto compositor. Porque ambos se entienden con el canto de las palabras, con los cantos íntimos, con las palabras rítmicamente organizadas.

Un poema es un pequeño universo en sí, asienta William Carlos Williams. La verdadera importancia de los textos radica en su independencia. Otra vez en palabras de William Carlos Williams: “Cualquier poema que tenga valor expresa la vida entera del poeta. Da una visión de lo que el poeta es”.

Y en Muestrario (Colección “Ceiba” de las ediciones del Gobierno de Chiapas, 1985), Javier Molina (San Cristóbal de las Casas, 8 de noviembre de 1942), pese a la brevedad de sus escritos, se nos aparece tal como es. Autenticidad ineludible. Los poemas de Javier Molina quizá hablan más que su callada presencia.

(No en balde Jorge Luis Borges, cuando Javier Molina lo entrevistó en la década de los setenta, había quedado encantado de conocer a tan singular poeta mexicano, quien le recitara de memoria cualquier verso que el escritor argentino le sugiriera, porque Javier —y aún no sé qué prodigios rondaba en su cabeza para memorizar una cantidad desmesurada de poemas consigo— era capaz de recitar cientos de versos aun finalizada, él solito, una botella de tequila: los versos jamás lo abandonaban.)

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Es importante observar que Javier Molina no sólo era un hacedor de versos tan claros como el agua, como ha dicho David Huerta del trabajo escritural de Javier Molina, sino que también sus poemas nos remiten subrepticiamente a su mundo musical. En Muestrario hallamos un apreciado cancionero. Con Javier Molina se nos aparecen imágenes vislumbradas en otro contexto: en el ámbito de varios letristas roqueros. No son sólo bellas semejanzas poéticas, sino identificaciones ideológicas.

Leamos a Jim Morrison:

Nademos hasta la luna.
Subamos entre la marea.
Abandonemos los mundos
que esperan erosionando el nuestro
No hay nada abierto ni tiempo para decidir.
Hemos avanzado dentro de un río
sobre nuestro camino de luz de luna.

Ahora, un texto de Javier Molina:

La lluvia está suspendida en el cielo
hoy ha llovido toda la tarde
percibo la luz de la noche en la luna
cuando la luz de la luna en el campo
ilumina la montaña donde los amigos
encienden fogatas callados para siempre.

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Javier Molina tenía en Neil Young a un amigo cálido. Y al revés.

Sus decires, sus proposiciones, sus sentires son similares. Javier Molina resume en su poema intitulado “Rock” mucho de su pesadumbre cotidiana, citadina, urbana (él, un chiapaneco ubicado en la añoranza por la vida reposada de la provincia del sur):

Y sigue el drama, va corriendo, transcurriendo. Ahora eres un combatiente. El adversario los errores gruesos, inconscientes y deliberados. Luego llegan algunos amigos que hablan fuerte y viven al día como en la eternidad mexicana de Bach en la vieja iglesia musgosa en una tarde fría y afuera los álamos. El recuerdo del sabor, la nostalgia de la tierna caminata por los montes del Santuario. El tercer momento es distinto y resume la historia: el drama corre hacia lagos, montañas, en la canción pueden oírse los pasos del músico por las calles del mundo.

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Preciosa idea la de los pasos por las calles del mundo reflejados en la canción. Pero sólo los que de verdad andan por estas calles nuestras son los que nos pueden contar cosas. Los demás se entretienen en frivolidades y superficialidades.

(A finales de los ochenta salió a la luz mi libro Apuntes de rock / Por las calles del mundo, título que rendía a la vez un breve homenaje a mi amigo Javier Molina luego de lo cual nos encaminamos a brindar, él y yo, por la salida del libro y por su poesía. Porque Javier, antes de retornar a su Chiapas, vivió varios años en la Ciudad de México como reportero cultural, conociéndonos en el periódico unomásuno hacia finales de los setenta.)

Neil Young dice:

Mira el borracho de la aldea
cayendo por las calles.
No puede distinguirse los tobillos del resto de los pies.

Javier Molina dice:

Hoy he visto y la cantina
ha derramado la oscuridad que habito la soledad que vivo
y el vaso en donde bebo
Hoy he visto lo de todos los días con una claridad solar
y estoy triste y me emborracho
Pero no es nada…

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Las cosas son las mismas. Asombrosas coincidencias de quienes, por medio de sus poemas y sus canciones, van dejando las huellas de sus pasos por las calles de este mundo. Huellas visibles, aun a pesar de sus hondas soledades.

Vuelvo a la claridad del poeta. Y a la admirable fluidez del compositor. Dice Javier Molina:

Un hombre camina hacia la luna,
busca una forma tradicional para decirlo pero tiene pocos años y carece de pareja. Escribe un corrido para contar la historia,
un bolero para las noches azules con guitarra
(desde luego que leyó a Ray Bradbury).
Después desciende lentamente hacia la mesa
y se toma el ron que lo esperaba.

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En este sentido, quizá sin saberlo el propio Javier Molina, uno de sus grupos favoritos, Procol Harum, escribe en una de sus canciones:

Ella ha confundido mis fantasmas
Y me ha trastornado
Me he acompañado entonces de la bebida
Y no me alimento más
Me compraré una isla en un lugar del sol
Me esconderé de los nativos
para vivir sólo del ron.

El poeta y periodista Javier Molina. Pedro Valtierra, autor de la imagen, apunta en su cuenta de Facebook: “En esta foto estábamos en una cantina en Zacatecas y escuchábamos al grupo de música norteña Los Rurales de Zacatecas”.

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De nuevo, asombrosas coincidencias la de los roqueros (Morrison, Pete Sinfield, Bob Dylan, John Lennon, Neil Young, Supertramp, Rockdrigo González) con Javier Molina, roquero también pero sin hacer uso de la instrumentación electrónica.

Javier Molina creció con el rock. Y con el 68. Sabía muy bien todo esto. Y lo notable es que nos lo decía con una tranquilidad doblemente admirable. Porque Javier Molina, en el papel, sabía hacer plática. De ahí que los oficios posteriores arribaran con naturalidad: poeta y compositor sin música.

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Ahora el buen Javier Molina se ha ido de esta vida. Partió el pasado 28 de marzo, a los 78 años de edad en su Chiapas natal. Poeta modesto, y extraordinario, no perteneció jamás a ninguna cúpula cultural, de ahí su solitaria andanza por las calles de este mundo. El Fondo de Cultura se hubiera encargado, desde hace muchos años ya, de editar su obra completa, pero Javier Molina no tenía padrinos en la élite intelectual. Y vaya que se merece, por mérito propio, estar en ese prestigiado fondo editorial, sin recomendación alguna.

Pero…

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