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El gran maestro de la rumba congoleña

Febrero, 2023

Nació en 1938 y murió en 1989. De los músicos desaparecidos por el sida en el mundo, posiblemente Franco Luambo Makiadi sea uno de los más recordados, a pesar de los claroscuros de su vida y, sobre todo, a pesar de su trayectoria ignorada en los países del continente americano. En su revisión de los sonidos africanos, Constanza Ordaz se detiene en este compositor, cantante y músico sin par, uno de los maestros de la rumba congoleña.

Divo bendito

De los músicos desaparecidos por el sida en el mundo, posiblemente Franco Luambo Makiadi sea uno de los más recordados, a pesar de su trayectoria ignorada en los países del continente americano. De hecho, únicamente con la continuación de su banda O.K. Jazz, el melómano puede darse cuenta de la capacidad interpretativa de este músico sin par.

El panorama musical de África disminuiría sin hacer la rememoración de Franco, especie de divo bendito de los músicos de Zaire y lugares aledaños; su memoria persiste gracias a los nuevos interpretes de su música y a los continuadores de su banda original, según nos lo explica el libro: La música es el arma del futuro (Music Is the Weapon of the Future: Fifty Years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Books, Chicago, 2002).

De la calle a la cima

Nacido en 1938 en Zaire, Franco tuvo poca educación formal, pero desde muy joven estuvo en contacto con la vida callejera, la llamada Radio Trottoir[*] de Kinshasa, que le proporcionó el título de una canción y material para muchas más. Su madre era comerciante en el mercado y Franco empezó su carrera musical junto a ella, tocando una guitarra casera fabricada con una lata y cuerdas de cable eléctrico. A los once años, entró a formar parte, con una guitarra más convencional, de su primer grupo profesional, antes de ser uno de los fundadores de O.K. Jazz en 1956.

Al principio, O.K. Jazz tocaba la música latina que estaba de moda, pero en los años sesenta la rumba se africanizó con la incorporación de elementos folclóricos. Entonces Franco alargó sus temas, que a veces llegarían a ocupar ambas caras de un elepé, creando la fórmula clásica del soukous: una sección vocal relajada, normalmente una rumba seguida por un tema instrumental rápido, el seben, propulsado por guitarras entrelazadas. Más de ciento cincuenta discos y actuaciones por toda África, mantuvieron a Franco en la cima de la música de ese continente, hasta su muerte en 1989; de modo que fue gratuito que su grupo acabara llamándose Todopoderoso OK Jazz (Tout Puissant OK Jazz, o también conocido como T.P.O.K. Jazz).

Pero el poder de Franco no se limitó a lo puramente musical; por ejemplo, su apoyo prestado al presidente Mobutu y a su campaña de autenticidad, le valió un patrocinio estatal. Hasta la aparición del empresario Verckys Kiamuangana, como promotor de la nueva ola del clan Zaïko —es decir, integrantes del grupo Zaïko Langa Langa—, Franco había arrasado a la competencia al agenciarse a los músicos. Años después, el cantante explicaría así su conducta: “Muchos de esos grupos no eran estables, el mío sí lo era. Así pues, cuando no podían arreglar sus cuentas, elegíamos a sus mejores músicos. No podían encontrar ningún otro sitio, así que se dirigían a mí”.

Pero Franco no era precisamente ningún buen samaritano; el camerunés Manu Dibango alguna vez dijo que sus empleados le miraban con “respeto mezclado con odio”. Sus métodos autoritarios sostuvieron un imperio comercial que, en los años ochenta, incluía varias mansiones, una discoteca de tres plantas, tres formaciones de O.K. Jazz, y una fortuna personal aumentada por el tráfico de diamantes y el patrocinio del caprichoso Mobutu.

Le Grand Maître.

Los caprichos del poder

Franco recibió de manos de Mobutu el título de Le Grand Maître, normalmente reservado a jueces, intelectuales y hechiceros, pero reclamó el derecho antiguo del Griot de fustigar la corrupción. Franco exclamaría: “Puedo cantar sobre lo que la gente piensa y no se atreve a decir en voz alta”.

Según Radio Trottoir, su “Lettre à monsieur le directeur général”, en 1983, fue un ataque frontal al presidente Mobutu; si bien el cantante afirmó que su crítica estaba dirigida a “directores que no escuchan a sus empleados que dirigen a millares de personas, pero sólo confían en la opinión de una o dos”. Sin embargo, Radio Trottoir fallaba pocas veces en su juicio y sabía de qué político se mofaba, por ejemplo, en “Tailleur”, una canción que hablaba de un tejido bajo control absoluto de un solo sastre; el escándalo resultante llevó a Franco a un breve exilio en Bélgica. No obstante, las ásperas fábulas de Franco eran normalmente más directas y solían estar dirigidas a la avaricia y la grosería de sus paisanos, como en “Très impoli”, de 1984: “Visitas a la gente y te quitas la camisa/ Enseñas los sobacos sudorosos/ y levantas los brazos – qué peste/ por qué eres tan mal educado”.

Al año siguiente, Franco dedicaría dos largas canciones a “Mario”, un culebrón musical sobre un joven que se aprovecha de la vida de un político importante; en esta sátira, Franco exhorta severamente a Mario a buscarse un trabajo digno de su educación.

Pero “Mario” es una canción excepcional en la obra de Franco, donde sus reparos más duros se reservan a las mujeres: el músico refleja la inseguridad de su generación frente a las mujeres independientes de los nuevos tiempos. “¿Que por qué ataco a las mujeres?”, se pregunta ‘Le Grand Maître’, “pues porque tienen problemas y engañan a los hombres. Una mujer dirá que va a preparar la comida, pero cuando llega el hombre, aún no está hecha, porque ha estado fuera de casa. Cosas así me exaltan, por eso canto sobre ellas”.

La silueta de Franco en la música de hoy

Estas críticas al mundo femenino tampoco hicieron que disminuyera el interés de las mujeres hacia Franco, que aún más se ofrecía como consultor sentimental a muchas de ellas. En el tema “12,600 lettres”, el cantante hace público su buzón, pero sólo para permitir a sus corresponsales pintar un cuadro deprimente de recriminación mutua; por ejemplo, “Madame Dikuma, de la República del Congo, dice que no puede concebir. Su cuñada la insulta, diciéndole que lo único que sabe hacer es gandulear en coches, cargada de joyas caras”. Tales quejas llevaron a Franco a la conclusión de que “las mujeres nunca podrán construir una ciudad: siempre están peleándose entre ellas”.

En 1986, Franco dejó su machismo de lado para tratar un tema de significación universal, en “Attention na sida”; tres años después, las emisiones de Radio Trottoir anunciaron que Franco estaba infectado por el VIH, aunque el músico atribuyera su dramático adelgazamiento a una enfermedad renal.

Su fallecimiento, como su vida, quedó oscurecida por los rumores y la leyenda. A su muerte, se le comparó con Shakespeare, Balzac y Mozart, pero Franco era un fenómeno exclusivamente africano, un modelo para redefinir el papel del músico en una sociedad moderna y hacer bailar a sus miembros.

O.K. Jazz intentó seguir sin el maestro, pero como dijo el fallecido Papa Wemba: “Existe por la sencilla razón de existir, porque la gente tiene que trabajar; pero francamente falta algo”. El legado de Franco está mejor representado por artistas fuera del redil, como el cantante de origen angoleño Sam Mangwana y el guitarrista Papa Noel, cuyas últimas ofertas personificaron la dulzura de su tocayo.

Algo está claro: la relación con el poder destruye y quema. Esta es una máxima que Franco pasó por alto, extasiado por las luces de la celebridad.

Hoy, con la llegada de nuevas generaciones de músicos a los escenarios europeos o norteamericanos desde Zaire —hoy ya República Democrática del Congo—, se puede considerar que, detrás de su maestría y afán de ofrecer novedades, asoma en la oscuridad de la tramoya la silueta de Franco, como un hermano mayor que vino a predicar a sus hermanos menores con el ejemplo.

[*] “Radio de Acera”, circuito de rumores.

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