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«In memoriam»: Margit Frenk (1925-2025)

Diciembre, 2025

El pasado 21 de noviembre falleció en la Ciudad de México, donde vivió casi toda su vida, Margit Frenk, maestra absoluta de literatura del Siglo de Oro y de cultura popular. Filóloga, hispanista, folclorista y traductora mexicana de origen alemán, Margit Frenk conformó una obra descomunal que incluye más de 200 publicaciones, entre artículos, ensayos, libros, reseñas y traducciones, que la convierten en la máxima conocedora de la lírica popular hispánica. Como señala Miguel Martínez en este texto: pocas obras de investigación humanística tienen la trascendencia de su legado. Y es que, a lo largo de los años, la mexicana desplegó toda la potencia de la buena filología para recuperar lo que cantaba el pueblo entre los siglos XV y XVII, desde rondas de amor a cantares de faena.

El pasado 21 de noviembre falleció en la Ciudad de México, donde vivió casi toda su vida, Margit Frenk, maestra absoluta de literatura del Siglo de Oro y de cultura popular. Tenía cien años y dedicó buena parte de ellos al estudio riguroso y apasionado del pasado cultural de España.

Pocas obras de investigación humanística tienen la trascendencia de su legado, que encauzó la riada del canto popular a lo largo de los siglos para hacerla comprensible.

Margit —como solían referirse a ella— había nacido en la ciudad alemana de Hamburgo en 1925, pero llegó a México con apenas cinco años: sus padres, judíos, abandonaron una Alemania cada vez más irrespirable pocos años antes del triunfo definitivo del nazismo. Pero la historia es terca y, tras haber iniciado sus estudios en el Colegio Alemán de México, tuvo que salir cuando las paredes de la escuela, en un país que había declarado la guerra al Eje, se cubrieron de esvásticas.

Su vida en la diáspora judía alemana estuvo también atravesada por las trayectorias previsibles de la Guerra Civil y el exilio español. Como contó una vez en una entrevista para la Revista de Literaturas Populares que ella misma fundó, algunas de las primeras canciones populares españolas que aprendió de niña, y a cuyo estudio dedicaría toda una vida, las oyó de boca de brigadistas alemanes que habían luchado por la República y que se exiliaron en México, como su familia. Después estudió Letras Españolas en la UNAM y a finales de los años cuarenta hizo una estancia en Berkeley donde las clases del exiliado español José Fernández-Montesinos orientarían toda su trayectoria intelectual. A su regreso, se dedicaría a la investigación en el Colegio de México, donde tomó clases con los también exiliados españoles Jorge Guillén y Agustín Millares Carlo, y en la UNAM, institución a la que permaneció ligada el resto de su vida.

A lo largo de los años, Margit Frenk desplegó toda la potencia de la buena filología para recuperar lo que cantaba el pueblo en los siglos XV-XVII, desde rondas de amor a cantares de faena. Con muy escasos medios (básicamente una beca para ir a Europa en 1950) y un tesón extraordinario, Margit peinó cientos de cancioneros, refraneros y todo tipo de fuentes documentales para reconstruir un enorme repertorio de poemas. Miles de canciones populares que de repente emergían con la plenitud de toda una tradición lírica, enormemente rica y coherente, a pesar de la naturaleza siempre conflictiva y contradictoria de la cultura popular. El riguroso trabajo positivo es imponente, modélico. Pero lo que más importa es la pregunta de investigación: ¿qué poesía hacía y cantaba la gente común? ¿Qué vivencias colectivas y mundos imaginativos registraba esta literatura en cierto modo subterránea y efímera que sobrevivió apenas gracias a la captura textual de cierta moda populista en el Renacimiento? Margit visibilizó y ordenó toda una sensibilidad poética, al tiempo que mostró, por un lado, su centralidad en el mundo moral de las clases populares y, por otro, su capacidad para permear todo tipo de prácticas estéticas, desde el teatro comercial o la poesía culta hasta la polifonía renacentista.

Una primera antología, de gran circulación y que se sigue editando hasta hoy, apareció en 1966: Lírica española de tipo popular. Pero el esfuerzo investigador cuajaría en su magno Corpus de la antigua lírica popular hispánica (1987), fruto de 35 años de trabajo, actualizado después en el Nuevo corpus (2003), que incluía un total de cerca de 4000 textos documentados en su dinámica y vivaz variabilidad.

Un impulso similar había gobernado otra obra fundamental, Las jarchas mozárabes y los comienzos de la lírica románica (1975). Margit no descubrió las “jarchas”—cancioncillas en árabe vernáculo y romance andalusí insertas en poemas escritos en árabe culto o en hebreo de los siglos XI y XII— pero fue de las primeras en escribir sobre ellas. El tremendo hallazgo de Samuel Miklos Stern en 1949 había revolucionado el estudio de la lírica medieval y había dado en parte la razón a los viejos románticos, admiradores de la Naturpoesie y defensores de las raíces populares de la tradición lírica vernácula.

Margit, en coherencia con su trayectoria, afirmó la importancia de aquellos textos mínimos en los que mujeres jóvenes hablaban con sus madres sobre sus anhelos y sus miedos: los primeros poemas líricos románicos no serían los de los trovadores en sus cortes aristocráticas, sino las canciones populares de mujeres amantes. Pero al mismo tiempo, Margit también liberaba a estos breves poemas de la prisión de los orígenes, pues no había relación lineal, genealógica entre estas prácticas poéticas y las de la poesía provenzal. De hecho, la relativa autonomía ética y estética de la tradición lírica popular respecto a la poesía culta será una de las tesis de más largo alcance en el pensamiento de la filóloga mexicana.

En efecto, Margit nos enseñó que en la antigua poesía popular hispánica la heroína no es la mujer pálida “de rosa y azucena”, enamorada lacrimosa o donna angelicata, de la lírica culta, sino la mujer morena que afirma su deseo y lo consuma. De hecho, es morenica no sólo porque trabaja, sino porque la piel curtida por el viento y el sol del campo es símbolo, en esta y otras tradiciones populares mediterráneas, de madurez y sabiduría sexuales. A diferencia de la poesía de raigambre petrarquista, que inventa un impresionante vocabulario poético para la inspección introspectiva de la subjetividad, de las galerías del alma, la lírica popular es corporal, festiva, sexual, bailable. Pero la principal diferencia entre ambas tradiciones, nunca completamente estancas, es que en la poesía popular son sobre todo las mujeres quienes hablan. En trabajos como los que reunió en Poesía popular hispánica. 44 estudios (2006), Margit defendió siempre, contra escépticos, la autoría, la legitimidad y la fuerza de estas canciones de mujeres, constitutivas de una subjetividad afirmativa. En la tradición lírica que le interesaba las mujeres querían cosas, o no las querían, bebían, se reían y hacían mucho más lo que les daba la gana que en cualquier otra forma de sociabilidad, literaria o de otro tipo.

Al mismo tiempo que el trabajo de archivo y la minuciosa arqueología textual iba constituyendo el corpus de la lírica antigua, Margit dirigía un equipo de investigadores que recorrían toda la república mexicana haciendo trabajo etnográfico para recopilar los cinco tomos del Cancionero folklórico de México (1975-1985). La misma voluntad de documentación que en el Corpus y el Nuevo corpus pero con las coplas vivas, escuchadas a madres, abuelas, soneros o agrupaciones folclóricas locales. Como devolviendo parte del caudal a la tradición popular que con tanto esmero sondeó, estos miles de coplas parecen haber recibido mucha mayor atención de músicos en activo, que encuentran en ellas un repertorio inagotable de letras, que de investigadores académicos.

Siempre alegre. Margit Frenk en una imagen de este 2025. / Foto: Uriel Santiago Velasco (Wikimedia Commons)

Otra de sus grandes líneas de trabajo fue el Quijote, texto que enseñó en la UNAM hasta prácticamente los últimos días de su vida: sus clases fueron legendarias y tocaron a varias generaciones de estudiantes, muchos de los cuales repetían año tras año el curso como oyentes. Algunos de sus ensayos más importantes se compilaron en Don Quijote, ¿muere cuerdo? y otras cuestiones cervantinas (2015). En otro libro precioso, titulado Entre la voz y el silencio / La lectura en tiempos de Cervantes (2005), Margit demuestra la ubicuidad de la lectura en voz alta en el Siglo de Oro. Si a un especialista le cuestan los dramas de Calderón mientras que un trabajador analfabeto del XVII no perdía comba en un corral de comedias ruidoso es porque la literatura en voz alta había socializado determinadas destrezas. También la alta literatura escrita vivía oral y colectivamente más de un siglo después de la invención de la imprenta. En nuestro siempre cambiante ecosistema mediático, y con la amenaza que supone la inteligencia artificial para el aprendizaje humanístico y textual, obras como la de Margit nos recuerdan que el saber incorporado y compartido, integrado de forma orgánica en espacios sociales dinámicos, a menudo de forma conflictiva, resulta más útil a la colectividad y más perdurable en la memoria.

La celebración del legado de Margit Frenk y la noticia de su muerte tendrían que haber congregado tanta atención pública en España, donde su obra fue siempre leída y respetada, como lo han hecho en México estos días. Sus enseñanzas sobre la alegría poética del pueblo en medio de la miseria material o sobre el canto de las mujeres como espacio de libertad frente a la opresión cotidiana actualizan “esa implícita dependencia entre pasado literario y futuro en libertad” que según Raquel Asún marcaba la mirada de los intelectuales republicanos sobre los clásicos españoles. También nos recuerda que hay alternativas, leales con la historia de la disciplina, al giro conservador de la parte más visible del siglodeorismo académico.

Nos queda, afortunadamente, el magisterio generoso de la filóloga mexicana, que es un modelo de ética (y placer) del trabajo intelectual en la mejor tradición filológica. Nos deja igualmente decenas de discípulos de varias generaciones que, sobre todo en México y España, continúan tenaz y cariñosamente su trabajo. Y nos quedan, sobre todo, las decenas de miles de versos humildes que le arrebató al olvido y a la arrogancia de la posteridad, aquella “riada de pueblo que canta”, como dijo Pasolini en un bello poema, “aquel pasado que es nuestro privilegio”.

[Miguel Martínez: profesor de literatura y cultura españolas en la Universidad de Chicago. Es autor de Front Lines. Soldiers’ Writing in the Early Modern Hispanic World (University of Pennsylvania Press, 2016). // Texto publicado originalmente en CTXT / Revista Contexto; es reproducido bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.]

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