Blog de Cine

El Ariel es para todos y para ninguno y que nadie se entere

Las siempre cambiantes costumbres de la Academia Mexicana de Cine

Septiembre, 2025

Desde un centro de convenciones playero y ya no en un teatro en forma, el pasado 20 de septiembre se llevó a cabo la ceremonia de los Premios Ariel, otorgados por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. La fiesta que celebra lo mejor del cine mexicano, apunta en el siguiente texto el periodista Sergio Raúl López, cada año es —y cada vez es más— un claro reflejo de la alicaída industria fílmica nacional. En síntesis: una preocupante radiografía de aspecto nada saludable”.

Ha ocurrido antes y seguramente volverá a pasar. Pero en el ámbito de las grandes premiaciones fílmicas llama poderosamente la atención que la cinta que acumula la mayor cantidad de galardones no logre erigirse como la gran ganadora de la noche. Y eso ocurrió en la sexagésima séptima ceremonia de entrega del Ariel. Pero no sólo eso. La lista de candidaturas hubo de modificarse, tras el anuncio oficial, luego de diversas quejas del gremio. Y no se dio a conocer la lista completa de inscritos que aspiraban al galardón. Todo ello en una entrega organizada —además— en un amplio salón de un centro de convenciones playero y ya no en un teatro en forma.

En fin, indicios múltiples de una decadencia ya no de la principal actividad de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas A.C. (AMACC), sino un revelador y alarmante estado de la industria fílmica nacional. En síntesis: una preocupante radiografía de aspecto nada saludable.

Ocurre que el plateado del trofeo Ariel, ni duda cabe, resulta el emblema más significativo y conocido —en el imaginario colectivo— de aquella entelequia que conocemos como cine mexicano. Primero, porque es un reconocimiento entre pares, es decir, que los votantes son los propios realizadores de las películas, los miembros del gremio; y, segundo, por su longevidad, puesto que sus galas de entrega ocurren desde 1947 —claro está, con una gran interrupción de 1958 a 1972—, por lo que este año alcanzaron ya las 67 ceremonias realizadas.

Fotograma de Sujo, película de Astrid Rondero y Fernanda Valadez.

En sus inicios y de manera autónoma, los miembros pagaban una cuota para una cena-baile en centros nocturnos como El Patio o, unos años más tarde, en el Palacio de Bellas Artes, que durante largos años se convirtió en la sede emblemática y casi orgánica para la gala anual. Fue el echeverrismo el que revivió artificialmente y con dineros públicos el galardón en 1972, primero para entregarlo en los Estudios Churubusco-Azteca y después para hacerlo en un ágape en el jardín de la Residencia Oficial de Los Pinos —devenido hoy en Centro Cultural público—, para acabar retornando al palacio de mármol donde permaneció largos años, incluso cuando el Estado le entregó el control de la Academia a los propios cineastas —que solicitaron conformarse como asamblea sin incluir a los productores— en 1998.

A partir de entonces con la cantaleta de que el presupuesto público no llega a tiempo, es insuficiente, o simplemente no le sirve a la asociación civil para organizar una gala óptima —siendo el único gremio artístico con una premiación subsidiada con presupuestos tan importantes—, es que han servido también como sedes el Auditorio Nacional, la Sala Nezahualcóyotl, una sala grande de Cineteca Nacional, de nuevo los Churubusco —en plena pandemia de covid—, el Teatro Degollado de Guadalajara —argumentando una “descentralización”— para acabar hace unos días en el recién inaugurado Centro Internacional de Convenciones, ya no un recinto teatral ni siquiera una sala, sino un salón para reuniones empresariales sin butaquería ni escenario fijo, un prisma prefabricado con clima artificial e hileras de sillas propio de convenciones empresariales.

¿Cómo fue que se perdió el glamur de una ceremonia con lo más granado del cine mexicano? Echemos un poco de luz.

Daniel Giménez Cacho en una imagen de Bardo, filme de Alejandro González Iñárritu.

Revisemos lo ocurrido hace poco más de dos años, en 2023, con Bardo / Falsa crónica de unas cuantas verdades, la súper coproducción estadounidense-mexicana con la que Netflix no escatimó en gastos con tal de lograr que Alejandro González Iñárritu retornara a México a filmar dos décadas después de su exitoso debut con Amores perros. Cuando la AMACC publicó la lista de producciones inscritas para esa sexagésima quinta edición, la malhadada película no apareció en la lista. Tampoco lo hizo otra coproducción internacional, esta vez belga-rumano-mexicana: La civil, de Teodora Mihai. Al no registrarse en tiempo y forma, se supondría —como todo concurso serio, formal y legal— que no calificarían a las nominaciones. Pero hablamos de la Academia Mexicana y estas reglas baladís no aplican a destajo sino discrecionalmente.

Así que, al final, el delirio mortuorio-autobiográfico de Iñárritu sobre la conciencia en el inubicable limbo del fallecimiento, acabaría apareciendo con 13 nominaciones —a Mejor Actor, Dirección, Diseño de Arte, Edición, Efectos Visuales, Fotografía, Maquillaje, Música Original, Sonido, Vestuario y Película—, de los que ganaría ocho —a Mejor Actor, dos por Coactuación Masculina, Dirección, Diseño de Arte, Edición, Efectos Visuales, Fotografía, Sonido, Vestuario—, dos de los cuales serían para el oscareado director.

En el caso de La civil, de sus ocho nominaciones —Actor, Actriz, Coactuación Masculina, Edición, Guión Original, Maquillaje, Sonido y Película—, el largometraje sobre una ama de casa devenida en vigilante y vengadora, cabecilla incluso militar, cuando un criminal desaparece a su hija, acabaría ganando el Ariel a Mejor Actriz para su protagonista, Arcelia Ramírez.

En resumen: nueve de las 24 categorías competitivas serían obtenidas por dos títulos que no aparecían originalmente entre las películas aspirantes (139 filmes inscritos en dicho año, 73 de ellos largometrajes y 66 cortometrajes). ¿Cuál fue la solución al inconveniente? Simple: desde entonces la AMACC no publica la lista de las cintas inscritas. ¡La oscuridad informativa resuelve este tipo de inconveniente y no da pie a las críticas!

Fotograma de Pedro Páramo, debut como director del cinefotógrafo mexicano Rodrigo Prieto.

Por cierto que ese año la muy comentada cinta de horror en clave femenina, más bien de la depresión por embarazo, Huesera, el debut en la dirección de Michelle Garza Cervera, tuvo 17 nominaciones de las que sólo ganaría cuatro: Efectos Especiales, Guión Original, Maquillaje y Ópera Prima, en tanto que el filme sobre el ranchero que enfrenta solitario el despojo del crimen organizado en El norte sobre el vacío, de Alejandra Márquez Abella, obtuvo 16 nominaciones y sólo dos trofeos: Coactuación Masculina y el mayor de todos, Mejor Película, estableciendo una costumbre que se mantiene a la fecha: el reparto no equitativo pero sí sorpresivo de los galardones.

No necesitamos sino avanzar un par de años —es decir, en este 2025— para constatar que el fenómeno se repite. La magna producción de la subsidiaria mexicana de Netflix, que adapta la gran novela mexicana del siglo XX, es decir, Pedro Páramo, que transforma los saltos temporales e intrincados sucesos en el fantasmal Comala en una narración lineal, cuasi cronológica y aplanada en el debut como director del laureado cinefotógrafo mexicano Rodrigo Prieto, en esta oleada de series y filmes que adaptan el exitoso realismo mágico latinoamericano, que recibió 17 nominaciones y que acabó ganando siete categorías, principalmente técnicas —Diseño de Arte, Efectos Especiales, Efectos Visuales, Fotografía, Maquillaje, Vestuario y Coactuación  Masculina para Héctor Kotsifakis—, pero que ya no avanzó en las categorías artísticas, según los votantes de la Academia.

Algo similar ocurrió con otra de las favoritas, la coproducción méxico-estadounidense filmada en Nueva York, La cocina, de Alonso Ruizpalacios, basado en la exitosa pieza teatral homónima de Arnold Wesker, que de sus 15 nominaciones se alzó con cinco figurillas de plata y ónix —Edición, Guión Adaptado, Música Original, Sonido y Actor, en el cuarto Ariel para Raúl Briones—, y otra muy comentada, No nos moverán, esa fábula en blanco y negro sobre la matanza de Tlatelolco, pero no como una afrenta pública y social fruto del represivo régimen, sino como una rencilla personalizada —e incluso despolitizada en un acto de venganza individual y no colectiva—, del debutante Pierre Saint-Martin, con cuatro triunfos de sus 15 candidaturas —Guión Original, Ópera Prima, Revelación Actoral y Actriz para la gran docente e intérprete de la voz que es Luisa Huertas—, pero no serían las ganadoras de la gala.

Raúl Briones en una imagen de La cocina, cinta de Alonso Ruizpalacios.

La película que acabaría por llevarse los dos galardones principales, Dirección y Película, sería la representante mexicana el año previo para los premios Oscar y Goya, Sujo, del tándem de Astrid Rondero y Fernanda Valadez, además de llevarse Coactuación Femenina; tres de las 13 nominaciones logradas para este trabajo sobre las penurias de un hijo de sicario condenado a muerte desde niño pero que sobrevive a duras penas para tomar una esperanzadora redención universitaria —nada menos que en letras de la UNAM—, en un giro de tuerca al pesimismo y derrota del cine que aborda los desaparecidos, los asesinatos y las bandas criminales.

Y en una curiosa reivindicación casi inmediata —el martes 22, apenas tres días después a la ceremonia—, al anunciar la película elegida para representar a México en los premios Goya y los Oscar 2026, la Academia nombraría a la comedia negra de época No nos moverán, que no fue votada mayoritariamente en 11 de sus 15 nominaciones pero ahora, con unas horas transcurridas de la entrega, ya es la mejor de todas las que optaban a ser enviadas, un número que además ignoramos porque la institución ha decidido que tampoco conviene hacer públicas las cintas inscritas.

Cabe, entonces, la duda: ¿es que el premio más representativo del cine mexicano ha de mantenerse en la secrecía y la desinformación?

Desde el problemita de Bardo y de La civil, esta operación a oscuras permite añadir nominados posteriormente al anuncio oficial. Ejemplos hay: en una ceremonia realizada en la Cineteca Nacional el pasado 2 de julio, se develaron las nominaciones a la sexagésima séptima entrega del Ariel; hubo categorías con tres nominados —Coactuación Masculina, Diseño de Arte, Edición, Efectos Especiales, Efectos Visuales, Fotografía, Guión Adaptado, Guión Original y Música Original—, cuatro —Actriz, Maquillaje, Película Iberoamericana, Revelación Actoral, Sonido y Vestuario— y hasta seis —Coactuación Femenina, Edición, Largometraje Documental, Maquillaje y Revelación Actoral—; empero, la acumulación de quejas y, sobre todo, la aparición de una carta de la sociedad de escritores de cine Tinta, fechada el martes 8, seis días más tarde, exigiendo respeto al reglamento que fija en cinco el número de nominados, provocó que la AMACC reculara y, en un informe —que no comunicado ni boletín—, corregían la decisión y añadían los nominados restantes para cubrir los cinco reglamentarios en tabula rasa pero sin corregir los que excedieron la regla con seis y no cinco nominados, es decir que se puede añadir pero no quitar. Total, las reglas se inventaron para adaptarse no para quedar mal.

Fotograma de No nos moverán, película de Pierre Saint-Martin.

Un último detalle, sólo para subrayar lo ya dicho. Curiosamente, este tercer año de descentralización la ceremonia se alejó más de la capital jalisciense para moverse a Puerto Vallarta, en su recién inaugurado Centro Internacional de Convenciones que no ofrece la dignidad ni el glamur de un lugar como el de Bellas Artes, porque no tiene las condiciones de un recinto teatral propio de las grandes premiaciones, pero que es conveniente a los intereses de la Secretaría de Turismo Estatal. Pero además, su realización revelaba improvisación y carencia del proyecto nacional del que la propia Academia presumen, pese a que afirma que “visibiliza” al cine nacional.

La realidad es que, en lugar de contratar profesionales, los miembros de su Asamblea se autocontratan para producir la ceremonia de entrega —como si hacer cine te capacitara automáticamente para todo tipo de oficios—, intentando ser graciosos como remedo del Oscar, cuando ni siquiera lo logran en sus propias películas con su público natural. Y en seguida los ganadores nos retacan de discursos sobre Palestina, las Madres Buscadoras, la masacre del 68, Ayotzinapa o el Tren Maya, sin mayor repercusión pública, pero reciben con singular alegría dinero de los tapatíos del Movimiento Ciudadano sin mayor reparo porque, explican, “ese gobierno sí apoya la cultura”. Sin importarles, claro está, que ese gobierno justo el mismo día —entonces estaba a la cabeza Enrique Alfaro— reprime a los manifestantes y quita los antimonumentos a sus desaparecidos.

El problema general del cine mexicano es que es el club del subsidio estatal desde hace medio siglo, lo que les ha aislado de las salas y del público en general. Una suerte de burbuja es que los miembros de la que nombro como Loca Academia de Cinematografía sostienen que nadie más puede hacerlo mejor que ellos en oficios para los que no están entrenados: fotografía fija, guión televisivo para premiaciones, producción de ceremonias, diseño, ensayo y crítica, libros académicos, distribución, difusión, en fin… Pienso ahora que la entrega del Ariel simplemente corrobora estas taras mientras que Hollywood se queda con el público nacional y con más del 90 % de la taquilla en el país mientras que la producción nacional no supera el 4 %, pero eso no obsta para autocelebrarse y auto producirse.

¡Viva la burbuja cinematográfica propia y de nadie más!

One Comment

  1. !Hola! Muchas gracias Sergio Raúl, por tú escrito, muy informativo y realista, con gusto lo leí, buen éxito, un abrazo.
    Emilio Ramón Madrigal V.

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