«Atrapado robando»: un trepidante y salvaje viaje hacia la redención
Octubre, 2025
Aunque conocido por sus películas dramáticas, polémicas y perturbadoras, en su más reciente largometraje, Atrapado robando, el cineasta estadounidense Darren Aronofsky da un nuevo volantazo en su trayectoria fílmica para entregar ahora una comedia de acción desaforada y violenta, ambientada en el Nueva York de los años noventa. Pero es también, y muy al estilo de Aronofsky, un homenaje-declaración de amor a esa joya oculta de Martin Scorsese que es Después de hora (la cual cumple, por cierto, 40 años exactos de su estreno). En esta entrega, ‘La Mirada Invisible’ de Alberto Lima se detiene en el noveno filme de Darren Aronofsky.
Atrapado robando (Caught Stealing),
película estadounidense de Darren Aronofsky;
con Austin Butler, Zoë Kravitz, Regina King,
Matt Smith, Griffin Dunne, Liev Schreiber,
Vincent D’Onofrio (2025, 107 min).
Darren Aronofsky (Nueva York, 1969) es un cineasta inasible. Sus ambiciones fílmicas siempre están en movimiento, aunque esto conlleve el riesgo de no complacer el gusto de las mayorías, las cuales suelen respaldar a un autor cuando éste es capaz de replicar sus propios procedimientos y hallazgos que, en un momento dado, resultaron en películas exitosas comercialmente o apreciadas por la crítica especializada. Por ello, si después de la magnífica cinta La ballena (2022) se esperaba que Aronofsky continuara un derrotero similar, con su nuevo filme Atrapado robando toparemos con pared, porque éste es total y rotundamente opuesto no sólo a su filme anterior, sino a su filmografía entera.

En el Nueva York de 1998, el exbeisbolista hijo de mamá y medio borrachín Hank Thompson (Austin Butler), quien años atrás echara a perder un prometedor y brillante futuro como pelotero profesional a causa de un accidente automovilístico, que le provocó una lesión en la rodilla, que lo retiró del juego, y en el que matara además a su amigo y coequipero Dale (D’Pharaoh Woon-A-Tai), trabaja como cantinero en un bar de la cuidad mientras anda de amigovio con la avezada y madura paramédica Yvonne (Zoë Kravitz), hasta que una noche su punketo vecino inglés Russ (Matt Smith) le enjareta sin decir agua va los cuidados de su simpático gato Bud (Tonic), con todo y cajita de arena, pretextando un apresurado viaje a Londres debido al delicado estado de salud de su padre. Sin embargo, su rutinaria y anodina vida dará un vuelco cuando al día siguiente sea atacado brutalmente por los malosos ucranianos Pavel (Nikita Kukushkin) y Aleksei (Yuri Kolokolnikov), quienes originalmente buscaban al amigo Russ, provocándole el estadillo de un riñón luego de una sabrosa patiza y sumiéndolo en un estado de constante miedo y asedio que lo llevará a pedir la protección de la corruptaza detective afroamericana Roman (Regina King), hasta que por mera casualidad encuentre en la caja de arena del gato una hez de plástico que guarda una misteriosa llave, que será objeto de codicia de varios personajes abominables como los desalmados hermanos judíos ortodoxos sacaojos Lipa (Liev Schreiber) y Shmully (Vincent D’Onofrio), y terminará llevando al malhadado expelotero Hank a vivir a salto de mata entre persecuciones, matanzas y traiciones.
Basado en la novela homónima del autor pulp estadounidense Charlie Huston, y con guión adaptado por el propio escritor, el noveno largometraje del neoyorquino Darren Aronofsky es —por increíble que parezca dada la naturaleza fílmica previa del cineasta— un energético y emocionante thriller beisbolero e igual de correlón que su protagonista, a veces desopilante, a veces cruel, a veces dramático que se mantiene al límite fruto de una edición rauda de Andrew Weisblum, definida por secuencias precisas y sin desperdicio, la cual permite que la fotografía del perenne aronofskiano Matthew Libatique luzca una elegante paleta cromática sencilla y sin ornamentos plásticos pero siempre sensible a las distintas partes del día donde transcurre la acción, como el magnífico plano del atardecer con el famoso restaurante de hot dogs Nathan’s, en Coney Island.

En términos de béisbol, atrapado robando significa que un corredor —como Hank— es puesto out luego de intentar robar una base. De allí entonces se entiende la dinámica de la cinta de Aronofsky, con todas esas persecuciones trepidantes a ras de calle, a bordo de autos o en el metro, elaborando así un vertiginoso thriller muy al estilo de Jackie Brown. La estafa (Tarantino, 1997), Snatch. Cerdos y diamantes (Ritchie, 2000) o Ni un paso en falso (Soderbergh, 2021), donde concurren corretizas, sangre, puntadas y patadas al por mayor.
Pero, además, el filme es al mismo tiempo un homenaje a su natal Nueva York, enfatizando diversos sitios significativos para el cineasta como la Unisphere de Flushing Meadows, el desaparecido estadio Shea donde jugaban los Mets, el ya citado restaurante Nathan’s en Coney Island, y deslizando también esos planos discretos de las inexistentes ya Torres Gemelas. Y, como remate, semejando el más puro estilo burlesco de Woody Allen acerca de sus raíces judías, esas secuencias desternillantes con los psicópatas hermanos judíos cuando visitan la casa materna previo al sabbat, donde luego de encuerar a Hank para comprobar si tiene la ansiada llave, comen juntos kneidalaj preparado por la madre de éstos Bubbe (Carol Kane), en un three shot jocoso.

Un guiño a sí mismo se da el director con esos pies de Hank remojándose tímidamente con las olas en la playa de Coney Island, al igual que su obeso mórbido protagonista de La ballena, con esos fundidos en blanco para traer de vuelta al perseguido Hank a la realidad tras esos flashbacks del traumático y definitivo choque que le estropeó la carrera como posible estrella en el béisbol profesional. Y resaltar el bonito plano subjetivo del gatito Bud observando a Hank e Yvonne haciendo el amor. Porque a diferencia de sus otros filmes, como la ya mencionada La ballena, El luchador (2008) o El cisne negro (2010), en donde la imagen paterna o materna figuraban como un elemento de confrontación o distanciamiento, aquí la madre de Hank (Laura Dern) —presente primordialmente a través de evocaciones o conversaciones telefónicas— es quien formó, motivó e inculcó el amor por el béisbol, quien tras un tour de force frenético y virulento, halle solaz en el paradisíaco Tulum donde quizá —como en su momento lo apremiaba Yvonne—, logre al fin madurar y dejar de huir de sus culpas. ![]()



