El individualismo
Julio, 2025
A Richard Dawkins se le ocurrió una verdad científica: que todos tenemos un gen egoísta que sólo está al servicio del propio bienestar; por lo tanto, no puede atender a nadie más y así se van aislando todos de todos, escribe Pablo Fernández Christlieb en esta nueva entrega de ‘El Espíritu Inútil’. El individualismo consiste en eso: en considerar al propio cuerpo como aquello que hay que defender aunque no lo ataquen, y como aquello que hay que extender aunque haya que invadir.
El cuerpo es la primera propiedad privada. Y uno le da de comer, y lo engorda, y le pone ropa nueva y le compra más, y le gusta, y lo maquilla y lo tatúa y le cuelga adornos en el pelo y las orejas, y lo lleva al yoga para que se relaje y al gimnasio para que enflaque y al doctor para que lo arregle; y luego lo presume. Y todos estos aditamentos se vuelven automáticamente propiedades del cuerpo, como si el cuerpo fuera un depósito de acumulación que hay que seguir llenando.
Y uno afirma que esto es muy natural porque todos necesitamos vivir, aunque la verdad es que está confundiendo el instinto de supervivencia con la propiedad privada, la teoría de la evolución con el neoliberalismo, y por eso a Richard Dawkins se le ocurrió la verdad científica de que tenemos un gen egoísta que sólo está al servicio de su propio bienestar y por lo tanto no puede atender a nadie más y así se van aislando todos de todos, cada quién fijándose en su propio cuerpecito, y al final sólo quedan puros cuerpos furtivos buscando cada uno retacarse de lo que pueda apañar.
Y como se siente bien, quiere más. Ése es el individualismo, el proceso de apropiación por parte del cuerpo de todo lo que le sirva, le acomode, lo haga sentir bonito, y el proceso de exclusión de todo lo que se lo impida, por ejemplo el estorbo de los demás. El individualismo consiste en considerar al propio cuerpo como aquello que hay que defender aunque no lo ataquen y como aquello que hay que extender aunque haya que invadir.
Y dado que el cuerpo es un bulto muy chico —un costal de 70 kilos—, para hacerlo más grande se va apoderando de todo lo que haya a la mano, absorbiendo, chupando espacios y objetos como casa, coche y sillones, y así sucesivamente, macetas, vajillas, pantallas, celulares, gatos y todo lo que vendan en las tiendas, y luego, ya encarrerado, lugares en los restaurantes y asientos en los aviones y reservaciones en los conciertos y membresías en los clubes, y también hay que hacer que esos estorbos que se llaman prójimos o semejantes sean de su propiedad, como esposas o empleados o hijos o meseros, y todas estas adquisiciones pasan a formar parte del propio cuerpo que a estas alturas se siente magnífico, único, aunque cuidándose de los depredadores que son igualitos que él, además de que anda con la obsesión de no morirse, porque la extinción del cuerpo es el final de la propiedad privada, de modo que si se muere se va a volver un desposeído agusanado como los otros.

Y después de acabar de agenciarse cosas contables, al individualismo se le ocurre también agandallarse cosas intangibles como educación o conocimiento, que siempre deslumbran cuando los trae uno, e informaciones y conceptos metidos dentro del cráneo para cuando haga falta sacarlos a relucir, y sobre todo adquirir aureolas de ésas como el prestigio, la admiración, el orgullo, los aplausos, en tanto posesiones que se pueden comprar, robar o piratear para abultar el cuerpo de placeres y gozos más refinados, con lo que uno ya se cree auténtico, genuino, original y creativo. También se puede obtener una conciencia tranquila, que es como el título de propiedad que legaliza todo lo que apaña.
Este individualismo se nota en todos los consejos dizque lindos de Cuida tu cuerpo, Consiente tu cuerpo, Hidrata tu cuerpo, Ama tu cuerpo, para que si al principio uno confundió la supervivencia con la propiedad privada, ahora confunda al cuerpo con su persona, al egoísmo con la dignidad, para acabar diciendo la frase culminante sacada de la sabiduría de sus informaciones de que “Yo soy mi cuerpo”, o sea, yo soy mis propiedades. Pero el cuerpo no es el yo, ni la identidad, ni el sí mismo, ni el self, sino un bulto hinchado de posesiones: el individualismo no es la individualidad. Mientras que la individualidad se refiere a lo que las personas tengan de único, de distinto, de raro, y tal vez por eso, de secreto, los individualistas que se sienten únicos son todos idénticos. Antar Martínez, un psicólogo social, dice que la gente ya no tiene self, sino que tiene selfie.
Y como el individualismo está tan arraigado como la propiedad privada, no se puede quitar ni expropiar ni transformar en propiedad pública con proclamas mentirosas de ésas de que Hay que compartir, Seamos solidarios, o construir comunidades o criticar al individualismo contemporáneo, porque en rigor son puras frases de autoayuda egocéntrica que sólo sirven para la conciencia tranquila, o para quejarse del individualismo ajeno.