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Homenaje a Federico Arana

Noviembre, 2025

Los días 18, 19 y 20 de noviembre, en la Biblioteca Central de la UNAM, se llevará a cabo el encuentro “El estruendo del sonido y la furia de las letras: el rock mexicano entre libros”. Se trata, apunta a manera de presentación José Hernández Riwes Cruz —su organizador—, de “un espacio para explorar la historia del rock mexicano a través de sus protagonistas y su legado literario y cultural”. En este contexto, se rendirá “un homenaje a la invaluable trayectoria de Federico Arana como ícono del rock mexicano: su obra y su vida son una pieza fundamental para reflexionar sobre este tema, sin dejar de resaltar su significativa contribución como miembro de la comunidad académica universitaria. Su legado es la clave para entender cómo el rock ha sido, y sigue siendo, una narrativa tan poderosa como cualquier texto literario. Un autor que tendió puentes entre la música y la palabra escrita”. Además del homenaje, las restantes mesas de trabajo estarán dedicadas a la historia, los géneros y los protagonistas del rock; entre los ponentes estarán Federico Rubli, Tere Estrada, Rodrigo Farías Bárcenas, David Cortés y Julia Palacios. Víctor Roura, quien también participa en el homenaje a Federico Arana, ha escrito estas líneas…

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Nueve días previos al festejo de su cumpleaños número 83, se efectuará a partir del martes 18 de noviembre (en la Sala de Consulta de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria a las 16 horas, además del miércoles 19 y el jueves 20 en ese mismo recinto) un merecido homenaje a Federico Arana —nacido en Tizayuca, Hidalgo, en 1942— por su significativa contribución a la cultura mexicana en este caso, sólo, por su participación e intervención en el rock nacional, de ahí el título de la celebración: “El estruendo del sonido y la furia de las letras: el rock mexicano entre libros”.

Como mero anecdotario he de decir que, antes de la pandemia, en una conferencia ofrecida en la Universidad Autónoma de Hidalgo pedí a las autoridades culturales de ese estado, con Federico Arana presente, que reunieran en diversos tomos la obra completa de este escrito hidalguense, solicitud bien recibida en aquel momento —y con vítores del público ahí reunido— pero, a la fecha, demanda desoída (aniquilada, indolente, desdeñosa), pese a la grandeza literaria de su autor.

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Diecisiete años después, el libro básico del rock mexicano: Guaraches de ante azul, por fin obtuvo en 2002 su segunda edición, corregida y aumentada por su autor, Federico Arana, que esta vez, en lugar de los cuatro tomos originarios, vio concretado su agudo ensayo en un solo y corpulento volumen: quinientas cincuenta y cuatro páginas en un tamaño inusual de 28 x 21.5 centímetros, en cuyos interiores apreciamos novecientas cincuenta y dos fotografías en cuarenta y cuatro capítulos —sin contar una sucinta cronología de 1962 a 2001 y una completa filmografía roquera nacional.

En total apareció una cantidad desmesurada de cuatro mil novecientas dieciséis referencias a lo largo del libro, ya de personalidades e instituciones, grupos o solistas, publicaciones y discos, canciones y medios, mil y una atrocidades en torno a la música de rock que hoy, ya, es parte inherente del sistema económico de la sociedad mexicana.

Desde el principio, la infamia ocupó un sitio cimero en las páginas periodísticas: el 19 de febrero de 1957, en su columna intitulada “6 PM” de Últimas Noticias, un tal Federico de León escribió, como no queriendo la cosa, que “las radiodifusoras de la frontera norte de la República declararon un boicot contra Elvis Presley porque éste declaró en reciente entrevista por la TV: Prefiero besar a tres negras que a una mexicana”.

Las personas capaces de solazarse con columnas de ese tipo, dice Arana, “eran una minoría exigua y el rumor tardaba en propagarse, de suerte que, el día 21 del mismo mes, De León volvió al ataque: Una dama mexicana señaló: prefiero besar a tres perros que a un Elvis Presley”.

Al día siguiente comenzó la tormenta: Radio Éxitos retiró de su programación las canciones de Presley, todos los periodistas de espectáculos, ofendidos, tenían una opinión negativa del cantor de Tupelo, se planeó incluso un boicot en su contra. El 23 de febrero, De León continuó con sus parrafadas: “He aquí la síntesis del caso Presley: en un cabaret de Los Ángeles [sin decir cuándo, ni dónde], Elvis Presley señaló: ‘El matrimonio es un infierno’. ¿Se casaría usted con una mexicana?, le preguntaron [sin decir quiénes, ni en qué momento]. ‘Preferiría tres negras’, repuso. Tiempo después [sin precisar la fecha] se presentó el inventor del rock and roll [obviamente, Presley no es el inventor de esta música, por lo que acusa De León su desconocimiento de lo que habla] en El Paso, Texas. Durante una entrevista de radio y TV desde el aeropuerto [una charla de banqueta, como suele decirse de estas notas periodísticas improvisadas y comúnmente apresuradas] a cargo del cronista Joe Seelan se le preguntó a ‘la gelatina aullante’ [el apodo de una invención de De León para descargar su desprecio] qué había de cierto en sus declaraciones anteriores. Presley enmudeció [¿una entrevista sin palabras?]. Su silencio fue interpretado como afirmación por un periódico fronterizo”.

A pesar de la torpeza mostrada por De León para llevar a cabo la calumnia, Federico Arana se tomó la molestia de revisar los periódicos de la frontera norte para ver si encontraba, de puritita casualidad, algo que notificara la veracidad de tales oprobiosas maledicencias, pero nada halló, “ni siquiera en Frente a Frente, diario antiyanqui si los hubo, aparece una palabra acerca del asunto. Las únicas alusiones al llamado ‘rey del roc’ corresponden a El Fronterizo de Ciudad Juárez y se limitaban a decir tonterías como que si el Lic Fulánez gasta patillas a la Presley o que si un cómico llamado el Pecas ‘… anduvo corriendo la legua con Elvis’. Salta a la vista que quienes jugaron el papel de víboras conspiradoras eran en realidad unos infelices más tontos que un director de telenovelas y más carentes de rigor que un niño de teta”.

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Pero, pese a la comprobada mentira, el asunto dio pie para un sinfín de mezquindades y atropellos contra la nueva música (¡aún hoy en día los chismosos de las pantallas, ya electrónicas o digitales, hacen referencia a dicha supuesta frase de Presley para demeritarlo!, ¡a casi medio siglo de su fallecimiento!: el cantante norteamericano se fue de este mundo el 16 de agosto de 1977 a los 42 años de edad).

Para colmo, por aquellas fechas José Díaz Morales estrenaba, con argumento de Alfredo Salazar y de don Pedro de Urdimalas, su pavorosa película Los chiflados del rock and roll, protagonizada nada menos que por Agustín Lara, Pedro Vargas y Luis Aguilar. Poco faltó, sin embargo, para que al productor Guillermo Calderón le diera el infarto, ya que los periódicos insistían en que la mejor “contestación al lépero” Elvis Presley por sus “despectivas” declaraciones contra la mujer mexicana… ¡era “prohibir terminantemente la propagación del ritmo que lo hizo famoso: el rock and roll!”

Pero Calderón se negó a suprimir la escena en que tanto Pedro Vargas como Agustín Lara aparecen bailando la danza anatematizada: “La sesuda solución —informa Federico Arana— consistió en publicar un desplegado con la siguiente maravilla: ¡MUERA ELVIS PRESLEY! Al lado figura una caricatura del divo de Tupelo: nalga levantada, lunar y ademán feminoide. Más abajo puede leerse: Y vivan los auténticos reyes del rock and roll gallardos y calaveras… ¡pero incapaces de faltarle al respeto a la mujer… aunque sea güera y no hable español!”

Vaya situación.

Ahora resultaba que los verdaderos reyes del rock eran Agustín Lara y Pedro Vargas… y no Elvis Presley. La Liga Mexicana de la Decencia estaba aterrada y espantada con los roqueros, al grado de que puso un triple y arduo énfasis en su campaña contra esta música.

Vale la pena señalar, acota Arana, que esta dichosa Liga de la Decencia “estaba formada por patéticos energúmenos preocupados no por los cacicazgos, los abusos de poder, los crímenes políticos, el dedazo, el peculado, el tráfico de influencia, el sometimiento de los más débiles, el soborno, la usura, la fabricación de culpables, el fraude electoral, el anatocismo, los monopolios, el chantaje, el presidencialismo, los sindicatos bancos, los porros, los niños de la calle, la corrupción policiaca, el nepotismo, la explotación, la pederastia, la mordida, el acoso sexual, el futbol, el derroche de recursos públicos, la calumnia, la especulación o los presos políticos. No, lo que a ellos les quitaba el sueño eran las tetas, los culos, el chachachá y el rocanrol, sobre todo el rocanrol”.

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La prensa y sus periodistas tuvieron un papel vergonzoso durante la eclosión del rock.

A mediados de los cincuenta del siglo XX un tal Carlos Haro, de la misma sangre informativa que aquel entristecido Federico de León, escribió en su columna ‘Videómetro’: “Si en nuestras manos estuviera poder hacerlo, enviaríamos un telegrama urgente a las siguientes personas: Los Teen Tops, Los Rebeldes del Rock, Los Frenéticos, Los Teenagers, Mike Laure y sus Cometas, Richard Rebelde Lemus, Los Locos del Rock [sic por Los Locos del Ritmo], Los Camisas Negras, Los Black Jeans, Las Supersónicas, Mary Jets, Los Sonámbulos, Los Boppers y Los Chachos de Rivadeneyra… la cita sería, digamos a las seis de la mañana, en la Plaza de la Constitución o en la Ciudad Politécnica; es decir, en un lugar espacioso… Una vez reunidos todos llamaríamos al pelotón armado con fusiles, ametralladoras y (pensando que esto pudiera servir de escarmiento a la juventud mexicana) daríamos la orden de ¡Apunten!… ¡Listos!… ¡Fuego!”

Menos mal, agrega Arana, “que el australopitécido Haro no pensó en la Plaza de Tlatelolco”. Evidentemente, razona el creador del indispensable Guaraches de ante azul (María Enea, 2002), el redactor del anterior libelo “era un anormalito con la sesera casi totalmente yerma (en vista de lo cual se antoja ocioso hacer consideraciones sobre su bárbara sintaxis), pero sorprende y alarma que el jefe de redacción del periódico haya admitido semejante latrocinio. Y ciertamente las cosas estaban que ardían, porque el 8 de septiembre de 1958 unos policías de Uruapan asesinaron a tres mozalbetes dándoles sesenta tiros por la espalda, y no contentos con su ‘hazaña’, inspirada sin duda por personas como el autor del artículo recién citado, destrozaron sus restos a machetazos y los enterraron en los alrededores”.

Nunca, en la historia periodística, han faltado los tristes ejemplos de la práctica perniciosa. Federico Arana nos remite, seguramente no complacido sino forzado por la veracidad de su meticulosa documentación, a algunas execrables muestrecillas del peor periodismo nacional: “El monigote, badulaque y fantoche Elvis Presley dijo según algunos cosas idiotas acerca de la mujer mexicana —apuntó Vicente Vila en la revista Cine Mundial en 1957—. Cosas típicas de un señor de manita caída que, como él, sufre la insuperable competencia de las mujeres. Elvis Pelvis Presley no besaría a una mexicana. ¿Por qué [sic] no es lo que prefiere o por qué [sic], de plano, es incapaz? ¿Para qué quieren las mexicanas un beso de Elvis Presley? De mujer a mujer y como pan con pan: da igual que lo mismo. Sentencia: Pelvis eris et in pulvis reverteris”.

En la portada de dicha publicación, la número mil 452 correspondiente al 26 de febrero de ese 1957, aparecía una foto de Agustín Lara con el siguiente encabezado: “Hay que cortar las manos a Agustín”, y un breve texto: “A consecuencia de que baila el músico poeta el ritmo de Presley en Los chiflados del rock and roll, muchos de sus admiradores exclaman: ¡como castigo debieran cortarle las manos a Agustín para que no siga desprestigiando a nuestros artistas mexicanos!”

Moraleja, a decir de Federico Arana: “Dios nos libre de admiradores, pues con antecedentes tales no sería raro que el día de mañana quieran cortarnos los cataplines porque a algún anormalito se le ocurra adjudicarnos una declaracioncita como que preferíamos tres horchatas de chufas a un tornillo tlachicotonero de Apan”.

Y conste, advierte Arana, que el calificativo “anormalito” viene “considerablemente suavizado no sólo porque en Los chiflados del rock and roll nada tienen que ver ni Elvis ni ‘nuestros artistas mexicanos’ sino porque, obviamente, don Agustín filmó la película mucho antes de que al otro disminuido psíquico [el periodista Federico de León] se le ocurriera la patosa calumnia”. Sin embargo, “para desgracia colectiva, la guerra ignota siguió su desbocada marcha durante muchos años”: quizás el odio desatado por Elvis Presley amainó ligeramente, pero a los pocos años la peligrosa estafeta caería en los Beatles y, más tarde, sobre los jipis y así sucesivamente.

Con todo, “las no por bajas menos encendidas pasiones desatadas por el divo de Tupelo llegarían al menos hasta los años setenta”. Un poco antes de que Presley falleciera, en agosto de 1977, escribiría el “maestro de periodismo” Héctor Pérez Verduzco en el periódico Órbita en septiembre de 1975: “Exclusivaza: informes calientitos provenientes de Las Vegas, Nevada, nos hacen saber que Tom Jones que actúa en el cabaret Palace y Elvis Presley en Las Vegas Hilton, todas las noches después de sus respectivas actuaciones se reúnen los dos solitos en un hotel situado en las afueras de la ciudad del juego, dizque para cambiar impresiones; no han faltado personas de doble y triple filete que aseguran que Tom y Elvis se comprenden muy bien y hasta… ¡comen en el mismo plato! Y como los dos son de la misma rodada (en popularidad, billetes, estatura y han tenido un verdadero harem de mujeres hermosas), a lo mejor, quién quite, si ya hayan dado el cada día más natural cambiazo. ¡Qué horror!”

A la postre resultó que, además de su dizque frase de que prefería besar a tres negras que a una mexicana (“que entre muchas cosas revela que De León —apunta Arana— ignoraba la existencia de negras mexicanas y de promiscuos que, aunque nos encante la una, nos inclinamos por las tres sobre todo si son viciosotas”), Presley se barajó una frase más, que mereció en su momento otra retahíla de infamias periodísticas, la cual supuestamente dice así: “Me casaría mejor con una negra que con cuatro mexicanas”, lo que fue, como habrá de suponerse, el acabose. “Ya ven ustedes que el rigor no se les daba a estos angelitos —dice irónicamente Arana de estos periodistas, pioneros de la caterva de chismosos y argüenderos que hoy pululan en la prensa electrónica, escrita y digital de la farándula—, ni siquiera en dosis suficientes para pensar que, en un país donde la bigamia se castiga duramente, más la tetragamia, me permito aventurar, cualquier cristiano más o menos sensato optaría por la negra y con más entusiasmo en tratándose de una frondosa y cachondona, sin que ello obligara a nadie a rasgarse las vestiduras”.

Federico Arana durante un homenaje a su figura y obra en 2012, en la Feria del Libro Infantil y Juvenil en Hidalgo. Junto a él, el periodista y escritor Víctor Roura. / Foto: YouTube/IngratoMondongo/Captura de pantalla.

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Ya en otro contexto, dice Federico Arana (narrador, caricaturista, mariachi e incluso poeta: en 2012, para celebrar sus siete décadas de vida, El Juglar y Ediciones del Ermitaño publicaron su primer poemario: Rumores de la arboleda) que si algo pudiera definir a los pioneros del roc nacional, “la falta de instrucción y talento musical nos unificaría a casi todos”, y por supuesto que, siendo Arana también músico en la práctica, y uno de los veteranos más conspicuos (sus incursiones con los Sinners, los Sonámbulos y Naftalina nos lo confirman), era obvio que no se excluyera dentro del circuito, mas las grabaciones que ha dejado y su admirable empeño por continuar, de un modo o de otro (él: un biólogo reconocido, un versátil dibujante, un prestigiado novelista), en la ruta del rock, no lo incluyen necesariamente —aunque él democráticamente lo haga— dentro del amplio espectro de la roquimboyez y la actitud gormondiácea que impera, por desgracia, en los submundos del roc nacional.

“Ya va siendo hora —decía Arana a principios del siglo XXI— de dar cabida a la idea de que, si los roqueros estadounidenses o europeos han tenido mayores alcances que los mexicanos no es porque aquéllos sean congénitamente superiores sino debido a que se han desarrollado en un medio favorable para el mejoramiento de su técnica y sus capacidades creativas. Las deficiencias de los rocanroleros aztecas son reflejo fiel de las deficiencias nacionales”.

Pero habría que reconocer, sin duda, de que, hoy, casi toda la música popular mexicana es indefectiblemente roquera: “El roc mexicano ha contagiado a todas las manifestaciones musicales urbanas del país —dice Arana—: bolero, rumba, jazz, son, música folcloroide (vieja y nueva), canto nuevo, música norteña, música académica… Además, son contados los músicos gormondios que, estando en posibilidad de hacerlo, no hayan caído en la tentación de lanzarse al rocanrol”.

Un gormondio, en el lenguaje araniano, es, “como su nombre lo insinúa, un elemento conservador, patriotero, intolerante, machista a ultranza, y por tanto puro reprimido o closetero, hipócrita, lloricón, genuflexo, ventajoso, fanático del boxeo e incondicional de las rondallas”.

Y de gormondios, ni modo, también ha estado inundado el roc mexicano, que a partir de Avándaro (1971) quedó prácticamente prohibido (luego de haber sido perseguido y anatematizado desde su nacimiento): “La legalización del roc empezó a darse en el salinato. Así, pues, cuando uno escucha denuestos irracionales contra los rocanroleros nacionales no puede evitar acordarse de ese chiste del negro que, enterrado hasta el cuello, ha sido condenado a luchar contra un león. Desorejado y desnarigado, el hombre tiene la suerte de sujetar a la fiera mordiéndole los cojones. Los espectadores organizan una rechifla de espanto mientras gritan indignados: ¡Negro de mierda: pelea limpio!

Federico Arana nos cuenta todo sobre el rock mexicano, incluso las vergüenzas y los bochornos nacionales, como el caso de los yúniors aquellos del presidente Zedillo: Emilianito y Ernestito, que durante un concierto de U2, en 1997, quisieron meterse donde no debían con el resultado de un violento enfrentamiento entre los respectivos equipos de seguridad: ganaron los gorilas de Zedillo, enviando al responsable de seguridad de Bono al hospital donde los médicos diagnosticaron que pasaría el resto de sus días en calidad de inválido. De ahí que U2 prometiera no regresar jamás al suelo patrio… cosa que, por supuesto, no cumplieron ante el llamado de los millones de dólares ofrecidos en años posteriores.

Nota bene: el programa completo de las actividades del encuentro “El estruendo del sonido y la furia de las letras: el rock mexicano entre libros” pueden consultarlo en el siguiente enlace: aquí.

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