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Centenario de Abel Quezada

Tuvo una visión acertada de lo que somos los mexicanos. Casi de manera sociológica, supo descifrar cómo actuamos y cómo repetimos patrones, con lo cual logró captar (al mismo tiempo corrosiva que brillantemente) la idiosincrasia del mexicano. En efecto: el trabajo artístico de Abel Quezada no pierde vigencia. Dibujante profesional y pintor por pasatiempo, se autoproclamó “pintor vergonzante”, aunque siempre fue, sin asumirlo, un artista visual. Óleos, murales, acuarelas, apuntes, tiras cómicas, cartones y textos dan cuenta de la versatilidad y el gran talento de don Abel, quien fue uno de los comentaristas sociales más influyentes de su tiempo, un observador profundamente lúcido y un cronista lleno de humor y sentido crítico. Reconocido por sus cartones, mezcla de historieta y caricatura política o textos ilustrados como él les llamaba, don Abel Quezada habría cumplido 100 años este 13 de diciembre de 2020. Aquí celebramos su centenario natal…


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Nacido en Monterrey el 13 de diciembre de 1920, el artista visual pero sobre todo caricaturista Abel Quezada vivió 70 años sumergido, una gran porción de su vida (medio siglo, aproximadamente), en el quehacer del cartón político.

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En los primeros meses de 1989 Abel Quezada logró una hazaña jamás realizada por un periodista mexicano: despedirse de su oficio, el de la caricatura, en un mismo día simultáneamente en casi todos los periódicos que circulaban en la Ciudad de México. Dos años después, el 28 de febrero de 1991 en su casa de Cuernavaca, moría en paz.

El hecho, sí, fue inusitado considerando las distancias, y las fobias, que se guardan entre sí los medios de comunicación en el país.

Una hazaña hasta hoy inigualada.

Abel Quezada trabajando en su despacho de la calle Morelos, ca.1962. Foto: Héctor García. Tomada del libro Códice AQ. Abel Quezada.

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Más de un lustro después de su fallecimiento la Editorial Planeta, mediante el investigador Alfonso Morales, se dio a la tarea de recopilar sus mejores cartones en varios libros.

Luego de la aparición de los dos primeros tomos a principios de 1999 (El Charro Matías / 1954-1989 y El cine (1944-1986), la colección continuó, en agosto de 1999, con un par de volúmenes: El país problema / 1952-1985 y El mexicano / 1951-1986.

Quizás en los primeros años ochenta, dice Alfonso Morales en el prólogo del libro El mexicano, “en los borradores que preparaba con motivo de una próxima conferencia, la caligrafía de Abel Quezada dejó un último testimonio de su desesperación mexicanista. Hay en esos veloces apuntes un inmejorable catálogo de sus ideas fijas, una medida de sus resentidas esperanzas con respecto a sus bochornosos connacionales”.

En seguida, Alfonso Morales transcribe dichos párrafos, que vale la pena reproducir íntegros por su carga humorística y su realismo no exento de comicidad terrenal.

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“Al mexicano y a la mexicana debe juzgárseles comenzando por ver lo que comen —escribió Abel Quezada—. Su conducta en la vida se determina por eso: del machismo, de la negligencia, de la mala condición física y de la indolencia mental mental tienen la culpa los tacos y las tortas, y los tamales y las chalupas, y las memelas, y las garnachas y las quesadillas.

“El mexicano es el único ser en el mundo que no nace para construir. Nace para acabar con lo que encuentra, inclusive consigo mismo. Pronto se da cuenta de lo incómodo de su posición en la vida y decide que lo único que le queda es sacarle una ventaja al medio en que se desenvuelve, una ventaja, claro, que lo beneficia sólo a él.

“Tiene de su patria una idea folclórica; es decir, de adorno. Se ofende si alguien se atreve a insultar a ‘su’ México, pero es incapaz de hacer algo que beneficie a ese mismo ‘su’ México. ¿Por qué hace eso el mexicano? Lo hace por su instinto natural de venganza. Venganza contra sí mismo. Deseo subconsciente de destruirse, de suicidarse, de castigarse. Y lo que hace con un teléfono lo hace con todo el país.

“Esta teoría nacionalista la usamos como bandera para envolvernos en ella y seguir firme y metódicamente con el sensual placer de destruir todo lo que nos pertenece, porque parece que el destino incambiable de México es ser destruido, devorado por sus hijos, los mexicanos.

“Hablar mal de México se ha vuelto una especie de hobby para muchos mexicanos. Yo insisto en hacerlo con la vana esperanza de que un día todos se pongan de acuerdo y digan: hombre, después de todo podríamos componernos con muy poco esfuerzo, ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué no? ¿Por qué no? Ser mexicanos no es tener una nacionalidad: es tener un vicio”.

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El autor de los anteriores dictámenes desfavorables, agrega Alfonso Morales, “entendió a la descripción costumbrista como una pedagogía ciudadana: el arma que combate a las idolatrías, los prejuicios y los falsos alimentos de un país lleno de mañas. Su crítica derivó, a veces, en caricatura de la caricatura y no pocas ocasiones sucumbió a las tentaciones de la receta y la homilía”.

Abel Quezada, y esta es una gratuita observación porque es sabida en el medio cultural, ha sido uno de los grandes caricaturistas de la prensa mexicana, acaso de la estatura de ese otro grande que es Rius, ambos periodistas que revolucionaron a su manera el oficio del cartón diario por su inclinación a la narrativa, un uso no frecuentado por los de su gremio (los otros dos grandes, Naranjo y Helioflores, no utilizan —corrijo: no utilizara Rogelio Naranjo, fallecido a los 78 años de edad en 2016, un año antes de que muriera, a los 83 años, Rius, ambos michoacanos, a los que, para fortuna de la prensa nacional, les sobrevive don Helioflores, nacido en Xalapa en 1938— tanto la prosa sino las gesticulaciones y las apariencias del dibujo para subrayar sus contenidos editoriales).

La fortaleza de Abel Quezada reside en sus textos. En este sentido su humor, digámoslo así, es más literario que visual. “En el problema de la minialimentación del mexicano —publicó AQ en Excélsior el 3 de junio de 1970—, el mal está en el principio: en todo el mundo se dice plato y en México se dice platillo; platillo es diminutivo. Por otro lado, como el mexicano es malnutrido pero muy macho, dice ‘cigarro’ en vez de cigarrillo. Se alimenta con el diminutivo ‘platillo’ lleno de diminutivos ‘romeritos’, ‘chilitos’ y ‘tamalitos’. Pero después, arrepentido de minimizarse tanto, se fuma un ‘cigarro’ porque le da vergüenza decir cigarrillo. Y hasta ahí llega su audacia porque después del ‘cigarro’ vuelve a su modestia y se toma un cafecito”.

Abel Quezada creó muchos personajes, los cuales se convirtieron memorables para sus lectores. Compartimos esta línea del tiempo con algunos de ellos. / Imagen: Museo del Noreste.

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Los diminutivos alimentan al mexicano: cuando come carne es carne de cerdo a la que llaman carnitas, “envueltas en tortillitas bien calientitas, con su salsita, su cilantrito y su cebollita, que forman los famosos taquitos, y con taquitos se envenena a los mexicanos, lo cual prueba que el mexicano tiene una gran vocación para la muerte, pero no que sea carnívoro”.

Y si estos diminutivos, aparte de no nutrir, hacen daño, ¿por qué los comen los mexicanos?, se pregunta AQ: “Lo hacen porque creen que sentirse mal después de comerlos es parte del menú. Están acostumbrados a eso; es su estado natural”. Ya lo había dicho Humboldt, recuerda Abel Quezada: “El estado natural del mexicano es la indigestión”.

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Dicen los historiadores más responsables, refiere AQ, “que al primero que le pusieron sombrero de charro los mexicanos fue a Hernán Cortés”, sólo que no hay ningún documento que lo testifique.

AQ pasa revista a los indios, a los payitos, el credencialismo, el folclor, los ralos bigotes, el dispendio. También tuvo tiempo para dedicarle dos cartones a los nacos, que son aquellos que se cambian de reloj todos los días para que haga juego con sus atuendos. “Naco es el que va a esquiar a Vail —dice AQ—. Es decir, naco es el rico, no el pobre. El pobre quisiera salir de pobre para ser muy, pero muy naco”.

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