Septiembre, 2025
José Emilio Pacheco escribió: “Me acuerdo no me acuerdo: ¿qué año era aquél?” Ahora que se cumplen 40 años del terremoto del 1985, recolectamos un coro de voces a las que les planteamos una pregunta: “Me acuerdo no me acuerdo: ¿en dónde estaba hace 40 años durante el temblor?, ¿qué recuerda de aquel sismo de 1985?, ¿cómo recuerda ese jueves 19 de septiembre, ese minuto y medio (diríamos hoy interminables)?” Esta fue la respuesta de Víctor Roura.
Me acuerdo no me acuerdo: ¿en dónde estabas hace 40 años durante el temblor?
Un poco antes del primer aniversario del periódico La Jornada del que fuera yo uno de sus fundadores, había renunciado a mi puesto de editor de la sección cultural para no confrontar un acuerdo ya previamente tomado desde la dirección de ese diario por Carlos Payán (entonces elegido como director de ese rotativo por respetar su cargo como subdirector del unomásuno, de donde procedíamos, sin saber, nadie, que Payán Velver se adueñaría, con la complacencia de la mayoría de los asambleístas, del nuevo medio).
Recuerdo cómo varias decenas de periodistas, una noche, ya prácticamente madrugada, fueron a mi casa (encabezados por Hugo Martínez Téllez), entonces en la colonia Moderna, para solidarizarse conmigo y mostrar su desacuerdo con la decisión tomada por el intolerante Carlos Payán.
Fue un gesto inolvidable, aunque inútil: la dirección ya descansaba en paz porque Víctor Roura no ejercería su independencia periodística adentro de la redacción. Con el otro jefe, que el propio Carlos Payán se apresuró a designar para provecho suyo (con la complicidad de todos los reporteros de la sección cultural, a los que yo había admitido y contratado en el nuevo plantel), el director sabía que ya tenía los hilos en la mano.
Así que, en 1985, en lugar de ir a festejar el primer aniversario de ese diario, fui a dormir mi desolación al departamento de la calle Pampas, y fui levantado con brusquedad ese 19 de septiembre de 1985 por el terremoto que sacudió a la ciudad. Vi con mis propios ojos cómo la alcoba se cuarteaba de pared a pared y escuché con mis oídos el ruido indefinido del sismo, ese ruido que no se puede describir porque pareciera provenir de los infiernos, si existen.
Siete meses después de aquel irascible sacudimiento de la Tierra en la Ciudad de México, nacería mi adorada Melissa: sin trabajo, fulminado de un medio, despedido con arbitrio ante la indiferencia de una supuesta feminista como Blanche Petrich y de un supuesto defensor de los derechos humanos como Rafael Barajas, que miraron con ojos imperturbables aquella injustificada escena.
Éste fue el 19 de septiembre que marcó mi vida, aunque en este caso no sólo fue la mía sino de miles de otros mexicanos. En cuanto pude, me fui del departamento de la Moderna porque el temblor lo había efectivamente movido, y no había ninguna seguridad viviendo adentro de ella.
Era finalmente un afectado más del terremoto, cosa que favoreció aún más los planes del director de La Jornada, ya que pocos días después, sin notificarme, a mis espaldas, ordenó mi baja definitiva de su periódico ante el escabroso silencio de los accionistas del diario, que no querían ver afectados sus intereses.
No me quedé por supuesto cruzado de brazos, a pesar del aislamiento en que me encontraba: meses después, con Víctor del Real, fundamos el periódico cultural Las Horas Extras, acogido con beneplácito por los lectores, asimismo fui director editorial de la ENEP Iztacala, construido decenas de guiones para Radio Educación y, en agosto de 1988, fundaba la sección cultural de El Financiero con la anuencia del siempre recordado Rogelio Cárdenas Sarmiento, quien jamás impuso ninguna línea en estas páginas mientras vivió (1952-2003), al igual que su esposa María del Pilar Estandía González Luna, posterior directora de ese diario, ambos demostraron, como nadie en el medio de la prensa escrita, un respeto admirable e irreducible a la autonomía periodística.