Hay que dejar de callar lo que nos hace humanos
Encuentra lo que amas y deja que te mate.
Charles Bukowski
Estamos saturados de información, imágenes y productos. Todos los días recibimos toneladas de música, memes, anuncios publicitarios, noticias sin mayor fin que el de entretener: “Hombre guarda durante 47 años un regalo sin abrir de su exnovia”. Productos desechables. Tendencias llamativas que desaparecen con el paso de unas pocas semanas y que olvidamos inmediatamente después de haberlas consumido.
Estamos eternamente distraídos, demasiado ocupados para apreciar o preocuparnos por algo que no aparezca de forma contundente frente a nosotros, incapaces de reconocer y solucionar problemas como sociedad, pues el infinito desfile de distracciones nos ha alejado de los demás y ha embrutecido nuestro juicio, presentando como bien supremo a la forma y no al fondo. Juego frívolo donde es imposible ser auténtico o feliz.
Es realmente preocupante el grado de aceptación social que expresiones culturales (películas, libros, obras de teatro o música…) de baja exigencia logran tener, superando en popularidad a los proyectos de mayor calidad. Pensemos, por ejemplo, en la película Roma (2018), del mexicano Alfonso Cuarón, que no sólo recibió excelentes críticas y durante varios meses estuvo en boca de todos, sino que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera del año. Pero ¿en realidad Roma le gustó a los grandes públicos?
Lamentablemente, la mayoría prefiere las comedias ligeras, con personajes arquetípicos, con acción sin límite, con grandes explosiones y llamativos efectos visuales.
En este tipo de entretenimiento prima la forma sobre el fondo: el motivo de las explosiones es irrelevante, sólo se juzga su tamaño y lo vistosas que resultan. Estamos ante una notable insensibilización. No somos capaces de apreciar la belleza sutil porque evitamos a toda costa la labor de reflexionar o prestar atención.
Tendencias, inclinación, disposición a algo. Sección de YouTube donde se guardan los videos más vistos: un sinnúmero de grabaciones que sólo están ahí para ser consumidos y desechados. Es esta nuestra cultura, nuestra representación como sociedad. Un entorno de entretenimiento que, lejos de fomentar el diálogo, la belleza, la sensibilidad y el pensamiento racional, lo embrutece todo. Así vamos por la vida: alejados de cualquier labor intelectual, en un continuo aturdimiento por las metafóricas luces de neón que constituyen nuestra sociedad.
Está claro que los grandes públicos favorecen los espectáculos llamativos sobre aquellas representaciones sutiles. Parece un sueño imposible que el arte y la belleza sean los pilares de la cultura y la vida actuales, aunque los medios para lograrlo existen y están al alcance de las masas. El Internet es un enorme mar de información donde es sencillo conseguir obras literarias, escuchar música enternecedora, conectarse con personas de todo el mundo y expresar opiniones sin, básicamente, ninguna censura oficial.
¿La libertad nos ha sobrepasado?
La sociedad y el individuo son más libres que nunca. Ideologías y modos de vida que antes constituían un tabú y que fueron perseguidos por décadas, ahora son normales. Incluso aquello que representa una novedad es fácilmente aceptado. Sí, hay que aplaudir este notable progreso, es una de las ventajas de vivir en una sociedad en continuo cambio. Pero en ocasiones pareciera que la libertad nos ha sobrepasado. Ser libre significa ser responsable y, si es necesario, tomar decisiones para las que podríamos no estar preparados. En su libro La sociedad del espectáculo (2012), el escritor Mario Vargas Llosa apunta:
“Querer huir del vacío y de la angustia que provoca el sentirse libre y obligado a tomar decisiones como qué hacer de sí mismo y del mundo que nos rodea —sobre todo si éste enfrenta desafíos y dramas— es lo que atiza esa necesidad de distracción, el motor de la civilización en que vivimos”.
Consumimos modas e información de medios audiovisuales para satisfacer nuestra necesidad de distracción. Queremos ignorar nuestros problemas y malestares sociales. Por eso optamos por atiborrarnos de frívolos estímulos, generadores de placer inmediato pero instantáneo. Este comportamiento alivia los síntomas, pero no alcanza a curar los males que aquejan a la humanidad, no constituyen una ideología o razón de vivir. El poeta estadounidense T. S. Eliot pensaba que la cultura es “todo aquello que hace a la vida digna de vivirla”. Con esto es fácil de entender por qué el pesimismo, los suicidios y la desesperanza juvenil son tan comunes.
Es necesario que cada ser humano realice una búsqueda propia de la belleza y rechace los contenidos superficiales que buscan sacar provecho del morbo, del fanatismo y de la credulidad popular. Es un paso necesario para trascender la frivolización de la cultura, para crear espacios de convivencia y expresión colectiva. ¡Debería ser una prioridad para todos!
No ser poeta no significa que no podamos escribir poesía. No ser pintor no significa que seamos incapaces de crear cosas bellas o de, sencillamente, expresarnos sobre un lienzo. Hay que dejar de callar lo que nos hace humanos. Hay que crear lazos de apoyo comunitario y recordar que somos un animal social que necesita vivir en comunidad, no recluido detrás de máscaras y apariencias. Sólo de este modo podremos avanzar como sociedad y como individuos hacia estilos de vida más plenos.
*La autora es estudiante de la carrera de Física en la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Baja California.
Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, septiembre de 2019.