Los juguetes
Septiembre, 2025
Para los niños todo es un juguete: una cuchara, un palito de paleta, una corcholata, un pasador, el migajón de los bolillos. De hecho, los mejores juguetes son objetos sencillos, simples, neutros, inexactos, que permiten las menos indicaciones posibles y las más posibilidades de invención, escribe Pablo Fernández Christlieb en esta entrega. Así, un juguete es algo terriblemente barato, cosa que no les sirve a los adultos para demostrar su amor y generosidad. Para lo que mejor sirven los juguetes no es para jugar, mucho menos para divertirse; más bien, sirven para inventar realidades en las que se pueda habitar.
Los niños no juegan, solamente realizan sus actividades cotidianas con la seriedad contenta de quien está cumpliendo sus deberes. Y a los que ya no son serios, ni están contentos, que son los adultos, se les ocurre que están jugando. De hecho, los niños ni siquiera usan sus juguetes, salvo tres o cuatro (como dice Robert Jaulin en un texto maravilloso), que los emplean de herramientas o utensilios, o de compañía, para llevar a cabo sus labores; y son, por lo común, algo con cara, algo de rueditas, algo moldeable, nada novedosos, sino más bien inmemoriales, que están aquí desde siempre, desde la constitución de las sociedades, ya que, en rigor, al cumplir su tarea, para los niños todo es un juguete: una cuchara, un palito de paleta, una corcholata, una jeringa, un pasador, el migajón de los bolillos; y con la cuchara no comen, sino que dan tamborazos sobre la mesa, por lo cual sus mayores, superficiales y descontentos, les dicen que con eso no se juega, que eso no es un juguete, que juguetes son los que les compra la tía, a los cuales los miran, los prueban, los acumulan y los olvidan. Los poquísimos auténticos juguetes son objetos antiquísimos, un poco sintetizados y reconfigurados con el tiempo, pero siempre los mismos: muñecos, canicas, carritos, plastilina, cubitos, que originalmente fueron de piedra, barro, madera, cuero o tela. Los legos empezaron siendo piedritas.
En suma: un juguete es algo terriblemente barato, cosa que no les sirve a los adultos para demostrar su amor y generosidad con la infancia. No se juega con ellos: probablemente sirvan para empezar, pero los niños luego luego los botan y prosiguen con sus actividades normales. Son a escala menor: tienden a ser miniaturizaciones de personas, animales o cosas, como las casitas con sus mueblecitos o los personajitos de Batman o Barbie, no tanto porque los niños sean chiquitos sino porque así pueden hacerla de Dios y establecer un cosmos general y cambiar las cosas de lugar y quitarlas y ponerlas; los monigotitos del ajedrez son así, siempre y cuando no estén jugando ajedrez, porque los juguetes no tienen instrucciones: los niños no necesitan indicaciones para hacer lo que saben hacer mejor que nadie, ya que el juguete mismo es la instrucción o da la idea de qué hacer con él: los mejores juguetes son objetos sencillos, simples, enteros, neutros, inexactos, que permiten las menos indicaciones posibles y las más posibilidades de invención; y los niños suelen alinearlos, mezclarlos, romperlos o aventarlos. Y finalmente un juguete es un objeto sagrado: sagrado es aquello que remite a la fundación de la sociedad, porque son símbolos de algo más, y como tales no se usan mucho, sólo lo imprescindible. Un osito de peluche es como un ídolo.

Para lo que mejor sirven los juguetes no es para jugar, mucho menos para divertirse —eso que lo hagan los adultos—, sino para inventar realidades, para crear sociedades en las que se pueda habitar, llenas de acompañantes, que pueden incluir a otros niños, o no incluir a ninguno más, que ni falta que hace porque ya están los juguetes. En efecto, las realidades que se inventan siempre tienen la forma de una sociedad, con sus límites, su orden, sus ocupantes, sus lógicas, todas sui géneris, ad hoc, puesto que la realidad y la sociedad adulta con que se topan cuando bajan de las suyas dejan mucho que desear.
Y todos los juguetes nuevos o actuales ya son un poco echados a perder: son los mismos adminículos de siempre, sólo con apariencia de novedad y no tóxico, como antes los trenecitos eléctricos y ahora los drones, que el niño no puede tocar, ni tampoco quiere. Y es que los adultos, que no se sabe si son brutos o simplemente malvados, cuando llega Navidad o Reyes, ya no fabrican juguetes —porque ésos no hace falta comprarlos—, sino que fabrican juegos (games), justo eso que los niños no necesitan, como los videojuegos o las matatenas o el parkasé, que tienen la característica de que se trata de algo de armar, de atinarle, de llegar primero, de sacar del juego al otro, y que ciertamente tienen implementos, como las fichas del juego de damas, y por lo tanto, tienen instrucciones, es decir, lo que uno debe hacer obligatoriamente para jugar, asunto que a cualquier niño le repatea porque destruye de antemano la realidad que se podría inventar y la sustituye con una ya mandada a hacer, muy adulta, llena de condiciones, aunque cualquier niño que se respete siempre podrá usar los dados del cubilete para hacer torrecitas, que sirven para tirarlas. Y entonces los adultos, en su petulancia, opinan que los niños no saben jugar porque son chiquitos.
La enorme diferencia entre los niños y los adultos es que los niños trabajan con juguetes y los adultos juegan juegos; y si quieren seguir usando juguetes o seguir siendo niños, que se pongan a usar herramientas.
Pero como se vuelven brutos con la edad, lo que hacen es comprar un cochezote para sustituir al cochecito.